“La enseñanza de la Historia hoy: problemas, tensiones y debates” es la conferencia que el sábado reúne como panelistas a Sebastián Plá (SP), doctor en Pedagogía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y licenciado en Historia por la Universidad Iberoamericana, y a Ana Zavala (AZ), profesora de Historia egresada del Instituto de Profesores Artigas (IPA), licenciada en Historia por la Universidad de la República (Udelar) y magíster en Didáctica por la Universidad de Buenos Aires (UBA). La charla organizada en la Facultad de Ciencias Sociales de la Udelar por el Programa Integral Metropolitano (PIM) de la Udelar y el liceo 58 del Consejo de Enseñanza Secundaria (CES) reunirá a los expertos con docentes uruguayos para conversar sobre sus inquietudes y reflexionar sobre su práctica. Previo a la instancia del sábado, los investigadores dialogaron con la diaria sobre los desafíos actuales al encarar la materia y el rol de la historia, tanto en el aula como en la sociedad.
–El primer tópico de la conferencia son los problemas de la enseñanza de la historia. ¿Cuál es el principal problema que pueden identificar?
SP: –Los retos que está enfrentando hoy la enseñanza de la historia se pueden ver desde los aspectos globales de la política educativa, más allá de los aspectos de aula y la complejidad particular que cada salón enfrenta. Uno de los retos más importantes a escala global es el predominio de una visión muy técnica de la educación, en la que el desarrollo de las habilidades de lectoescritura y de pensamiento matemático están volviéndose una especie de currículum global. La historia y las ciencias sociales en general están fuera de esa lógica de pensamiento, entonces, uno de los retos es cómo enfrentar esas grandes políticas globales. Otro reto dentro del aula es cómo enseñar ciertos contenidos históricos ante las particularidades de cada chico y de cada realidad local. Eso afecta la enseñanza de la historia cuando, por ejemplo, se plantea en un contexto de violencia regional, ¿Para qué sirve la historia? ¿Sirve para formar en una identidad nacional relativamente caduca ante los procesos de globalización o va a tratar de responder desde el conocimiento del pasado a las condiciones de violencia que enfrentan los chicos? Son problemas generales de los sistemas educativos, y la historia está ahí metida; querer separarla de esos aspectos generales reduce las potencialidades de la propia enseñanza.
–El otro bloque hablaba de tensiones en la enseñanza de la historia. ¿Cuáles son esas tensiones?
AZ: –Hay cosas que pueden ser muy tensionantes y pueden estar entre una mirada y otra del conocimiento histórico. Se ve en lo referido a las historias nacionales, que son principalmente las que en este momento generan la necesidad de optar por una historiografía u otra. Hay cosas que hacen tensión desde el punto de arranque, que son las decisiones que debe tomar el profesor. Se resuelve en base a lo que cada profesor haya acumulado en su formación; eso lo lleva a dar los temas de otras formas.
SP: –Esa tensión también se da en México y en otras partes del mundo. En mi país se conformó una historia nacional homogénea. Sin embargo, los movimientos indígenas han dado mucho peso al reconocimiento tanto de los contenidos vinculados a la historia indígena como a las formas de pensarlos; hay una tensión en la interculturalidad de poder pensar la historia desde diferentes visiones. Otra tensión aparece a nivel de contenidos: si nos quedamos con la historia oficial o tomamos otras muchas historias que no son las oficiales. Sería muy importante que se trabajara en el liceo, por ejemplo, la historia de la sexualidad, de la pobreza, de la desigualdad, de la perspectiva de género. La historia escolar ha dejado de lado mucho de lo que la nueva historiografía ha hecho. Hay muchos elementos que están luchando para meterse en las aulas, y ahí se producen tensiones.
–¿Cuál es el objetivo de la clase de historia hoy en día?
AZ: –Una cosa son los profesores y sus intenciones, y otra son los fundamentos políticos. Desde la política hay argumentos extraordinarios sobre fundar la nación y la ciudadanía, aunque nunca queda claro por qué un estudiante por conocer el paleolítico va a ser mejor compatriota. Hay una brecha enorme entre el discurso político que fundamenta programas y la inserción de la disciplina en planes de estudio y la verdadera clase de historia, donde, por buena que sea la clase, capaz que en ninguna fase ese conocimiento se transforma en una mejora de la ciudadanía.
SP: –Creo que hay más vínculo entre las políticas y las prácticas docentes; no creo que la brecha sea tan grande. Todo el sistema educativo, en general, tiende a hacer tres cosas: cualifica para el mundo del trabajo, socializa en una cultura en común, y permite el desarrollo de identidades. La historia también sigue esos lineamientos del sistema educativo. Por un lado, cualifica dando herramientas cognitivas para la sociedad del capitalismo contemporáneo, un “cognetariado”, una especie de base de trabajo cognitivo que se hace en todo el mundo. La historia también socializa: crea la historia nacional y va dando criterios comunes para entender qué es ser mexicano, qué es ser ciudadano. Por último, también desarrolla identidades: hay un potencial cuando se marcan otras historias, como la de la sexualidad, la de los derechos, para así poder entender cómo se ha perseguido a las mujeres, a los homosexulaes, a los indígenas. Entender por qué decimos que Uruguay tiene la garra charrúa, de dónde sale esa identidad: la historia nos puede ayudar a reflexionar sobre eso.
–¿Cuál es el uso de la investigación científica, de lo que producen los investigadores?
SP: –Hay varias posiciones al respecto. Es muy importante que haya buena historiografía y buena producción histórica, porque sin ella el profesor no sabe buena historia y las clases tienden a bajar su calidad notablemente. A su vez, tiene que haber adaptaciones de esa historiografía nacional para tomar en cuenta los intereses de los chicos y de los profesores. La función social de la historiografía es complicada, hoy día, porque los historiadores tienen que producir con los nuevos niveles de exigencia académica para los científicos, entonces cada vez se encierran más, con un vocabulario mucho más complejo que no es accesible para el público en general. Otro problema es que no se está formando a esos historiadores para la difusión de sus descubrimientos, no saben cómo reproducir y ajustar sus investigaciones.
–¿Cómo ha sabido hacer uso de la tecnología en las aulas la enseñanza de historia?
AZ: –La tecnología es una novedad extraordinaria. Hice toda mi educación sin el uso de la tecnología, mientras que ahora cada uno en su teléfono tiene libros, mapas e interacción con docentes y compañeros; esto significa una democratización muy grande de los conocimientos, aunque se trata de conocimientos de calidades muy distintas. A su vez, dinamiza mucho y permite hacer muchas cosas, aunque no garantiza nada: el interés por saber es la base de todo, y tener algo en la pantalla no garantiza que se pueda despertar el interés de los estudiantes: lo que es importante es cómo lo cuente el profesor.
SP: –Hay que tener cuidado de no caer en el fetichismo de la tecnología. Sin lugar a dudas, es algo que tiene que estar dentro de las escuelas, pero hay que tomarlo con sus bemoles. No hay que creer que la tecnología soluciona el problema, no hay que pasar del libro a algo tecnológico manteniendo la misma dinámica. Todavía no hay suficientes estudios para saber si cuando se usan las tecnologías se aprende más; se puede aprender distinto, pero no se sabe si más y mejor. En el tipo de conocimientos que requieren las ciencias sociales, y la historia en particular, las tecnologías no lo ofrecen tanto; en historia hay formas en las que la narración del profesor puede servir mucho más. La tecnología tiene que estar, porque sin ninguna duda hay que reducir la brecha digital, que es a su vez una brecha de desigualdad social, pero usar la tecnología no significa que el docente sea mejor o que se aprenda más.