Pedagógicamente tenemos chance de que la búsqueda del conocimiento pueda reunir simultáneamente sus dimensiones ética (lo bueno), estética (lo bello) y política (lo justo). Como sabemos, esta síntesis, que se apreciaba como una unidad en la civilización griega bajo el concepto de areté, se dispersó en el transcurso de la modernidad y su alcance se vio fragmentado. Es por ello que, en general, hoy en día una obra de arte, especialmente una que no “habla”, como la pintura o la escultura, se aprecia según criterios estéticos. Sin embargo, no surge inmediatamente la pregunta sobre si lo que aporta es valioso o transformador para la vida en común. Lo mismo ocurre en la actualidad con lo reñido de las esferas de la vida pública y privada de actores sociales, que genera una tensión entre lo ético y lo político. También puede pasar con una excelente exposición oral que es cuestionada porque el powerpoint fue muy estático, o con el reacondicionamiento necesario para una mejor circulación en la ciudad que no condice con el paisaje. Y así podríamos continuar con la enumeración de diversas situaciones de nuestra cotidianidad.

Pero creo que todavía estamos a tiempo de caer en la cuenta de que toda búsqueda y producción de conocimiento puede reunir las tres aristas. Hace pocos días intentaba ayudar a una de mis hijas con algunos ejercicios de trigonometría y dos por tres aparecía el número pi, hasta que otra de ellas, bastante menor, me preguntó qué era tal número. Intenté una explicación, aunque reconozco que no me esforcé con la definición de irracional (lo bueno, o “lo correcto”), sino que dije: –Se llevan descubiertos diez billones de números después de la coma, a esta altura sólo con computadoras; eso me parece apasionante, curioso, como que siempre se puede buscar; es algo infinito, es un desafío, y es elegante que al final todo eso se escriba “pi”.

Elegante, esa fue la palabra que me surgió: un criterio estético que alimenta la búsqueda humana. Hasta que alguna balbuceó, no sé si ellas, mi hija mayor o mi esposa:

–Buscar esos decimales es una pérdida de tiempo, habiendo tanto por hacer.

Aunque sea para colocar en contradicción, se planteó el criterio político sobre a qué es justo dedicar nuestro tiempo. Porque lo político también abarca el ejercicio de priorizar, ya que, siguiendo determinados valores, concentramos recursos, tiempo y personas en tal o cual aspecto de la vida social y no en otros.

Volvió a tomar la palabra la que se estaba ejercitando en trigonometría:

–No sé si vale la pena tanto esfuerzo, dijo, refiriéndose a lo que ahora estamos llamando dimensión ética (lo bueno), es decir, si hay algún horizonte normativo que oriente nuestra conducta y haga valiosa nuestra apuesta, en este caso, dedicar tiempo y concentración en ejercicios. En un pasaje de la introducción de La relación con el saber, Bernard Charlot plantea que esfuerzo y placer (lo estético) pueden ir de la mano en los procesos educativos, precisamente cuando hay algún sentido que los articula. Es decir, estudiar, investigar, conocer, preguntar, leer, escribir, exponer, son algunas de las diversas actividades que realizamos en centros educativos en las que podemos hallar pistas para disfrutar de esta aventura humana, para “ser y estar [lo bueno] en el mundo, transformándolo [lo político]”.1

Hace menos días me crucé en el corredor de un centro educativo con un docente de comunicación visual que, a la vez, es artista. Comentamos la noticia del robo de algunos materiales de un hospital público por parte de recientes egresados de la Facultad de Medicina y, en un contexto de múltiples ironías, señaló:

–Es parte de una decadencia general. Si hacemos cualquiera y reconocemos el error [lo ético] no pasa nada [lo político].2

–Capaz que debemos incluir una materia de ética en la formación profesional, aunque eso no asegura nada; si estudio el planteo de millones de autores eso no me cuestiona personalmente –respondí.

–¿Para qué estudiar qué puede estar bien o mal, si es todo relativo? –retrucó con ironía.

–Como en el arte, todo es relativo.

–Incluso en el arte, donde quizás más que en otros órdenes todo es discutible, en esto mismo ya estamos tocando fondo [lo ético].

Y la rematamos con una autocrítica a ciertos intelectuales, que, frente a una pregunta, suspiran y hacen un chistido, como teniendo que juntar fuerzas para explicar algo complejo o que viene de lejos en pocos minutos, o simplemente esbozan que se trata de un fenómeno “multicausal”, sin esbozar ninguna pista.

Disfruté esos cinco minutos en el corredor (lo estético). Entre comentario y comentario, entre preguntas sarcásticas, navegamos la búsqueda de la aventura humana. Intentar comprender lo que somos, lo que hacemos, lo que sentimos, lo que vivimos; esbozar criterios, acciones, opiniones. Y creo que nos hizo bien. Ojalá nos comprometa. Decía Kant en Sobre pedagogía que la educación es la tarea por la cual el hombre llega a ser hombre. Incluso, en algún momento, se plantea este desafío como “perfección”. Es decir, si areté fue traducida aproximadamente como virtud y el ejercicio de esta nos humaniza, pedagógicamente tenemos chance de reunir en lo bueno a lo bello y lo justo, en las caras de nuestro prisma personal y social.

Al ser reconocida en una persona o en una institución, esta tríada configura autoridad, como authoritas, o “saber conducir”. Le reconocemos autoridad que proviene de asumir una responsabilidad; al decir de Arendt, al intentar mostrar qué nos construye como humanidad y nos hace “perfectos”, en términos kantianos. Pero ya entramos en otro terreno y no es justo que se diluya la lectura de quien se atrevió a llegar hasta aquí.

Referencias:

  1. “Lo bueno” y “lo político” son términos que empleo para vincular la expresión de Paulo Freire con el planteo.

  2. Ídem.