Para Melanie no hay nada mejor que ir a la piscina los martes, Vanessa dice que la parte más divertida de la semana es la visita a la biblioteca de los miércoles, pero a Edwin le parece que lo mejor es ir a la playa a hacer canotaje los lunes y los jueves. Cada uno de los asistentes al club de niños Rambla Francia del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU) tiene su actividad predilecta entre las muchas que se ofrecen en verano. Este club es uno de los 156 que hay en el país y que recibe a niños y adolescentes durante todo el año lectivo, con una continuidad en el verano. la diaria visitó el club Rambla Francia luego del desayuno, que es una de las dos comidas que hacen allí, y antes de ir a la biblioteca. Entusiastas, los niños contaron con lujo de detalle cómo es pasar las vacaciones rodeados de amigos.
El club Rambla Francia tiene una particularidad: más de 40% de los niños son inmigrantes: Ana Paula, Alejandra y Joaquín vienen de Perú; Vanessa y Denelis son de Venezuela; Carla, Rosmari, Edwin y Cristofer llegaron desde República Dominicana. La directora Analía Torterolo contó que cuando llegó al club, en 2016, la ola migratoria estaba comenzando y lo primero que hizo fue informarse sobre el tema, porque a la institución llegan familias en busca de respuestas. “Nos unimos con la ONG Idas y Vueltas, que a su vez está en contacto con el consultorio jurídico de la Universidad de la República (Udelar), el Ministerio de Relaciones Exteriores y el Museo de las Migraciones. Teníamos que informarnos, porque si no me sentía como una traba, no podía ayudarlos. Así, entre la ONG y el Ministerio de Desarrollo Social (Mides), empezamos a armar un circuito de ayuda y los apoyamos en temas como la vivienda, la integración y la educación”, detalló.
Están trabajando con 60 niños, pero ya lograron una habilitación para aumentar el cupo a 70, ya que la demanda es muy alta; en total, entre el equipo de dirección, coordinación, educadores y talleristas, 16 adultos trabajan en el centro. Los niños llegan derivados por la ONG o por la propia recomendación de otras familias migrantes: “Nosotros a veces somos los que orientamos hacia dónde tienen que ir, los ayudamos a guiarse en los temas de documentación, por ejemplo. Tratamos de ser un espacio de contención para los niños y sus familias”, comentó Torterolo. Todas las nacionalidades están integradas y todos son amigos apenas conocerse. “El trabajo es natural, están integrados. Para ellos no es raro que sean de otro país. Preguntan de dónde son y comentan que en el club hay alguien más de ese país y listo, se empiezan a conocer”, ejemplificó la directora.
Tanta diversidad es un enorme potencial para el trabajo con los niños. El año pasado, con el apoyo de un proyecto de la Udelar, decidieron trabajar en profundidad varios ejes culturales: “Compartimos los juegos populares, las canciones, los bailes, la gastronomía. Hicieron un intercambio entre los países; por ejemplo, bailaron bachata y los padres participaron en un taller de cocina. Eso también nos ayudó a entenderlos un poco más: entendemos cuando extrañan sus comidas, sus sabores, cuando algo no les gusta; entendemos que tienen una cultura distinta”, explicó la directora.
Clubes de niños en Uruguay
En 1992 se conformaron los clubes de niños del INAU, aunque algunos ya trabajaban desde un poco antes. Actualmente hay 156 centros de este tipo en todo el país, que reciben a 10.300 niños y niñas. Todos los clubes de niños, en algunos casos gestionados directamente por organizaciones de la sociedad civil, siguen algunas líneas programáticas generales y generan un proyecto de centro. Para el INAU es fundamental que en estos espacios se trabaje en salud integral; educación y desarrollo cognitivo; autocuidado, familia y referentes afectivos; y habilidades sociales y desarrollo de intereses para generar autonomía progresiva.
En la página web del INAU definen a los clubes de niños como “centros socioeducativos de atención diaria, de promoción y protección de derechos”, que “acompañan la acción de la familia y de la escuela en la educación, socialización, desarrollo, crianza y mejora de la calidad de vida”. Así es como también los entiende Torterolo: “Es un complemento para ellos, es un apoyo a sus derechos. Ese tiempo que el niño podría estar solo en su casa ahora lo pasa en un espacio cuidado, donde se piensan un montón de actividades a nivel grupal y se atiende en lo individual. Es un espacio cuidado, de contención y apoyo”. Además, la directora lo entiende como un ámbito “muy rico porque complementa también la vida en familia; podemos notar cosas que quizá a los padres se les pasen por alto por la carga en el trabajo, porque estamos con ellos y los acompañamos”.
En el club Rambla Francia también se trabaja la circulación por la ciudad como un elemento fundamental. Intentan establecer nuevas alianzas con diferentes instituciones del barrio, que permitan generar un recorrido que promueva los derechos culturales: visitas a bibliotecas, museos, teatros, todo a disposición de los niños.
Las actividades son continuas durante todo el año, aunque en verano aparecen algunos convenios temporales, como las actividades en la playa Ramírez que se coordinan con la Intendencia de Montevideo. “Varias actividades son a demanda de los gurises y en función de lo que podemos conseguir para ofrecerles. Tenemos piscina durante todo el año, campamentos, actividades deportivas, y el taller de ajedrez para la convivencia que propone el Ministerio de Educación y Cultura. También hay talleres que pueden llevar adelante los educadores según su formación ‒de cuentos, de cocina, de reciclaje, de manualidades‒; eso depende en alguna medida de la demanda de los chiquilines”.
Espacio adolescente
Los niños no son los únicos beneficiarios de este programa. En paralelo al club de niños funcionan los espacios adolescentes y los centros juveniles. Muchas veces todos conviven en el mismo predio, como en el caso del club Rambla Francia. En Uruguay hay 110 centros juveniles y 13 espacios adolescentes, que atienden a 6.300 jóvenes. La mitad está en Montevideo y el resto en el interior del país.
En los programas de adolescencia se trabaja con tres perfiles diferentes: padres adolescentes; adolescentes que cumplieron con medidas privativas de libertad, a quienes se les hace un acompañamiento al egresar (en coordinación con el Mides y el Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente); y adolescentes en general que pueden o no estar en situación de vulnerabilidad social. Las líneas programáticas en el trabajo con adolescentes son un poco distintas de las del trabajo con niños: apuntan al autocuidado, al desarrollo cognitivo, proponen un acercamiento al mundo del trabajo, enfocados en el desarrollo de talentos y el trabajo en las habilidades sociales y comunicacionales, en relación con la construcción de vínculos y ciudadanía.
Al club Rambla Francia concurren 25 jóvenes. La directora considera que es un ámbito imprescindible a esa edad: “Es un espacio muy acompañado, muy de cuerpo a cuerpo. Los ayudamos en los estudios y se apoyan entre ellos: el que sabe más de matemática ayuda al que está más flojo en esa materia”, destacó. Al igual que los niños, los jóvenes tienen una fuerte relación con el barrio: hacen recorridas y actividades relacionadas con las instituciones aliadas. De hecho, como proyecto se propusieron elaborar en conjunto una guía del barrio, que incluya todas las prestaciones a las que se puede acceder.
Torterolo remarcó que el acompañamiento tiene dos líneas importantes: acompañar a los muchachos a que terminen el ciclo básico de la educación media sin rezago y apoyarlos en la búsqueda de trabajo. “Los acompañamos hasta que sepamos que están por egresar del liceo o la UTU, o que tienen una beca de trabajo o una pasantía. Por ejemplo, ahora tenemos algunos adolescentes que están en Arquitectura del INAU; tratamos de promover que tengan una primera experiencia laboral y los acompañamos siempre, en cada momento”, explicó. Para ella, “este es el tipo de proyecto de los que debería haber más”, ya que “son espacios socioeducativos, de promoción de derechos, de apoyo y de cuidado”.