Juan Ignacio Pozo es un académico español que se ha especializado en psicología cognitiva del aprendizaje. Es doctor en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid, donde actualmente es catedrático en el Departamento de Psicología Básica y da clases en la carrera de grado de Psicología y en el máster de Psicología de la Educación. La semana pasada estuvo en Montevideo, en el marco del X Congreso Iberoamericano de Educación Científica, organizado por el Consejo de Formación en Educación y la Cátedra Unesco de Educación Científica para América Latina y el Caribe, en el que dictó la conferencia de cierre, “Alfabetización científica en tiempos de posverdad”. Después de varios minutos en los que se dedicó a firmar autógrafos y tomarse fotografías con asistentes al congreso que lo esperaron a los pies de la tarima donde dio la conferencia, fue entrevistado por la diaria.

Entre otros temas, Pozo habló del papel que juega la motivación en la educación, uno de los tópicos que ha desarrollado en su trayectoria académica. En concreto, afirmó que no es posible que alguien aprenda si no está motivado, ya que el aprendizaje requiere esfuerzo. De la misma forma, señaló que también es necesario estar motivado para enseñar a otros, aunque advirtió que la motivación no es algo dado, sino que se puede construir. En suma, si bien admitió el valor de las habilidades socioemocionales en la educación, analizó que los cursos que se imparten en el sistema educativo no se vinculan adecuadamente con los aprendizajes. En relación con el aporte que hacen a la educación las nuevas tecnologías de información y comunicación (TIC), advirtió que “están transformando muy poco, porque el uso que se hace de ellas es muy poco eficaz”. En ese sentido, consideró que podrían aportar a que los estudiantes se vinculen críticamente con la información y no a “recortar y pegar”. Acerca del uso de los medios digitales de comunicación, como el teléfono celular, entendió que se debe educar a los niños y jóvenes en su uso, en particular para el acceso a la información que permiten.

¿Es posible aprender si no hay motivación?

No. El aprendizaje requiere motivación porque requiere esfuerzo. Nada importante se aprende en el primer ensayo; si quieres aprender a jugar al tenis, al ajedrez o inglés, necesitas práctica. La cuestión es qué te mantiene en esa práctica, qué satisfacción te da o qué logras a cambio. La escuela normalmente ha jugado a un juego con la motivación: lo que te da a cambio del esfuerzo es mantenerte en el sistema educativo superando cursos, las calificaciones, y eso es lo que motiva a muchos estudiantes. En la educación obligatoria ha pasado que cuando se ha extendido a grupos sociales que no quieren ser incluidos en la escuela, que no esperan nada de ella, los alumnos de esos grupos sociales no se sienten motivados. No se esfuerzan porque saben que su situación social no va a cambiar por eso. Por otra parte, antes había quienes ascendían en la escalera de la formación obteniendo unos títulos que les aseguraban un espacio en el mercado de trabajo, y ahora tampoco es así: puedes terminar una licenciatura y seguir [buscando empleo]. Se ha perdido esa motivación y surge la necesidad de generar otro tipo de motivación. En psicología se le llama motivación intrínseca, que se presenta cuando lo que te mantiene en el esfuerzo es la sensación de disfrutar y lo que logras haciéndolo. Aunque seas un competidor, no aprendes a jugar al tenis porque obtengas algo a cambio, sino porque te da placer hacerlo, disfrutas jugando. Hay que conseguir que los alumnos encuentren sentido al aprendizaje de la matemática, a la lectura, a la física y a lo que sea.

¿Se puede trabajar para construir esa motivación?

Sí, claro. Frente a la idea que tienen muchas veces los profesores de que hay alumnos motivados y otros no motivados, lo que hay que lograr es construir motivos, metas. Un alumno supuestamente no motivado puede encontrar cosas que tienen sentido. Hay que partir de las prioridades del alumno para cambiárselas; a lo mejor, no le interesa la ciencia pero sí un problema concreto cuya respuesta está en la ciencia. Yo puedo orientarlo hacia ese problema, se hace la pregunta y va a descubrir que para poder responderla necesita leer ciertos textos, entre otras cosas.

Del lado del docente, ¿se puede enseñar sin estar motivado?

Estamos en lo mismo, es el mismo modelo de motivación intrínseca o extrínseca. Un profesor que no esté motivado para enseñar obtiene a cambio el salario, las condiciones profesionales. Teniendo en cuenta las condiciones profesionales del profesorado en la región, eso a veces no resulta muy estimulante. Es ideal, sobre todo para los esfuerzos de innovación, encontrarle sentido, disfrutar y tener metas que te articulen tu propio esfuerzo. De lo contrario, es muy alienante. Ese es el problema cuando manejas motivaciones externas.

¿Cómo es el vínculo entre las habilidades socioemocionales y las académicas?

Una cosa que la psicología y la educación han marginado durante mucho tiempo es el papel de las emociones. La escuela no te enseña a gestionar las emociones, te enseña conocimiento. Yo creo que hay que ayudar a las personas a gestionar sus emociones porque son una parte fundamental de su manera de interactuar con el mundo. El problema es que la estrategia que se está utilizando, en mi opinión, es errónea, porque consiste en dar cursos o realizar actividades en las que la emoción aparece fuera del propio aprendizaje; en lugar de que tú sientas la emoción o no de aprender y, por ejemplo, [ver] cómo gestionas la frustración cuando no logras el resultado esperado para poder perseverar, o cuando te encuentras con una persona que se opone a tu punto de vista. Se dan cursos de inteligencia emocional, de cosas muy vagas, que se supone que te ponen en un estado positivo, favorable, pero que en realidad tienen muy poco vínculo con lo que estás aprendiendo. Pongo un ejemplo de un área en la que ahora estamos trabajando mucho, que es la educación musical. Si algo tiene que ver con las emociones es la música, una música que no emocione no sirve para nada. A los músicos se les enseña a tocar los instrumentos sin procesar sus emociones y, según muestran muchas investigaciones, la emoción que sienten con mayor frecuencia los músicos profesionales de formación clásica es el miedo escénico, el miedo al error, en lugar de sentir lo que están haciendo y lo que están comunicando, como si fueran meros técnicos. Tenemos que reintroducir la emoción en la acción de enseñar y en la acción de aprender. Al final, si intentas recordar a los docentes que marcaron tu trayectoria y de los que tienes un gran recuerdo, a lo mejor no eran los que más sabían, sino los que más emociones transmitían: eran más empáticos, se preocupaban por que aprendieras, notaban que existías para ellos.

¿Cuál es el rol que juega la lectura en el aprendizaje?

La lectura sigue siendo esencial. Aunque hoy se habla de lectura digital, leer en pantalla es más difícil, porque un texto fue organizado por un autor de una manera lineal, lo articula para que lo leas en ese orden. Ahora, cuando lees en pantalla vas saltando de una pantalla a la otra, e integrar eso es mucho más difícil. Hay más códigos –visuales, auditivos–, es todo más complejo. La lectura sigue siendo un elemento fundamental en el acceso al conocimiento, pero lo que ha cambiado son las formas de leer. Hoy ya no basta con saber leer, hoy hay que saber para leer. Cuando uno lee un texto tiene que ser para ir más allá del texto, no para repetir lo que dice –como muchos aprendimos–, sino para inferir cosas que no están en él, relacionarlo con otros textos, llegar a conclusiones que no están en el texto. Eso es lo que exige hoy la formación ciudadana, incluso la economía. Gran parte del esfuerzo de estudios como las pruebas PISA, que evalúan los niveles de lectura y escritura de los alumnos, tiene que ver con la necesidad de tener una sociedad basada en buenos productores y consumidores de símbolos, porque eso es lo que va a mantener la economía. La riqueza de un país ya no son sus bienes materiales, es su capacidad de manipular simbólicamente los bienes materiales; esos son los países ricos.

En la conferencia también mencionó que, cada vez más, los estudiantes leen y escriben para ser evaluados, lo que hace que repitan lo que otros ya dijeron sin haber un vínculo crítico con ese saber.

Evidentemente, y eso tiene que ver con la forma de evaluación. Si queremos cambiar la educación, lo que hay que cambiar más esencialmente son las formas de evaluar, que están muy vinculadas a la motivación. El alumno muchas veces se esfuerza para lograr buenas calificaciones o para tener el rendimiento que se espera de él. Las formas de evaluar son críticas y seguimos teniendo formas de evaluar muy tradicionales.

Muchos profesores vinculan el rigor académico a las formas exigentes de evaluar a los estudiantes.

Eso está demostrado que no funciona. No es verdad que al exigir más motives más a los alumnos; al revés: los motivas menos y se esfuerzan menos. Exigiendo más desconectas a más alumnos; hay muchos que saben que por más que se esfuercen no van a llegar, por lo que dejan de esforzarse. Lo que hay que hacer es exigir en función del nivel de los alumnos y, sobre todo, de las metas que ellos tienen, y vincular el esfuerzo a las metas. En la educación obligatoria lo fundamental es que una vez que el alumno sale del aula siga valorando ese conocimiento. Si yo enseño ciencia a un alumno y en cuanto sale del aula como ciudadano piensa que la ciencia no sirve para nada, jamás la utilizará. Entonces, la pregunta es para qué le he enseñado ciencia.

¿Cuáles son las habilidades más importantes que debe tener un docente en la actualidad, ante estos desafíos?

Creo que el cambio fundamental es que durante mucho tiempo se entendía que un docente era alguien que tenía un conocimiento que había adquirido y se lo transmitía a otros. Hoy en día ya no basta eso: ser un docente sobre todo es ser capaz de gestionar relaciones humanas, grupos sociales, emociones, interacciones. Un docente también es responsable, quiera o no, de los actos de bullying que hay en su aula, de las interacciones sociales; puede mirar para otro lado, pero eso es muy poco educativo. Sobre todo, ser docente es entender que si tú eres docente de química, no trabajas con la química, trabajas con la mente de tus alumnos; la química es el elemento para transformar esas mentes. Pero tu objetivo es cambiar la forma en que esos alumnos se comportan, viven, sienten. No basta con saber química, es mucho más complejo. Se produce una paradoja, en un momento en que la profesión docente está mucho más en riesgo que nunca a nivel político, social, económico. A la escuela no le quedan primicias informativas, el alumno accede a la información fuera de la escuela. En un momento en que la profesión docente está más desvalorizada, es más complejo que nunca ser docente, hay mayor nivel de exigencia por parte de la sociedad. No tenemos otra vía que reconocer socialmente a los docentes; la formación docente es la única vía para mejorar la educación.

¿Cómo está impactando el uso de las TIC en la lectura?

Las TIC están transformando muy poco, porque el uso que se hace de ellas es muy poco eficaz. Las TIC serían muy potentes si sirvieran para que los alumnos aprendieran a gestionar una información más dialógica, incierta, pero lo que los alumnos hacen con las TIC es recortar y pegar, buscar la información y colocarla; no piensan ni se interrogan acerca de ella, no la compararan con otra. Cuando la función de las TIC es sustituir al docente, empobrecen la educación; si su función es ofrecer esa ventana para dejar la idea de que en el libro de texto está todo y buscarlo en la sociedad, entonces sí. Pero eso se hace muy poco.

¿Cómo se explica que, a pesar del creciente desarrollo científico, la población muchas veces no lo tiene en cuenta y de esa forma se genera desinformación?

Hay una mala distribución social del conocimiento, de las formas de pensar, de la ciencia. No estamos formando una ciudadanía crítica. En el momento en el que hay unas tecnologías de tan fácil acceso, tan potentes, con tanto contenido emocional, con tantos intereses económicos detrás, captan tu atención. Hoy Facebook es la principal vía de información de los jóvenes, y tiene una diferencia fundamental con un medio de comunicación. El medio está filtrado por unos profesionales que valoran la calidad de la información y toman decisiones; en Facebook todo vale, y tiene más eco lo más escandaloso, lo que produce más ansiedad, más dolor. Acaba siendo una ventana alarmista, que sabemos que, aparte del mal uso que se haga, hay un uso muy deliberado en ese sentido. Hoy en día, hay verdaderos proyectos políticos basados en desinformar a las personas. Esto está teniendo unas consecuencias muy importantes. Al fin y al cabo, la escuela, con sus limitaciones, difunde o divulga un tipo de información o de conocimiento socialmente validado. Pero, por ejemplo, en España se dice que una de las profesiones con más futuro es la de influencer. ¿Y qué demonios es un influencer? Es alguien que difunde sus sesgos, sus creencias, sus preferencias, y tiene un eco impresionante sobre la gente. Pero no está filtrado, cualquier cosa que diga esa persona puede tener un efecto. Tenemos que formar ciudadanos que sean capaces de valorar críticamente la información: contrastarla con otra, buscar otras fuentes, conocer los sesgos. Tenemos que meter eso en la escuela. En España ahora, en la mayor parte de los centros educativos, se prohíbe que los adolescentes lleven el celular porque eso interfiere. ¿Qué ganas con que no lleven el celular, si cuando salen fuera de la clase...? Tienes que educar la forma de usar el celular. No hay otra.