¿Existe acaso un día, un solo día en que una organización humana no se plantee un asunto cuya raíz es un dilema ético? No lo hay. No lo hay porque la ética existe en la constante construcción de humanidad, por lo cual toda organización, empresa, institución, posee la responsabilidad de decidir en forma permanente su contenido ético, y aunque realizara un esfuerzo por esconderlo, o acaso ignorarlo, nunca podría, dado que este se manifiesta en forma espontánea en la impronta, en la identidad, en la cultura misma de la organización, en su forma de ser y hacer. Hay una vida humana de la persona y hay una vida vital de las organizaciones. En ambas, la ética es contenido implícito y manifestación explícita. Como cuando elegimos la fruta en la feria y sabemos que el aspecto de la cáscara no nos asegura la calidad del fruto, pero refleja tiempos de maduración, e incluso en su aroma o al tacto, nos da información de cómo está su pulpa.

La ética es el “aceite del motor” del destino de las personas y del destino de las organizaciones. Llámese destino a la dinámica del tiempo conjugándose en sus tres formas –pasado, presente, futuro– y a la apariencia consecuente que conlleva a nuestro juicio a categorizar fracasos y logros, acorde a las pequeñas y grandes elecciones y decisiones cotidianas.

La formación actual para la administración y gestión de recursos humanos en distintas partes del mundo incluye contenidos éticos que refieren a la transmisión de valores, a manera de criterios, que puedan brindar un marco de referencia para la acción. Fundamentalmente, dicha formación apunta a la atención de circunstancias frecuentes y otras emergentes en cuanto a relaciones humanas en el ámbito laboral. Hablamos aquí, al decir frecuentes, de contratar, administrar, evaluar, delegar, despedir... entre otras operaciones funcionales; y al decir emergentes, podemos pensar en las circunstancias que escapan a dichas operaciones pero que en su globalidad pueden tornarse tan frecuentes como las primeras: discordias, imprudencias, competencia mutua negativa, interferencias en la comunicación, disgusto con el otro, destrato, escasa implicancia particular en lo primordial para el grupo... entre otras.

Dejemos claro aquí dos puntos relevantes. Primero, lo que ya seguramente hemos experimentado y comprobado en nuestros diversos ámbitos de relación humana: una actitud positiva es valiosa pero no es suficiente. Segundo: la importancia de resignificar –en el marco del proyecto– los conflictos, no como impedimentos sino como oportunidades, sabiendo que la meta no es eliminarlos sino ‘atravesarlos’ con un sentido de aprender a partir de ellos.

La educación en valores ha cobrado una importancia real en el siglo XXI a nivel de propuestas educativas formales y no formales, procurando desarrollar ciudadanía responsable en toda la trayectoria curricular. Las propuestas se encaminan de esta forma hacia la educación emocional, el desarrollo de las llamadas “competencias”, entre las cuales se destaca el saber hacer compartiendo, colaborando, cocreando e incluso el conocimiento global de problemáticas que la humanidad debe llegar a sentir como propias, para, desde la responsabilidad vivenciada, tomar partido en ello. Ejemplo de esto es la educación ambiental y la innumerable cantidad de propuestas que las nuevas generaciones realizan en pos de asumir la tarea de ser ciudadanos del planeta dispuestos a transformar malos hábitos y crear nuevas costumbres saludables para la comunidad global.

El mundo del trabajo se encuentra en un constante cambio, hacia la diversificación y especialización, pero también hacia la creación de nuevos servicios. Allí, en el territorio, donde las posibilidades de educar y los desempeños laborales se encuentran, emerge la necesidad de que la formación ética encuentre su espacio en empresas e instituciones, en redes humanas activas. Las organizaciones, como lugar social, como lugar productivo, generador de cultura, le dan la bienvenida a una intervención educativa que utiliza la pedagogía y la didáctica para “alfabetizar” acerca del bien común.

Este proyecto nace en un ámbito educativo universitario, en el marco de un curso de Educación Permanente de la Unidad de Posgrados de Humanidades en Uruguay; pero se gesta en la trayectoria de la carrera de una maestra de primaria que también es licenciada en Filosofía. Por ello, contiene inevitablemente un andamiaje pedagógico-didáctico a la vez que un conjunto de contenidos de la filosofía práctica, ensamblados para una misión educativa.

Los dilemas éticos reales, concretos, cotidianos, son los que protagonizan un alto porcentaje de las relaciones humanas en el ámbito de desarrollo de las diversas organizaciones, y que tantas veces escapan a las generalidades que puedan determinarse desde un estudio teórico de definiciones éticas.

Aprender y ejercer ‘lo bueno’ ha sido un desafío histórico y cultural de la humanidad que no atañe únicamente a la educación de los niños, a los estudiantes jóvenes y adultos que se inclinan hacia el conocimiento ético-filosófico, el conocimiento legal en el derecho o el conocimiento teológico para creyentes religiosos. Aprehender ‘lo bueno’ es de interés humano por cierta naturaleza vital que tiene la convivencia con uno mismo y con el otro. De ello hablaban los teóricos que explicaron el funcionamiento de la razón práctica refiriéndose a la capacidad de discernir el cómo se debe actuar en cada caso. De ello también hablan los tradicionales diálogos internos que las personas mantenemos a fin de vislumbrar opciones justas frente a los asuntos intrincados familiares, laborales, sociales. Y de ello además hablan las indispensables conversaciones mutuas que mantenemos con nuestros vínculos, reflexionando en voz alta, pretendiendo cumplir la mejor disposición.

Claro que el tema puede llevarnos a un territorio de ensoñación, provocado por el descreimiento acerca de la existencia de lo bueno. Así sucede cuando frente a la estatua de Confucio, en el Parque Rodó, leyendo el texto sobre “La Gran Armonía”, es dudoso creer en la existencia de una sociedad donde no hay necesidad de trancar las puertas, o donde los hijos ajenos se sienten y cuidan como a los propios. ¿Será acaso una idea antigua, una idea oriental, una idea distante?

Para evitar caer en cierta dimensión utópica que puede traslucir la aspiración de un proyecto de este tipo, se hace necesario remitirnos a la experiencia. La ejecución del proyecto en forma experimental se está desarrollando en la sucursal uruguaya de una empresa multinacional que se dedica a la importación y venta de insumos informáticos. La condición para que este proceso pudiera darse consistía inicialmente en la concordancia entre la filosofía organizacional de dicha organización y el propósito educativo de la propuesta. Confirmada dicha consonancia, los gerentes y jefes de área fueron convocados a participar en una serie de talleres situados en los cuales se obtuvo una asistencia total, una participación activa que aumentó en cada instancia y una devolución explícita en la que se consideró la relevancia de extender el proyecto a la nómina completa de integrantes de la empresa. Esta evaluación apreciativa confirmó en forma explícita lo que se intuía y perseguía desde el diseño mismo de la propuesta.

Crear estas intervenciones educativas en el propio contexto de la organización no es sólo viable sino también ampliamente rentable, en cuanto produce un beneficio que compensa la inversión o el esfuerzo puesto en ello. Refiere esto último principalmente al tesoro que en toda organización se debe administrar con prudencia: el tiempo.

Si parte del tiempo laboral es utilizado en esta intervención, se sella a través de ello la importancia que la propia organización le otorga a la aspiración que se persigue. De este modo, se estará manifestando sencillamente que a tal institución, a tal empresa, a tal grupo humano, le importa la ética; le importan los principios que rigen la acción de las personas, porque ellos determinan una forma de ser conjunta. Y porque esta forma de ser y hacer del grupo devuelve incesantemente posibilidades de desarrollo personal a cada integrante. Al hablar de desarrollo personal puede citarse: reconocer los propios errores, pedir disculpas, ceder, valorar el talento de otros, procurar llegar a tiempo, apreciar lo que crea valor grupal. Es básico, dirán algunos. Se ha perdido, expresarán otros. Es irrecuperable, podrían sentenciar. Porque cuando de voluntades se trata, los humanos evaluamos prioridades y gana lo que tiene los primeros lugares en nuestras listas. Si acaso en dichos lugares se encuentra ‘lo humano’, entonces la ética será necesaria y no habrá necesidad de argumentar a su favor.

Al ponerse de manifiesto el real interés de la organización por aquello que constituye el valor primordial de la ética, el bien común, no sólo se fortalece la imagen proyectada a los trabajadores, sino que se genera una retribución inmediata en los clientes o redes de vínculos de la organización, dado que todo servicio es a imagen y semejanza del servidor. Ejemplos de esto podrían ser: un conductor de una unidad de transporte que saluda a los pasajeros; un médico que escucha las preocupaciones del paciente; un apilador de mercadería que ayuda al compañero nuevo a aprender la mejor forma de hacer la tarea; un docente que planifica con colegas; un emprendedor que contempla el beneficio del otro en su idea; una persona que revisa sus reacciones al finalizar el día. Se trata aquí de cierto ejercicio de libertad que en última instancia termina definiendo la acción más allá de mandatos externos, porque incluso obedecer o no al mandato externo es de decisión propia y personal.

Sabiendo que las rutinas y costumbres son las bases de la ingeniería cultural de todo ámbito social, establecer el aprendizaje de la ética como parte de una cultura laboral posibilita generar costumbres y rutinas que manifiestan dicho sustento. La creación de un espacio de reflexión promueve el desarrollo del pensamiento alternativo y evita las reacciones repetitivas, sin sentido y tantas veces contraproducentes. Individuos y colectivos que promueven el desarrollo de su racionalidad práctica contribuyen en gran medida a forjar la posibilidad de originar ciudadanía laboral responsable. Entre otras, una consecuencia posible de esto es el cuidado y aprovechamiento de los bienes públicos, sabiendo que para el aprendizaje ético, dichos bienes no son sólo materiales, sino que lo son también todas las circunstancias en las que se forja la ciudadanía en sí misma. Es decir, aprender con uno y con el otro es un ejercicio de reconocimiento en el que este proyecto encuentra su materia prima.

Al desarrollarse en la propia organización, la puesta en práctica de la propuesta puede ser evaluada y retroalimentada en su proceso, haciéndose cercana, viable y útil.

Se hace posible además, la adaptación al grupo en la que se desarrollan las intervenciones, tomando en cuenta sus objetivos, sus metas, su historia, su código de ética y sus características particulares.

En palabras de la filósofa contemporánea española Adela Cortina: “Las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida nos permiten adquirir ciertos hábitos que se tornan virtudes o vicios según su naturaleza. La palabra ‘ética’, nacida del griego ‘ethos’ se refiere pues al carácter que forjamos en nuestro madurar, para cumplir con el fin mismo de la vida humana”.

Frente a tal fin, profundamente vasto, ¿qué nos hace creer que un proyecto de este tipo pueda encontrar vías reales de desarrollo? En un plano amplio, podría decirse que es posible si existen organizaciones a las que les importe la ética. En un plano más inmediato y cercano, lo hace posible la divulgación de este y la sola reflexión de quien se acerca, lo lee, lo piensa y lo cree posible. Y porque todavía existe gente que al barrer su vereda sigue barriendo la del vecino, sin esperar nada a cambio.