“Cada vez que les pregunto a mis estudiantes de doctorado en educación cuáles son las condiciones estéticas medioambientales que necesitan para aprender mejor, la respuesta es un silencio total. Personas con 15 años de escolarización no saben lo que necesitan para estudiar, qué tiempos, ritmos, horarios, colores, luces, grupos: todo lo que parece trivial pero es fundamental para enseñar y aprender parece desconocido”, comentó Guillermo Marini, quien se dedica a que, cada vez más, en las instituciones educativas se enseñe a aprender. El investigador es argentino, enseña en la Universidad Católica de Chile y estudió en Columbia y Harvard, en Estados Unidos; se especializa en Filosofía de la Educación, vinculada al área de la estética y la epistemología, con foco en la formación de profesores. De esos temas conversó con la diaria, en su paso por Uruguay.

Marini estuvo en Montevideo y participó en el seminario Proeducar, organizado por la Asociación Uruguaya de Educación Católica (Audec). Allí brindó la conferencia “Estéticas cotidianas en la educación: desde lo que se ve hacia cómo se siente la escuela” y el taller “Una invitación y 15 preguntas para percibir, imaginar, reflexionar y transformar nuestra escuela”. Destacó la importancia de repensar el cuerpo y su disposición en todas las etapas educativas y reivindicó los estudios filosóficos de la educación como una herramienta necesaria en la formación docente.

¿Qué son las estéticas cotidianas?

Es una noción que viene del mundo anglosajón de la filosofía, de investigadores que estudiaban la filosofía del arte hace unos 25 años y empezaron a darse cuenta de que hay experiencias sensoriales de la percepción cotidiana; de lo que vemos, olemos, tocamos, degustamos; de cómo nos miramos, cómo nos sentamos, la ropa que usamos. Lejos de ser triviales, aunque de hecho así lo parecen, nos condicionan el modo de ser entre nosotros mismos. Incluso tendrían la capacidad, dicen algunos de estos autores, de llegar a determinar nuestras acciones en la vida concreta. Entonces, estética cotidiana alude a un llamado de atención: las decisiones sensoriales que tomamos todos los días pueden tener un impacto decisivo en cómo nos entendemos a nosotros mismos y entre nosotros.

¿Cómo relacionás eso con la educación?

Katya Mandoki, una autora mexicana, habla de las matrices estéticas escolares. ¿Te diste cuenta de que hay escuelas que son como cárceles, otras como hogares, otras como hospitales? Cuando decimos que la escuela parece eso, ¿qué es lo que estamos afirmando? Hay algo que se proyecta respecto de cómo la escuela se ve, que empieza siendo superficial: el color, la textura, la organización del espacio. Pero a medida que observamos con más profundidad, se va volviendo pedagógicamente rico y complejo, porque el modo en que se ve la escuela tiene correlato con el modo en que la escuela enseña. Una escuela-cárcel no solamente se ve distinto que una escuela-hogar, sino que en general tiene distintos ritmos pedagógicos, diferentes modos de tratarnos entre nosotros.

Pero el concepto va más allá de la arquitectura y la disposición de las cosas.

Sí, totalmente. Doy otro punto de vista: el geógrafo chino Yi-Fu Tuan habla del espacio y del lugar. El espacio está vinculado más bien con el mundo de la infraestructura, que posibilita el movimiento; el lugar es ese espacio hecho propio, habitado. Las estéticas cotidianas siempre proponen una base física material que está vinculada a la infraestructura, pero desde el punto de vista de Tuan nos ayudan a pensarnos en tanto seres que tenemos cuerpo, que habitan un lugar en el mundo. Las de espacio y lugar son nociones que dependen de la calidad de relación intersubjetiva; no existe el espacio-lugar si no hay personas que lo habiten y se vinculen, los que definimos la calidad de espacio y lugar somos nosotros.

¿Qué rol juega el docente al definir ese lugar en la educación?

El docente tiene todo por aportar, pero la investigación demuestra que por no tener formación explícita en esta dimensión no lo hace. Las estéticas en el fondo te llevan a darte cuenta de que la percepción sensorial es la primera alfabetización que tenemos en común todos los seres humanos, es la que tenían los humanos en las cavernas, es la que tienen todos los niños hasta que se escolarizan, es la que tienen las personas con alzheimer; todos nosotros durante toda nuestra vida somos seres perceptuales sintientes. Lo loco es que el sistema escolar, la formación de profesores y el currículum en general en Occidente te lleve a dejar en un segundo o tercer lugar lo que vos sentís, porque primero está lo que se puede ver o producir matemáticamente como resultados de aprendizaje.

¿Qué pasos podría dar un docente que quiere transformar su aula?

Hay que partir parando la pelota y siendo lo suficientemente humildes como para preguntarles a los chicos qué es lo que sienten respecto de nuestra clase, cómo la ven, la temperatura que sienten, si les gustan los colores y el mobiliario, abriendo el paraguas a cosas que no siempre nos van a gustar, estando abiertos a que nos sorprendan. Hay cuestiones básicas, que no por ser pedestres dejan de ser profundamente significantes; por ahí pueden empezar los cambios. Atreverse a sentarnos en el banco de nuestros estudiantes y mirar lo que ellos ven todo el tiempo; desafiar la mirada unidireccional hacia el frente, yo diría mover el pizarrón hacia el centro. Otro punto interesante es el tiempo; esta dimensión es decisiva, quizá la más obvia en el sistema escolar: si yo no aprendo a reintervenir o a interrumpir el tiempo cronológico difícilmente voy a poder liberar a un ser humano. Salir del espacio de la sala de clases es otro argumento importante a explorar, recorrer la escuela buscando otro tipo de interacciones, desafiarme deliberadamente como profesor a probar otras modalidades, con otros vínculos con el cuerpo, otro compromiso sensorial para enseñar el mismo contenido que tengo que enseñar por currículum.

Estos cambios parecen más evidentes en la educación primaria, pero más complejos de aplicar en la educación media, donde hay muchos docentes en poco tiempo.

Creo que en ese nivel son todavía más urgentes por cuanto son más bien plegados. Doy un ejemplo dramático: cuando estás en el jardín, por ley, cada niño debe tener dos metros cuadrados de espacio protegido. A medida que el niño crece, su cuerpo se multiplica, aumenta su desarrollo neuronal, su capacidad de desarrollo emocional y social, pero la normativa del espacio decrece: mientras más grande soy, en todo sentido, cada vez tengo menos espacio. Esa reducción del espacio debería llevar a un rediseño imaginativo y valiente de la relación con el adentro y el afuera, con repensar espacios del colegio ociosos, por ejemplo.

¿Se relaciona con el movimiento? Se entiende que un niño de cinco años se mueve más que un adolescente, que puede estar quieto más tiempo.

Eso parte de una comprensión racionalista, abstracta, que no existe. Es un verso eso de que los niños pequeños necesitan moverse y a medida que crecés no tenés ningún problema en quedarte quieto todo el tiempo aunque estés aburrido. Distintas personas tienen distintas modalidades cognitivas y distintas necesidades corporales. Hay personas que aprenden mejor solas, otras en compañía; a la mañana, a la tarde o a la noche; en grupos dinámicos o estáticos; leyendo o cantando: la escuela debiera hacerse cargo de la diversidad de un modo no tan estándar. Es importante que la escuela brinde instancias de homogeneización, que normalice en el buen sentido, enseñando códigos compartidos; pero también es decisivo que la escuela nos enseñe cuál es nuestro modo personal de hacernos de la realidad, de estudiar y de aprender.

¿Cómo podría un solo docente enfrentar 30 condiciones de aprendizaje distintas al mismo tiempo?

Lo que pasa es que lo formulamos como si el docente fuera una especie de mesías que tiene que poder resolver todo, pero no. El cuerpo es individual, pero la corporalidad es compartida; de ninguna manera vas a poder tener en el mismo lugar cerrado el ideal de situaciones para todos los distintos modos de aprender corporales, pero podés tener ritmos y modalidades de mirar y conversar distintos. Por ejemplo, yo con mis estudiantes de doctorado salgo a caminar por la cancha de la universidad y damos una vuelta; algunos miran con sospecha, como si lo hiciéramos para llamar la atención y no como un modo válido de tratar algunos temas. No le podés pedir al profe que encuentre el modo de los demás ni que someta a todos al mismo, sino ofrecer distintos estilos para que los estudiantes prueben, confiando en que unos trabajen con unos estilos y que otros docentes trabajarán con otros.