La vivencia de estar suspendidos en el seno de una novela de ciencia ficción se nos ha ido configurado, cada vez con mayor nitidez, desde el viernes 13 de marzo, cuando se anunció el primer caso de coronavirus en nuestro país. De forma paulatina, la vida cotidiana se vio interrumpida y se fue tornando atípica tanto para quienes tenemos la posibilidad de quedarnos en casa, estudiando y con teletrabajo, como para quienes salen a pelear, a diario, el plato de comida. Sí, en la desigual sociedad capitalista los efectos de la covid-19 refuerzan, aún más, las desigualdades. Esto no es precisamente porque el mayor número de contagios se ubiquen –aparentemente– en Carrasco y Pocitos como se indica actualmente, sino porque no todos tienen los recursos mínimos para una vida digna que les permita quedarse en casa cuidándose y cuidándonos a todos, como pregonan los equipos de sanidad.

Novela de ciencia ficción que se hace presente, tiempos de excepción que se imponen y desconfiguran la peculiaridad de seres gregarios, seres esculpidos por la cultura y los afectos que nos caracterizan como especie. El estar con otros, el expresar los afectos de forma espontánea, se censura y autocensura por el riesgo al contagio, por el miedo a la expansión de la enfermedad. La proximidad de los cuerpos de los otros, la presencia del otro y su respiración cercana se tornan potenciales amenazas que debemos evitar e incluso denunciar. Irresponsabilidad social, desacato, peligrosidad del otro-semejante se naturalizan en este terrible tiempo de excepción.

Esta ficción-real que nos envuelve me recuerda la novela de George Orwell. En 1984 el autor narra, dos décadas antes de que los estudios foucaultianos comenzaran a circular, la sociedad del miedo, del hipercontrol y del disciplinamiento. El Gran Hermano y los Ministerios del Amor, de la Paz, de la Abundancia y de la Verdad parecen articularse en estos días cuando, tozudamente, se procura reiterar un relato-único que, a pocos días, se ha comenzado a deshilachar.

En este contexto la educación, desde inicial a la Universidad, se ha visto alterada. A diferentes ritmos, las instituciones, mayoritariamente, han cerrado, pero las aulas laten y procuran mantenerse abiertas. Los docentes peleamos por mantenerlas abiertas, inventamos y reinventamos los modos de establecer el contacto con los colegas, los niños y las familias. Correos, Whatsapp, plataformas virtuales, tareas online, screencast, foros, clases virtuales, etcétera, se delinean como un conjunto de herramientas útiles para mantener el lazo educativo, el vínculo con el otro y propiciar los fragmentos de cultura que se ponen en juego en las diversas disciplinas escolares.

Sin duda el espacio virtual ofrece muchas posibilidades, así como nuevas dificultades y desafíos. Los rituales y hasta las rutinas del aula, los hábitos cotidianos del encuentro con los otros se ven alterados. El simple saludo, un gesto de bienvenida, el diálogo sobre cómo están, cómo han pasado, se diluye en torno a una pantalla que tiende a homogeneizar a aquellos –no todos– que han logrado conectividad y disposición intrafamiliar para sostener la tarea propuesta por el docente. Es pertinente señalar que ciertas rutinas y gestos mínimos del cotidiano escolar pueden operar como un andamiaje, a veces inadvertido, que brinda ciertas seguridades, ciertos marcos y lenguajes comunes, máxime cuando refieren al sentido de recibir a un otro en el espacio de trabajo escolar. A su vez, esto supone que una rutina per se no conlleva, necesariamente, una tendencia conservadora. Como lo ha indicado Walter Benjamin, podría operar como plataforma común y habilitar un cambio emancipatorio. La virtualidad también modifica los tiempos subjetivos y los tiempos de trabajo, a veces sincrónicos y mayoritariamente asincrónicos, así como las tareas propuestas. Cadenas de consultas, foros docentes, intercambios de material y propuestas se replican entre los trabajadores de la educación. En este continuo de interconsultas se exponen el compromiso y la solidaridad del docente con su tarea y con las necesidades de los otros, los “recién llegados” en términos de Hannah Arendt.

No se trata de educación a distancia versus escuela en territorio y trabajo en red socioeducativa. La primera es un medio y un recurso que puede potenciar el trabajo del maestro y la escuela en la comunidad.

Espacios, tiempos, distancias, tipos de tareas, formas de encuentro, rutinas, gestos mínimos de las escenas escolares se modifican en la virtualidad. En este tiempo de ficción-real y de excepción, la tarea de los docentes ha sido interpelada, ha exigido y está exigiendo reconfigurarse.

De forma paralela a los aprendizajes en torno a la virtualidad y a la educación a distancia, varias escuelas y maestros sostienen, con los cuidados sanitarios indicados, los encuentros con las familias en el comedor escolar. Allí la mirada, la pregunta del maestro por el niño, la entrega de una tarea, un libro, el cuaderno con canciones, poemas, juegos y ejercicios o la “canasta pedagógica” se establecen como instancias privilegiadas de sostén y cercanía al otro, al más desprotegido de nuestra desigual sociedad.

Esta doble escena nos revela la centralidad de la escuela pública en el territorio, su valor democrático y su utopía integracionista. En estos días, la figura del maestro comunitario ha sido evocada por diversas autoridades de la educación. Sin duda, desde 2005 a la fecha esta figura ha interpelado a la escuela y a la comunidad. El Programa de Maestros Comunitarios ha promovido la centralidad del trabajo con las familias en territorio y el establecimiento de una alianza pedagógica que potencie los procesos de aprendizaje de todos los niños, así como el vínculo del hogar con la escuela. Es posible indicar que este programa actualiza, en una clave urbana y suburbana, el legado sociopedagógico de la escuela rural.

En virtud de lo señalado, modestamente, creemos que el Programa de Maestros Comunitarios junto a la red de trabajo socioeducativo y al dispositivo desplegado por el Plan Ceibal ofrecen dos claves centrales y complementarias para potenciar el trabajo pedagógico. A diferencia de algunas posiciones que auguran el predominio de la educación a distancia y la virtualidad como modelo innovador y futuro deseable en detrimento del trabajo de cercanía y en territorio, reafirmo la centralidad de este último y de la escuela pública. No se trata de educación a distancia versus escuela en territorio y trabajo en red socioeducativa. La primera es un medio y un recurso que puede potenciar el trabajo del maestro y la escuela en la comunidad.

En este tiempo de ficción-realidad y de excepcionalidad se nos han generado más preguntas que certezas, más silencios que verdades. Este momento nos exige más estudio y reflexión al tiempo que nos invita a la prudencia y a mancomunar esfuerzos por una escuela pública en territorio potente y trabajando con el otro por una sociedad más igualitaria. La desnaturalización de esta época de excepcionalidad que nos ha impuesto el aislamiento y sus efectos deshumanizantes será posible con el trabajo activo y crítico de los colectivos docentes junto a las familias y a la sociedad organizada.

Eloísa Bordoli es profesora del Instituto de Educación de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Universidad de la República). Este artículo se escribió con anterioridad a los anuncios de los días 8 y 9 de abril referentes a la posible apertura de las escuelas rurales el miércoles 22 y del posible ingreso del proyecto de ley de urgente consideración al Senado. Sin duda estos dos anuncios ubican, en el espacio público, otros debates imprescindibles que en estos párrafos no se abordan.