Si bien en materia de analfabetismo estamos mucho mejor que hace 50 años, también es posible que estemos peor de lo que pensamos. Beatriz Diuk es uruguaya nacionalizada y radicada en Argentina y tras 30 años de observar estos problemas en centros educativos en contextos de pobreza en ese país, la doctora en Psicología y licenciada en Ciencias de la Educación creó en 2012 el programa Derecho a Aprender a Leer y a Escribir (Dale!). En ese marco, desarrolló un nuevo método de enseñanza para quienes tienen estas dificultades: dos sesiones por semana durante 20 minutos, en las que el docente se dedica de lleno al niño, que siempre está acompañado por un adulto. De quienes participaron en Dale!, 80% aprendió a leer y escribir en 25 encuentros, es decir, entre ocho y diez horas en total.

Hasta este fin de semana Diuk participó en el I Congreso Uruguayo de Ciencias Cognitivas y II Simposio de Educación, Cognición y Neurociencia. Entrevistada por la diaria, planteó que los niños que no aprenden a leer y a escribir en el corto tiempo generarán futuras brechas, tanto sociales como económicas. Además, reflexionó sobre las consecuencias que traerán los largos meses de enseñanza virtual a distancia.

¿Cómo está parada Argentina en relación con el analfabetismo?

No tenemos datos precisos, pero sí la experiencia de que son miles y miles los niños que van a la escuela y no aprenden a leer ni a escribir. No estoy diciendo que no entienden, sino que no pueden escribir ni una palabra. No sabemos cuántos son; han circulado estimaciones en la provincia de Buenos Aires de que 20% de los chicos del segundo ciclo, es decir, cuarto y sexto grado, estaban en esta situación. Nosotros tenemos algún dato que sugiere que hay hasta 10% de los chicos en contextos de pobreza que egresan de la escuela primaria sin saber leer y escribir. Claramente, es un dato preocupante.

¿Es por un tema de aprendizaje o por cómo está estructurada la enseñanza?

No es por un tema de aprendizaje, sino de enseñanza. Lo que hacemos en el programa Dale! es trabajar con uno o dos niños, con un adulto, fuera del aula, dos veces por semana durante 20 minutos. De los chicos que participan, 80% aprende a leer y escribir en 25 encuentros, entre ocho y diez horas como mucho. Cuando un chico realmente tiene un problema, no aprende a esa velocidad. Si lo logran es porque necesitaban una enseñanza diferente. Tenemos dificultades en la enseñanza que hacen que muchos chicos no estén aprendiendo a leer y a escribir, que la escuela no pueda cumplir con su función más básica. Creamos las escuelas para enseñar a todos y todas a leer y escribir, pero en este momento estamos teniendo muchas dificultades para que eso suceda.

¿Las provincias argentinas han intentado implementar Dale! en las aulas?

Hemos tenido varias experiencias. La posibilidad de articular con el Estado varía mucho en función de los gobiernos. Hemos tenido experiencias muy interesantes con las provincias de Mendoza y Salta, también una experiencia importante con la de Buenos Aires. Duran uno, dos o tres años, pero en Mendoza, donde después de un par de años volvimos, quería hacer un estudio con chicos y chicas de cuarto a séptimo grado que no supieran leer y escribir y lo conseguimos. Tres años después de haber empezado a difundir Dale! en la zona, casi no había chicos y chicas mayores de cuarto grado que no supieran leer y escribir, porque el programa se había ocupado de que dejara de suceder. Básicamente, hicimos el estudio con chicos de tercero y algunos poquitos de cuarto y quinto, pero suponíamos que íbamos a encontrar 200 chicos en esta situación, que era nuestra meta, y afortunadamente no fue posible.

El ministro de Educación y Cultura uruguayo, Pablo da Silveira, advirtió que si bien puede decirse que el analfabetismo “no es un gran problema”, el hecho de “que estemos mejor que otros no significa que estemos suficientemente bien”. Agregó que hay indicios de niveles de analfabetismo funcional “preocupantes, cosa que no pasaba hace 30 o 40 años”. ¿A qué creés que se debe?

Es una buena sorpresa que se empiece a reconocer este problema. Hay muchas razones para que sea muy difícil trabajar en contextos de mayor vulnerabilidad, pero tenemos un serio problema metodológico en nuestro país. Estamos enseñando mal a leer y a escribir. Mejor dicho, hemos difundido ideas acerca de que los métodos rutinarios no sirven, no les enseñamos métodos a los maestros en la formación. Hay una idea de que tener un método sistemático y organizado coarta la creatividad, y al abandonar los métodos hemos dejado a muchos maestros sin herramientas y a muchos niños y niñas sin aprender. Creo que tenemos que recuperar métodos actuales, usando el conocimiento que tenemos. En los últimos 50 años la psicología cognitiva ha revolucionado lo que sabemos sobre escribir y, sin embargo, nos resistimos a usar todo este nuevo conocimiento para enseñar mejor. Se está pagando muy caro.

Hay quienes dicen que la tecnología tuvo algo que ver con estos problemas en los niños.

No creo, porque coinciden los grupos con menores niveles de alfabetización con los grupos con menor acceso a la tecnología. No me parece que podamos atribuirlo a la tecnología, que además demanda lectura y escritura, aunque no lo pensemos; sí es cierto que mucho menos. Es cierto también que hoy uno se puede comunicar de manera audiovisual, pero no es el origen del problema. No hay ningún chico, por mucho acceso a la tecnología que tenga, que no quiera aprender a leer y escribir. No existe.

La problemática es tan seria que no podemos dejar solos a la escuela ni a los maestros. Hay que usar todos los recursos que podamos generar para apoyar la promoción de la alfabetización.

El año pasado con Dale! creaste un videojuego para que en las casas se pueda democratizar el aprender a leer y a escribir. ¿Qué evaluación hacés hasta el momento?

La problemática es tan seria que no podemos dejar solos ni a la escuela ni a los maestros. Hay que usar todos los recursos que podamos generar para apoyar la promoción de la alfabetización. Cuando surgió la posibilidad de generar un videojuego trabajamos para que esto exista. Hicimos una versión accesible para celulares de baja gama, especialmente porque nos preocupaba mucho el acceso, más que nada para que se pudiera usar en los celulares que de pronto tienen en las familias de menores recursos. Estamos teniendo un feedback muy positivo respecto de su utilidad, la idea no es que solamente se pueda usar en el colegio; en contexto de pandemia fundamentalmente lo mandamos a las casas.

¿Este videojuego se ha tratado de implementar en las aulas?

Hemos hecho algunas experiencias, pero en Argentina todavía no hay suficientes dispositivos que funcionen en las escuelas. Si uno tiene un grupo grande de niños y niñas, hay carros digitales, pero es muy frecuente que varias computadoras no funcionen, con lo cual el número de computadoras disponibles hace difícil el uso de un videojuego en el aula.

¿Qué dificultades ha tenido Argentina para llevar adelante una política pública similar a la de Plan Ceibal en Uruguay?

No lo sé, porque en Argentina tuvimos Educar, que distribuyó una enorme cantidad [de dispositivos], pero se enfocó en secundaria. Tengo la sensación de que ustedes tienen una red mucho más desarrollada no sólo de distribución de dispositivos, sino de conectividad. Argentina es muy grande y esto es muy difícil, pero no ha habido la decisión política de hacer algo parecido en la escuela primaria. Hay en algunos distritos de algunas provincias, y me parece que el gran valor de Ceibal es su continuidad. Inicialmente, si distribuimos dispositivos y logramos conectar las escuelas, va a tomar un tiempo hasta que los maestros se apropien de la herramienta, pero si no empezamos no va a suceder jamás. Me pregunto si no hay hasta ciertos prejuicios, pero realmente no lo sé. A veces hay una idea de que los videojuegos son malos, que no aportan al conocimiento; sin embargo, la evidencia demuestra que esto no es así: los videojuegos son tan potentes como motivadores, y hay evidencia científica de que fortalecen la atención.

El exdirector de Educación Juan Pedro Mir dijo a En perspectiva que “hay un agujero que se paga muy caro en la vuelta en marzo, sobre todo en lo que refiere a lecto-escritura”, en alusión a la vuelta a clases. ¿Esto es un fenómeno mundial?

El retroceso en el verano es un fenómeno estudiado internacionalmente, básicamente porque los veranos son muy distintos en función del nivel socioeconómico. Tenemos chicos para los cuales el verano significa viajes, que significan nuevas realidades, vocabulario, nuevos conocimientos, es decir, tienen vacaciones muy enriquecidas. Pero hay una parte de la población para quienes el verano significa seguir en el barrio y sin escuela. Hay algunas experiencias mundiales de trabajo en el verano, incluso ni siquiera de trabajo, sino de distribución de libros, de generar oportunidades para mantener vinculados a los chicos y las chicas con la lectura y la escritura. En general son proyectos costosos, por lo menos los que yo conozco, porque hay que proveer de insumos a cada familia, pero son proyectos importantes y para pensar. De todas formas, todavía no estamos aprovechando lo suficiente el tiempo de escuela; nuestra prioridad tiene que ser mejorar lo que ahí sucede mientras hay escuela y, eventualmente, después veremos qué podemos hacer para enriquecer esos veranos. Pero sí, el fenómeno del retroceso en el verano es un fenómeno mundial.

Si el problema de analfabetización en niños, principalmente de contexto vulnerable, se da por cómo está organizada la enseñanza, ¿qué pasa con los niños con dislexia?

Es una condición muy desafiante. La dislexia no es una enfermedad, es un cerebro diferente. Durante miles de años no tuvo ninguna consecuencia, tal vez tuvo hasta consecuencias positivas. Cuando nadie sabía leer ni escribir eran personas que no tenían ninguna condición que las diferenciara de los demás, y algunos dicen que son gente particularmente dotada en términos visuales, audiovisuales y demás. Hay una investigadora en temas de dislexia que dice que está segura de que quién creó las pirámides de Egipto tenía que ser disléxico, porque con la tecnología del momento sólo una persona con esa condición podía hacerlo. Ahora, en un mundo donde escribir y leer es tan importante, tienen un desafío muy fuerte. Pero de ninguna manera es tan grave si se la entiende y se la detecta tempranamente; el entorno es el que lo puede convertir en un padecimiento.

¿Qué rol juegan los docentes para los niños y niñas con esta dificultad? ¿Debería replantearse la formación que reciben para hacer una educación más inclusiva?

Los docentes tienen que conocer que esto existe. Tienen que estar atentos, porque a veces uno confunde causa y consecuencia. Cada vez que hay que leer el chico se pone a molestar y decimos que no aprende a leer porque se porta mal, y en realidad es al revés: se porta mal porque no aprende a leer. Cuando llega el momento de leer, este chico no puede, se siente mal. Es importante hacer un monitoreo del avance para todos los chicos, y si se detecta que alguien realmente se está quedando atrás, que no está aprendiendo, rápidamente hay que dar alerta para que tenga el apoyo que necesita para no sufrir o que lo haga lo menos posible. Cuando la condición es severa, realmente es un desafío, tienen que hacer un enorme esfuerzo para leer y escribir.

¿Qué reflexión te merece el cierre de escuelas durante la pandemia, que en Argentina fue criticado por la oposición al gobierno de Alberto Fernández?

Tengo la sensación de que esta crítica feroz al cierre de escuelas es lo que solemos llamar “el diario del lunes”. En marzo [de 2020, cuando se registraron los primeros casos de covid-19] yo estaba de acuerdo con el cierre de escuelas. Nos enfrentábamos a un monstruo que estaba devastando el sistema sanitario italiano, veíamos cómo en China se construía un hospital en 20 días y sabíamos que nosotros no lo íbamos a poder hacer. Hoy podemos reflexionar sobre ciertas cosas, olvidándonos de la responsabilidad enorme que cayó sobre los gobiernos que, además, por lo menos en el caso de Argentina, teníamos que enfrentar una pandemia con un sistema de salud devastado. Entonces, se tomó una decisión de todos encerrados en casa, dennos tiempo para prepararnos para el golpe, y yo estuve de acuerdo. ¿Es posible que hayamos tardado más de lo debido en reabrir las clases? Me parece que fue muy difícil tener políticas más ajustadas a lo local, es decir, mantener cerrado donde había que hacerlo y abrir dónde se podía abrir. Esas políticas más flexibles fallaron, pero insisto en que es mucho más fácil criticar que cargarse sobre los hombros una decisión que puede potenciar las muertes de una manera tremenda. Dicho esto, las consecuencias son gravísimas. Mucho más que los chicos de primer grado, me preocupan los de segundo.

Los docentes trabajamos muchísimo, incluso el doble, y logramos la mitad. Tenemos un tema serio y vamos a tener que ver por lo menos un par de años por delante cómo hacemos para recuperar algo de lo perdido.

¿Por qué?

Lo que hemos visto es que perder el primer grado presencial cuesta carísimo, lo cual tiene una contracara. Hemos criticado tanto nuestras escuelas y mirá lo que pasa cuando no las tenemos, aun con todos sus defectos. Cuando estuvo cerrada [la escuela], el precio fue enorme. Aun en las condiciones en que se reabrió este año muchos chicos de primer grado no tuvieron la situación tan compleja que tienen los de segundo, que ya tuvieron todo el primer grado sin clases. Hubo un enorme esfuerzo de los docentes para compensar en la virtualidad, pero es un esfuerzo que estaba condenado a ser muy limitado en sus logros. Entonces, los docentes trabajamos muchísimo, incluso el doble, y logramos la mitad. Tenemos un tema serio y vamos a tener que ver por lo menos un par de años por delante cómo hacemos para recuperar algo de lo perdido.

Yo no soy claramente partidaria de lo que sucede cuando tenés que dar una clase para 70 personas y hay ocho cámaras prendidas. Eso es una situación antinatural y de una eficacia muy limitada.

¿La educación a distancia vino para quedarse?

Espero que en algunas cosas sí, en otras no estoy tan segura. Aprender de manera virtual es una posibilidad más para privilegiados que para las grandes masas, creo que hay que tener una serie de recursos que incluyan buenos dispositivos y buena conectividad, que no todo el mundo tiene. Y hay que tener una enorme predisposición al aprendizaje, porque te quita el soporte humano, que es el profesor en el aula. Entonces, me parece que a veces hay un entusiasmo desmedido por estas modalidades. Es absolutamente maravillosa para el trabajo de grupos de hasta diez personas, pero yo no soy claramente partidaria de lo que sucede cuando tenés que dar una clase para 70 personas y hay ocho cámaras prendidas. Eso es una situación antinatural y de una eficacia muy limitada. Creo que hay que tener mucho cuidado, porque nos genera la ilusión de estar llegando a mucha gente, pero lo estamos haciendo con una calidad muy restringida. Hay que moderar el entusiasmo respecto de la enseñanza virtual.