El adscripto es una figura de referencia para cualquier estudiante que haya pasado por un liceo o escuela técnica y muchas veces para sus familias. Más allá de que formalmente se trata de un cargo de docencia indirecta, el vínculo con los alumnos es de todos los días. Si bien cumplen con tareas administrativas y de vinculación con las familias, también tienen un importante rol pedagógico. Sin embargo, no existe una formación específica para el cargo y, además, no hay mucha producción académica que se dedique específicamente a abordar dicho rol.

“Había tres artículos disponibles en la web que hablaban de compañeras que habían estado investigando [sobre el trabajo de los adscriptos], pero muy breves. Para nuestra formación y para el momento en que concursamos no teníamos bibliografía específica. No había cuerpo teórico para el trabajo del docente adscriptor”, dijo a la diaria Ana Lía González, autora del libro El trabajo del profesor adscripto. Una dimensión desconocida. Precisamente, la idea de la publicación surgió a inicios de 2020, cuando un grupo de adscriptas comenzó a pensar en escribir un libro que visibilizara esa figura y las tareas que cumple.

Si bien la docente que tuvo la idea original se llama Patricia Lemos, la llegada de la pandemia hizo que la publicación quedara a cargo de González, egresada del profesorado de Ciencias Biológicas en 2009, actualmente adscripta del liceo 1 de Progreso, en Canelones, con pasado en varias instituciones educativas del departamento.

La forma en que González llegó al cargo es la misma por la que muchos jóvenes docentes se dedican a la adscripción. Si bien ella vivía en Las Piedras, en su primera elección de horas se encontró con un grupo disponible en un liceo de El Pinar. Pese a la distancia, pensó que “las cosas pasan por algo” y aceptó el desafío, que era de carácter interino. En ese centro educativo a las semanas le ofrecieron una suplencia en un cargo de adscripción en el turno de la tarde y, sin saber mucho detalle sobre el funcionamiento del liceo, dijo que sí. Si bien en un principio lo hizo con el objetivo de obtener un mejor salario mensual, para lo que necesitaba más horas, admite que se enamoró de la tarea. “Conocí un mundo que para mí fue maravilloso”, recuerda, y dice que en parte se debe a que la comunidad educativa del liceo “es muy linda”. Ese año se presentó en la lista de adscriptos, pudo tomar horas los años siguientes y terminó efectivizándose.

En la balanza

González considera que el de profesor adscriptor es uno de los cargos docentes que da más satisfacción, principalmente porque desde allí se puede “llegar más a los chiquilines”. “Los conocemos mucho y también a toda la familia y a toda la institución. El adscripto tiene esa mirada institucional que quizás ningún otro agente tiene”, reflexionó.

De todas formas, lamenta que no existan suficientes incentivos para que más docentes se dediquen a la tarea. Por un lado, se trata de una actividad “desgastante y estresante” que muchas veces pone en juego la “salud emocional”, lo que debe ponerse en la balanza cuando se toman decisiones laborales. De hecho, en su caso le ha hecho comenzar a tomar menos horas de clase en su materia por el desgaste que implica dedicarse a la adscripción. Además, González mencionó una “inequidad” desde el punto de vista salarial, ya que los adscriptos cobran por tareas de docencia indirecta, lo que implica que las horas que les pagan sean de 60 minutos y no de 45, como en el caso de los profesores.

En particular, el libro apunta a arrojar luz sobre la gran cantidad de tareas educativas que realizan quienes ejercen este rol, por ejemplo, cuando alguno de sus grupos a cargo tiene una hora libre. Al respecto, uno de los apartados da cuenta de distintas propuestas que pueden aplicarse fácilmente a grupos de la educación media uruguaya, en función de diversas realidades. Por su parte, se comentan las actividades administrativas que estos profesionales realizan, como el armado de grupos o las inscripciones, para las que también se tiene en cuenta criterios educativos.

Luego de las primeras conversaciones de la autora con la editorial Océano Espartaco, que publicó el libro, acordaron que además de realizar la sistematización de ese tipo de actividades también se realizaría una recopilación de la normativa de referencia para el tema, entre la que se encuentran diversas circulares de la Administración Nacional de Educación Pública, tanto de Secundaria como de UTU, y hasta la propia Ley de Educación. Al respecto, González apuntó que como el trabajo se hizo durante el tratamiento parlamentario de la ley de urgente consideración, tuvo que hacer algunas adecuaciones, principalmente de los términos institucionales, ya que los entonces consejos desconcentrados pasaron a ser direcciones generales. Además, se realiza una comparación con figuras similares en otros países de la región.

“A veces se escucha que se pasan tomando mate en la adscripción y no hacen nada. Con el estar ahí estamos siempre hablando de los chiquilines, pensando estrategias, y es mucho el trabajo que una hace en el día a día”.

Entre la oficina y el aula

El libro aborda el trabajo pedagógico de los profesores adscriptores, pero no se queda únicamente con lo que ocurre dentro de las aulas. González comentó que en la oficina de los adscriptos también se realizan muchas tareas de ese tipo: “Dentro de la institución tenemos un lugar específico al que los chicos acuden cuando sucede algo; ese trabajo es enorme. El trabajo que tenemos con los diferentes actores dentro de la institución, que también es pedagógico e implica un montón de aspectos que hacen a la persona más que al profesional: el trabajo que tiene que ver con las familias y con toda la comunidad del liceo o del centro de enseñanza donde estamos trabajando”, señaló. Al respecto, González indicó que el libro hace “un fuerte énfasis en resignificar la labor pedagógica” para tener presente que los adscriptos siguen siendo docentes.

Por ejemplo, los adscriptos tienen incidencia en la calificación final de los estudiantes de cada materia, aunque limitada. En concreto, son parte de las reuniones de evaluación, pero con voz y sin voto. “Lo que podemos hacer es contar la situación que está viviendo el alumno, defender esa situación, contarles a los profes por qué a veces tienen esas actitudes que tienen”, resumió, y aclaró que luego cada docente define qué importancia le da a ese relato.

Ser adscripta en pandemia

Consultada sobre cómo desarrolló su trabajo como adscripta durante la pandemia, González señaló que 2020 fue más complicado que 2021. Según ilustró, en los primeros meses de pandemia los adscriptos no habían sido considerados actores educativos para trabajar en la virtualidad, ya que por no ser profesores de asignatura no tenían acceso a los cursos en la plataforma Crea y, por lo tanto, a una forma de contacto formal con los estudiantes y sus familias. “Nos exigían trabajo virtual, pero no teníamos los implementos. En mi caso, tuve la suerte de poder comprarme una computadora, porque la anterior no funcionaba con la velocidad que necesitaba. Tampoco teníamos teléfono”, señaló. No obstante, indicó que 2021 fue distinto porque los liceos permanecieron abiertos todo el tiempo, más allá de la suspensión de clases presenciales. Por lo tanto, estar en el liceo “permitió mejorar los vínculos con la familia y hacer un seguimiento” de los adolescentes, indicó.

Si bien se suele asociar con los liceos, el rol del adscripto también está presente en la educación técnico-profesional uruguaya. Consultada sobre el rol que juegan en el organigrama institucional, la autora del libro resumió que dentro del respectivo sistema desconcentrado las distintas inspecciones hacen sus “líneas de bajada” hasta llegar al director del centro educativo, quien, a su vez, traslada los lineamientos al adscripto. Precisamente, el adscripto está todo el tiempo en vínculo con la dirección, ya que, de hecho, es parte del equipo directivo. González señaló que ello es mucho más claro en UTU, donde en el perfil del cargo se habla de profesor “adscripto a dirección”, algo que no ocurre en Secundaria, pero de todas formas son parte del equipo.

Respecto de la libertad con que cuentan estos docentes para ejercer tareas pedagógicas, la autora consideró que “depende mucho de la impronta personal del adscripto” y de lo que pretenda del rol. Según agregó, también dependerá “del nexo que tenga con la dirección y de la permanencia en el centro”. “No es lo mismo que el adscripto sea efectivo hace años, porque ya conoce el funcionamiento del liceo, a cuando es la primera experiencia y el primer acercamiento al liceo. Y lo mismo del otro lado: no es lo mismo cuando la dirección es nueva que cuando ya hace años que trabaja. Esa es una de las cuestiones que se discute mucho de nuestra normativa, que es muy vieja y deja un poco librado a lo que el director quiera, y esto debería ser un constructo que tiene que ver con el proyecto de centro que se tenga. Pero más que nada, depende mucho de la impronta personal del adscripto”, analizó.

En síntesis, la autora señaló que “el libro desnuda al adscripto en todas sus tareas diarias”, para que “todos los actores del quehacer educativo lo visualicen”. “A veces se escucha que se pasan tomando mate en la adscripción y no hacen nada. Con el estar ahí estamos siempre hablando de los chiquilines, pensando estrategias, y es mucho el trabajo que una hace en el día a día, y a veces esas prácticas no son visibilizadas y eso es lo que más quiere el libro”, concluyó.

El libro

El trabajo del profesor adscripto. Una dimensión desconocida está a la venta a través de la editorial Océano y tiene un valor de 900 pesos. Si bien el principal público objetivo son los docentes y en particular los adscriptos, la autora señaló que también pueden leerlo las familias de los estudiantes, ya que podrán tener un acercamiento al rol que estos profesionales de la educación juegan a la interna de los centros educativos.

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