La relación entre educación y mercado laboral está marcada por tensiones, pero también por la necesidad de tender puentes entre ambos campos. Si se hace acuerdo en que la educación debe formar –o ayudar a formarse– para la vida, el trabajo es una dimensión importante. Estas son algunas de las conclusiones de los panelistas de la charla de este martes en el marco del Día del Futuro, en la que expusieron el profesor grado 5 del Departamento de Especializaciones Profesionales del Instituto de Comunicación de la Facultad de Información y Comunicación, Gabriel Kaplún; la representante docente en el Consejo Directivo Central (Codicen) de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), Daysi Iglesias; y el profesor y exconsejero de Secundaria Martín Pasturino.

Pasturino planteó que el vínculo entre educación y trabajo es “conflictivo y complejo”. Al respecto, sostuvo que ha sido estudiado desde la educación, pero también desde la sociología y la economía, en este último caso a partir de la teoría del capital humano, a la que cuestionó por minimizar dimensiones sociales y colectivas del fenómeno.

El docente señaló que las encuestas de juventudes revelan que 70% de los jóvenes dicen que estudian porque quieren acceder a un mejor trabajo. De todas formas, indicó que el sistema productivo al que ingresan está “segmentado” por el nivel educativo, la procedencia de clase, las relaciones sociales, el género y la etnia, y por cuestiones territoriales, en función del barrio o la ciudad en la que viven. En suma, explicó que también intervienen “aspectos estructurales de la economía”, como los distintos “ciclos económicos” que vive un país.

Pasturino considera que “no se puede analizar la educación separada del mundo productivo” y, en ese sentido, el modelo de desarrollo del país es clave para considerar el tipo de empleo y de salarios. En ese sentido, dijo que el propio director de Educación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, Andreas Schleicher, planteó años atrás que si el modelo productivo no acompaña la mejora en la formación de los habitantes de un país se tenderá a contar con personas muy bien formadas pero mal remuneradas.

Por su parte, señaló que en Uruguay la mitad de los trabajadores gana mensualmente menos de 24.000 pesos y que en general ganan más los que están mejor calificados. De todas formas, planteó que 75% de los trabajadores uruguayos –alrededor de 1.200.000 personas– tienen entre seis y 12 años de estudio, que equivalen a la educación obligatoria. En cambio, sólo 9,8% de los trabajadores tiene 16 o más años de educación.

En suma, Pasturino planteó que “es de suponer que el currículo de la educación pública” se genere “a partir de la demanda de la sociedad en general”. Mencionó que esta se puede manifestar de distintas maneras, como por la inscripción de estudiantes en determinadas ofertas o por la demanda de las empresas. No obstante, dijo que ha tenido “cientos de reuniones con empresarios para ver sus demandas”, pero “generalmente no queda claro qué es lo que demandan”. Al respecto, dijo que ha habido un cambio importante en los últimos años y que ha ganado lugar la demanda por las llamadas habilidades blandas, como la creatividad, el trabajo en equipo, la disposición al aprendizaje permanente y la resiliencia, entre otras.

En reforma

Daysi Iglesias compartió algunos destaques y conclusiones del ciclo de charlas sobre educación y trabajo que semanas atrás organizó desde su consejería en la ANEP y, en particular, recomendó un trabajo liderado por Álvaro García cuando era director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto: Hacia una Estrategia Nacional de Desarrollo, Uruguay 2050. Automatización y empleo en Uruguay. Una mirada en perspectiva y en prospectiva. Sostuvo que de ese trabajo queda claro que en el mundo crece la oferta de empleos de “tareas cognitivas no rutinarias” y decrece la de tareas manuales rutinarias y no rutinarias. Además de plantear el desafío que esto implica para todo el sistema educativo, reflexionó sobre las implicancias para la educación especial y para los estudiantes con discapacidad.

La integrante del Codicen señaló que ello debería tenerse en cuenta para la actual reforma curricular que impulsan las autoridades políticas de la ANEP, pero no ha encontrado eco. Al respecto, sostuvo que desde que asumió el cargo en febrero se encontró con “una transformación que estaba diseñada, de la cual todavía no podemos saber cuál es su visión del mundo del trabajo”. En particular, mencionó que los currículums deben ser mixtos, es decir, contar tanto con un marco de competencias como de disciplinas.

Iglesias planteó que muchas de las cuestiones que plantea la reforma tienen poca novedad y, por ejemplo, mencionó que en el Marco Curricular de Referencia Nacional de 2017 reaparecieron los perfiles de egreso que ahora se mantienen. Según valoró, aquel documento no tuvo tanto impacto como el actual, porque este último hizo que empezara “a quedar gente sin trabajo”, y mencionó el ejemplo de los docentes de UTU de educación para la sexualidad y orientación vocacional.

Según planteó Iglesias a modo de conclusión, “las dimensiones técnica y tecnológica deben ser parte integral del currículum en los distintos niveles del sistema educativo”, y “no es algo de UTU o de Secundaria” sino de todos los subsistemas. En suma, señaló que los diseños curriculares “tienen que integrar los conocimientos disciplinares con el desarrollo de la interdisciplinariedad”, pero aclaró que las políticas educativas deben estar “ensambladas con otras políticas sociales”. Aclaró que si bien puede cooperar con ello, “la educación no soluciona los problemas sociales” ni transforma a las sociedades.

En relación

A su turno, Kaplún señaló que es necesario definir qué se entiende por calificación y planteó que “algunos teóricos dicen que el más calificado es el que consigue pelear simbólicamente mejor su lugar”. Según agregó, ello queda claro cuando se compara a personas que tienen los mismos años de estudio pero salarios muy diferentes, o cuando la entrada al mercado laboral desincentiva la culminación de ciclos educativos. De todas formas, advirtió que “es muy problemático” si la educación renuncia a vincularse con el mundo del trabajo. “Si renuncio porque critico las miradas de ajuste al mercado, entonces renuncio a incidir en nada: que hagan lo que puedan con lo que estudiaron”, planteó.

Kaplún entendió que la educación debe formar “en relación” con el mundo del trabajo y no “para” él, y subrayó la necesidad de que se mantenga un vínculo “activo y crítico” con ese mundo. No obstante, señaló que la educación debe contribuir a que los individuos se formen para la vida y que lo laboral es un aspecto importante en la vida de las personas, pero no es el único. En concreto, mencionó que también son importantes el ejercicio de la ciudadanía y el máximo desarrollo de “las capacidades de expresión y de goce de los bienes culturales”. Sin embargo, apuntó que sin tener un buen trabajo es más difícil que se puedan desarrollar estas capacidades.

Por su parte, el docente lamentó que muchas veces existe “cierta dicotomía que complica el debate” sobre este vínculo. “O estamos con la adaptación de la educación al mercado o estamos por la transformación de la sociedad”, retrató, pero sostuvo que en realidad “quien está preocupado por la transformación de la sociedad tiene que estar preocupado por el vínculo entre educación y mundo del trabajo”.

Sobre cómo incorporar esta dimensión, dijo que, por ejemplo, hay que sumar herramientas concretas para la inserción laboral o el emprendedurismo, pero no únicamente: también hay que abordar esos temas con “mirada crítica” y se debe hablar de los problemas que pueden implicar. Acerca del enfoque de competencias, el académico dijo que potencialmente “puede responder a intereses del mercado, pero también puede evitarlo”. En ese sentido, sostuvo que para ello debe definirse con claridad qué se entiende por competencias, cómo se establecen –qué actores participan en el proceso– y cómo se evalúan.

Acerca de este último punto, consideró que los currículos por competencias deben incluir indicadores y subindicadores para definirlas y, a su vez, de qué manera se constatará su presencia. Al respecto, sostuvo que estos mecanismos tienen una extrema complejidad que luego es difícil de implementar en el aula y que incluso muchas veces lleva a que los docentes sigan haciendo lo mismo que antes de su aplicación.

Sobre el enfoque que debería tener la educación media en el país, Kaplún sostuvo que es seguro que tiene que tener un valor en sí mismo y al mismo tiempo establecer la posibilidad de que las personas luego sigan estudiando. “Yo imaginaría una educación media que fuera mucho más parecida a la UTU, que tenga muchos más componentes de terminal y vínculos con el mundo del trabajo”, sostuvo, y consideró que Secundaria en muchos casos termina siendo un “puente roto” hacia la formación terciaria.