A raíz del inicio de un ciclo de conferencias de la Federación Nacional de Profesores de Educación Secundaria (Fenapes) sobre la transformación que impulsa la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), se abrió el debate sobre las causas de uno de los fenómenos que la reforma apunta a resolver: la desvinculación de los estudiantes de la educación media.
Cuatro de cada diez jóvenes de 19 años están desvinculados del sistema educativo en Uruguay, lo que implica que año a año la educación media va perdiendo estudiantes. Por ejemplo, en secundaria la desvinculación aumentó en 2021 respecto del año anterior, ya que en ciclo básico pasó de 4,5% a 5,4% y en bachillerato de 11,2% a 12,6%.
En la actividad organizada por Fenapes, la exdirigente del sindicato Virginia García Montecoral, cuestionó a la directora ejecutiva de la Sectorial de Planificación Educativa de la ANEP, Adriana Aristimuño, por afirmar que los estudiantes se van de las aulas porque se aburren. Según García Montecoral, “los niños se van de las aulas por la situación económica y social del país” y “por carencias materiales y afectivas”.
Un actor institucional que ha abordado el tema en sus distintos estudios e informes es el Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineed). Por ejemplo, un trabajo de 2016 a cargo de Santiago Cardozo estudió las trayectorias de los adolescentes que rindieron las pruebas PISA en 2014 y establece varios factores que inciden en la interrupción y en la posibilidad de retomar los estudios.
En concreto, afirma que 75,6% de los jóvenes del cuartil de más bajo estatus socioeconómico interrumpió su escolarización alguna vez después de los 15 años, porcentaje que “cae sostenidamente” hasta llegar a 21,5% en el de mejores ingresos. Por su parte, menciona que el género es otro factor de incidencia, ya que la interrupción es más frecuente en varones, pero el rendimiento académico indica una incidencia mayor. En concreto, casi 80% del estrato que no alcanzó el umbral mínimo de competencia lectora en PISA interrumpió sus estudios y sólo 40,5% de ellos retomaron posteriormente. Por su parte, en el estrato de mejores desempeños esos porcentajes son de 14,6% y 79,7%, respectivamente.
Asimismo, se agregan otros elementos para comprender el fenómeno, como la asistencia ininterrumpida a clase, que favorece la posibilidad de egresar de ese tramo (90% en 2014) y que el rezago escolar es un fuerte predictor de la desvinculación.
De interés
En diálogo con la diaria, Javier Lasida, presidente del Ineed, planteó que “no hay mucha discusión” sobre la incidencia del desinterés en la continuidad educativa de los jóvenes y que ello queda claro en distintos estudios y relevamientos del instituto. A modo de ejemplo, nombró que, en la Encuesta Continua de Hogares (ECH) y otros relevamientos similares en jóvenes que dejaron de estudiar, la falta de interés como causa siempre marca en el entorno del 50% de las respuestas. Según señaló, ese dato debe ser combinado con la percepción de que las materias resultan difíciles, lo que si bien no aparece con tanta fuerza en la ECH, sí lo hace en estudios longitudinales de trayectorias.
De acuerdo con Lasida, todos estos temas tienen que ver con aspectos curriculares y son atendidos por la reforma que está procesando la ANEP. A propósito, criticó a quienes plantean que “no tiene por qué ser todo el currículo interesante” para los estudiantes y dijo que un argumento de ese tipo se podría plantear para un sistema educativo en el que todo el mundo egresa, pero no cuando los jóvenes se van por esa razón.
Por su parte, planteó que otro desfasaje importante se genera entre las expectativas de los estudiantes y lo que ofrece el sistema educativo, principalmente con relación al vínculo con el mundo del trabajo. Al respecto, mencionó que en el entorno de una cuarta parte dice que se desvincula porque empieza a trabajar y, en la misma línea, señaló que al menos desde 2018 hay un 10% de estudiantes que cuando llegan a la educación media pretenden asistir a UTU, pero son derivados a secundaria. En particular, mencionó la importancia de los programas de UTU como el de Formación Profesional Básica para esa población, ya que tiene un vínculo todavía mayor con el mundo laboral, según valoró.
Consultado sobre el rol que juegan las inequidades socioeconómicas, el jerarca dijo que es “un problema grave de la sociedad y del sistema educativo”, pero este último “refuerza” la inequidad que recibe desde afuera y “no la rompe”. Además, destacó que “hay muchos estudiantes que abandonan y no tienen una situación de urgencia de ingresos” y lo vinculó con “un problema de propuesta”, a la que consideró “más inadecuada cuanto menores son los ingresos de la persona”.
Marcos y marcos
Por su parte, Martín Pasturino, exconsejero de secundaria y responsable de distintas reformas en el sistema educativo, como la del bachillerato tecnológico en 1997 o la del Plan Reformulación 2006, dijo a la diaria que si bien no duda de lo que marcan las encuestas, estas deben ser leídas en función de su marco teórico y de la manera en que se hacen las preguntas.
En ese sentido, dijo que la ECH comenzó a incorporar preguntas relativas al desempeño de los estudiantes desde 2001 y, en el caso de las causas de desvinculación, la organización del sistema y los centros educativos -por ejemplo, los cursos que se ofrecen- no han sido más de 10% de las respuestas. Sobre las causas que operan a nivel personal del estudiante, como la falta de interés, señaló que siempre “sale más o menos lo mismo”, pero en otros relevamientos se han registrado datos distintos. En concreto, habló de La desafiliación en la educación media superior, un libro de divulgación de investigadores de la Universidad de la República en el que se menciona que el interés en las materias como causa del fenómeno representa 23,9% a los 15 años y luego va descendiendo.
En particular, Pasturino se mostró preocupado por que se use una respuesta de la ECH para justificar una transformación educativa. Según dijo, esa misma encuesta señala que el desinterés es mayor y supera el 60% de las respuestas entre los jóvenes de mejor nivel socioeconómico, lo que consideró “contraintuitivo”. En ese sentido, señaló que “no está resuelto” cuál de los distintos marcos teóricos es el más adecuado para explicar el fenómeno. En particular, señaló que hay dos grandes familias: una con “perspectiva crítica”, que considera en mayor medida el peso de cuestiones estructurales, y otro es el “individualismo metodológico” de la teoría del capital humano, que prioriza los factores de tipo individual.
De todas formas, planteó su convicción de que “el contexto socioeconómico es absolutamente clave” para entender la desvinculación y el rendimiento de los estudiantes. En particular, ilustró que si los resultados de PISA se controlan por esa variable, los jóvenes de centros públicos logran mejores resultados que los de colegios privados.
Pasturino habló de estudios que muestran que a mitad del recorrido escolar el niño se da cuenta de su género y ahí tiene una primera idea acerca de las profesiones que seguirá en el futuro; a los 11 o 12 años toma consciencia de su contexto socioeconómico y “empieza a establecerse fronteras” en función de los niveles a los que cree que va a llegar. Además, a través de las bajas calificaciones y la repetición, “el sistema educativo le da datos que son bastante fuertes”, y todos esos factores determinan que el joven sienta que no tiene sentido seguir estudiando.