Recuerdo que en la década del 90 inicié una sección en la revista uruguaya Educación Hoy 1, a la que titulé “Diálogo entre orillas”, en la que publiqué una serie de artículos sobre educación. Durante estos 30 años estuve ejerciendo mis dos profesiones, como psicóloga clínica en la atención de adolescentes y adultos y como docente de nivel universitario primero y nivel superior no universitario después.

Haber nacido y estudiado en Uruguay y continuar luego mi vida y mi formación profesional en Buenos Aires hace que me siga resultando interesante continuar un diálogo entre orillas. Esta vez, quiero compartir algunas experiencias áulicas e institucionales acontecidas durante estos dos años de pandemia.

La irrupción de la pandemia desorganizó todo, incluso en nuestra organización de la emergencia. Si bien es cierto que el virus ataca al cuerpo, como éste además de organismo biológico es un entramado de historias, nuestras historias también fueron afectadas. Y no sólo las personales, también las historias grupales y las institucionales. De repente, quedamos a la intemperie, aún adentro de nuestras casas. Aquel futuro distópico que leímos en tantísimas ficciones se hizo presente y sin querer parecíamos protagonistas de un relato distópico difícil de comprender. La pandemia fue intensificando el miedo social del que se nutre cualquier distopía. Todo transcurría en las pantallas y el afuera, ahora peligroso, dejó de ser el espacio público que celebrábamos habitar.

¿Cómo fue enseñar y aprender en la virtualidad?

Trabajo en dos instituciones educativas 2, en una de ellas, durante el primer año de la pandemia el equipo directivo (conformado por las autoridades que conducen la institución) resolvió que no se acreditaría ningún espacio curricular cursado durante la modalidad virtual, online o a distancia. En la otra institución, el equipo directivo resolvió que se evaluaran y acreditaran todas las instancias curriculares en la modalidad virtual. Diferentes resoluciones ministeriales avalaban que esto fuera posible. De este modo, quienes trabajamos en más de una institución educativa tuvimos que adaptarnos a diferentes requerimientos y dinámicas de enseñanza, evaluación y acreditación solicitadas por cada equipo de conducción.

¿Cuál fue la mejor decisión? ¿Evaluar pero posponer la acreditación hasta el retorno a la presencialidad o realizar ambas en la virtualidad? La respuesta a esta interrogante dividió fuertemente las posiciones y, a veces, llegó a construir una grieta, una más. Personalmente, habiendo llevado adelante ambas modalidades, veo que hay debilidades en una y otra. Ninguna logra salvar las falencias que ha mostrado tener esta modalidad de enseñanza y aprendizaje no presencial.

Mucho se habló de la evaluación y acreditación, sobre todo durante el primer año de pandemia. La educación superior no universitaria tiene sus particularidades; por nombrar sólo una: un sistema de correlatividades obliga a cursar y aprobar ciertas materias para poder continuar con otras. Entonces, eso de que “lo que no aprenden este año lo harán el próximo” no se adecua a este nivel. También se escuchó en los medios de comunicación a varios profesionales, educadores, pero también economistas, cuestionar fuertemente la evaluación y apuntar todos los cañones contra los exámenes clásicos. No se tendría que confundir la evaluación como práctica educativa con el instrumento elegido para evaluar. Proponer en los medios de comunicación el examen a libro abierto o la elaboración de un flyer, video u otra pieza audiovisual como si fuera un descubrimiento muestra cuán lejos están de las aulas. Al menos en mis aulas y las de colegas con quienes comparto espacios de trabajo y formación, venimos utilizando estos instrumentos desde hace años en la presencialidad. Esta modalidad virtual no nos enseñó nada respecto del uso de diversos instrumentos de evaluación.

¿Qué me enseñó esta modalidad de aprendizaje y enseñanza virtual?

Podría señalar estos puntos:

  • Estudiantes sin conectividad quedaron afuera del acceso a la educación. Al menos en el nivel superior, no se entregaron notebooks ni se facilitó el acceso libre y gratuito a internet. Se incrementaron así las desigualdades.

  • Hubo quienes manifestaron que esta modalidad era beneficiosa porque no tenían que gastar en viáticos o porque podían realizar tareas de crianza y estar en clase al mismo tiempo. Como docente, preferiría que pudieran tener acceso al boleto estudiantil (sólo acceden a este beneficio estudiantes de nivel primario y secundario) y que hubiera guarderías públicas disponibles para esas infancias.

  • Las y los docentes también ahorramos en viáticos y tiempo de desplazamientos, pero gastamos en conexión, luz, gas y reparación de nuestras computadoras. Contaminamos con el trabajo el espacio íntimo de nuestra casa, la crianza de los hijos y todos los vínculos familiares. Tampoco contamos con acceso libre y gratuito a internet, trabajamos más horas por igual salario y nuestras condiciones laborales empeoraron.

  • Se expresó brutalmente la brecha generacional existente entre docentes analógicos y estudiantes digitales.

  • Muchas enriquecimos nuestro conocimiento de herramientas tecnológicas no usadas antes. Un nuevo vocabulario ingresó a nuestras aulas: padlet, podcast, webinar, streaming, gamificación, entre otros.

¿Qué dijeron los grupos de estudiantes?

De las evaluaciones solicitadas al finalizar la cursada, se desprende que:

  • Consideran que las clases sincrónicas son necesarias. Dicen que han podido aprender mejor en aquellas materias en las que han tenido esos encuentros que en aquellas otras en las que los intercambios fueron sólo asincrónicos. Esto reforzaría aquello que decía Paulo Freire, que lo que educa son los vínculos.

  • Expresan tener un tiempo de atención más acotado: dos horas de clase (en el caso de materias de cuatro horas de duración) les resulta más que suficiente. En las materias que no les exigían mantener la pantalla prendida se incrementaba el apagado de pantallas a partir de la segunda hora de clase.

  • Piden que los textos digitalizados de la bibliografía obligatoria se acompañen con videos referidos al tema. En los hechos, textos multimediales (ofrecidos por docentes o buscados por estudiantes) tendieron a sustituir al texto escrito.

  • Piden que las docentes contemplemos en todo lo posible que las clases sincrónicas se llevan a cabo en medio de la rutina de la vida en la casa. Amamantamientos, reclamos lúdicos infantiles, mascotas varias deambulando y hasta deliverys de comida que llegaban a casa podían compartir pantalla y ser parte de la clase en horarios nocturnos.

Lo virtual también es real

Según el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad de Argentina, el pedido de ayuda por violencia de género durante la covid-19 aumentó 39%. Por su parte, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires informó que se triplicaron las consultas por casos de violencia de género digital.

Organizada por diferentes áreas institucionales llevamos a cabo la IV Jornada _Educando(nos) con perspectiva de género. En las palabras de apertura mencioné que habíamos decidido que el tema de la Jornada fuera Derechos digitales con perspectiva de género porque el contexto de excepcionalidad y virtualización educativa de emergencia nos había llevado al uso exclusivo de canales virtuales en nuestras comunicaciones educativas y laborales, visibilizando el complejo entramado de los derechos en estos entornos.

Los derechos digitales son derechos humanos que deben ser garantizados en los entornos virtuales y su vulneración toma una modalidad especial en las mujeres y disidencias. Esta vulneración puede expresarse en las figuras del hostigamiento o acoso digital, suplantación de identidad digital, difusión no consentida de imágenes íntimas y grooming, entre otras. En los entornos virtuales se reproducen las desigualdades que se dan en el mundo offline.

La Jornada también fue un espacio para recordar que el Protocolo de Género - vigente para todas las instituciones educativas de nivel medio y terciario de la Ciudad de Buenos Aires-, en su artículo 5 menciona que todas las situaciones de discriminación y violencia contempladas pueden haber sido realizadas “a través de comunicaciones electrónicas, telecomunicaciones o cualquier tecnología de transmisión de datos”.

Como tutora institucional e integrante del Equipo institucional para el abordaje de situaciones de violencia de género, escuché y acompañé, junto con colegas, a estudiantes que realizaron reclamos por situaciones de discriminación o acoso vividas durante la modalidad de enseñanza virtual. Aún sabiendo que no vamos a terminar con el sistema de desigualdad y discriminación de género sólo con las acciones llevadas a cabo en una institución, tenemos la enorme responsabilidad pedagógica de no reproducir prácticas educativas que lo alimenten y perpetúen. Por eso, como docente, incluí este tema desde la primera clase sincrónica, cuando explicaba el contrato pedagógico y la dinámica de trabajo propuesta por la cátedra. Explicitaba entonces que lo que acontecía en la virtualidad también era real, explicaba que teníamos que pensar los derechos digitales con perspectiva de género y que esto implicaba, entre otras cosas, que cualquier dirección de mail o número de celular obtenido con fines educativos sólo podía usarse con ese fin y que para usarlo con otros fines había que contar primero con la autorización de la persona (por lo tanto, un no tenía que ser inmediatamente respetado). También que los intercambios en los grupos de Whatsapp se regían por los mismos términos establecidos para las relaciones grupales en la presencialidad. Y, por último, que cualquier situación incómoda generada a través de las plataformas o redes sociales en el contexto de situaciones de aprendizaje, en cualquier materia, tenía que ser comunicada a la docente a cargo, a la tutora o al Equipo institucional. También podían hacerlo al área de género del centro de estudiantes.

A modo de cierre

Como docente, durante estos dos años turbulentos continué sosteniendo mi compromiso con la educación superior pública, gratuita, de calidad e inclusiva, renovando la necesidad de reconstruir utopía para seguir caminando.

Durante estos dos años pandémicos me resultó evidente que si bien lo educativo no podía confundirse con el edificio, no era menos cierto que el territorio educativo, con sus texturas, olores y márgenes no podía construirse sin más en las pantallas. Por eso, este año, que tenemos la vacuna, resulta necesario volver progresivamente y con cuidados a las aulas físicas.

Por último, un deseo: que este 2022 nos devuelva el significado hermoso que tenían términos como 'contacto estrecho' o 'ser positivo'.

Graciela Resala es psicóloga, docente y tutora institucional.


  1. Diálogo entre orillas. Educación Hoy. De la teoría a la práctica pedagógica. Ediciones Rosgal. Números 10, 11, 13, 14-15 y 16 (1994) 

  2. Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González, en el que se cursan diecisiete profesorados y el Instituto Superior de Tiempo libre y Recreación, en el que se dictan tres tecnicaturas: Pedagogía y Educación Social, Comunicación Social y Tiempo Libre y Recreación.