“Se puede hacer el bien a través de la lectura y la escritura; no tengo necesidad de empuñar un arma para transformar la vida de otro”, dice Claudia Silgado, una mujer afrocolombiana que nació en el departamento de Magdalena, concretamente en Fundación, un pueblo que queda a orillas de un río y que es conocido como la tierra de Gabriel García Márquez. Fue criada por su abuela materna, que, a pesar de no tener estudios, fue una de las impulsoras para que su nieta se interesara por la lectura.

Según Silgado, a su abuela le gustaba leer y acostumbraba comprar revistas de cómics e intercambiar diferentes libros en los quioscos. Además, le compraba cuadernos para que escribiera sus sueños y plasmara aquello que quería lograr de grande. Su abuelo paterno, quien llegó a ser alcalde, también era aficionado a la lectura y escritura y dejó muchos escritos.

En diálogo con la diaria, Silgado contó que tanto sus abuelos como una profesora que tuvo en primaria fueron quienes le inculcaron su gusto por la lectura, para luego interesarse por escribir y convertirse en poeta.

“Nunca fui una chica de fiestas, me llamaba más la atención estar en la biblioteca”, cuenta Silgado tras recordar cuando se fue a estudiar a Cartagena, donde cursó Lengua Castellana y Comunicación Social. Con emoción expresó que la biblioteca fue un espacio que le permitió encontrarse con grandes escritores, pintores y músicos que llegaban a consultar por un libro o simplemente para realizar algún evento que promocionara su carrera.

“Quiero vivir en un mundo en el que todos los seres humanos sean solamente humanos que puedan leer, escribir y florecer”. Esta fue la frase de Pablo Neruda que entre el llanto y la frustración leyó un día en la biblioteca, donde intentaba escribir un ensayo académico sobre el escritor chileno que un profesor le había insistido que hiciera. Confiesa que en ese momento no le simpatizaban los textos de Neruda y tampoco encontraba un tema interesante del cual hablar. Tras leer esa frase, reflexionó y recordó a su pueblo y su gente, que no tenía un debido acceso a la escritura y la lectura. Por lo tanto, pensó que debía motivarlos a hacerlo.

El inicio

Así comenzó todo: daba talleres de encuentro con la comunidad que tuvieran como fin la “sanación interior”. Este término lo acuñó gracias a uno de los grupos, que tenía muchos participantes rebeldes y con conflictos familiares severos. Ante esa realidad, Silgado comenzó a implementar un espacio de padres, con quienes compartía libros, canciones o artículos informativos sobre cómo tratar a un adolescente. Luego, los padres debían escribir cómo habían tratado a sus hijos y, si habían hecho algo malo, cómo podían enmendarlo.

Nada fue fácil para esta poeta que soñaba con cambiar la realidad de su gente con tan sólo libros y conocimiento. Se encontró con miles de obstáculos que muchas veces la llevaron a querer abandonar su meta. Sus ganas, sus creencias y su persistencia la hicieron continuar. “Hacía eso porque lo amaba y porque me motivaba que cada día ocurriera algo bonito dentro de la comunidad”, recuerda Silgado.

Tras recibir una oferta laboral de una biblioteca de El Pozón, se encontró con un barrio colombiano vulnerado sobre el que sólo se leían y escuchaban relatos negativos. Según recuerda, en los periódicos era frecuente que se informara sobre las muertes, las balaceras y los conflictos de ese barrio, ubicado en las afueras de Cartagena. Silgado describe el lugar como un sitio habitado por campesinos que fueron desplazados por la violencia y recuerda que en sus primeros días de trabajo fue duro generar un contacto con la comunidad. En ese momento nadie se acercaba a la biblioteca y sólo la acompañaban un niño y un vigilante. Los tres recorrían el barrio en búsqueda de personas interesadas en asistir a la biblioteca. “Fueron seis meses en los que nadie llegó”, dice Silgado.

La poeta no claudicó y decidió realizar el proyecto de todas formas, con el riesgo de que nadie se involucrara en él. Así fue que cada día de la semana se enfocó en una parte de la población o género: por ejemplo, los lunes era con mujeres. El programa de los martes se llamaba “Tú me enseñas y yo aprendo” y allí trabajaba con personas con discapacidad. Los miércoles se concentraba en niños y familiares. “Debían aprender que la pobreza no es un impedimento para lograr sus sueños, porque yo vengo de muy abajo también”, sostuvo Silgado. En esta instancia se trabajaba y estudiaba acerca de la vida de determinado escritor, para luego recibir su visita el último miércoles del mes. Entonces se daba un ida y vuelta con los niños, el escritor los incentivaba a plantearse metas e ir tras ellas, y el alumnado, inspirado en sus escritos, le regalaba algún texto, pintura o una canción. De esta manera, El Pozón reunió a más de 200 niños.

La biblioteca contaba con el apoyo de algunas organizaciones, como la reserva naval, que está compuesta por militares y civiles. En conjunto con Silgado, visitaban pueblos que eran víctima de violencia y realizaban brigadas para dar a conocer los derechos humanos. Además, había un grupo de personas que se dedicaban al arte, a la cultura y a la poesía, otros que eran médicos y que promovían hábitos saludables. “Es un espacio para que el Ejército muestre que también tiene cosas positivas que dar a la comunidad”, expresó Silgado.

Apoyarse en los liderazgos

“Si llegas a un barrio en el que tú quieres hacer un gran trabajo, hay que rodearse de los líderes de esas comunidades, personas que trabajan voluntariamente”, remarca Silgado como una clave para la transformación de la realidad de una comunidad, más si está marcada por la pobreza. Sumado a esto, sostuvo que hay que comenzar por espacios pequeños, contar con el apoyo de un gobierno que esté dispuesto a promover una política pública nacional del libro, de la escritura y la lectura. Además de esto, debe ofrecer los recursos económicos, los materiales y las personas que tengan un conocimiento del tema, afirma.

En lugares con una alta presencia de la violencia, Silgado considera que “la biblioteca debe tener un bibliotecario que sea pujante, transforme y no le tenga miedo a nada. No quiere decir que va a estar en medio de las balas, pero tiene que enfrentarse a creer que puede transformar”. Muy segura al respecto, afirma que la persona debe convencerse de que puede generar un cambio en la comunidad, porque no es fácil estar inmersa en una zona donde prima la violencia. Aun así, expresó que no se transforma la realidad sólo con la lectura, pero a través de ella se puede llegar a otras cosas y construir nuevos mundos posibles.

Silgado asegura que las personas deben crear alternativas, programas que incentiven a leer sobre variedad de temas, buscar atractivos que despierten el interés en los demás y que eso lleve a que cada uno descubra lo que le apasiona. Además, destaca que una herramienta importante es leer en voz alta a otras personas y desarrollar diferentes estrategias para cautivar a los lectores. “Hay un libro para cada uno de nosotros dentro de la biblioteca, pero no lo buscamos”, considera Silgado, en referencia a que, por ejemplo, hay libros que enseñan cierta profesión, como cocinar o tejer, y que esperan ser descubiertos.

Según la poeta colombiana, “la biblioteca es un espacio neutro, donde todo el mundo puede entrar, hasta un guerrillero”, y ello debe tenerse en cuenta para el trabajo cotidiano. En la actualidad, desarrolla estas tareas en contextos marcados fuertemente por la violencia, pero siente que su trabajo se respeta, quizás en parte porque se dirige a “comunidades donde nadie llega porque les da miedo”. En relación a la situación que actualmente vive Colombia, donde, por ejemplo, en los últimos meses se registraron decenas de muertes de líderes sociales, Silgado tiene fe en que el accionar de los grupos ilegales deje de generar daños en las comunidades.

Consultada sobre el avance del narcotráfico en Uruguay, donde se están registrando muchos delitos y asesinatos relacionados con el consumo de drogas, Silgado sostuvo que, por lo general, las personas que se acercan a grupos armados o caen en consumo problemático de drogas tienen problemas en su hogar o quedan en situación de calle y no encuentran otra alternativa para sobrevivir.

Semanas atrás, Silgado visitó Uruguay, donde participó en actividades de la Licenciatura en Bibliotecología de la Facultad de Información y Comunicación (FIC) de la Universidad de la República. Respecto de dicha profesión en Uruguay, si bien dijo que no tuvo un conocimiento tan profundo de la situación, afirmó que se quedó con la impresión de que, principalmente, la biblioteca es considerada un lugar físico donde sólo se guardan libros y actores de la sociedad consultan por ellos. En ese sentido, sostuvo que los uruguayos deben intentar acercarse más a la comunidad y la biblioteca debe de ser un espacio de sanación, donde cualquier persona pueda contar sus historias.

Una historia uruguaya

No obstante, en Uruguay existen experiencias de trabajo de bibliotecas con la comunidad. Lourdes Díaz es bibliotecóloga y docente de la FIC, y actualmente trabaja en la biblioteca Carlos Villademoros, ubicada en el corazón de Casavalle, en el Centro Cívico Luisa Cuesta. El centro fue inaugurado en 2015 con el objetivo de centralizar varios servicios para los vecinos de la zona, que pertenece al Municipio D de Montevideo. En diálogo con la diaria, Díaz afirmó que la literatura especializada considera a Casavalle como un territorio vulnerable, donde prácticamente todos los días es visible la violencia, por ejemplo, a través de los enfrentamientos entre bandas.

Díaz contó que la biblioteca en la que trabaja mantiene una estrategia que apunta fuertemente al trabajo con los centros educativos y de la salud de la zona, y se hace foco en la primera infancia, a partir de los dos años de edad. La bibliotecóloga detalló que en varias oportunidades se ha armado una biblioteca al lado de la policlínica Casavalle, donde los niños iban a su control pediátrico y además pasaban por su stand. En base a su experiencia en barrios sumamente vulnerados, Díaz concluyó que el interés por la lectura está presente, pero lo que cuesta es que la familia llegue a la biblioteca. “La mamá tiene la obligación de ir a la policlínica; en cambio, con la biblioteca no hay una relación de obligatoriedad”, aseguró Díaz, en referencia a que existe un “lazo diferente” entre las personas y ambas instituciones.

La mayoría de las veces la biblioteca de Casavalle es utilizada en función de una necesidad que no tiene que ver con la lectura, como cuando en pleno verano los niños asisten a compartir con pares. Díaz contó que en esa oportunidad la biblioteca es vista como un espacio público en el que no hay que pagar nada y en los días de temperaturas más elevadas es posible resguardarse del calor. Como una especie de anexo, las familias encuentran el entretenimiento con otros niños, acceden a la cultura, juegos, libros y también a personas que acompañan y escuchan.

Durante los últimos años, recién en febrero de 2022 hubo una mínima estabilidad para poder medir el vínculo entre los niños y la biblioteca, ya que la pandemia de covid-19 y las medidas de disminución de la circulación hicieron el trabajo más difícil. Aun así, para Díaz no es un tiempo suficiente para decir que los niños que asisten serán grandes lectores o tendrán un gusto por la escritura. En contraposición, la bibliotecóloga destacó que hay muchos adultos que, más allá de vivir en un contexto duro, asisten al centro “en busca de lectura”. Asimismo, Díaz destacó que después de satisfecha esta necesidad, está en el responsable de la biblioteca generar alternativas para que se interesen por otras cosas que ofrece el espacio. “La estrategia de la biblioteca está centrada en el gusto y en el deseo, más que en la obligación, y esa es una diferencia sustancial”, dijo Díaz.

No sólo lectura

Entre las distintas alternativas que Díaz ha implementado con los niños, destacó el éxito que tienen los juegos de sopas de letras temáticas, palabras escondidas y crucigramas. Desde su experiencia, aseguró que los niños se interesan por descifrar este tipo de juegos. De todas formas, también existe la otra cara de la moneda: muchos niños no pueden participar porque carecen de los conocimientos básicos, como saber los números o letras. Para Díaz, esos son los “golpes de realidad” a los que varias veces se ha enfrentado. Al actuar sobre esos casos, resulta difícil poner el foco sin descuidar a los demás niños.

“El contexto en Casavalle es distinto; los niños de cinco, seis u ocho años circulan solos por el barrio” y la mayoría del tiempo están sin un referente del hogar, por lo que se apoyan en sus barras, expresó Díaz. Al respecto, aseguró que no hay diferencias según el género, ya que las niñas también lo hacen, pero con un poco más de “control familiar”.

Por otra parte, la bibliotecóloga manifestó su preocupación por la violencia de género, que es muy grave en la zona, y vinculado a ello contó que existió el proyecto “Casavalle: cuenca de mujeres que se cuentan”, que apuntó generar una publicación con historias de vida contadas por mujeres que sufrieron violencia. Según contó, a partir de allí se realizó un taller con mujeres de la zona y con sus relatos se pretende crear una publicación de distribución gratuita en centros educativos y de salud de Casavalle. “El objetivo es que a través de la escritura y de la lectura se pueda llegar a otras mujeres que están o estuvieron en situaciones parecidas de violencia”, afirmó.

Consultada sobre si faltan políticas para fomentar el uso de las bibliotecas en contextos vulnerables, Díaz respondió que apuntaría a reforzar instituciones y acciones ya existentes. “En lugar de crear más bibliotecas e institucionalidad, yo generaría más equipos de trabajo, fortalecería los que ya hay para que lleguen con más fuerza a estos lugares”, concluyó.