En épocas donde el ritmo de vida es cada vez más acelerado y el tiempo que tenemos para el encuentro con el otro parece ser cada vez menos, muchas veces los niños y las niñas pueden ser los que más sufran la ausencia de momentos para compartir tiempo de calidad con sus familias. Sumado a esto, como adultos en muchas oportunidades podemos llegar a minimizar sus sentimientos, dejar de lado sus emociones o no darles a sus problemas la importancia que merecen.
En diálogo con la diaria, la profesora adjunta y magíster Gabriela Bruno, doctoranda en Psicología por la Universidad de la República (Udelar), especialista en clínica psicoanalítica con niños y adolescentes, y docente del Instituto de Psicología Clínica de la Facultad de Psicología de la Udelar, reflexionó acerca de la importancia de estar presente en la vida de los más chicos, brindarles un espacio de contención y otorgarles un lugar donde sus emociones sean escuchadas y validadas.
“Lo primero es reconocer al niño como un sujeto, y cuando digo esto también me refiero a un sujeto de derechos, porque en general nos olvidamos de escucharlo y de otorgarle un lugar, por eso lo tomamos como objeto o como algo que hay que educar, reparar, asistir, disciplinar, etcétera. Muchas veces suele desestimarse lo que el niño siente como también lo que piensa, como también suele desestimarse el saber de ese niño. El niño muchas veces sabe cosas que los adultos creen que no sabe, se habla delante de los niños y se cree que no escuchan o no están captando lo que pasa. Muchas veces se niega su capacidad de saber”, considera.
“No soy de dar fórmulas porque la fórmula cada uno la encuentra en el momento, pero sí hay que acompañarlo, nunca hay que negarse a hacerlo. Si un niño dice, por ejemplo, que tiene miedo, escuchemos. ¿Por qué no creer su palabra? ¿Por qué desestimar lo que trae?”, cuestionó.
El valor del diálogo
Desde su visión, Bruno sostiene que el diálogo con los niños es de una “importancia trascendental”, y hace hincapié en lo significativo que es para los niños y para los adultos construir el hábito de intercambiar y comunicarse entre sí.
“La manera que tenemos de procesar la vida o las experiencias vitales es a través de la palabra. Cuando me refiero a la palabra, me refiero a distintas formas de expresión. Así sea desde las diferencias o desde ideas distintas, es importante poner esto a dialogar y ponernos a intercambiar. Cuando hablamos de ‘poner en palabras’, con los primeros que ponemos en palabras las cosas son con los que están allí para nosotros, y la posibilidad de dialogar, de intercambiar, de escucharnos, tendría que ser algo cotidiano”, sostiene.
Además, la psicoanalista destaca lo importante que es la escucha por parte del adulto, pero estimulando, a su vez, la capacidad del niño de ser él mismo quien reflexione sobre lo que siente: “Otra cosa que hacemos mucho es interpretar nosotros lo que le pasa al niño y darle todas las explicaciones de lo que le sucede, y tapar las posibilidades de que el niño procese y haga su propia reflexión de lo que está viviendo”. “Muchas veces se trata de ofrecer la palabra y ofrecer la escucha, sin llenar al niño de nuestros contenidos”, subrayó.
Sumado a esto, y a la construcción del hábito del diálogo, Bruno sostiene que sentarse con el niño y escucharlo no es algo que se tenga que dar solamente cuando hay problemas. “Aquellos que tienen la suerte de tener un espacio de encuentro luego de terminada la jornada, en la cena, por ejemplo, tienen la oportunidad de preguntar ‘¿Cómo estuvo tu día?’, sin que esto se dé solamente cuando hay situaciones negativas o de conflictos internos de los niños”, considera.
Agrega: “Estar disponible es también estarlo para el juego, para la alegría, y hay mucho de eso que se ha perdido en la rutina cotidiana. Parece que todo se trata de tareas a realizar, de horarios que cumplir, de actividades escolares preestablecidas, y queda poco tiempo para el juego del niño, sea un juego libre o uno donde los adultos también se sumen”.
El rol de los adultos y las dificultades que enfrentan
“Cada vez hay menos tiempo para los diálogos, cada vez hay menos espacios, y a veces los adultos realmente no pueden acompañar como deberían o como quisieran”, considera la psicóloga cuando reflexiona sobre las dificultades que genera el ritmo de vida actual a la hora de encontrar momentos para un encuentro.
A su vez, Bruno sostiene que escuchar a un hijo o una hija cuando no se siente bien, muchas veces enfrenta a los padres a sus propias “impotencias o dificultades”. “El adulto en varias oportunidades no tiene respuestas y no siempre vamos a saber decirle por qué sufre o que hay cuestiones de la vida que no se pueden evitar. En muchos casos, el adulto no quiere enfrentarse a su imposibilidad de ayudar al hijo y a sus propias angustias en relación con lo que el hijo vive”, considera.
Respecto de estos problemas, Bruno también habla de su propia experiencia como psicoanalista y lo que observa desde su profesión: “En gran medida, lo que está pasando, y esto lo veo en la clínica y en el consultorio, es esto de buscar las respuestas afuera, y pareciera que los padres no pueden encontrar ellos mismos las respuestas para sus hijos, aunque la respuesta perfectamente pueda ser estar presente y ver qué construyen juntos. Muchas veces pasa que si el niño sufre por alguna razón, se busca en las redes al psicólogo o psicóloga de moda para ver cómo se puede solucionar ese problema y no se confía en los criterios propios”.
“La respuesta por parte de un adulto no necesariamente tiene que ser darle una fórmula al niño para que no sufra, sino estar allí cuando este lo necesite. A mi modo de ver, eso ya es una respuesta suficientemente válida”, remarcó.
Los modelos en los que los niños se reflejan
Otro aspecto que la psicoanalista toma en cuenta en el rol de los adultos son los modelos que inconscientemente los más grandes crean en la dinámica de relacionamiento familiar, y cómo dichos modelos se vuelven propensos de ser imitados por los más chicos a la hora de expresarse.
Según Bruno, “es bueno pensar cuánto de lo que le está pasando al niño tiene que ver con lo que le está pasando al adulto”. “Desde el psicoanálisis, hablamos de las identificaciones con los padres o la familia, y cómo el niño está absorbiendo eso y está tomando una manera de pararse ante los conflictos y ante los problemas. A veces pretendemos que el niño reaccione de una manera determinada frente a lo que le pasa y somos los adultos los que gritamos, tiramos objetos, golpeamos puertas, violentamos, etcétera”, remarca.
Asimismo, la psicoanalista analiza cuánto de la infancia permanece en los adultos, y cómo estos también cargan con frustraciones o duelos propios que no han sido resueltos aún. “Hay algo de la infancia que permanece siempre en nosotros, por lo menos así lo entendemos desde el psicoanálisis. Muchas veces cuando un adulto se pone a hablar en un espacio analítico y llora por las diferencias que hacían los padres, por un duelo que tuvo en la infancia o por haberse sentido expuesto en el ámbito educativo, ya sea por los compañeros o por algún docente, en ese momento esa angustia es algo que remite al niño, es como que ese niño está vivo ahí. También, por ejemplo, en los sueños o en los deseos que se expresan nos remiten a experiencias infantiles”, sostuvo. Y agrega: “Estas son dimensiones que complejizan todo este asunto del encuentro con el niño”.
Escuchar y acompañar
“El niño merece ser escuchado, y cuando digo escuchar no me refiero simplemente a oír”, enfatiza insistentemente Bruno. Según la psicoanalista, escuchar es la mejor forma que el cuidador del niño o niña tiene a la hora de actuar: “Escuchar implica validar, darle a la situación la importancia que tiene, no menospreciar diciendo ‘ya se te va a pasar’, ‘esto no es nada’, ‘a todos les pasa’, como si lo que sintiera un niño fuese algo menor”.
A su vez, Bruno considera que hay momentos para escuchar y validar, pero también los hay para orientar y marcar un camino, que considera que ha caído en “desuso”. “Parece que está mal plantear lo que nosotros, como adultos, entendemos que es lo mejor para ese hijo o esa hija. Por supuesto que podemos equivocarnos, pero si nos desdibujamos tanto que en el diálogo no podemos plantear una opinión, lo que nosotros entendemos, la información que tenemos o las preguntas que también nos hacemos como adultos, dejamos muy solos a los niños si permitimos que ellos solos decidan y no les transmitimos nuestra posición”, reflexiona.
De esta forma, la psicoanalista remarca la importancia de la compañía de los adultos en los momentos en los que el niño se ve herido desde lo emocional. “Si un niño tiene en quién sentirse amparado, el dolor va a seguir estando, pero el peor dolor de todos es sentir el desamparo de que no hay un otro a quien acercarse”, sostiene.
“Si lo pensamos en términos clásicos, un otro es la madre, el padre, la familia, el cuidador, el referente, etcétera. Es el adulto con quien cuenta en su vida. Tenemos que pensar que el niño no es un ser aislado en el mundo, sino que hay algo que se pone en relación con ese otro adulto al que demanda, le pide una respuesta, lo interroga o lo interpela”, agrega. Concluye: “No es fácil, no hay fórmulas, pero lo que siempre voy a proponer es el diálogo, el acompañamiento y el estar. Estar es estar disponible, aunque estemos cansados o aunque tengamos nuestros propios problemas”.