Trabajar en educación es una porfía digna de Sísifo. Hay que vivir en la firme insistencia del sembrador y confiar en que el clima no juegue una mala pasada. El diablo vive en los detalles y es especialista en meter la cola arruinando las mejores intenciones.
En los tiempos que corren es, además, competir contra mil estímulos idiotizantes –en sentido estricto– que buscan que seamos idiotas, que estemos cada vez más aislados y alejados de la construcción colectiva de un destino común. Los últimos cinco años hemos agregado la contra de un gobierno convencido de que educar es ante todo obedecer y una opinión pública que se embandera fácilmente detrás de mentiras repetidas mil veces: “Las maestras de ahora ya no enseñan como las de antes”.
En este caldo germinan una y mil veces gestores del desaliento, profetas del recetario, medidores de resultados en pruebas pensadas como competencias, y una miríada de chantas que predican inteligencias múltiples, educaciones emocionales y te coachean rapidito en el arte de “hacer como si”, para que siempre parezca que todo cambia, y asegurarse de que todo siga como está.
En este paisaje –social, tecnológico, humano, cultural, político– alzar la voz sin gritos, pero con mucha firmeza, sostener una pregunta, es un gesto revolucionario. No un anuncio de revoluciones que otros deberían hacer, tampoco un grito de rebeldía que se agota en revolear el poncho y gritar tres consignas. Un gesto. Y, créanme, si algo se transmite, si algo se pasa de una mirada a otra, de padres y madres a hijos, de maestras y profes a estudiantes, son los gestos.
Laura Curbelo Varela es profesora de Filosofía egresada del IPA, máster en educación y en filosofía. Mujer, madre, esposa, profe exigente, divertida y de las que aman cantar y bailar. Menudo baile el que propone en Enseñar preguntando. Después de leerlo, rayarlo, dejarlo descansar unos días, retomarlo, seguir rayándolo y preguntándome cada tanto qué me habría llevado a señalar este o aquel pasaje, me atrevo a publicar algunos puntos que hacen que ya esté en la lista de textos a trabajar este año en clases.
1. Está preciosamente escrito. La prosa fluye enlazando conceptos e imágenes con facilidad. Tiene momentos de vuelo poético, detalles de una sensibilidad inteligente y atenta. Dialoga con autores de tiempos y tradiciones disímiles, y con ellos va dando cuenta de su propio posicionamiento. Desde Freire y Fanon a Lipman, sin saltearse a Soler Roca ni desechar a la carrera a Dewey, al que la escuela uruguaya le debe mucho más que lo que se atreve a reconocer. De esa forma logra convertir algo que casi por naturaleza resulta árido de transitar, como una tesis de maestría, en algo entretenido de leer.
2. Está escrito en primera persona, sin plantarse en protagonista. Parte, como las buenas pedagogas, de sus propias vivencias para desarrollar un conjunto de ideas que, sobre todo, están en movimiento. No vamos a encontrar principios escritos en piedra para la eternidad, consejos para recién iniciados ni verdades de moda. Vamos a recorrer el ejercicio puro y duro de una praxis, vale decir, del momento en que las ideas comienzan a ordenar las vivencias, a pensar enseñanzas y organizarlas provisoriamente para volver a la tarea cotidiana. Es el texto de quien sabe que enseñar es una tarea de pata en el suelo, sentimiento puesto en juego en cada gesto, y pensamiento atento a leer lo que acontece. Pensamiento que debe, además, tener la audacia de ser escrito. La memoria siempre es frágil y a las palabras se las lleva el viento.
3. Subvierte palabras que hemos degradado hasta convertirlas en un insulto, como “infantilizar la enseñanza”. Recuperar la infantilización es una propuesta que dicha así nomás puede dejar tieso a más de uno. Pero, justamente, Enseñar preguntando pone en primer plano el hecho de que todos los niños fuimos, ante todo, preguntones. Preguntones a los que el mundo adulto tiende a domesticar, disciplinar, acallar. Investigadores incansables. Pasar de niño a adulto parece ser el duro proceso de poda de preguntas, interrogantes, hipótesis. Ser adulto es ser niño sin la maravilla del mundo. Recuperar la pregunta, la curiosidad, la imaginación es recuperar aquella maravilla que muchas veces también nos fuera incautada en la escuela, esa aduana infame en la que a veces sólo nos dan una goma grandota para borrarnos.
4. La propuesta de Enseñar preguntando se funda en una ética de la liberación, una mirada decolonial, antipatriarcal y, por qué no decirlo, anticapitalista. Preguntarnos por el presente, por los orígenes rastreables de este presente, por los ocultamientos y negaciones que nos trajeron hasta aquí no deja de ser una forma de imaginar mundos otros, posibles, y arraigados en lo que hemos vivido. Si hay experiencia en la vivencia, ella radica en lo que nos enseña. En los gestos que quisiéramos rescatar y en los mil rituales absurdos que haríamos mejor en evitar. Infantilizar no quiere decir retirar al mundo adulto de las infancias. No quiere decir abstenernos de proponer una estructura, unos sentidos que hagan posible la vida misma, sino, por el contrario, estar atentos al reclamo de la vida misma por un marco que la haga posible.
5. Enseñar preguntando es un texto de pedagogía porque recoge una historia, una tradición, la pone a dialogar con otras, se detiene en vivencias personalísimas, en lecturas que nos han desafiado –Walsh, Abramowski, Antelo, Ranciére–, no para florearse en citas citables, sino para volver a preguntarse sin respuestas a priori. Lejos de bajar línea, muestra una forma de trabajar en clase. Enseñar preguntando no deja de ser preguntarse enseñando, y ese gesto, cuando ocurre en clase, es el que a muchos nos ha llevado a querer ser docentes.
6. Para finalizar, un par de observaciones. No por ser reflexivo el texto deja de lado las emociones. Es un conjunto de ideas que proviene de y vuelve siempre a las prácticas cotidianas en el salón de clase. No por detenerse en la maravilla del mundo infantil deja de ser profundamente crítico con el mundo. Reúne lo ético y lo político, tiene claro que las decisiones que tomamos los docentes tendrán consecuencias sobre las vidas de nuestros estudiantes.
En pocas palabras, Enseñar preguntando es un libro al que volveré este año para preparar clases y en adelante, porque su lectura no deja de abrir interrogantes cada vez. Una pregunta se queda conmigo después de leer el libro: recuperar al niño preguntón, a la niña curiosa, ¿no sería una manera de desdidactizar la enseñanza?
Enseñar preguntando, de Laura Curbelo Varela. Lugar editorial, Montevideo, 2025. Edh Rodríguez es licenciado en Ciencias de la Educación, trabaja como docente efectivo de pedagogía y pedagogía social en el CFE.