Recientemente se conoció el anteproyecto de ley elaborado por el Ministerio de Educación y Cultura (MEC) para la creación de una Universidad Nacional de Educación (UNED), cuyo objetivo será la formación universitaria de los profesionales de la educación.

Nuestro país posee una larga trayectoria en la formación de docentes y educadores (en adelante educadores), la que ha respondido a distintos momentos sociohistóricos, políticos, académicos y culturales. Se han sucedido en el tiempo numerosos cambios, en los paradigmas educativos a nivel nacional, regional e internacional, que han impactado en las políticas educativas destinadas a la formación de profesionales de la educación.

Es así que fuimos asistiendo no solamente a distintos enfoques curriculares, sino también a diferentes estructuras institucionales. La dependencia de los sistemas para los que se formaban los docentes (Consejo Nacional de Educación Primaria y Normal, Consejo Nacional de Educación Secundaria y Universidad del Trabajo del Uruguay), con una fuerte impronta endogámica que se mantuvo durante años, dio paso posteriormente a una institucionalización más específica, primero a través de una Dirección Ejecutiva de Formación y Perfeccionamiento Docente y posteriormente por medio de un Consejo de Formación en Educación como órgano desconcentrado –con representación docente y estudiantil–, que se mantiene vigente hasta la actualidad. En ambos casos, dentro del ente autónomo Administración Nacional de Educación Pública (ANEP).

Las instituciones de formación en educación en las que se desarrollan las carreras de Maestro de Educación Inicial y Primaria, Profesor y Maestro Técnico para educación media, respondieron inicialmente a demandas específicas y contextualizadas de la sociedad y del sistema educativo, con vinculación a una gramática de matriz normalista que les dio origen. No obstante, la realidad de la educación ha estado signada por la búsqueda de cambios, que se han suscitado tanto en la dependencia institucional como en las dimensiones curriculares y organizativas. A esto debemos agregar la incorporación, en los últimos tiempos, de dos nuevas carreras que implicaron profundas revisiones: la de Maestro de Primera Infancia y la de Educador Social.

Desde 2010 hasta la fecha –excepto en el quinquenio 2020-2024, cuando se suspendió en su aplicación el proceso que se venía desarrollando– se dieron pasos de fundamental importancia para que la formación de los educadores se desarrollara integrando los tres ejes universitarios –la enseñanza, la investigación y la extensión–, en la búsqueda de la excelencia del profesional de la educación.

La creación de una UNED surge también como una demanda contextualizada y específica en 2006 –en el marco de la Asamblea Técnico Docente de Formación Docente– y como respuesta a la necesidad de otorgar a la formación de educadores un espacio propio de nivel universitario que consolide el campo de saber específico, complejo, académicamente legítimo y generador de conocimiento. Eso requiere una profesión particular como la del educador, que se extienda luego a diferentes colectivos que asumieron esta demanda como propia.

Una UNED se constituye en un espacio institucional privilegiado para la producción, circulación y resignificación de conocimientos inherentes a esta profesión, en diálogo permanente con las múltiples dimensiones que atraviesan los procesos educativos. Asimismo, está lejos de concebirse únicamente como un ámbito para la formación de docentes –más allá de visiones técnicas o reduccionistas– o como un lugar donde sólo se enseña a enseñar, aspecto este último subrayado por algunos detractores de la creación de la UNED.

La formación en educación tiene un carácter estratégico para el desarrollo democrático, inclusivo y equitativo de la sociedad y del país, y si se lleva a cabo en un ámbito universitario no sólo amplía el horizonte de saberes disponibles para la práctica educativa, sino que también permite pensar la educación como una actividad intelectual, ética y política, inserta en una sociedad, en proyectos colectivos y comprometida con la transformación social.

Desde esta perspectiva, la UNED representa un entorno académico que promueve una formación integral, en tanto articula simultáneamente teoría, práctica, investigación, extensión, compromiso ético y, además, asegura una formación de grado, continua y de posgrado, que favorece la autonomía intelectual y la integración con otros saberes. De ese modo, se habilita la construcción y la consolidación de una identidad profesional autónoma, crítica, reflexiva, así como se favorece y fortalece la pertenencia a un ámbito académico comprometido con la producción de saberes relevantes, con la contextualización y la problematización de estos, desde, por y para la mejora de la educación.

Si la formación de educadores se desarrolla en un ámbito universitario, se impulsa y favorece el reconocimiento social, institucional y académico hacia la profesión, en igualdad de condiciones con otras profesiones universitarias; se revaloriza de ese modo la profesión de educador. Constituye una apuesta por la dignificación de la función de educar, por la democratización del conocimiento y por la construcción de un sistema educativo más justo, más inclusivo, más emancipador, en tanto deberá dialogar fluidamente con todos los estamentos del sistema educativo nacional y con las demás instituciones educativas terciarias.

Ser educador es una profesión que en sí misma tiene un alto grado de especificidad. Integra una complejidad de campos en su ejercicio: saber qué enseñar, determinado por el conocimiento específico de la disciplina que se enseña; saber cómo enseñar, con el sustento de los conocimientos didácticos y prácticos pertinentes; saber a quiénes se enseña, poseer los conocimientos pedagógicos, psicológicos, sociológicos –entre otros– que permitan comprender al estudiante como sujeto de aprendizaje y su realidad a nivel institucional y de su comunidad; saber por qué y para qué se enseña, es decir, saber cuál es el proyecto de ciudadanía que contribuye a una sociedad más democrática, justa y solidaria. La intervención del profesional de la educación es clave en el desarrollo de ese proyecto y, por otra parte, debe asegurar la autonomía del sujeto a ser educado.

Se trata de un espacio institucional específico, integral y simultáneo que abarque la formación académica de todos los educadores del país, a través de las funciones universitarias de enseñanza, investigación y extensión que se entrelazan, se interdisciplinan en el ámbito de la formación de grado y posgrado.

Estos saberes se construyen desde los componentes académico, social y ético. El primero de ellos tiende a generar los conocimientos que permitan actuar en actividades de enseñanza, curriculares, investigativas y de extensión. Esta dimensión académica tiene como sustento las ciencias de la educación, componente sólido de teoría del conocimiento que funciona como dispositivo conceptual estructurante, y los fundamentos teóricos, epistémicos, comunicacionales, metodológicos y técnicos de la reflexión crítica y la autorreflexión desde la teoría y desde la práctica, según la carrera elegida.

El segundo, el social, se sustenta en la idea de que la educación es una construcción social que supone que la acción de los educadores se cimenta en el conocimiento científico de la realidad social en la que les toca vivir. El educador observa atentamente su tiempo y su espacio como contexto histórico y social en el que ha de desempeñarse profesionalmente. La acción social del educador es, “en primer lugar, una tarea de concientización para que cada educando se reconozca como sujeto histórico y reconozca las condiciones reales de su entorno para luego trabajar por la transformación de las mismas” (ANEP, 2007, p. 20). No se reduce al trabajo en el aula, sino que también contribuye a la construcción de un modelo educativo inclusivo, fruto de la participación y del intercambio con otros y acorde a lo que la sociedad necesita.

El tercero y último de los componentes antes mencionados es el ético. La ética en el educador conlleva el poder ser con otros, el acceso propio y el del estudiante a una vida digna, plena, en la que ambos desarrollen acciones y decisiones críticas, favorezcan la autonomía, los vínculos sociales, la reflexión y la coherencia entre el pensar y el actuar. Al decir de Savater (1999, p. 58), “nadie llega a convertirse en humano si está solo: nos hacemos humanos los unos a los otros. Nuestra humanidad nos la han ‘contagiado’: es una enfermedad mortal que nunca hubiéramos desarrollado si no fuera por la proximidad de nuestros semejantes”. Actuar éticamente compromete y responsabiliza al profesional de la educación con aquellos bienes y valores que garanticen el pleno desarrollo del ser humano en la sociedad, para propiciar la igualdad, la justicia, el libre acceso a las fuentes de la cultura y al trabajo.

En el ámbito de la UNED, estos componentes que hacen a la formación del educador, cuya identidad se genera a través del ejercicio y crítica de su saber, lo posicionan como productor de conocimiento especializado que se incorpora al capital cultural, en un entramado que le da forma y sentido al complejo mundo de las relaciones sociales. Eso es posible porque el saber se objetiva y se transforma extendiéndose a otros y enriqueciéndose a través de las tres funciones universitarias: la docencia, la investigación y la extensión con pertinencia social.

Por otra parte, una arquitectura institucional que habilite los espacios de participación real, en los que se discuta, se confronte y se tomen decisiones –desde que el educador inicia su formación de grado– contribuye al desarrollo profesional, al compromiso y a la necesaria responsabilidad por esas decisiones, ya sean académicas, sociales o éticas. De ahí la importancia de una universidad que configure un escenario democrático, que sólo es viable a través del cogobierno.

Ni la ley de urgente consideración, ni el decreto del Poder Ejecutivo instrumentado por el MEC, ni la prueba estandarizada (período 2020-2024) acreditan que la formación de los educadores sea universitaria; esta sólo es posible mediante la creación de un nuevo ente autónomo para la formación de profesionales de la educación que, tal como se viene trabajando y fundamentando desde hace casi 20 años, debe ser público y acorde a la rica tradición educativa de Uruguay. Esta universidad debe crearse sobre la base de todos los institutos y centros de formación en educación existentes a lo largo y ancho del país.

Evidentemente, la creación de una UNED no es “soplar y hacer botellas”, pero no se trata de crear carreras de formación docente universitarias por decreto ni de cambiarle la denominación a lo existente, ni de que la formación de educadores esté bajo la tutela de la Universidad de la República. Se trata de un espacio institucional específico, integral y simultáneo que abarque la formación académica de todos los educadores del país, a través de las funciones universitarias de enseñanza, investigación y extensión que se entrelazan, se interdisciplinan en el ámbito de la formación de grado y posgrado.

Esta universidad nacerá con una característica sumamente positiva: contar desde su creación con una descentralización, producto de la presencia de 33 institutos y centros distribuidos en todos los departamentos del país. El proceso de transición será gradual, pero no partirá de cero, sino de una larga historia de trabajo y conocimiento acumulado en la formación de educadores, sustentada en la experiencia, la discusión y el intercambio de diferentes actores de la educación.

Confiamos en que el proceso de discusión legislativa del anteproyecto de ley presentado por el Poder Ejecutivo por intermedio del MEC, más allá de las diferentes visiones y posturas, dé lugar a la concreción de una Universidad Nacional de Educación autónoma, pública y cogobernada, para la formación de grado y posgrado de los educadores del país, dando respuesta a una demanda social que ha surgido fundamentadamente hace dos décadas.

Álvaro Alonso, Adriana Betta, Bettina Corti y Silvia Grattarola son exdirectores y subdirectores de institutos del Consejo de Formación en Educación.

Referencias bibliográficas

ANEP-DFPD (2007). Plan 2008. Sistema Único Nacional de Formación Docente. Documento final.

Savater, F. (1999) Las preguntas de la vida. Barcelona: Editorial Ariel.