El pasado domingo 30 de junio se abrieron las urnas para inaugurar un nuevo ciclo electoral en nuestro país. Una instancia que, como sabemos, tiene sus particularidades, ya que son las únicas elecciones voluntarias de todo el ciclo. Esto si lo miramos desde el punto de vista de las y los electores; para los partidos era obligatorio competir en esta instancia para pasar a la siguiente.

Lo que estaba en juego era la definición de la candidatura presidencial de cada partido, que en casos de competencia interna se define cuando un candidato/a supera el 50% de los votos u obtiene 40%, pero con 10 puntos de distancia con el siguiente. Pero además, se elegía la integración de dos órganos deliberativos, uno nacional (ODN) y otro departamental (ODD). Mientras que el primero decide sobre las candidaturas en caso de que no se cumplan los requisitos que mencioné más arriba (además de decidir formalmente sobre la candidatura a la vicepresidencia), el segundo tiene un rol muy importante de cara a las elecciones departamentales y municipales, para la selección de candidaturas a la intendencia. Por eso, estudios como el de Daniela Vairo1 nos muestran que hay un hilo que une lo que ocurrió el domingo con lo que sucederá en mayo de 2025. También Daniel Chasquetti se refirió a esto en su última columna de la diaria, haciendo énfasis en los incentivos diferenciales para los partidos.2 Además, dentro del plano informal, esta instancia también permite a los partidos afirmar liderazgos locales y “marcar votos” de dirigentes de cara a octubre.

Entre las múltiples sorpresas de la noche, un término recorrió los micrófonos de la prensa: participación. Y se debió a que, de las seis instancias de elecciones internas que hemos tenido desde la reforma de 1996, esta fue la que registró porcentualmente un mínimo histórico de votación (no llegó al 36%). Por eso, les propongo analizar distintas dimensiones de lo que implicó la participación en esta instancia.

Alta participación... de partidos

En nuestro sistema, quienes presentan candidaturas son los partidos políticos, y lo hacen a nivel nacional. Puede tratarse de partidos existentes o de nuevos partidos; de hecho, la posibilidad de presentar nuevas opciones partidarias es bastante accesible, ya que con presentar firmas equivalentes al 0,5 por mil del total de ciudadanos/as habilitados para votar en la última elección nacional ante la Corte Electoral y obtener al menos 500 votos en las internas, es posible para un partido nuevo presentarse en octubre.

A principios de este año, tuvimos un número histórico de partidos registrados: 23, de los cuales 18 registraron listas. De estos, tras las internas, 14 habrían pasado a octubre.3

Candidatos/as 2024 y porcentaje de votación de los partidos en octubre de 2019

Partido Candidato/a 2024 % votación oct. 2019
Frente Amplio Yamandú Orsi 39%
Partido Nacional Álvaro Delgado 28,6%
Partido Colorado Andrés Ojeda 12,3%
Cabildo Abierto Guido Manini Ríos 11%
PERI César Vega 1,4%
Partido Independiente Pablo Mieres 1%
Unidad Popular + Frente de Trabajadores Gonzalo Martínez 0,8%
Partido Verde Animalista Rita Rodríguez 0,8%
Partido Constitucional Ambientalista Eduardo Lust Nuevo
Coalición Republicana Juan Carlos Otormín Nuevo
Identidad Soberana Gustavo Salle Nuevo
Basta Ya Jorge Bonica Nuevo
Avanzar Republicano Martín Pérez Banchero Nuevo
Partido por los Cambios Necesarios Guillermo Franchi Nuevo

En un trabajo clásico para el análisis de los sistemas de partidos,4 el politólogo italiano Giovanni Sartori decía que era importante contar los partidos dentro de un sistema porque era una primera aproximación a qué tan concentrado o fragmentado se encontraba el poder. Pero advertía: no alcanza con contar, hay que hacerlo de forma inteligente. ¿Quiere decir este panorama que se abre el domingo que nuestro sistema tiene 14 partidos relevantes? Claramente no, y eso en función de ciertos criterios: la fuerza electoral diferencial de los distintos partidos (es decir, la capacidad que tendrán no sólo de aspirar al gobierno, sino a los lugares de representación), así como a la capacidad de los partidos más pequeños de participar en coaliciones o de afectar la dinámica de la competencia. En nuestro país también es relativamente bajo el caudal de votos necesario para aspirar a los lugares de representación parlamentaria en octubre, aunque la proporcionalidad no es perfecta y presenta más dificultades para los partidos pequeños. De todas formas, da incentivos a estos partidos para intentar consolidar una banca en el Parlamento. Y como vimos en 2019, este objetivo no está fuera de sus posibilidades e incluso, con un número comparativamente bajo de votos, pueden llegar a ser la llave de una negociación parlamentaria. Entre estos partidos pequeños tenemos además al único que presenta una candidatura femenina a la presidencia, la de Rita Rodríguez, del Partido Verde Animalista. De hecho, parte de estas transformaciones que vemos a partir de la reforma de 1996 es que contemos con incentivos para partidos pequeños como este, con agendas específicas basadas en temas puntuales, a diferencia de los partidos tradicionales, basados en una agenda amplia y que buscan convocar a sectores mayoritarios de la ciudadanía. Y también tiene que ver con los cambios posreforma que haya ciertos incentivos para dirimir diferencias por fuera de los paraguas de los grandes partidos, en donde tradicionalmente confluían sectores con orientaciones muy diversas y hasta en conflicto entre sí. Estas transformaciones se relacionan con qué y a quién representan los partidos, y pueden estar dando cuenta de cambios que con el tiempo podrían incrementar la fragmentación del sistema.

La ciudadanía y el descenso en el escalón

Lo cierto es que, a pesar del alto número de partidos y de listas, que implicó además que miles de ciudadanos/as integraran nóminas para ODN y ODD en todo el país, el domingo volvimos a bajar un escalón en la participación electoral. En términos relativos, esta participación sigue siendo alta si nos comparamos con instancias voluntarias en otros países; de todas formas, creo que también es necesaria la comparación con nosotros mismos, para evitar miradas autocomplacientes sobre el funcionamiento de nuestra democracia.

En la literatura, las explicaciones sobre la participación recorren elementos estructurales de los sistemas y de la composición de los electorados. En cuanto a los electorados, se han estudiado distintas dimensiones asociadas con la participación, como por ejemplo las desigualdades en el tiempo, habilidades cognitivas y cívicas, y en la distribución de los capitales financieros y sociales.5 Por decirlo en términos muy sintéticos, se esperaría en este sentido una mayor participación en aquellos electores/as con mayor educación formal, más información, de edades más altas y mayor nivel socioeconómico en una instancia voluntaria.

En nuestro caso, entre las interpretaciones por fuera del sistema de partidos, estuvieron cuestiones climáticas, futbolísticas, del calendario de vacaciones y del agotamiento por el anterior ciclo electoral extendido. Entre las endógenas, hubo cuestionamientos a la capacidad de los partidos políticos de movilizar a la ciudadanía.

Si tomamos la última medición que realizó Latinobarómetro en Uruguay,6 vemos que en 2023 más de la mitad de quienes respondieron dijeron estar poco o nada interesados en la política. Aunque seis de cada diez personas dijeron estar conformes con el funcionamiento de la democracia, más de tres de cada diez consideran que podría funcionar sin partidos. Casi seis de cada diez consideraron a su vez que los partidos políticos no funcionan bien en nuestro país.

En el mundo, la democracia está en problemas y crece la insatisfacción con su desempeño y sus instituciones. Si nos guiamos por lo anterior, parecería que hay señales de que Uruguay no es la excepción.

El problema de la generalización

Pero atribuir la baja en la participación a una insatisfacción con el funcionamiento del sistema de partidos es, no obstante, una simplificación. Por un lado, porque compara una instancia que por su naturaleza convoca a quienes se sienten más identificados/as con una opción partidaria con las elecciones de carácter general, que además son obligatorias. Por otro, porque no visualiza las diferencias de participación entre los partidos.

Al analizar la distribución del electorado por opción partidaria, se observa que el principal partido opositor, el Frente Amplio, tuvo un incremento sustancial respecto de 2019 y no sólo fue el partido más votado el domingo, sino que logró el mayor porcentaje de votos sobre el total desde 1999. Esto representa un cambio en la tendencia en la participación que se observaba en las internas, tanto de este partido como en los del oficialismo, en donde el cambio fue a la baja.

Nuevamente, aquí la lectura tiene que ser desde la complejidad y hay diversos factores que podrían estar incidiendo en esta situación, como la activación de la movilización política a nivel territorial, la competencia interna en relación a las candidaturas, o incluso el entusiasmo que despierta que un partido esté o no en el gobierno al momento de la elección. Tendremos que esperar hasta octubre para saber qué porcentaje del electorado de cada uno de los partidos se sintió convocado a esta interna, y así tener mayores elementos sobre qué tan extrapolable es el perfil de estos votantes al del resto de la ciudadanía.

Marcela Schenck es politóloga.


  1. http://www.scielo.edu.uy/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1688-499X2008000100007 

  2. https://ladiaria.com.uy/elecciones/articulo/2024/6/reglas-de-juego-y-movilizacion-electoral-por-que-en-las-internas-el-partido-nacional-consigue-mas-votos-que-el-frente-amplio/ 

  3. Es posible que incluso este número aumente con el escrutinio definitivo, ya que el Partido Libertario quedó muy cerca del umbral. 

  4. Sartori, G (2005). Partidos y sistemas de partidos. Alianza. 

  5. La Due Lake, R y Huckfeldt, R (1998). “Social Capital, Social Networks, and Political Participation”. Political Psychology, 19 (3), pp. 567-584. 

  6. https://www.latinobarometro.org/