En esta campaña, hemos escuchado muchas veces el término “fría” para hacer alusión a diferentes elementos, a una suerte de sensación térmica subjetiva que se palpó en las internas y que quizá también se vincule con la duración del propio ciclo electoral uruguayo, que más que una carrera corta es una maratón con hitos en el camino. Pero quisiera contrastar un poco esta sensación térmica con otra, que refiere a lo que está ocurriendo en la carrera aún más larga de nuestras democracias como sistemas.

En las últimas décadas, numerosos estudios han señalado un deterioro en la calidad de la democracia a nivel mundial. En América Latina, datos como los del Latinobarómetro reflejan una disminución en el apoyo a la democracia, a tal punto que su último informe alude directamente en su título a esta recesión democrática. Se observa un aumento de la indiferencia relacionado con el mal funcionamiento del sistema democrático, así como un incremento en el respaldo hacia el autoritarismo, especialmente si este se presenta como capaz de “resolver los problemas” de la ciudadanía. Esto ocurre junto con una creciente percepción de que la democracia está controlada por élites que “gobiernan para los intereses de unos pocos”, y se destaca también la falta de una distribución equitativa de los ingresos, así como la ausencia de justicia y de igualdad en el acceso a los derechos básicos de los ciudadanos.

En otros trabajos, hemos analizado cómo la combinación de estos factores ha creado una oportunidad para la (re)aparición del conservadurismo en nuestra región, posicionando los discursos más extremos de la derecha en un lugar relevante, en un contexto que abarca tanto lo electoral como ámbitos más amplios, como el de la batalla por el sentido común y la sensibilidad.1

Ahora quiero hacer foco en otro de los elementos que surgen como preocupación al hacer un corte por edad de estos datos: es decir, en qué medida podemos asociar diferencias en las orientaciones frente a la democracia a las edades de las personas. Y, en particular, destacar el vínculo con las edades más jóvenes, entendiendo que se trata no sólo de una foto del presente, sino que da además algunos elementos para proyectar (o anticipar) problemas a futuro.

Presente en problemas, futuro comprometido

En el último informe de Latinobarómetro2 al que aludí, publicado en 2023, se observaba que el apoyo hacia la democracia era menor entre los jóvenes (de 16 a 25 años) que entre las personas mayores (de 61 años en adelante), con una diferencia promedio de 12 puntos porcentuales (43% a 55%). Es decir, según estos datos, a menor edad, menor apoyo a la democracia.

A medida que disminuía la edad, también crecía la indiferencia hacia el tipo de régimen de gobierno y había un mayor respaldo hacia el autoritarismo. La conclusión a la que llegaba el informe en este sentido era dura: “Tal distribución sugiere que la socialización en estas democracias imperfectas, porque son imperfectas, no produce nuevas generaciones más demócratas, sino que, por el contrario, genera más partidarios del autoritarismo y con mayor inclinación a la indiferencia ante el tipo de régimen político” (2023: 31).

Algunas reflexiones en torno a esto que complejizan las líneas que venimos trazando. Hablar de América Latina como un todo engloba dentro de una misma categoría situaciones muy diversas, y sabemos en este sentido que Uruguay presenta singularidades importantes. Por otra parte, también hablar de las personas más jóvenes en estos términos da cierta idea de unidad, cuando al interior de esta categoría tenemos una gran heterogeneidad. De todas formas, esta última puede ser una simplificación útil para hacer una primera reflexión en clave generacional (de modo inicial, introductorio y necesariamente incompleto) sobre el vínculo entre jóvenes y política.

De modo que cabe interrogarnos ahora sobre si se cumple esta singularidad uruguaya, o sea, el primer punto que señalaba más arriba. Veamos si podemos profundizar un poco más sobre qué pasa en nuestro país en relación con este tema.

¿Qué pasa en Uruguay?

Al analizar los datos para Uruguay del Latinobarómetro, la señal de alerta que se veía en el contexto latinoamericano también se activa: 57,8% de las personas más jóvenes opinan que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno, mientras que este porcentaje asciende a 81,8% en las personas de 61 años y más. Con relación a percepciones sobre democracia, autoritarismo e indiferencia a regímenes de gobierno, las personas en los tramos de edad más jóvenes (18 a 25 y 26 a 40) se comportan de un modo muy similar, mostrando menos apego a la democracia y siendo más proclives al autoritarismo. De hecho, esto es levemente más pronunciado en las/los adultos jóvenes de la muestra. En el tramo más joven, se registraba a su vez el mayor porcentaje de desacuerdo con la afirmación de que, aunque tuviera problemas, la democracia era el mejor régimen de gobierno (17,6%, más de diez puntos por encima del registrado en el tramo de mayor edad). También en los más jóvenes era mayor la percepción de que el gobierno estaba capturado por élites que actuaban en su propio beneficio (67,9%).

No sólo tenemos que hacer foco en los problemas de socialización en torno a la democracia, en generaciones jóvenes que vivieron toda su vida en este sistema, sino en la desilusión que generan los problemas en su funcionamiento.

Más de la mitad de las/los jóvenes que respondieron a este relevamiento afirmaron a su vez que no solían expresar sus opiniones sobre los problemas del país (52,4%). Al ver su cercanía con la política partidaria, más de la mitad dijo que no se sentía cercano a ningún partido (54%) y más de ocho de cada diez señalaron que nunca habían trabajado para un partido o candidato (86,1%).

Donde se activa un mayor porcentaje de respuestas positivas del tramo de encuestados/as más jóvenes es frente a los mecanismos de protesta: 77% está de acuerdo con que se lleven adelante y más de la mitad piensa que para avanzar es necesario no sólo votar, sino también protestar (54,5%, frente a 27,4% que opinan lo mismo en el tramo de mayor edad). Más de la mitad consideró que una forma válida de canalizar esta protesta es mediante el uso de redes sociales (50,3%) y de ellos, 22,5% dijeron que ya lo habían hecho.

También se observaban diferencias en las personas más jóvenes y las de mayor edad respecto a temas de género y política y de nuevas dimensiones de la ciudadanía, como se observa en que los más jóvenes presentan un muy bajo rechazo a liderazgos femeninos, matrimonio entre personas del mismo sexo y adopción de parejas homoparentales.

El problema más importante que identificaron los jóvenes en este relevamiento fue la participación: cerca de uno de cada tres dijo que debía darse mayor oportunidad a la gente para participar en decisiones gubernamentales importantes (30,3%).

El dilema de la participación y la brecha de representación

Esta identificación de los problemas de la participación puede estar dando señales sobre algunos de los aspectos a reforzar y da complejidad a una lectura lineal sobre un desinterés general en la política como tal de los sectores más jóvenes. Como señalaban hace más de una década en un trabajo sobre este tema Pablo Mieres e Ignacio Zuasnábar (2012),3 la fortaleza o la debilidad de nuestras construcciones institucionales está vinculada directamente con la cultura política democrática. Aquí no sólo tenemos que hacer foco en los problemas de socialización en torno a la democracia, en generaciones jóvenes que vivieron toda su vida en este sistema, sino en la desilusión que generan los problemas en su funcionamiento y, también, en las diferencias que pueden existir entre cómo se identifican problemas públicos en los diferentes tramos de edad y cómo responde frente a ello el sistema. Me centré sobre todo en los datos de Latinobarómetro para ilustrar estos puntos, pero si nos vamos a otras mediciones realizadas en nuestro país, también nos vamos a encontrar con diferencias en los distintos tramos de edad sobre la identificación de problemas y la prioridad que hay que dar para atenderlos.

Todo esto en un contexto en el que hay brechas de participación, con baja presencia de jóvenes en toma de decisiones en organizaciones políticas o cooperativas, como se observa en las Encuestas Nacionales sobre Adolescencia y Juventud,4 y en el que, en promedio, la edad de los representantes en Uruguay está en torno a los 52 años, como señala el documento de Acuerdos de las Juventudes Político-Partidarias del Uruguay, presentado a comienzos de este mes.5 En ese documento, se proponen a su vez una serie de medidas a los candidatos a la presidencia que aluden a un debate político responsable, a la profundización del desarrollo humano a través de distintas políticas que amplían la esfera del bienestar, a la vez que se realizan propuestas en torno a la seguridad ciudadana y se pone foco en la transparencia del financiamiento de los partidos. También se prioriza la participación juvenil y se hacen propuestas en este sentido que van desde la forma en la que se piensan los requisitos para los cargos de representación hasta el acceso a la información y la ampliación del diálogo con actores de la sociedad civil. Elementos interesantes para pensar en acortar estas brechas generacionales en torno al funcionamiento de la democracia, de las que nuestro país no está aislado.