A principios de este siglo, la penuria llegó a Colonia del Sacramento pocos meses antes de que lo hiciera la crisis financiera. En mayo de 2001 la dirección de la textil Sudamtex anunció el cierre de la planta industrial que había sido inaugurada en 1945 y que se transformaría en la principal fuente de empleo privada de la localidad.
Esa fábrica, según dicen sus viejos trabajadores, no solamente brindó la posibilidad de lograr el sustento económico con sueldos dignos, sino que también incidió en el desarrollo edilicio de la ciudad en la segunda mitad del siglo XX. Los colonienses destacan los aportes que hizo esa empresa a la promoción de viviendas para sus trabajadores y la incidencia que tuvo en la construcción del barrio Pueblo Nuevo, delimitado por las principales avenidas de la ciudad, entre otras cosas.
Marco Terille tiene 55 años. Ingresó a trabajar a Sudamtex con 19, en la década de 1980, y se mantuvo allí hasta el cierre. Después, trabajó en Dancontex, propiedad de Daniel Soloducho, quien se hizo cargo de la textil coloniense tras su cierre y pocos años después abandonó el país dejando un sinfín de deudas. En la segunda etapa de esa industria, Terille se transformó en dirigente sindical “clasista, afiliado al PIT-CNT”, algo que no estaba permitido en la época de Sudamtex.
En diálogo con la diaria, Terille advierte que sus recuerdos sobre Sudamtex podrán entrar en colisión con las memorias que conservan otros trabajadores que tienen una mirada “más nostálgica” al respecto. No obstante, reconoce que la textil coloniense “fue una empresa responsable, que pagaba muy buenos sueldos, donde prácticamente se cumplía aquello de que entrabas a trabajar y te jubilabas allí”. El extrabajador cuestiona la persecución que los empresarios desarrollaron hacia los obreros “que tenían ideas de izquierda o que intentaron hacer un sindicato clasista, porque no estaban de acuerdo con la organización gremial ‘amarilla’ que negociaba con la dirección de la firma. Estaba prohibido que hablaras con trabajadores textiles de Montevideo o de Juan Lacaze, que tenían sindicatos afiliados a la central sindical, y varios compañeros que intentaron hacerlo fueron despedidos”, agrega.
Terille vivió el período de “bajada” que afectó a la industria textil uruguaya en las últimas décadas del siglo pasado. En los últimos años de vida, la empresa coloniense se había transformado “en un barril sin fondo” que recibía préstamos bancarios y subsidios del gobierno para mantenerse en pie, recuerda el trabajador. El proceso de avance en el deterioro de las textiles en Uruguay, que fue acompasado por la incorporación de maquinarias que sustituían el trabajo humano, trajo aparejada una progresiva pérdida de puestos de empleo, algo que también se dio en Colonia del Sacramento: Sudamtex llegó a ocupar más de un millar y medio de trabajadores en su época de esplendor, mientras que en su ocaso empleaba a 700.
Una vez decretado el cierre, el gobierno de Jorge Batlle concedió un largo período de subsidios a quienes perdieron el trabajo, y las indemnizaciones por los despidos que correspondía a los empleados, y que no fueron previstas por los empresarios, fueron abonadas con los recursos que se generaron en el proceso de liquidación de los bienes y mercaderías que había dejado la empresa.
La actitud “localista” y la ausencia de lazos con trabajadores de otras empresas a lo largo del tiempo que permaneció abierta trajo aparejado que los flamantes desempleados colonienses “debieran pelearla sola” en el momento del cierre. “Fue un golpe durísimo, más allá de que era esperable. La situación económica del país se veía que era un desastre total, porque venía toda la crisis de Argentina y repercutía en Colonia de un modo horrible, porque la ciudad también vivía del turismo argentino y los locales céntricos estaban casi todos para alquilar o vender”, recuerda Terille.
La caída de la textil afectó fuertemente a los trabajadores más añosos, cuyas trayectorias laborales se habían desarrollado exclusivamente en esa empresa. “Nos quedamos sin trabajo, y el dinero que percibíamos por el seguro de paro de un mes a otro pasó a ser la mitad, por la devaluación de la moneda”, agrega.
Colonia del Sacramento, en aquellos años, no sólo viviría el derrumbe de la emblemática industria textil sino que se vería afectada por la llegada de la crisis financiera a otros sectores de la economía local que hasta ese momento vivían una expansión, como el turismo. “A Colonia le llevó varios años recuperarse. La parte más horrible fue entre 2000 y 2007. Quizás en 2006 comenzaron a verse más proyectos laborales vinculados al turismo, y eso ocurrió cuando levantó la situación en Argentina, que el comercio comenzó a trabajar distinto. También ayudó la instalación de la autopartista Yazaki, que tomó mucha gente”, analiza el extrabajador textil.
Contagio financiero
La crisis financiera argentina se vivió con fuerza en la vecina Colonia del Sacramento. A fines de 2001, cuando los ahorristas argentinos en forma desesperada comenzaron a retirar sus depósitos de los bancos de ese país, algunos de ellos optaron por trasladarlos a las sucursales bancarias colonienses.
Entre las funciones que tenían asignadas en aquellos días, trabajadores de bancos privados de Colonia del Sacramento debían llamar a los clientes de algunos bancos argentinos e invitarlos a trasladar sus ahorros hasta el otro lado del Río de la Plata.
A principios de siglo, además de la banca pública, en Colonia del Sacramento operaban cinco bancos privados y “una agencia que trabajaba con plata offshore, puramente inversión”, recuerda Ariel Beltrán, trabajador bancario, dirigente sindical y secretario del plenario departamental del PIT-CNT de Colonia en aquellos días.
A fines de 2001, en los últimos días del gobierno del presidente Fernando de la Rúa, Argentina “estaba en una situación de gran inestabilidad y, en aquel momento, las transferencias internacionales, hasta que vino el corralito, estaban a la orden del día”, relata Beltrán a la diaria.
Sin embargo, la recepción de los dólares argentinos en la plaza coloniense duró lo que un suspiro. A principios de 2002, la desconfianza devoró a la frágil seguridad que adornaba al sistema bancario uruguayo, algo que ya había sido advertido por el gremio bancario AEBU en varias oportunidades, asegura Beltrán. “El sistema era bastante perverso, porque 40% de los ahorros que había en los bancos eran extranjeros, mayoritariamente argentinos, y meramente especulativos”, agrega el funcionario bancario.
“El problema fue el contagio –continúa Beltrán–, cuando los depositantes argentinos dejaron de confiar en Uruguay y sacaron sus ahorros”. En efecto, ante el retiro masivo de dinero que realizaban los argentinos, a principios de 2002 el Banco Central del Uruguay intervino al Banco Galicia, que tenía una sucursal en Colonia. “La economía uruguaya estaba estancada, no había crecimiento del PIB [producto interno bruto]; se estaba viendo lo mismo que pasaba en Argentina”, señala. La situación se derrumbó aún más tras “el vaciamiento escandaloso” de los bancos La Caja Obrera y Comercial, que derivó en el cierre temporario de bancos dispuesto por el gobierno para evitar una estampida mayor de divisas.
Los cierres de los bancos dejaron un saldo de un centenar de trabajadores despedidos en el departamento de Colonia, la mayoría de los cuales pudo reinsertarse a la actividad gracias a los acuerdos que AEBU estableció con el gobierno.
Los impactos más severos de la crisis bancaria, sostiene Beltrán, los padeció la población, más que los trabajadores: “La situación derivó en un fuerte ajuste fiscal que realizó el gobierno para darles liquidez a los bancos; eso provocó el endeudamiento de los trabajadores y de los pequeños empresarios, que terminaron con sus propiedades hipotecadas, con los negocios cerrados, lo que llevó a la pérdida de empleos en distintos sectores”, enumera Beltrán. Y agrega que los bancos dejaron de otorgar créditos y, aquellos que lo hacían, aplicaban fuertes tasas de interés.
Beltrán afirma que “el impacto de la crisis de 2002 en Colonia del Sacramento se diluyó en el silencio”, porque esa ciudad “no es Montevideo, donde hay organizaciones sociales y una izquierda organizada, donde existe una reacción inmediata. Acá eso no ocurrió, porque había debilidades en todas las organizaciones, incluyendo al PIT-CNT, sumado a la matriz conservadora local; los sindicatos estaban sometidos a las resoluciones que se tomaban a nivel central en Montevideo, porque los dirigentes locales no teníamos autonomía para tomar resoluciones que tuvieran impacto en la propia ciudad”, analiza 20 años más tarde.
La crisis en la villa
A un par de kilómetros del centro de la ciudad, en la denominada Villa Ferrando (en Colonia del Sacramento, a los asentamientos irregulares se les dice villa, al igual que en la vecina Argentina), los sobresaltos de la crisis fueron respondidos con un ruido poco conocido entre los locatarios.
La población de aquel asentamiento, que finalmente fue realojada hace cuatro años, era diversa: changuistas, soldados rasos, mujeres solas con hijos a cargo, muchos gurises, trabajadores formales de diferentes sectores y unos cuantos desocupados, recuerda Artigas Torres, un albañil todavía activo, que hoy tiene 78 años y que, “por circunstancias de la vida, en el 2000, me quedé sin nada y, tras ser propietario, fui a vivir a la villa”.
A principios de siglo, el ambiente en Villa Ferrando comenzaba a volverse cada día más espeso. La irrupción de la pasta base, la adicción a esta y el negocio que algunos encontraron con su venta “comenzaron a cambiar a los muchachos del barrio”, recuerda Torres, en diálogo con la diaria.
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Por entonces, Torres contaba con un largo recorrido en el campo de la militancia política y social, que había iniciado en su Paysandú natal a fines de los años 60. “Siempre trabajé en la construcción y siempre fui observador del comportamiento humano, sumado al componente ideológico”, resume el trabajador de la construcción, que integró el Movimiento de Liberación Nacional - Tupamaros y estuvo preso durante 13 años.
La crisis financiera de 2002 volvió más pobre a quienes ya eran pobres, resume Torres, ya que muchos de ellos dejaron de hacer changas, vender leña o brindar servicios en hogares de clase media que habían sido sacudidos por las pérdidas de sus trabajos o el endeudamiento al sistema bancario.
“Cuando caí en Villa Ferrando me di cuenta de que era un barrio con una dinámica diferente a la que tenían los restantes barrios de Colonia” y, ante la llegada de la crisis, junto con otras personas, “tratamos de organizar cosas para que la gente pasara mejor, ya sea en la vivienda, en el relacionamiento de los seres humanos, en buscar la manera de vivir mejor”. Entre otras cosas, los vecinos organizaron “una feria, donde iban a cantar los amigos cantores, y una olla popular”. “Nosotros no teníamos para pagar la comida, fue una situación desesperante”, dice Torres.
“Los coletazos de la crisis” hicieron crecer el rancherío en la villa coloniense. “Empezó a multiplicarse el asentamiento, con ese fenómeno económico, porque el que carece de vivienda propia y tiene que salir a alquilar debe presentar recibo de sueldo, garantías o tener un depósito, y si no tenés ninguna de las tres cosas, ¿a dónde vas a parar?”, pregunta Torres y responde: “Acudía a la villa y, de ese modo, los ranchos se fueron armando en forma muy precaria”.
Los vecinos sostuvieron la olla popular a lo largo de siete meses aquel año. La solventaban “pidiendo un peaje” a los automovilistas que ingresaban a la ciudad y con aportes del Instituto Nacional de Alimentación. “La idea era que la olla no fuera como una pileta de chanchos, sino que tenía que estar atada a lo político, que la gente pudiera entender el papel que jugaba una situación que nos obligaba a eso”, explica.
Torres evoca los reclamos que los vecinos de Villa Ferrando hicieron frente a la Intendencia de Colonia, pidiendo, sin éxito, “la creación de puestos de trabajo” al entonces jefe comunal Carlos Moreira. “Nos instalamos varias veces frente a la intendencia, reclamando, haciendo ruido”, un ejercicio que no estaba siendo desarrollado por otros sectores locales –ni siquiera por los sindicatos de trabajadores, que también estaban padeciendo los efectos de la crisis–. “Nosotros criticábamos fuertemente a los políticos porque creíamos que ellos eran los responsables de esa situación que estábamos viviendo”, añade.
Desde que ingresó a la villa, Torres empezó a buscar los caminos que lo condujeran a la salida. “Desde el momento en que te instalás allí sabés que ese lugar no es tuyo. Pero tampoco sabés el tiempo que podés llegar a estar ahí, donde se vive con la esperanza –grande como la esperanza de pobre– de que algún día podrás irte de ese barrio”, analiza Torres hoy en su casa instalada en el populoso barrio El General.
¿Quedó algo de aquella vivencia?: “Quedó una experiencia rica en el conocimiento de las causas y de los responsables de lo que aconteció. Y también quedaron muchas familias estancadas, que no pudieron salir de esa situación”, concluye.