Otro 8 de marzo vuelve a poner en la calle la movilización más grande del país. Cientos de miles de personas se manifestaron por el lugar que ocupamos las mujeres en la sociedad.
En Montevideo la marcha fue multitudinaria. 18 de Julio se llenó de diversidad pura. Personas de todas las edades, clases sociales, identidades de género, orientaciones sexuales y razas. La falsa expectativa y el falso debate sobre el lugar de los varones en la marcha se diluyó rápidamente ante tamaña muestra de convivencia. En el resto del país hubo más de 40 movilizaciones que llevaron el reclamo feminista a las calles de las más diversas localidades.
Tan avasallante fue la convocatoria y tan evidente es el planteo sobre la urgente necesidad de combatir la desigualdad de género que el argumento más fuerte que emerge contra la movilización más grande del país son unas manchas de pintura en una iglesia. Es que tal fue la falta de violencia que tuvo la marcha del 8M que la cuadra entera de provocación estratégicamente montada en 18 de Julio y Ejido, con carteles antiaborto y de “a mis hijos no los tocan”, no encontró respuesta.
Algunos edificios que históricamente han castigado –y siguen castigando– a amplios sectores de la población, entre ellos a las mujeres, generan reacciones. La caza de brujas sirvió como excusa para provocar una persecución masiva de mujeres, que fueron prendidas fuego por ser acusadas de conspirar con el diablo para terminar con la cristiandad. En la actualidad, la intolerancia de los tolerantes sigue operando, y todo aquel que no siga la norma –heteronormativa patriarcal– difícilmente tenga lugar dentro de sus paredes.
Como todo, las estructuras tienen posibilidades de cambio. Hay colectivos que eligen dar esta pelea desde adentro y van corriendo los límites históricamente impuestos por estas instituciones. Tal es el caso de las Católicas por el Derecho a Decidir, que saben que la vida de una mujer –que es un sujeto de derechos– vale más que la de un embrión –un conjunto de células no viables de por sí– y por eso han sido impulsoras de la interrupción voluntaria del embarazo. En este mismo sentido actúan los colectivos que en la actualidad están dando debates acordes a esta época, como la inclusión de la diversidad sexual en las religiones, las nuevas composiciones de la familia, etcétera. De todas formas, acá el foco no está puesto en todo lo bueno ni en todo lo malo que ha hecho la iglesia. Mal que les pese, hoy no son los que marcan la agenda del feminismo.
Podemos estar más o menos de acuerdo con las reacciones que estos edificios generan, nos pueden gustar más o menos estas formas de expresión, pero en lo que no podemos caer es en el repudio como la herramienta políticamente correcta que tenemos a mano para no dejar de gustarle a nadie. Porque ahí estamos jugando el juego que nos plantean otros.
De la misma forma, personas e instituciones que no salen a repudiar otras formas de violencia, más puras, más duras y más demoledoras, deberían guardar coherencia, porque no ha lugar contribuir a la idea de que el mal que nos aqueja tiene forma de mancha de pintura.
No podemos morder el anzuelo de apoyar la criminalización de la protesta ni de contribuir a ninguna caza de brujas moderna. No es necesario explicitar que no se puede tomar la parte por el todo para zafar de los acusadores de siempre. No podemos poner en el centro la crítica de aquellos que quizá ni siquiera acompañan el 8M y que incluso difícilmente estén de acuerdo con la igualdad de derechos y oportunidades. A esos difícilmente vayamos a gustarles alguna vez; están empeñados en construir fantasmas. Fantasmas que se traducen en frenos en la lucha por la equidad de género.
A aquellos que están de acuerdo con la equidad de género y, de hecho, acompañaron la movilización de la semana pasada pero no adhieren a estas formas tenemos que recordarles que el feminismo es diverso y por eso nos comprende a todos. En una marcha de 300.000 personas conviven distintas formas de manifestación, con las que podemos acordar o no. Por suerte, esta movilización nos excede desde hace rato, esta marcha no tiene dueñas y eso es producto del encuentro de las más diversas sensibilidades que apuestan a la igualdad de derechos y oportunidades entre varones y mujeres. La división no es patrimonio del feminismo, sino de la desigualdad y la selectividad de la violencia.
Vale recordar que el feminismo tampoco es una cuestión de representación. Las feministas no peleamos por representar a otras mujeres. Por el contrario, queremos abrir la cancha para que las mujeres puedan representarse a sí mismas. Así que ahorren esos caracteres de los “no me representan”.
No podemos caer en la trampa de desviar el foco. No hicimos la marcha más grande del país para terminar discutiendo sobre patrimonio, templos religiosos y preservación de espacios públicos. Como dijo Cecilia Hackenbruch –vocera de Voces Católicas Uruguay– a la radio Sarandí: “Algunas manifestaciones materiales –que pueden representar agresiones– no mitigan ni desdibujan el verdadero objetivo de la marcha y de las actividades del 8 de marzo que buscan la equidad y la dignidad de la mujer”.
Por más que lo intenten, no vamos a volver atrás. No vamos a volver a dar la discusión sobre la despenalización del aborto. Ya hablaron años de discusión parlamentaria. Ya superamos un veto presidencial y un plebiscito que no llegó a 10% de la expresión popular para derogar la ley que tenemos. Pero, sobre todo, no vamos a volver atrás porque está demostrado que el aborto legal ha aportado a la reducción histórica de la muerte materna y al aumento de garantías de salud y seguridad que hoy tienen las mujeres si deciden interrumpir su embarazo.
Tampoco vamos a reducir la enorme discusión sobre violencia de género que estamos dando a la magnificación de unas manchas de pintura. Como dijo uno de los indignados de turno: “Por Dios, las paredes no tienen nada que ver”.
No hay marcha atrás. Estamos pisando fuerte para construir el mundo que queremos, un mundo en el que varones y mujeres tengamos los mismos derechos y las mismas oportunidades.
Mientras invertimos miles de gigas en indignarnos por la fachada de una iglesia, otra noticia de esas a las que lamentablemente nos estamos acostumbrando nos sacude para recordarnos que la lucha continúa. Otro femicidio. Esta vez le tocó a una mujer embarazada.
En estos días, más de una habrá querido ser pared para que se conmuevan de esa forma cuando nos lastiman. El movimiento feminista tiene que poder decirlo, sin vergüenza y sin justificaciones, y seguir con la suya. Es una cuestión de pintura y de cintura. Disculpen si no tenemos tiempo de indignarnos por paredes, es que nos están matando. Las paredes se lavan, las pibas no vuelven.