Para la socióloga e investigadora argentina Elizabeth Jelin “no existe tal cosa como un cajón de los recuerdos o de los olvidos”. Las memorias no son cosas sobre las que pensamos, sino cosas con las que pensamos, como sostiene en su obra Los trabajos de la memoria (2002), parafraseando al historiador estadounidense John Gillis. Como tales, las memorias son constitutivas de nuestra identidad e historia.
Lo mismo sucede a nivel colectivo: movimientos sociales, comunidades o grupos sólo existen porque han logrado permanecer en el tiempo con cierta continuidad, porque pueden mirar para atrás y percibir un camino común compartido, y eso es lo que les da unidad e identidad.
La obra de Jelin hace especial hincapié en las memorias de la represión política en tiempos de dictadura y en su rol en la construcción democrática. Por eso, ahonda particularmente en los medios expresivos a través de los cuales se construye la memoria histórica, dispositivos que la socióloga llama “vehículos de la memoria”. Son objetos, lugares, fechas, conmemoraciones o movilizaciones que, más que representar el pasado, lo incorporan al presente de manera performativa.
De acuerdo con la académica, estas expresiones culturales tienen un propósito político y educativo. Lo primero, porque transmiten experiencias colectivas de lucha. Lo segundo, porque visibilizan situaciones de represión o violencia que sufrieron determinados colectivos para evitar que no se vuelvan a repetir. Estos dispositivos son constitutivos de todo movimiento social.
Hace menos de dos semanas, Montevideo fue sede de la quinta edición de las Jornadas de Debate Feminista, organizadas por los colectivos Cotidiano Mujer y Encuentro de Feministas Diversas. A la hora de organizar uno de los debates centrales, las coordinadoras se preguntaron: “¿Hay un enfoque feminista de cómo pensar las memorias?”. Buscaron la respuesta en las palabras de Jelin, quien, entre otras cosas, habló de las “especificidades de género” de la represión de las dictaduras en el Cono Sur y de cómo el terrorismo de Estado marcó un antes y un después a la hora de abordar la violencia de género en América Latina.
Antes de que abandonara el suelo uruguayo, la diaria conversó con la experta sobre el papel de la memoria en la construcción de los feminismos en la era del #NiUnaMenos, a pocos días de que el Senado argentino se decida sobre la despenalización del aborto.
Su obra está centrada en el concepto de que la memoria fortalece el sentido de pertenencia a grupos, comunidades, minorías, movimientos sociales.
En mi obra parto de la premisa y de la conceptualización de que la memoria no es una cosa que está ahí, que hay que rescatar y sacar de un cajón. No hay tal cosa como un cajón de los recuerdos o de los olvidos. La memoria le da sentido al pasado, es una interpretación del pasado. Y ese sentido y esa interpretación del pasado siempre se están construyendo en un diálogo o en más de uno. Como dicen varios autores, y no sólo yo, sin memoria no hay identidad. Ni en lo individual, ni en lo colectivo. Si yo no puedo decir “yo soy yo” y no me reconozco en lo que hice ayer o en lo que hice cuando era chica, el “yo” no existe. Es instantáneo, desaparece al momento siguiente. Lo mismo pasa con los grupos. Si un grupo no puede trazar una continuidad en el tiempo, no existe como grupo. En ese sentido, la memoria es constitutiva. Cuando alguien dice “el movimiento sindical”, pienso que hoy sólo se puede llamar así porque existió antes, porque se reconoce que hay una continuidad en el tiempo. La memoria es casi definitoria, esa es la conclusión de mi investigación.
¿Cuál es el valor de la memoria para la construcción del feminismo?
El feminismo no es generación instantánea de hace diez minutos, ese reconocimiento es constitutivo de todo movimiento social. Alguien puede decir “bueno, sí, pero hay tantas chicas jóvenes que participan y no saben lo que pasó antes”. La memoria no es una cuestión de saberes ni de información. La memoria es la aprehensión, el sentido. El movimiento feminista sufragista, que pedía el voto para las mujeres, no existe más, pero es parte de la historia. ¿Por qué aquello se llama feminismo y lo de ahora también? Luchar por el voto femenino y luchar por la legalización del aborto o por parar el acoso sexual son parte de la historia, y por algo tienen el mismo nombre.
En la actividad que lideró en el marco de las Jornadas de Debate Feminista habló de las dictaduras que vivió la región y de cómo impactaron en la construcción del movimiento feminista.
Las formas represoras de las dictaduras tuvieron que ver con condiciones de género, fueron generizadas. Lo que dije en el debate es que las formas de violencia de las dictaduras, el reconocimiento social de la noción de represión y el énfasis que pusimos en los actos de violencia durante la dictadura y los actos represivos en el terrorismo de Estado fueron antecedentes de una consideración, de una percepción o de una atención puesta sobre violencias múltiples y más amplias. A lo que hacía referencia es a que quizás, antes de las dictaduras, los temas de violencia de género eran menos centrales en el discurso, en su conformación y en las demandas de las mujeres de lo que fueron después. Los temas de violencia están ahora y no estaban antes. Y sí, en el medio estuvo la dictadura. Nuevamente, los feminismos y las maneras en que los movimientos sociales se van constituyendo siempre están en interacción con los factores de poder. Entonces la dictadura tiene que estar presente en esa configuración.
¿Cree que hay un “feminismo latinoamericano”?
Todo movimiento se manifiesta en un espacio y en un tiempo concretos. Ese espacio no es definido por la cuadra de una manzana. Es un espacio geográfico que generalmente tiene manifestaciones en una localidad, pero hoy en día sabemos perfectamente que nada local es sólo local. Siempre cuenta con un nivel nacional o regional. Entonces sí, las manifestaciones, las expresiones, lo que se hace, lo que se pide está en un lugar particular. En este momento en Argentina se discute la legalización del aborto. La legalización del aborto discutida hoy en un lugar físico, sea en la ciudad de Córdoba, en la de Tucumán o en el Congreso de la Nación tiene que ver con lo que pasa en otros lugares, tiene que ver con lo que pasó en la historia, tiene que ver con lo que pasó en otros países, con lo que pasó en la región, con la iglesia católica, tiene que ver con un mundo. Son los objetos físicos que tienen un límite así. Pero aun el objeto físico está impactado por la luz que le llega de costado.
En una entrevista publicada el año pasado en un medio argentino, usted decía que, como la memoria es selectiva, en toda política pública “se rescata y se olvida”. ¿Hay algún elemento que, en Argentina, todavía no se haya rescatado?
Toda política pública pone el énfasis en algo y ese algo significa que todas las demás cosas están postergadas, silenciadas. Pero eso pasa en la vida. Si yo te estoy contando ahora esto no te estoy contando qué pasa con mis hijos. ¿Significa que estoy silenciando? Sí, estoy silenciando porque vos me estás preguntando sobre esto, no sobre otra cosa. Con las políticas públicas pasa lo mismo. Cuando se está discutiendo el intento de elaborar una ley de legalización del aborto, no se está discutiendo otra cosa. Se prioriza, se elaboran estrategias que dicen “primero vamos a hacer esto y después lo otro”, pero no es sólo en las políticas de Estado: nuestra vida es así.
¿Cómo considera que influyó la movilización social en el debate sobre el aborto legal en Argentina y en el hecho de que el proyecto haya ingresado al Congreso después de tantos años de intentos? ¿Cree que tuvo que ver lo que despertó en el país y en la región el #NiUnaMenos, que se convirtió en lo que algunas llaman una “nueva ola feminista”?
La campaña de aborto libre y gratuito como organización social existe hace más de 15 años. Antes, el tema de la legalización del aborto estuvo en la agenda pública y en la agenda de las mujeres durante muchísimos años, con idas y vueltas según el momento político. Hubo aborto legal en Argentina en algún momento de su historia y cambios en la Constitución al respecto. O sea que la demanda social por aborto, igual que todo lo que abarca lo que ahora se llaman “derechos sexuales y reproductivos” –que antes no se llamaban “derechos”, no se ponían junto a lo sexual y sólo hacían énfasis en lo reproductivo–, existe hace décadas y décadas. ¿Cuál es la coyuntura política actual en la cual esto es posible y logra entrar en el debate parlamentario? Esto último, que es lo nuevo, se logró después de décadas de trabajo, no es que apareció con el #NiUnaMenos. El #NiUnaMenos es una demanda anclada en los feminicidios y prendió muy bien, más que nada por las redes sociales y por la manera en la que se llevó adelante, pero el “no a la violencia” es de antes. Argentina ratificó la Convención Internacional sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer en 1985, enseguida después de la transición [democrática]. Está claro que toda la legislación no es progresista, vinculada con las relaciones de familia y las relaciones de género. Durante la dictadura no tuvimos Congreso, ¿qué leyes íbamos a aprobar? Era todo por decreto autoritario, de modo que hubo que esperar. En la década del 80 se logró la ley de divorcio, la patria potestad compartida, la ratificación de la eliminación de las formas de discriminación. Son pasitos. El movimiento está: va cambiando su contenido y van cambiando sus protagonistas. Algunas líderes son viejas militantes que han estado ahí durante muchas décadas, pero hay renovación generacional. Y sí, hay una nueva manera de expresarse y una masividad en las marchas. Yo siempre digo que el 8 de marzo de 1984, el primero postransición, éramos 300 personas en la plaza frente al Congreso. Ahora son cientos de miles. Obviamente es un momento histórico en el que el protagonismo de las demandas de las mujeres es central. No sólo en Argentina. ¿Cuándo en Chile pasó lo que está ocurriendo ahora con la toma de las universidades por parte de las estudiantes? ¿Quién nos puede contar alguna historia así? No hay. ¿Si lo vamos a llamar “cuarta ola”, “tercera ola”, “segunda ola” feminista? ¿Quiénes? ¿Las investigadoras e historiadoras que estudian? ¿O es el propio movimiento o la gente que integra el movimiento que dice que esta ola es nueva, diferente? ¿Qué es una ola? Hay olas grandes, olas chicas. Está claro que hay un fenómeno que es visible y es el protagonismo y la presencia de las demandas en las calles. De las demandas y también de la fiesta, es decir del sentirse parte de un colectivo, de algo más grande, de una comunidad. La pregunta que yo hago y hacía en el debate es en qué medida o cómo este estar juntas, este fenómeno de identificación colectiva va a tener presencia en el cambio en las prácticas de las relaciones de la vida cotidiana, en las políticas públicas y en los aspectos institucionales. Puede haber cinco millones de mujeres en las calles, pero los senadores que van a votar la ley de aborto son 72. Son esas señoras y señores los que van a votar la ley. Y después está el poder del presidente de vetarla o no. Claro que influye que afuera haya 100.000 personas gritando, pero el poder no está ahí.
¿Qué expectativa tiene para la votación del 8 de agosto en el Senado?
A mí me gustaría que salga. ¿Va a salir? No lo sé, tengo grandes dudas. Porque muchas senadoras no se han decidido, porque tienen todo el derecho del mundo de cambiar la intención de voto hasta el momento en el que levantan la mano y aprietan el botón. Porque las presiones son enormes, porque hay campañas y factores de poder muy fuertes, casi amenazadoras, hacia algunos senadores. Así que no lo sé.