Mujeres que limpian y cuidan mientras los hombres –que sí salieron en la foto– levantan una enorme planta junto a la ciudad de Fray Bentos. Mujeres jefas de hogares monoparentales que cargan en su economía una tasa medioambiental para reparar la contaminación que generan hombres blancos a quienes nunca conocerán. Mujeres que luchan por sus territorios y sus cuerpos, que ofrendan su vida por el bien común. Mujeres que producen e intercambian alimentos aunando salud y sostenibilidad. Sobre estos puentes, sobre estos vínculos entre cuerpos y territorio, naturaleza y poder, ecología y economía, trata el libro Las bases materiales que sostienen la vida. Perspectivas ecofeministas, presentado la semana pasada en el Centro Cultural de España. El libro surge de un proceso de dos años de trabajo del colectivo ecofeminista Dafnias y Cotidiano Mujer, que incluyó un curso virtual denominado igual que la publicación.

El ecofeminismo parte de las concepciones de ecodependencia e interdependencia. La primera hace referencia al vínculo que liga a las y los seres humanos a la naturaleza, y la segunda alude a que todas y todos precisamos de otras y otros para vivir. En este sentido, el ecofeminismo apunta a visibilizar cómo los trabajos de cuidados son indispensables para la sostenibilidad de la vida y para el funcionamiento de toda la estructura económica. Sin embargo, este trabajo –realizado mayormente por mujeres– es desestimado en los análisis económicos y considerado una tarea inferior desde una perspectiva social. “El cuidado de la vida, por tanto, sigue sostenido sobre hombros femeninos, generando cadenas transnacionales de cuidados que son de explotación, de miseria y de trabajo mal pagado que sostiene un sistema patriarcal que no se responsabiliza del cuidado de la vida porque hay otros seres subordinados que se ven obligados a hacerlo”, señala Lilián Celiberti, de Cotidiano Mujer, en el artículo que abre la publicación. Se trata, por tanto, de construir una economía distinta, que ponga a la sostenibilidad de la vida en el centro, como sostiene Amaia Pérez Orozco. Para ello, según Celiberti, es necesario plantearse algunas preguntas: ¿qué necesidades hay que satisfacer para todas y todos?; ¿qué es necesario producir y cuáles son los trabajos socialmente necesarios para ello?; ¿cómo podemos producir lo necesario para vivir con la menor cantidad de energía, de agua y de contaminación posible?

Así como el patriarcado pretende dominar el cuerpo de las mujeres, el capitalismo busca dominar la naturaleza, y no se trata de fenómenos separados. Son principios fundantes del mismo sistema, desde la perspectiva del ecofeminismo. Celiberti explica que el término “ecofeminismo” fue acuñado por Françoise d’Eaubonne en 1974, para definir la articulación entre ecologismo y feminismo. D’Eaubonne señala la conexión ideológica que existe entre la explotación de la naturaleza y de las mujeres, el control de la fecundidad de las mujeres y la fertilidad de la tierra por parte del varón.

Aunque el ecofeminismo ha sido “una perspectiva bastante minoritaria” hasta ahora dentro del feminismo latinoamericano, Celiberti menciona algunos hitos en materia de pensamiento y confluencia a nivel regional. Por ejemplo, los debates previos a la conferencia de Río de Janeiro de 1992, el “Diálogo entre los pueblos” de 2008 en el marco del Foro Social Mundial, o los diálogos interculturales desarrollados por la articulación feminista Marcosur. En esas conversaciones se instala con fuerza el concepto del “buen vivir” como “un cuestionamiento a las concepciones de ‘desarrollo’ pensadas desde el paradigma del crecimiento”, que apunta a la desmercantilización de la vida y a una nueva relación con la naturaleza, menciona Celiberti.

Al igual que administraciones de otro signo ideológico, los gobiernos progresistas son objeto de cuestionamientos por parte de estas corrientes, que entienden que la izquierda en el poder no se ha apartado de la noción de desarrollo tradicional e incluso ha profundizado la matriz extractivista, la expansión de los monocultivos y el uso de transgénicos y agrotóxicos.

Los impactos diferenciales de la contaminación

Las políticas públicas ambientales en Uruguay no han incorporado en general la mirada de género. La bióloga Lucía Delbene analiza en uno de los artículos del libro el caso del Plan Nacional de Aguas y concluye que este no incorpora la perspectiva de género. Delbene sostiene la necesidad de considerar esta perspectiva en el diseño de políticas públicas, en particular las ambientales, ya que, de lo contrario, se refuerza la desigualdad.

Asimismo, la autora alerta que en los espacios de participación en temas de agua priman “valores masculinizados y productivistas que sólo admiten la lógica técnico-científica”, que no da lugar a otras formas de conocimiento.

La perspectiva ecofeminista plantea que la contaminación y la degradación de los territorios tiene un impacto mayor en las mujeres, “que se materializa en una sobrecarga de trabajo producto de una mayor dificultad para cumplir con los quehaceres domésticos y tareas de cuidados, que caen casi totalmente en hombros femeninos”, así como por “los efectos negativos asociados a la masculinización de los territorios que acompaña a los grandes emprendimientos que destruyen la naturaleza”, entre ellos, las situaciones de acoso y abuso sexual y el aumento de la violencia física, menciona Delbene, citando una publicación del Colectivo Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismo.

La bióloga ecofeminista afirma que la suba extra de 7,3% en la tarifa fija del agua por concepto de tasa medioambiental, establecida por el gobierno uruguayo en 2017, tiene un impacto diferencial en las mujeres debido a la feminización de la pobreza y lo extendido de los hogares monoparentales.

Otra alimentación es posible

Mariana Achugar, docente de la Facultad de Información y Comunicación de la Universidad de la República, relata en uno de los artículos del libro tres experiencias alternativas de producción y acceso a la alimentación: el Mercado Popular de Subsistencia, el grupo de consumidores Asobaco (Asociación Barrial de Consumo), de la Red de Agroecología, y modalidades familiares de compra directa a productores. Ubica estas experiencias como formas de ir construyendo “un sistema alternativo a nivel económico, de relaciones sociales y con la naturaleza” en un mundo donde se han impuesto los alimentos ultraprocesados y el agronegocio, una modalidad de producción que contribuye al incremento de las emisiones de carbono, a la erosión de los suelos y a la contaminación del agua. Achugar entiende que desde la perspectiva del ecofeminismo es necesaria “la construcción de alternativas para una alimentación sostenible y justa que ponga la vida de las personas y la naturaleza en el centro, en pos de obtener soberanía alimentaria”.

Las marcas de Botnia

Victoria Rodríguez, licenciada en Trabajo Social, aborda en uno de los artículos del libro el impacto de la instalación de la primera planta de celulosa de UPM para las mujeres de Fray Bentos. El proceso de construcción de la pastera en el departamento de Río Negro se representó mediante imágenes de obreros –mayoritariamente hombres– que levantaron aquel monstruo que modificó para siempre el paisaje de la ciudad. Invisibilizadas, las mujeres jugaron, sin embargo, roles imprescindibles en todo el proceso: fueron cuidadoras, niñeras, maestras, enfermeras, cocineras, secretarias, trabajadoras sexuales. La mayoría, en tareas peor pagas que los varones.

La llegada de la empresa finlandesa a la ciudad reforzó la división sexual del trabajo y también los roles tradicionales de género. “El reparto de labores que traen consigo estos megaemprendimientos reintensifican los roles patriarcales, que ubican a las mujeres en espacios domésticos no visibles, mal o hasta incluso no remunerados”, indica la investigadora. De todos modos, la llegada de UPM también permitió una mayor empleabilidad de las mujeres y, por lo tanto, habilitó una mayor autonomía.

En las representaciones de las mujeres, según indagó Rodríguez, prima la visión colonial del “gringo” como asociado al desarrollo y al progreso, como educado y trabajador, en contraposición con el hombre sudamericano.

Las mujeres en la lucha contra el extractivismo

El ecofeminismo destaca el papel central que han tenido las mujeres en la resistencia a los proyectos de transnacionales extractivistas en América Latina. La abogada Valeria España narra en el libro la experiencia de las comunidades indígenas que acudieron al sistema interamericano de protección de los derechos humanos como un mecanismo de defensa ante la expansión de empresas transnacionales que amenazaban con destruir sus territorios y ante la inoperancia o complicidad de los estados nacionales. España concluye que, si bien el sistema internacional de protección de derechos humanos dotó de mayor “legitimidad” en algunos casos a las demandas indígenas y permitió de alguna manera quebrar la impunidad reinante, sus mecanismos de protección “tienen serias limitaciones para comprometer a empresas violadoras de las derechos humanos”.

Uno de los artículos del libro, redactado por la ingeniera agrónoma Marta Chiappe, rescata el papel que han jugado las mujeres en las denuncias de intoxicaciones por plaguicidas en Uruguay. “Las denuncias han contribuido, por un lado, a evidenciar las consecuencias de las aplicaciones con agrotóxicos, y por otro lado, a romper con la tradicional invisibilidad de las mujeres en el contexto rural y generar nuevos entramados en las relaciones sociales de las zonas afectadas”, sostiene Chiappe. De todos modos, agrega que aún persisten barreras sociales y culturales que inhiben a las mujeres de efectuar denuncias.

La propia

En la presentación del libro, Celiberti destacó que la publicación le da “una identidad potente” a las perspectivas ecofeministas en Uruguay. Aseguró que la dicotomía entre cultura y naturaleza instaurada por la modernidad está siendo “cuestionada profundamente” y que las luchas en territorios indígenas y también contra el extractivismo urbano permiten visibilizar que el capitalismo “expropia nuestros cuerpos y nuestros territorios”.

La doctora en Ciencias Sociales Ana Laura de Giorgi, moderadora de la actividad, destacó que el libro reivindica “la experiencia y la agencia de las mujeres”, al tiempo que alerta que no estamos tan lejos de las experiencias de megaextractivismo comunes en otros países de América Latina.