El debate por la legalización del aborto en Argentina marcó un antes y un después en la lucha de los feminismos latinoamericanos. En el centro del escenario ‒que fue la calle pero también los ámbitos educativos, las redes sociales, el lugar de trabajo y la cama‒ las protagonistas fueron las más jóvenes. Ellas tomaron el reclamo de sus abuelas y madres, renovaron la consigna “sobre mi cuerpo decido yo” y fueron más allá. Porque en su demanda por un aborto legal, seguro y gratuito también vinieron a decir que la maternidad será deseada o no será, que hay otras formas de construir vínculos sexoafectivos, que otros modelos de masculinidad son posibles. Al mismo tiempo, se posicionaron como “actoras” políticas que interpelan a las señoras y los señores que ocupan bancas en el Congreso, y están listas para disputar el poder. Lo hacen con los pañuelos verdes como banderas de una cruzada ya irreversible y con el brillo (en sentido literal) que desprende el glitter de sus párpados, mejillas y labios.
“Esta es la revolución de las hijas”, dijo la periodista argentina especializada en género Luciana Peker cuando le tocó hablar en el Congreso, unas semanas antes de la votación en la Cámara de Diputados del proyecto de ley para despenalizar el aborto, y resumió así todo lo que se vivía en el país puertas afueras de ese edificio. “A ellas les tienen que dar el derecho a disfrutar sin morirse, sin tener miedo, sin tener menos derechos que sus novios, amigos y hermanos”, exhortó.
Unos meses después, decidió plasmar todo el proceso en el libro La revolución de las hijas, en donde expone, entre otras cosas, por qué la votación para legalizar el aborto marcó “una ruptura de género y generacional con el poder político” que logró que hoy la sociedad argentina “ya no pueda esquivar mirar a los ojos a sus propias hijas, sobrinas, alumnas o nietas”. Invitada por la editorial Planeta en el marco de la Feria Internacional del Libro, Peker visitó Montevideo hace unos días para presentar el libro que le dedicó a las pibas y, a través de ellas, a todas. Unas horas antes, habló con la diaria.
¿En qué estabas pensando el día que escribiste “esta es la revolución de las hijas”? ¿Qué condensa esa expresión?
Lo estaba escribiendo en mi casa pero lo quería decir oralmente, entonces lo estaba practicando mientras peinaba a mi hija y sentía un “bueno, hagan lo que quieran, digan lo que quieran, pero con esto no van a poder, son las hijas, los van a pasar”. Hay algo que indudablemente se caía y se cae de maduro y es que ya sea ante diputados, periodistas, el panadero o el taxista, vos te encontrás con actitudes completamente distintas cuando en el medio hay una hija disputando. Lo percibís, lo sabés, te das cuenta en la primera palabra. Creo que es un fenómeno en el que el protagonismo es el juvenil, por supuesto, pero no sólo, y por eso lo llamo “las hijas” y no “las pibas” o “las jóvenes”. Hay una incidencia directa de las hijas como factor político y me parece una de las revoluciones que más tienen que ver con el amor y con, por un lado, cuestionar a la familia, pero por otro lado revalorizarla como usina democrática. Esto me parece muy conmovedor y también lo vivo en mi propia casa con mi familia.
Una de las cosas que decís en el libro, justamente, es que la revolución de las hijas “no es un fenómeno teen”, sino una “formación política” que iniciaron las madres y las abuelas muchos años antes.
La historia del feminismo latinoamericano es una historia que viene de antes y que está muy ligada a la lucha contra las dictaduras militares en América Latina y especialmente en el Cono Sur. Creo que así como hubo un Plan Cóndor de represión sistemática de las dictaduras latinoamericanas, hoy hay un nuevo Plan Cóndor de los grupos antiderechos que está inserto y disputa electoralmente en Brasil, Uruguay, Paraguay, Argentina y el resto del continente. Frente a aquel Plan Cóndor, lo que hubo fue una enorme resistencia de diversos sectores pero encabezada básicamente por mujeres; en Argentina con las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, en Uruguay con las tupamaras o con las que hoy están en el gobierno. También aprendimos de pioneras y mujeres adultas la lucha del feminismo. En ese sentido, hay un hilo, intergeneracional pero también uno claramente político, sobre la resistencia a los avances conservadores y también sobre las maternidades politizadas, que me parece muy interesante.
“Las hijas llevaron las demandas mucho más lejos que el feminismo clásico y el gran acierto fue escucharlas”
¿Qué cosas vinieron a cambiar “las hijas”?
Vinieron a hacer una interpelación permanente. Hay un cambio que a mí me interesó mucho como hija también. Cuando yo era chica, no sólo mi propia familia sino muchas de mis amigas tenían madres y padres progresistas de la boca para afuera, pero que eran muy violentos con sus propias hijas. Entonces me prometí que yo no iba a ser mejor por tener mejores ideas, sino por poder escuchar a mis hijas. Creo que las hijas vinieron concretamente a interpelar los roles en la familia, pedir mejores lugares con relación a sus hermanos, tener mayor libertad en la calle, y eso es difícil porque hoy las chicas tienen menos derechos que los varones. Esta frase de “quiero los mismos derechos para mi hija que para mi hijo” es abismalmente diferente. En los colegios secundarios en Argentina vinieron a pelear contra el acoso callejero, contra el abuso y contra la incomodidad de sus propios profesores e incluso en las relaciones con sus pares. Llevaron las demandas mucho más lejos que las del feminismo clásico y creo que el gran acierto fue escucharlas.
En el conversatorio “La revolución de las hijas”, organizado el año pasado por Anfibia y Cosecha Roja, dijiste que la lucha por el aborto legal marcó una “ruptura generacional y de género con el poder político” en Argentina. ¿Te parece que es un fenómeno que también se está dando en el resto de América Latina?
Esa charla para mí fue muy importante. Ya había escrito La revolución de las hijas y estaban las cifras que aparecen en el libro, que cuentan que el promedio de edad de senadoras y senadores que frenaron el aborto legal es de 57 años. Hoy en Argentina tenés que tener 18 años para ser candidata a legisladora [del órgano legislativo de la ciudad de Buenos Aires], por eso Ofelia Fernández puede postularse, con todo lo que significa y con la bomba política que es. Aun así, por un lado va a ser una legisladora, y por otro no puede decidir sobre el aborto legal o sobre otros temas de incidencia pública mucho más profundos que los que se debaten en las legislaturas locales. Para ser candidata a diputada tenés que tener 25 años, para ser candidata a senadora 30, y para que Ofelia no sea excepción sino realmente un promedio, tendría que vivir tres veces su propia vida para llegar a ese cargo. Entonces ahí sí creo que por más que se diga lo contrario, sigue existiendo la vieja política. Hay una enorme participación política de las jóvenes, especialmente en el feminismo y también lo estoy viendo con mucho agrado en el ambientalismo, pero la verdad es que aun cuando pueden participar –y aliento a que lo hagan‒, como es el caso de Ofelia, son excepciones. Creo que el hecho de que las que abortan no van a votar en el Senado, y que los que votan en el Senado no abortan, marca una diferencia generacional. En Argentina, y en Uruguay también, hay una participación política de las jóvenes muy fuerte ‒no necesariamente en los canales institucionales porque creo que todavía no terminan de abrirse‒, y en otras partes de América Latina veo el mismo interés pero en contextos más represivos. Por eso creo que en los países en los que tenemos contextos menos represivos tenemos una responsabilidad con otras jóvenes de América Latina.
En algún sentido, que el pañuelo verde se haya convertido en emblema de los feminismos latinoamericanos a partir del debate en Argentina demuestra que para muchas el movimiento argentino realmente fue modelo y guía.
Eso lo vi y lo viví en países que he visitado. Primero, me emociona mucho. Que el pañuelo verde de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito sea un símbolo identitario en América Latina me genera orgullo. Pero creo que también nos tiene que generar responsabilidad a las argentinas por esta diferencia de los contextos represivos. Que la lucha por el aborto legal se unifique con un símbolo identitario es muy importante porque creo que hay que volver a pensarnos de manera latinoamericana. Al mismo tiempo, creo fuertemente que el aborto legal en Argentina no fue frenado para frenarlo sólo en nuestro país, sino porque si se aprobaba allí se iba a impulsar en toda América Latina. También creo que por eso el lobby del Vaticano y de las iglesias evangélicas conservadoras actuó tan fuerte para frenarlo en Argentina. Por eso tenemos la responsabilidad de aprobarlo: por nosotras y por las mujeres de América Latina.
La violencia hacia las mujeres no es algo nuevo, pero da la sensación de que hubo un recrudecimiento en los últimos años en las calles, en las redes e incluso en las casas. ¿A qué lo atribuís?
Estamos ante una situación de recrudecimiento de la violencia de género, de los femicidios y de la violencia sexual, y me parece que tiene que ver con la salida del clóset de aguantar la violencia: frente a eso, hay determinados machismos que han recrudecido. Cuando de este análisis se quiere decir: “si se manifiestan es peor porque las matan más”, yo digo que no. ¿Por qué? Porque el problema es quedarse a mitad de camino. Cuando vos te enfrentás al machismo, te encontrás en un escenario en el que la única comparación posible es el terrorismo. Por ejemplo, 20% de los femicidas se quita la vida después de matar a la mujer. Más allá de que en el resto de los delitos quienes delinquen se puedan exponer a riesgos, no son capaces de dar su propia vida por robar o por un secuestro. En cambio, sí son capaces con tal de matar a una mujer. Esa idea de inmolarse con tal de asesinar es sólo similar al terrorismo, entonces te muestra que no sólo lo grave está en las cifras de los femicidios, que por supuesto son gravísimas ‒en Argentina ya hay casi 270 femicidios en lo que va del año‒, sino que además hay una voluntad muy alta de dañar. Si te quedás a mitad de camino exponés a las mujeres, generás este recrudecimiento de los varones y no terminás de protegerlas. La única manera de frenar el machismo es con políticas públicas y con una sociedad muy activa que no puede ser tibia y dar sólo dos pasos, sino que tiene que ir a fondo.
“Tenemos la responsabilidad de aprobar el aborto por nosotras y por las mujeres de América Latina”
“El feminismo tiene que ser antipunitivo. Pero oponerse a la mano dura no es sinónimo de pro impunidad”, decís en el libro. ¿Cuál es el punto de equilibrio?
El punto de equilibrio lo estamos buscando. Creo en una perspectiva antipunitivista y anticapitalista, pero eso no significa impunidad. El sistema que tenemos es el carcelario y en los casos graves hay que tener sentencias, no se puede ser indulgente. Después creo en construir, en probar y en ir viendo qué alternativas podemos encontrar que no sean sólo punitivistas. Pero no podemos dar ni avalar mensajes de impunidad en ningún sentido.
La frase “por un feminismo del goce” que acompaña el título de tu libro Putita golosa ya se convirtió en consigna. ¿Por qué el deseo sexual de las mujeres jode tanto?
No lo sé, pero jode terriblemente y cada vez más. El deseo sexual de las mujeres genera terror en los varones, supongo que de no poder satisfacerlas, estoy llegando a esa conclusión. Les da mucho miedo sentir que son impotentes frente al deseo sexual de estas mujeres más deseantes y, frente a eso, toman el camino de la prepotencia y no el de la potencia. Soy muy drástica en la condena a los varones violentos y abusadores. Los varones que puedan entender que el goce femenino va a generar algo bueno van a poder sumar potencia. Le temen tanto a la impotencia que terminan siendo prepotentes sin ningún camino alternativo frente a eso. Además, hoy el deseo sexual se convierte en deseo político de cambio y el deseo político de cambio se convierte en deseo sexual. Entonces, por un lado, los varones de izquierda le temen en lo personal a quedarse afuera de esa potencialidad en la cama y muchos prefieren ser violentos o esconderse en sus casas. Por el otro, los sectores neofascistas le temen porque su mayor aliado es la apatía, y si hay algo que no somos las mujeres deseantes es apáticas. Queremos comer alfajores, ir a la calle, ir al encuentro, tener sexo, perrear, hacer la revolución.
En Putita golosa reivindicás de alguna manera nuevas formas de construir vínculos sexoafectivos. ¿Sobre qué base?
Por supuesto que no lo sé y hablo desde el absoluto fracaso, pero también desde el absoluto deseo de que haya caminos del amor. Ahí es sobre los vínculos que a cada una y a cada une le gusten y sea capaz de atravesarlos. Hay gente que lo hace a través del poliamor o de las relaciones abiertas. Yo digo que la única puerta abierta que vi en mi vida es la de alguien que se fue, entonces no puedo marcar cuáles son los caminos necesarios, pero creo que hay que volver a hablar del amor. También creo que si bien nunca es lo mismo que un varón sea violento a que te clave el visto, hay que entender que la raíz de que lo que está pasando con muchos varones es el miedo a las mujeres deseantes. Hablemos, muchachos. ¿Qué está pasando? ¿De qué tienen tanto miedo? Vengan, no se asusten. E intenten también cambiar. Los varones tienen que escuchar y tienen que transformarse. Me parece que hay que ir hacia una amorosidad del cuidado, no digo tampoco que sea un pacto súper estricto, pero hay algo del deseo, de la pasión y del amor que se te va de las manos y que resulta arrasador, sin llegar a justificar jamás la violencia. Entonces hay que volver a una ética del cuidado y a una forma amorosa y sexual en donde el deseo de las mujeres sea bienvenido y no condenado.
“Que la lucha por el aborto legal se unifique con un símbolo identitario es muy importante porque creo que hay que volver a pensarnos de manera latinoamericana”
¿Qué es el amor en tiempos de revolución feminista?
Para mí fue muy importante volver a hablar del amor porque durante muchos años en el feminismo no se habló de amor y sólo hablamos de violencia. Asimismo, hay un feminismo mal entendido que supuestamente liga el empoderamiento a no amar o a no sufrir por amor. Yo soy muy mimosa, muy cariñosa, muy enamoradiza y entonces para mí el amor es potencia y también es debilidad porque, en el caso de quienes lamentablemente todavía tenemos relaciones con varones, es por donde nos la cobran. A mí, en lo personal, es por donde me han cobrado mi lucha política y por donde más me ha dolido. Pero si yo creo en una revolución creo en una revolución con el amor, no me interesaría generar cambios tan trascendentales para no poder disfrutar del amor. No es el mundo que yo deseo, sino que quiero uno de amor, de encuentro, de acompañamiento, de cuidado, de disfrute. Ojalá que la revolución se pueda cruzar con esos sentimientos.
¿Hacia qué modelo de masculinidad hay que avanzar?
El nivel de incidencia de la revolución feminista especialmente en Argentina y en Uruguay ya no puede seguir avanzando sin una interpelación y un trabajo con varones. Me parece que hay que romper con la masculinidad hegemónica, pero no creo que la alternativa sea sólo una masculinidad más frágil, que es lo que un poco muestran los estereotipos. Esto de “podés llorar, podés no ser proveedor, podés irte de la masculinidad clásica”. Por supuesto que hay fragilidades que tienen que estar permitidas para beneficio de los varones, pero que así como las mujeres usamos aros porque elegimos seguir ese mandato, los varones pueden elegir lo mejor de sus propias tradiciones y rituales masculinos clásicos. No tiene que ser una idea de que frente a la masculinidad clásica sólo hay una forma de masculinidad alternativa, y que esa masculinidad alternativa es solamente una masculinidad más frágil. Se trata de construir desde la diferencia de rituales para que cada uno pueda encontrar el propio camino de lo que es heredado y cultural pero le gusta y elige, con un paradigma muy claro en contra de la violencia y el abuso hacia las mujeres.
Hablando de varones: ¿los queremos dentro o fuera de la lucha feminista?
Los queremos dentro. Pero en este tema hago una diferencia muy tajante: hay que ser muy firmes, muy estrictas y no indulgentes con la violencia y el abuso. De hecho, en la propia experiencia, cuando he sido indulgente vi rebrotes de crueldad en algunos varones. Además, para poder buscar medidas alternativas al punitivismo desde lo legal hasta lo social también necesitamos varones que jueguen con nosotras, que haya equipo, y yo no los estoy encontrando. Sí veo mucha diferencia entre los varones jóvenes y adolescentes. No digo que homogéneamente sean mejores, pero están escuchando. Los varones adultos no están escuchando y hoy no se puede construir equipo con esta masculinidad para encontrar alternativas, entonces los queremos adentro pero si responden, si hay juego, si pueden escuchar, si pueden cambiar, si pueden entender determinados paradigmas, si pueden frenar a varones con conductas machistas. En términos políticos, prefiero un feminismo con varones adentro porque creo que el feminismo va a ser la gran resistencia a los fascismos en toda América Latina, junto a nuevas formas de ambientalismo, y en ese sentido hay que pensar formas políticas que puedan resistir y que puedan incluir a los varones. Pero sin indulgencia, sin tolerancia, sin violencia y sin alfombra roja.