En su papel como asesora militar de género de la Misión de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo (Monusco), la mayor Rachel Grimes le señaló al comandante en jefe de esa misión que las mujeres congoleñas no tenían un canal de comunicación claro para dirigirse al personal de mantenimiento de la paz de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En atención a esa carencia, desarrolló una capacitación básica en compromiso y diálogo para las mujeres soldados de habla swahili y francesa, cuyo rol consistía en reunirse con grupos de mujeres que no suelen estar incluidas en el diálogo con los cascos azules. Después de la capacitación, las soldados comenzaron a comprometerse más con las mujeres locales y proporcionaron lo que ahora se conoce como una “capacidad de participación mixta”.
Un acercamiento a este método fue brindado hace dos semanas en Montevideo por Grimes, quien ahora es asesora militar de género en la ONU. La capacitación fue parte del Curso de Seguridad Humana en misiones de paz, a cargo del Ministerio de Defensa británico y la Escuela Nacional de Operaciones de Paz del Uruguay (ENOPU), en el que participó personal de las Fuerzas Armadas de Uruguay, Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Perú.
“Considerar el género en un plan militar es algo nuevo para la mayoría del personal militar”, ha dicho Grimes recientemente. “Mi función actual es asegurar que los oficiales y soldados comprendan cómo una perspectiva de género mejora el efecto operativo en el mantenimiento de la paz de la ONU”.
En entrevista con la diaria, Grimes dejó en claro que la perspectiva de género en misiones de paz pasa por incluir más mujeres en el personal en el terreno y diseñar políticas estratégicas en este sentido, pero, sobre todo, por aprender a escuchar a niñas y mujeres que denuncian y aportan estrategias y soluciones al conflicto.
Ha sido oficial en Irak, realizado tareas de inteligencia y contrainsurgencia en Afganistán y actuado como oficial de enlace con tropas afganas, estadounidenses y británicas. ¿Por qué decidió hacer una carrera militar?
Porque quería llevar una vida diferente a la que tradicionalmente la gente espera de una mujer y pensé que tendría más oportunidades con los militares. No quería hacer un trabajo de oficina, quería trabajar con la gente. Además, cuando era una niña en Liverpool, me gustaba hacer cosas “de varones”.
¿Cómo fue participar siendo mujer en las misiones que mencionamos, en una institución tradicionalmente masculinizada?
Y todavía lo es. Debo ser honesta: como oficial, en el trabajo que hice en Afganistán no estaba todos los días patrullando ni interactuando con los talibanes. Por mi edad, y supongo que también por mi género, trabajaba en el cuartel general. Ocasionalmente interactuaba con la población local. Sigue habiendo dominación de los varones, pero en la medida en que haya mayor presencia de mujeres se podrá lograr una perspectiva más amplia sobre lo que la seguridad significa para las personas.
Podríamos decir que su carrera hace un clic, un cambio hacia su rol actual como asesora militar de género en la ONU, durante la Monusco.
Definitivamente. Empecé a pensar en cuestiones de género en Afganistán, porque conocía a oficiales que trabajaban en equipos de estrategias de involucramiento de la OTAN [Organización del Tratado del Atlántico Norte] que tenían participación de mujeres. En 2009, el general Stanley Allen McChrystal [comandante de las Fuerzas de la Coalición de Estados Unidos y la OTAN en Afganistán] dijo que todos debíamos tener “patrullas mixtas”, porque las patrullas que contaran con la misma cantidad de hombres y de mujeres serían más fuertes para interactuar con la población local. En 2013 tomé un curso de tres semanas en Suecia, dirigido por el Centro Norte de Operaciones Militares, que me hizo comenzar a considerar de forma más consciente las dinámicas de género.
Ya en 1996 había notado ciertas diferencias cuando era parte de una patrulla en Irlanda del Norte y los policías de allí –sólo para que entiendas: cuando las fuerzas británicas patrullan por esa zona siempre deben ir acompañadas por un policía local de Irlanda del Norte– me decían que el comportamiento de los soldados era mejor cuando patrullaban conmigo, y que cuando estábamos en los puestos de control (checkpoint) la gente se quedaba más tiempo hablando con nosotros e intercambiando información. Parecía que mi presencia allí hacía que las mujeres temieran menos ser detenidas por patrullas militares británicas. Así que mi interés había empezado mucho antes, casi sin darme cuenta, pero sin dudas el punto de inflexión fue la experiencia en Congo, donde realmente vi cómo funcionaban las dinámicas militares del siglo XXI, demostrando que las mujeres pueden desplegar su potencial, por ejemplo, hablando con la población local.
En la Monusco, por primera vez en la historia de la ONU, tropas internacionales tuvieron permiso para tomar la iniciativa de usar la fuerza contra los grupos rebeldes para derrotarlos y desarmarlos, bajo el mandato de “neutralizar a los grupos armados” y “traer la paz utilizando la fuerza si es necesario”. Participaron 20.000 militares de 50 países.
En 2014 notó que los miembros de la Monusco estaban alejados de la población local, pero logró contactar a alguien que hablaba en swahili y francés y pudo hablar con las mujeres, lo que le permitió conocer violaciones a los derechos humanos cometidas por los grupos ilegales, así como estrategias para reducir los riesgos. ¿Qué indicios tuvo para detectar este alejamiento y cómo pudo acercarse a las mujeres? ¿Qué habló con ellas?
Estaba en una patrulla de cascos azules y no paramos a lo largo de todo el recorrido. Al finalizar el patrullaje fuimos a hablar con unos hombres del lugar, pero a lo largo del viaje había visto muchas niñas, niños y mujeres; recordé el ejemplo de Afganistán, de parar a hablar con las personas, sumado a los conocimientos del curso de 2013, y le dije al referente de la misión, el general brasileño Carlos Santos Cruz [comandó la Misión de Paz en Haití (Minustah) de 2006 a 2009, fue comandante de la Misión de Paz en RDC y fue secretario de Gobierno de Jair Bolsonaro]: “Cuando patrullamos no paramos a hablar con todas las personas. ¿Podemos armar más patrullas que estén integradas por mujeres?”. Él apoyó la idea, dijo que le parecía bien. Luego recibimos reportes de ataques a la población civil por parte de los rebeldes e hicimos una investigación especial para saber quiénes habían sido atacados: la mayoría eran mujeres. Fui a Serengueti a buscar una mujer de Tanzania que hablara swahili [para comunicarse con las mujeres congoleñas que habían sido atacadas], porque los únicos intérpretes que teníamos eran hombres [se dirigió, junto con el comandante de la fuerza, a las afueras del Parque Nacional Virunga, en Congo, en la frontera con Ruanda y Uganda]. Ellas nos pudieron decir que “si nos atacan de noche pueden ser grupos ilegales armados, ocultos en el Parque Nacional de Virunga, pero si atacan de día, pueden ser las fuerzas del Ejército de Congo”. Una tiende a pensar que este tipo de ataques provienen de fuerzas ilegales, pero a veces el propio grupo anfitrión ataca a civiles.
Las mujeres narraban los ataques que habían sufrido, pero también ciertas estrategias que tenían para disminuir los riesgos. ¿Eso también es parte de lo que toma en cuenta el personal militar para mejorar la respuesta?
Las mujeres nos pedían aumentar la presencia de patrullas militares en el campo, donde ellas iban a trabajar –especialmente en lugares remotos que no podíamos detectar por nuestra cuenta–, y también nos decían que la sola presencia de personal militar en lugares del parque señalados por ellas jugaba un papel disuasivo para los perpetradores que se ocultaban para atacarlas.
¿Qué diferencias de abordajes existen si los ataques provienen de las grupos ilegales locales, de las fuerzas armadas del país donde se desarrolla la misión o de miembros de las misiones de paz, considerando que ha habido miles de denuncias contra cascos azules por violaciones, sexo transaccional y explotación sexual en misiones como las de Haití, Congo y Camboya?
Cuando los perpetradores son de grupos locales, la ONU tiene la obligación de desplegar más mujeres trabajadoras para hablar con la población local, tanto mujeres como varones, para saber más detalles sobre los ataques; es la estrategia que desplegamos desde la Monusco. Si las fuerzas locales o de la misión de paz cometen esto, es responsabilidad de la ONU hablar con el gobierno y con quien lidera esa fuerza militar y ofrecerles capacitación y entrenamiento para mejorar las conductas de los pacificadores. Los cascos azules, por su parte, tienen que mostrar voluntad de hacer patrullajes cuando las niñas y mujeres reportan que es necesario. Eso implica hacer patrullajes nocturnos o en zonas muy remotas.
¿Y qué pasa con las denuncias a miembros de misiones? Organizaciones de derechos humanos han denunciado la falta de respuestas al respecto.
Es horroroso saber de casos de abusos y explotación sexual perpetrados por cascos azules o personal civil de la ONU o de ONG, cuando se supone que ellos deben proteger a la población. La ONU ha desplegado una política de “tolerancia cero” a esos casos, ha incrementado los entrenamientos, y hay ONG –como Keep the Children Safe, que ha sido parte de este curso– que brindan capacitación y sensibilización, como parte del entrenamiento militar, en el predespliegue de una misión.
Este es el primer curso de Seguridad Humana que se hace en el exterior. ¿En qué consiste?
Este curso se llevó a cabo por la voluntad de la ENOPU, dispuesta a acogerlo. Tenemos mucha interacción con los uruguayos, actualmente muy dedicados a mejorar la formación de los cuerpos de paz y a mantener una conducta apropiada en las misiones. Este curso se está haciendo en Reino Unido: combina herramientas conceptuales para entender cómo impactan los conflictos en la población civil y cómo integrar esa percepción en la mentalidad militar. Tenemos muchos cursos en los que abordamos lo malo que es cometer violaciones a los derechos humanos, pero qué significa eso en la práctica para un casco azul. En Afganistán, en Irak o en Yemen, cabe preguntarse cómo sería mejor que el personal militar entienda las amenazas que los y las civiles enfrentan por el conflicto. El curso se enfoca en qué aporte hace el personal militar en el mantenimiento de la paz: dividimos a los participantes en cinco grupos, les damos misiones específicas de la ONU que existen en la República Centroafricana, Darfur, Sudán del Sur, RDC y Malí, y hacemos algunas pruebas para chequear qué entendimiento, qué conocimientos conceptuales tienen. Luego, cada grupo tiene que hacer una propuesta específica sobre cómo responderían en cada misión que se les asignó.
¿Qué reflexionaron en torno al rol de las mujeres militares en las misiones?
Varios oficiales tuvieron experiencias, muchos estuvieron en RDC, Haití y Sudán del Sur. En especial, había una oficial argentina que tenía mucha experiencia. Creo que el curso les permitió observar sus experiencias desde otra perspectiva y, quizá, reflexionar sobre si pudieron haber hecho las cosas diferente en esos lugares –pero no quiero hablar por ellas y ellos–. En el cierre del curso comentaron que este tipo de temas se les enseña ocasionalmente, muchas veces antes de embarcarse en la misión. De hecho, consideraron que este tipo de experiencias deberían hacerse con todo el personal militar. Todavía hay resistencias sobre aumentar la participación de mujeres en el personal en misiones de paz de la ONU, no sólo en esta región, sino a nivel global. Creo que un militar, en cualquier misión, debe recorrer el sitio y sentarse a escuchar a la población local. No sólo hablar y recoger información sobre violencia sexual u otros ataques que pueden haber sufrido, sino aprender a escuchar a la gente, conocer sus preocupaciones, por ejemplo, sobre cuestiones como el acceso al agua. Eso cambiaría la percepción que todavía tienen los civiles sobre quienes vestimos uniforme. Tenemos que tener un involucramiento mayor, tanto con hombres como con mujeres de las poblaciones donde desarrollamos misiones militares.