Periodista, activista feminista, docente. Hace periodismo feminista desde mucho antes de que el feminismo fuera lo que es hoy. Trabaja en Página 12 hace 28 años, donde escribe sobre temáticas que tienen que ver con los derechos de las mujeres, las disidencias sexuales y la niñez. Tiene una columna en un programa de radio y conduce un programa en televisión que se llama Punto género. “Sobrevivo como periodista en el contexto de precarización laboral y caída de salarios tan terrible que vivimos en Argentina”, cuenta.
Acaba de publicar su cuarto libro, Yo te creo, hermana, que es una recopilación de relatos en primera persona de mujeres y personas con cuerpos feminizados que dan cuenta de las violencias más diversas que atraviesan estas identidades.
En 2009, casi diez años antes de que el aborto obtuviera media sanción en Argentina, publicó El aborto en debate: aportes para una discusión pendiente. En 2014, un año antes de la explosión de Ni Una menos, publicó Maltratadas: violencia de género en las relaciones de pareja. Su primer libro, La seducción permanente: verdades y mentiras de las cirugías estéticas, se publicó en 1999 y trata el fenómeno de las cirugías estéticas de los 90.
Junto a otras comunicadoras del palo, fue una de las pioneras de Ni Una Menos, movimiento que empezó como consigna ante una sucesión de femicidios en Argentina y se consolidó como un hito para la explosión feminista de esta generación.
Hay un hecho que no cuenta mucho, quizás por la emoción que le genera aún hoy. Aquel 4 de junio de 2015, cuando Ni Una Menos invadió las calles por primera vez, su hijo tuvo su primera sesión de quimioterapia. “Hacía poquito le habían diagnosticado leucemia a mi hijo. Los días previos a la marcha pasé encerrada en la clínica, porque no sabíamos qué tenía. No sabía qué hacer y Fede, que tenía 14 años en ese momento, me dijo: ‘Ma, tenés que ir, porque luchaste por esto muchos años. Total, quimios va a haber muchas’”. Cuenta que fue a la marcha con esa angustia y que la masividad fue algo desbordante. “Familias enteras que salieron a la calle en algo que fue realmente histórico”.
Mariana fue una de las ponentes del seminario Amenazas a la libertad de expresión, organizado por Cotidiano Mujer, Articulación Feminista Marcosur y UNESCO en el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Allí habló sobre el rol del periodismo en los contextos de desinformación. En su visita a Montevideo, conversó con la diaria sobre el momento político del feminismo y el rol del periodismo feminista.
Empezaste con el periodismo feminista en la década del 90. ¿Cómo era en ese momento y qué cambió?
Éramos muy pocas las que teníamos esta agenda. Recuerdo una nota que hice en el año 1998, sobre un caso muy similar al que cubrí hace poco sobre Lucía, una niña de 11 años que fue abusada por la pareja de su abuela y a la que se le negó un aborto legal. En aquel entonces escribí sobre el caso de esa niña y algún otro más, todos muy similares: niñas embarazadas que reclamaban por el derecho a abortar, que en esas situaciones es legal en Argentina desde 1921. El caso que cubrí en 1998 no tuvo la repercusión que tuvo el de Lucía ahora. En aquel momento parecía que esas historias nadie las veía, porque no trascendían. El caso de Lucía llegó a todo el mundo, a diarios como The New York Times y The Guardian, entre otros. La problemática era la misma, lo que cambió fue que estas historias relacionadas con la violencia machista que veníamos cubriendo en soledad unas pocas periodistas hoy son visibles. Lo que cambió ahora, a partir del surgimiento de Ni Una Menos y este florecimiento del feminismo tan potente, que es más popular y está protagonizado sobre todo por jóvenes, es que hay una audiencia que está dispuesta, sensible y empática para escuchar estos casos. Esto hace que los medios de comunicación les estén dando centralidad a estas historias, que antes estaban en la marginalidad. Si algo cambió es eso: ahora que sí nos ven, nos leen.
La oleada feminista abrió la escucha.
Hay una retroalimentación. Por un lado, hay una escucha más sensible y empática, porque más mujeres se animan a contar lo que les pasó. La denuncia de Thelma Fardín contra Juan Darthés por violación marcó un hito. Fue acompañada por el colectivo de actrices argentinas y por un hashtag que fue #MiraComoNosPonemos. Creó un acontecimiento, una avalancha de testimonios de mujeres que habían silenciado tal vez durante décadas los abusos y acosos que sufrieron en distintos ámbitos. Ese notar que hay otras voces, ese darte cuenta de que no sos a la única que le pasa, y que no es tu culpa, porque siempre te hicieron creer que era tu culpa, hizo que se le diera valor a la palabra. “Yo te creo, hermana” como título de mi libro viene a reafirmar eso. Viene a desterrar el mito de que las mujeres mentimos, que somos unas locas, unas histéricas, que queremos venganza. Eso cambió. A pesar de que, por supuesto, los sectores conservadores que quieren seguir estigmatizando al feminismo y nuestras luchas cada tanto espadean buscando desacreditar nuestra palabra. Creo que hay un darse cuenta de que acá no hay revancha; es una búsqueda por la verdad y por una reparación para quienes han sufrido situaciones de violencia y todavía tienen heridas abiertas.
También hay un lugar protagónico para la literatura feminista.
Hoy en Argentina hay una producción de literatura feminista que ves en las vidrieras. Antes también podía haber, pero estaba escondida entre los estantes y por ahí no sabías ni bajo qué categoría. Hoy están en la vidriera. Los libros que marcaron la venta en la Feria del Libro fueron los de política, sobre todo el de Cristina Fernández de Kirchner (Simplemente), que fue un boom de ventas, y los que tienen temática feminista. Mujeres como Luciana Peker hoy son best sellers, eso también hay que destacarlo. Putita golosa, de Luciana Peker, es de los libros más vendidos en el último año. Eso marca un fenómeno. Tiene que ver con que hay un público. En el marco de una crisis tremenda del sector editorial, en la que no se venden libros, hay un grupo enorme de adolescentes y jóvenes que quieren nutrirse de esta literatura feminista y están ahí marcando la diferencia.
No naciste feminista.
Las mujeres de mi generación, y las mayores también, nos hemos ido haciendo feministas. Una nace en un hogar patriarcal, como todavía son la mayoría, y va conociendo la realidad. En mi caso fue a través de mi madre, Marisú Devoto, que se fue haciendo feminista en sus 40 y fue pionera en estas cosas. Armó una ONG en el sur del conurbano bonaerense que daba asistencia y atención a mujeres víctimas de violencia. Esos relatos que traía mi mamá a casa me permitieron empezar a abrir los ojos en torno a situaciones que antes no se veían o de las que no se hablaba. En mi trabajo como periodista, me encontré con esa agenda y con referentes que me fueron mostrando un camino, que me señalaron las discriminaciones históricas que sufrimos las mujeres en la sociedad en todos los ámbitos que transitamos. Conociendo a las protagonistas de esas desigualdades también se me fueron abriendo los ojos. Entonces, una empieza a leer, a tener una aproximación más teórica. Pero fue sobre todo desde la práctica, de estar ahí viendo lo que nos pasa por ser mujeres. En este fulgor de las jóvenes que andan con el pañuelo verde, pensaba en que tal vez ellas sienten que nacieron feministas. Algunas incluso hacen el juego de decir “nací femi” para resignificar el insulto ridículo “feminazi”. Las adolescentes han crecido al son de Ni Una Menos, salieron a la calle el año pasado para defender el reclamo por el aborto legal. Tienen un recorrido en el que por ahí no han leído tanta teoría, pero sienten que nacieron feministas porque lo llevan en el cuerpo. Hubo una transmisión que sintieron en esas manifestaciones masivas que hubo en los últimos años en Argentina. Eso las empapó y las abrazó al feminismo. Es un recorrido muy distinto al que hemos hecho otras más grandes. Adolescentes y jóvenes sienten que Ni Una Menos les abrió los ojos. Por eso creo que el resultado es lo que vemos hoy en las calles.
Ni Una Menos es un hito. ¿Cómo se creó?
Ni Una Menos significó un antes y un después en el activismo feminista de los últimos años. No surgió por generación espontánea, tiene que ver con una historia argentina asociada al movimiento feminista, de mujeres, lesbianas, trans y travestis. Para que surgiera Ni Una Menos hubo una conjunción de un grupo de periodistas, escritoras, comunicadoras, que decidimos decir basta a la violencia machista en un contexto en el que hubo una sucesión de casos que salieron del ámbito privado, una serie de femicidios que generaron mucha repercusión. Antes los femicidios no tenían tanta repercusión en la prensa. Empezamos con una maratón de lectura feminista en una plaza en la que participamos varias colegas periodistas y familiares de víctimas. Ahí fue la primera vez que se usó la frase “ni una menos”, para esa convocatoria. Después de eso fue el femicidio de Chiara Páez, una adolescente de 14 años que apareció muerta enterrada en el fondo de la casa de su novio; a los días se supo que estaba embarazada. Ese femicidio motivó a una colega a lanzar un tuit, que fue básicamente “hagamos algo”. Ese fue el motor para empezar a organizarnos. No fue todo por redes sociales, hubo y hay reuniones presenciales. Está el mito de que todo es por las redes, pero no, hay organización y eso es clave. La convocatoria del Ni Una Menos se dio en el marco de otros femicidios que se fueron dando y que tuvieron un alto impacto mediático. Eso generó también una sensación de hartazgo y de horror en la sociedad. Se decidió convocar a famosas y famosos de los ámbitos más diversos, eso fue generando también mayor difusión a una marcha que desbordó todas las expectativas por la masividad que tuvo.
Yo te creo, hermana es un libro que propone una cartografía del machismo. ¿De qué va?
Son relatos en primera persona. Hice muchas entrevistas a mujeres tratando de reflejar las violencias más diversas que atraviesan nuestras vidas por el hecho de ser mujeres. Desde las violencias más explícitas, como la física, hasta las más tapadas, como la sexual. Busqué también otras violencias que no son tan nombradas, como por ejemplo la violencia obstétrica. Además de los micromachismos que están en todos los ámbitos. Trato de mostrar, justamente, esas actitudes o conductas que aguantamos por ser mujeres, que son perpetradas por varones que consideran que tienen el derecho a hacerlo. Por eso digo que es una cartografía del machismo. Es una sucesión de relatos en primera persona en los que las mujeres cuentan su vida atravesada por estas violencias.
Entre ellas vos, que contás cosas que te pasaron.
Mi voz aparece en la introducción. Cuento algunas situaciones que me han pasado: manoseos que no correspondían, el exhibicionista de a la vuelta de tu casa, el miedo a andar sola de noche. Quise mostrar que a todas nos pasan estas cosas, porque el patriarcado se encarga de que nos pasen.
Muchas veces naturalizamos el abuso y la violencia.
Hay una cosa que aparece en el libro, que no fue que lo busqué sino que releyéndolo aparece claramente, que es la impunidad frente a estos casos. La impunidad tiene que ver con que muchas mujeres no son oídas cuando intentan contar lo que les pasa. Y después está el problema de la Justicia, cuyos tiempos no son los de las sobrevivientes de abuso y violencia machista. A eso le tenemos que sumar que la Justicia suele ser misógina y suele no creer. Cuando las mujeres deciden ir a la Justicia es muy difícil que esos casos sean probados. No todos los relatos del libro tienen que ver con delitos, pero en el caso de los que son delitos, la mayoría están impunes.
Parte de esa impunidad incluye la violencia sexual que hubo durante la dictadura.
Hay un relato muy fuerte de una colega, Miriam Lewin, que estuvo detenida desaparecida durante la última dictadura militar en Argentina. Ella cuenta lo que significaba ser mujer estando en un centro clandestino de detención, la vulnerabilidad particular que afectaba a las mujeres en esa condición, además del machismo en las propias organizaciones a las que pertenecían esas mujeres en esa época.
Alguien dijo que tu libro es un “nunca más” específico contra el machismo.
Me pareció significativo que lo diga una lectora. No me arrogo que pueda llegar a significar eso, comparado con todo lo que representa el “nunca más”. Pero sí pienso que ojalá algún día sea material de consulta sobre lo que alguna vez pasó con las mujeres en las dictaduras latinoamericanas. Hoy es bien presente, pero ojalá algún día sea un registro histórico. Ojalá que el libro sirva de espejo para que otras mujeres sientan que no están solas, que hubo otras a las que también les pasó lo mismo, que no son ellas las culpables, que no sientan vergüenza. Me parece importante también que lo lean los varones. A veces es difícil que accedan a este tipo de libros por prejuicio. Pero muchas veces nos dicen que no nos entienden, nos preguntan por qué estamos tan enojadas cuando salimos a la calle, o qué reclamamos las feministas. Bueno, acá está dicho. Puede servir para que vean lo que nos pasa. No digo que todos los hombres sean violentos, pero gran parte tuvo alguna de estas conductas alguna vez. Está bueno que puedan verlas en espejo para repensarse y poder dejarlas atrás.
¿Qué pensás de los feminismos transexcluyentes? ¿Se puede hablar de feminismo en esos casos?
Estoy a favor de la inclusión de todas las identidades en el feminismo, que tiene que ser plural. No me identifico con ninguna de esas posturas. No creo que puedan ser feministas, en términos de pensar en una lucha por la igualdad de oportunidades dejando afuera a colectivos que en definitiva sufren las mismas opresiones que las mujeres. Es un debate que no termino de entender, porque me parece directamente que no tiene sentido.
¿Cuál es la situación actual del aborto en Argentina?
El 28 de mayo se presenta nuevamente el proyecto de ley de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Tiene algunas modificaciones respecto del anterior, que fueron tomadas de lo que fue el debate. Es un año electoral en Argentina, pero las mujeres se siguen muriendo por abortos clandestinos y sigue habiendo obstáculos para acceder a los abortos legales. El aborto está cada vez más legalizado socialmente. Si para algo sirvió el debate fue para eso, para despenalizarlo socialmente. El debate favoreció a que se hablara de aborto, que antes hasta era una palabra tabú. Se buscaba hablar del aborto nombrándolo de otra forma: interrupción voluntaria de embarazo. Ahora se habla de aborto. Es parte de la ganancia que deja el debate. Las mujeres que siguen abortando en la ilegalidad saben los mecanismos que hay para hacerlo, que existen activistas que pueden acompañarlas. Hay mayor empatía para acompañar a las mujeres en esa situación. Es cierto que los sectores antiderechos también dan su batalla. Es muy difícil que en este año electoral, con este contexto político de una profunda crisis económica, se pueda tratar este tema. Pero si no es este año, será el otro.
Estuviste muy cerca del caso de Lucía, la niña a la que se le negó un aborto legal. ¿Por qué se habla de tortura?
Porque a Lucía la torturaron. Es una niña que fue abusada por la pareja de su abuela y que llegó al hospital con dos intentos de suicidio. La niña fue muy clara: “Quiero que me saquen esto que el viejo me puso adentro”. A la niña le suministraron medicación para madurar los pulmones de la criatura con la idea de que naciera viva. Vulneraron su voluntad, la tuvieron durante semanas sin garantizarle la práctica. El sistema de salud se ocupó de torturar a una niña. Hace poco salió el testimonio de la mamá, en el que cuenta lo que ya veníamos contando, pero desde su propia voz. La mamá cuenta que el secretario de Salud de la provincia, Gustavo Vigliocco, le ofreció hasta mejorarle la casa a cambio de que continuara con el embarazo. Incluso le dijo que las mandaba a un hotel hasta que llegara a los siete meses de embarazo. Ella dice que la “deschaparon”, porque le sacaron las chapas viejas que tenía en su casa y cuando Lucía reafirmó la decisión de interrumpir el embarazo le dejaron la casa así, sin las chapas. Es un caso vergonzoso en el que todavía no hay un costo político, no se le pidió a nadie la renuncia, todos siguen en sus cargos.
¿Cuál es el rol del periodismo feminista hoy? ¿Qué te pasa cuando dicen que no es periodismo porque no es objetivo?
El periodismo siempre es subjetivo. Yo decido pararme en una vereda, que es la de visibilizar la violación de los derechos humanos de las mujeres y los colectivos LGBT. No tengo dudas de qué lado me tengo que parar, con qué ojos tengo que ver. Tengo que ver la desigualdad, tengo que ver la vulneración de derechos y tengo que reflejarlo en los medios de comunicación en los que trabajo. Las periodistas feministas buscamos darle voz a esto, poner la lupa, mostrar lo que se ha ocultado históricamente, que tiene que ver con esa desigualdad, con la vulneración de derechos, con la naturalización de las violencias. A mí no me genera ninguna contradicción, ahí está el potencial que tenemos quienes ejercemos este periodismo con esta convicción y este compromiso de que apostamos a una sociedad mucho más igualitaria y a que finalmente caiga el patriarcado. Queremos aportar para eso.
¿Cómo valorás los ataques en redes sociales por sostener ciertas opiniones?
Los periodistas, tanto varones como mujeres, estamos expuestos en las redes sociales a los ciberataques y a los amedrentamientos. Este tipo de ataques buscan silenciarte. Lamentablemente es un signo de época, es muy fácil hoy tener un contacto que antes no se tenía. Antes, a lo sumo, alguien llamaba a una redacción o te mandaba una carta documento. En todo caso estos ataques te puedan angustiar un tiempo, pero hay que mirar para otro lado. Lo que quieren es lastimarte y creo que lo más importante es demostrarles que no nos van a callar.