Amas de casa, proveedoras y maestras: con la pandemia del coronavirus, las mujeres que crían a sus hijos sin compañía en Cuba están expuestas a una sobrecarga de obligaciones que les genera ansiedad, ira y desasosiego. Además, no todas están contempladas en las entregas de ayuda alimentaria y de medicamentos.
Anamaris Barrisonte tiene el refrigerador lleno de papeles adhesivos. Aprendió en la carrera de Psiquiatría que la mejor forma de hacer varias tareas es listándolas. No cabe una nota más sobre la puerta del “frío”: tiene de colores, con fechas, con espacios en blanco, llenas de tachaduras y casi despegadas.
Cuando el 23 de marzo el Ministerio de Educación en Cuba anunció que por la pandemia de covid-19 cerrarían todas las escuelas, Anamaris colocó el primer post-it –amarillo fosforescente–: “Avisar en el trabajo que debo quedarme en casa con el niño”.
En la televisión cubana, el presidente y el primer ministro explicaron brevemente que las madres con niños en la enseñanza primaria podían quedarse en casa, con garantías salariales, si no tenían quien cuidara a sus hijos. Aquella noticia la alegró: serían unos días de “vacaciones obligadas”. Anamaris no pensó que la cuarentena sería tan larga... y tan agotadora.
Que lo diga la TV no lo hace legal
Durante la pandemia las autoridades cubanas han informado por los medios de comunicación las nuevas regulaciones y obligaciones. Aunque comienzan a aplicarse desde su anuncio, no es sino hasta semanas después que estas indicaciones son publicadas.
“En la Mesa redonda –un programa informativo– lo dijeron muy bonito, pero al otro día en mi policlínico no querían liberarme”, cuenta Anamaris. “Yo vivo sola con mi hijo. Aquel día tuve que ir con él a avisar que me tenía que quedar en casa”.
Sin embargo, en el trabajo no sólo le dijeron que desconocían la información anunciada por la televisión, sino que el sector de la salud tenía condiciones específicas y no se regía por las indicaciones nacionales. “Me molesté mucho cuando me dijeron que yo debía seguir trabajando —haciendo pesquisas casa a casa— y que si no tenía quien cuidara al niño debía llevarlo conmigo”, explica. “¿A qué madre se le ocurre exponer a su hijo así?”.
Anamaris recuerda que fue grosera y dejó a su jefa hablando sola. “Me voy a mi casa”, le dijo antes de darle la espalda. “Que salga el sol por donde salga”.
Con fecha del 1º de abril –siete días después del anuncio en los medios–, la Orden Ministerial 414 explica que “la madre, el padre o el familiar, que tenga la condición de trabajador y está encargado del cuidado del menor al que se le suspendieron las clases en la educación primaria y especial, recibe durante el primer mes una garantía salarial equivalente al 100% del salario básico y, de mantenerse la suspensión, la garantía es del 60%”.
Anamaris no pudo tener acceso a ese documento hasta el 14 de abril, fecha en que fue publicado en la página web del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS). Fueron 15 días de incertidumbre sobre la legalidad de su derecho a quedarse en casa.
Ser madre sola no es una garantía para la protección
Son 86.834 las madres –trabajadoras estatales– beneficiadas con garantía salarial durante la pandemia. Sin embargo, no existen cifras sobre las trabajadoras por cuenta propia o informales que quedaron sin ingresos cuando tuvieron que quedarse en casa para cuidar a sus hijos.
Wendy Oliva no llevaba un mes en el trabajo cuando anunciaron la suspensión de las clases y le dieron por terminado el contrato. Estaba en período de prueba y no pudo acogerse a la disposición y recibir parte de su salario. “Perdí todos mis ingresos y, para colmo, a mi mamá también la enviaron a casa con 60% de su salario básico”, dice. “Hemos sobrevivido con la pensión de los dos niños varones, cuyo padre nos ayuda con algunos alimentos. El papá de la niña se ha desentendido por completo”.
Tras leer en la prensa que la asistencia social protegería a quienes tuvieran bajos ingresos o los perdieran por la pandemia, Wendy escribió a varias instituciones: la Fiscalía, el gobierno, el MTSS. “De los primeros dos nunca recibí respuesta. Del ministerio me visitaron dos trabajadoras sociales y me explicaron que no estaban dando ayuda monetaria. La solución fue buscar almuerzo y cena para nosotros cinco en un comedor a cinco kilómetros de mi casa. Nunca fui, el transporte está suspendido y no tengo en qué moverme. No puedo dejar sola tanto tiempo a mi mamá con los niños, incluida la de menos de 20 meses”.
Unos 70 días después de perder su trabajo, y tras varias denuncias en las redes sociales, Wendy recibió su pensión temporal de 245 CUP (diez dólares), lo que costarían, por ejemplo, dos kilogramos de leche en polvo.
Quedarse en casa no significa vacaciones
La ministra de Trabajo y Seguridad Social de Cuba, Marta Elena Feitó, informó que durante la pandemia 627.855 cubanos se acogieron al trabajo a distancia, “en cuyo caso el trabajador devenga 100% del salario, según las formas y sistemas de pago que le correspondan”. “Se reducen los costos asociados a la permanencia en la entidad, se combina mejor la vida familiar y laboral, entre otras ventajas”, resaltó.
Nixys Báez cría sola a sus dos niñas de cinco y seis años. Ella trabaja a distancia. De su empresa le llevaron todos los materiales que necesita para su labor. Cada mañana, enciende la computadora, pero el bombillo del equipo está la mayor parte del día parpadeando, en standby. “No es sólo que tenga poco tiempo para hacer mi trabajo, es también que no tengo las condiciones idóneas”, cuenta. “La impresora y la computadora ocupan la mitad de la mesa. Ya ni siquiera podemos sentarnos a comer todas juntas”.
En el pasillo lateral de la casa, Nixys tiende la ropa lavada, pendiente del silbido de la olla de presión. De vez en cuando se asoma a la computadora, revisa algún archivo, anota en una hoja llena de cálculos sobre la mesa. Vuelve a la cocina. Luego a la lavadora, que ha parado de dar vueltas. Una y otra vez repite el recorrido entre el pasillo, la cocina y la mesa: multitarea, le llaman.
“El único momento de concentración es el horario de la noche, cuando las niñas se han dormido. Sin embargo, a esa hora estoy tan agotada que muchas veces se me cierran los ojos y es un bostezo tras otro. Nadie puede trabajar cansado”, dice.
“A veces me río sola viendo a los profesores en la televisión cómo les explican a los niños el funcionamiento familiar: ‘los niños tienen que regar las plantas y hacer tareas con la abuela mientras mamá cocina y papá sale a buscar los alimentos’”, asegura Nixys. “Así, supuestamente, todo da tiempo, pero esa no es mi realidad, ni la de mis hijas”.
Madre, ama de casa, trabajadora, proveedora, maestra
Según datos de la Encuesta Nacional de Igualdad de Género (2016), las cubanas entre 15 a 74 años dedican cada semana 36 horas a trabajos no remunerados domésticos y de cuidados: 14 horas más que los hombres.
Dado que son madres solas Anamaris, Nixys y Wendy ya habían tenido que convertirse en madres-amas de casa-proveedoras de alimentos-trabajadoras. Durante la pandemia, además, les ha tocado ser maestras.
A través de las teleclases se transmiten orientaciones metodológicas para los padres de niños en los primeros grados. Esa modalidad de enseñanza es una sobrecarga para ellas. “Todo lo explican muy rápido. El profesor nos enseña a nosotros cómo debemos enseñarles a ellos. Siempre estoy con una clase de atraso. La de hoy se la explicaré mañana, y así sucesivamente”, explica Nixys.
La realidad de Wendy es similar. “No sé cómo las maestras logran que estos niños den clases. Mis hijos le hacen rechazo a la asignatura de Lengua Española y se pasan un día entero para escribir cinco oraciones”, cuenta. “En esa materia tienen retraso porque yo no puedo dedicarles todo el tiempo que necesitan”.
De acuerdo con declaraciones de la ministra de Educación de Cuba, cuando reinicie el curso escolar 2019-2020, las primeras semanas serán para sistematizar los contenidos aprendidos durante las teleclases. Aunque según la funcionaria al suspenderse las clases ya todos los estudiantes habían completado 70% de los objetivos, la evaluación final y el rendimiento académico dependerán, en gran medida, de cuánto aprovecharon las familias el tiempo de cuarentena.
“Con la más pequeña es fácil porque está en preescolar y tiene que hacer trazos y recortes”, cuenta Nixys. “Con la mayor es más difícil. Está en primer grado y de mí depende ahora que aprenda bien a leer, a escribir, a sumar, a restar. ¿Y si no lo hago bien?”.
El amor maternal es infinito, la paciencia no
Anamaris juega fútbol con su hijo, aunque luego sus rodillas terminan deshechas. Juega con él a los escondidos y hacen juntos videos y grabaciones, también las tareas. Como cualquier niño, se aburre rápido. Él quiere empinar papalotes, pero ella no sabe cómo hacerlo.
“Hace unos días vio al vecinito en la calle volando una cometa con su papá, y me pidió permiso para salir”, recuerda. “Llevaba tres meses en la casa y asentí. Donde vivo, hace tres semanas que no hay casos nuevos. Le dije incluso que se quitara la mascarilla como el vecinito, pero me dijo que no”.
Cuando suspendieron las clases, el niño de Anamaris llevaba pocos meses en una escuela nueva y todavía le costaba hacer amistades. El aislamiento social y la falta de contacto con otros niños es una de sus preocupaciones. “Por más que lo acompañe en sus juegos, yo no puedo sustituir a sus compañeros de aula, no puedo ayudarlo en su interacción social. A veces me dice que quiere regresar a la escuela… pero a la escuela vieja”, relata. “Su período de adaptación se interrumpió y me preocupa que continúe el bullying por ser el ‘niño nuevo’”.
Wendy ha encontrado en su perfil de Facebook un espacio para hacer catarsis, y también para pedir consultas a especialistas de salud, preguntar por medicamentos, solicitar trabajo, ofrecer sus servicios como fotógrafa. Para alimentar a sus hijas ha hecho queso artesanal, pan sin harina, paletas de helado, barras energéticas con plátano y avena...
“A veces bromeo con que me van a comer a mí”, cuenta Nixys. “Casi todos los días me coge la madrugada cocinando algún dulce para que ellas merienden. La mayor cumplió siete años y le quitaron la leche por la canasta básica. En los mercados es imposible comprarla. Ahora tengo que compartirles el litro que le dan en días alternos a la menor. Sin leche antes de dormir les cuesta mucho conciliar el sueño”.
Resiliencia y resistencia
A la pandemia de covid-19 Cuba ha tenido que sumar la escasez de alimentos y artículos de aseo. Desde 2019 Estados Unidos aumentó las sanciones a la isla y limita la adquisición de combustible, el acceso a financiamiento externo y al turismo internacional –principal generador de divisas–. Unido a ello, el cúmulo de ineficiencias en la gestión interna y la economía dependiente de las importaciones han provocado un desabastecimiento sostenido en la nación.
Regulaciones en la compra de alimentos y artículos, y la venta exclusiva por la libreta de abastecimiento, han sido algunas de las alternativas tomadas por el gobierno para distribuir lo más equitativamente posible los productos. Sin embargo, tales medidas no han podido disminuir las extensas colas y el riesgo de contagio del SARS-Cov-2 por las aglomeraciones.
Ante tal situación, una resolución del Ministerio de Salud Pública dispuso “la atención y entrega de suministros alimenticios, de aseo y medicamentos a los núcleos constituidos por adultos mayores o personas dependientes que viven solos”. Sin embargo, ninguna ayuda quedó estipulada para las madres que crían solas a sus hijos.
Aunque en varios medios de prensa se explicó que las integrantes de la Federación de Mujeres Cubanas ayudarían a las madres solas y les acercarían los productos, ni Anamaris, ni Nixys, ni Wendy han tenido el apoyo de esas “activistas”.
“Cuando tengo que salir a comprar algo llamo por teléfono al niño cada diez minutos”, cuenta Anamaris. “Desconecto todos los equipos y lo dejo jugando en el cuarto, pero la preocupación no desaparece hasta que regreso a casa. La segunda causa de muerte de los niños cubanos entre cinco y 14 años son los accidentes, incluidos los domésticos”.
Esa es también la principal preocupación de Nixys cuando sale de casa. Ella sermonea a las niñas sobre cómo deben comportarse en su ausencia, cierra la casa y las deja solas. Le entrega la llave a una vecina y le pide que las vigile por la ventana. A veces ha tenido que dejarlas solas hasta tres veces al día.
Durante la cuarentena estas madres han lidiado con fogones rotos, tuberías remendadas, bicicletas pinchadas, tareas domésticas, cuidado a adultos mayores, salidas a comprar alimentos, teletrabajo... y también frustraciones, soledad, ira, ansiedad, agotamiento y desasosiego.
“La sobrecarga es una forma de abusar y violentar a las mujeres, y aunque sea muy sutil, tiene graves consecuencias”, explica la psicóloga Dunia Ferer. “Entre todos es necesario buscar formas de ayudarlas. “La ‘supermujer’ no existe. Ellas se desgastan y deterioran”.
“Mis amigas me dicen: ‘Eres una guerrera’, ‘si yo fuera tú no podría’, ‘no sé cómo resistes’”, cuenta Anamaris. “¿Acaso tengo otra opción que no sea resistir?”.
Este artículo fue producido en el marco del Laboratorio de Periodismo Situado de Cosecha Roja.