A mediados de agosto de 2020 se creó la cuenta de Instagram #VaronesCarnaval. En pocos días, se publicaron cientos de testimonios de mujeres que denunciaban situaciones de acoso, abuso sexual y violación por parte hombres del ambiente. Los relatos, que se esparcieron por todas las redes sociales, colocaron en el debate público y en la agenda mediática la violencia de género en el entorno carnavalero. Además, se profundizaron las discusiones en torno a la brecha de género existente en el Concurso Oficial de Carnaval, el Encuentro de Murga Joven (EMJ), Carnaval de las Promesas y otras estructuras. 

Conmovidas profundamente por estas denuncias, integrantes de la Asamblea de Colectivos Feministas Las Pioneras comenzaron a pensar acciones para reflexionar sobre la brecha de género cultural, las lógicas institucionalizadas del carnaval y, en paralelo, imaginar y generar espacios alternativos ajenos a la lógica de la competencia, más igualitarios y libres de violencia. 

En ese marco se realizó en febrero de 2021 un encuentro entre colectivos de mujeres y disidencias para debatir sobre la construcción de “un mejor carnaval”, en medio de una pausa forzada producto de la pandemia. A esta propuesta siguieron tres talleres con mujeres y hombres integrantes de conjuntos de carnaval que profundizaron en estos aspectos.

Todo ese proceso se recoge en el libro El carnaval que soñamos: democrático, popular y libre de violencia, elaborado por Soledad Castro Lazaroff, Victoria Cestau Yannicell, Leticia Rodríguez Taborda, María José Hernández, Sofía Mieres Leaman y Sabrina Martínez.

El libro traza un recorrido histórico y una cartografía social del carnaval, analiza la estructura del Concurso Oficial de Carnaval, cuestiona la exclusión y subrepresentación de diferentes grupos de población, en especial de las mujeres, y, como lo pauta su título, dibuja otros escenarios posibles.

La publicación se presentó el jueves 18 de noviembre en una conferencia en la plaza Las Pioneras de cara a un nuevo carnaval en febrero. Lilián Celiberti, integrante de la Asamblea de Colectivos Feministas Las Pioneras, introdujo la mesa de discusión en torno a la lectura que integraron Lazaroff, la bailarina, activista y perfórmer Lucía Naser, y el referente del carnaval Pablo Pinocho Routin.

“Sacar el pus social”

Durante la presentación del libro, Lazaroff señaló que, entre las múltiples luchas que protagonizan las mujeres feministas, el acceso y el derecho a la cultura están entre sus principales intereses debido a la “naturalización ideológica” de la desigualdad de género en los espacios de la cultura nacional y específicamente dentro del carnaval, un ámbito al que pertenece desde su niñez.

Para Lazaroff, el carnaval tiene la riqueza de “ser nuestro”, y en ese sentido se configura como un espacio propicio para “sacar el pus social” a través de plantear y dejar al desnudo en el escenario las prácticas sociales establecidas, violencias y desigualdades para cuestionarlas e impulsar un cambio.

A su turno, Naser sostuvo que el libro “genera un shock en términos de ataque al carnaval, pero hecho desde el amor y la voluntad de querer salvarlo del patriarcado y del capitalismo” y que en sus páginas “intenta recuperar la función social originaria del carnaval y su diversidad, pero también reconoce que la sociedad es otra y nos conduce a pensar qué rol debería cumplir en este momento”.

La activista consideró que la lectura constituye “una invitación a pensar cómo el feminismo interpela al carnaval y lo modifica tanto desde adentro como desde afuera de su orgánica” y, a la vez, despierta en las y los lectores el análisis opuesto, cómo los espacios de la cultura popular cuestionan a los movimientos feministas. Asimismo, propuso que en una próxima edición del libro se incorporen las miradas de mujeres e identidades diversas desde la categoría de parodistas y humoristas, donde el feminismo “es mucho más tímido”.

Por su parte, Routin dijo que el texto es “una especie de pirotecnia desde la página uno hasta el final”, y resaltó la “cuidadosa sistematización” que presenta el libro sobre “el mapa [del carnaval] y sus actores principales” con “una postura firme y enfoque ideológico que sabe lo que busca”.

El murguero relató que al comenzar a hundirse entre las líneas del texto encontró un espejo de su propia masculinidad y prácticas machistas que no había cuestionado antes. Por ejemplo, el privilegio de haber podido habitar el carnaval durante años gracias a que su esposa asumió la responsabilidad de las tareas de cuidado de sus hijas e hijos, además de las tareas domésticas.

“Llegaba en la madrugada después de los tablados y me levantaba a almorzar con la comida ya servida para después ir a dormir una siesta y luego irme nuevamente rumbo al club a ensayar. 'Papá se va a trabajar' eran las palabras de ella cuando yo agarraba el bolso”, expresó.

Para Routin, las murgas integradas sólo por hombres “serán un modelo en desuso”. “Me parece natural y lógico que la murga esté también habitada por mujeres. Nunca me molestó y tampoco sentí la necesidad de impulsarlo como una causa. Es cuando es, y tiene valor sobre todo cuando es genuino”, sostuvo, y añadió que le “preocupa” escuchar a hombres murguistas señalar que “hay que integrar al menos a una mujer a cada murga”, como una obligación o necesidad de estos tiempos. 

La brecha de género

El centro del libro, así como las actividades que gestaron su origen, está en el cuestionamiento de la subrepresentación de las mujeres y disidencias en todas las categorías del carnaval y la existencia de discriminaciones interseccionales superpuestas: discriminación sexual y de género, lugar de residencia -las mujeres del interior tienen menos acceso al carnaval-, pertenencia étnico-racial -las mujeres afro enfrentan más dificultades-, situación socioeconómica y la responsabilidad de combinar el trabajo con las tareas domésticas y de cuidados y ensayos. A todo este esquema de complejidades se suman las situaciones de acoso y violencia sexual, que también son expulsivas.

La brecha de género existente en el ámbito cultural tiene “varias capas”, explican las autoras en el libro. Por un lado, las mujeres son limitadas a ocupar “roles que les han sido adjudicados de forma tradicional” como ser bailarinas, cantantes, vestuaristas, maquilladoras o productoras. Por otro lado, cuando logran abrirse paso en los espacios dominados generalmente por varones su talento no se aprecia de la misma manera y tampoco obtienen la misma ganancia económica.

En el libro se presentan algunas cifras que permiten visualizar este escenario de exclusión y discriminación en el ambiente carnavalero. Por ejemplo, en 2018 entre los dueños de los 36 grupos de carnaval había sólo una mujer. No obstante, se reconoce que esta situación ha ido cambiando paulatinamente en los años posteriores.

Otras cifras que se citan corresponden al artículo “Tiempo de revolución”, de Cestau y Sol Scavino, publicado el 7 de enero en el semanario Brecha. En el artículo, las autoras señalan que entre las 10.793 personas que participaron en el carnaval -en distintos roles y distintos ámbitos institucionales- “sólo 38,1% son mujeres, y 61,9% son varones”, según datos de la Gerencia de Festejos y Espectáculos entre 2017 y 2018.

“El grado de masculinización/feminización varía según el ámbito estudiado. Por ejemplo, en el Carnaval de las Promesas 58,2% son mujeres y 41,8% varones; en el Desfile de Llamadas 36,5% son mujeres; en Murga Joven 23,9% son mujeres, y en el Concurso Oficial de Carnaval 23,6% son mujeres, el sector con menos presencia femenina”, agregan.

El carnaval para quién

Otro de los temas principales abordados corresponde a la definición del carnaval como política pública y “espacio de disputa” de derechos en términos de género, generaciones, raza y clase. En el apartado, escrito por Lazaroff, la periodista cuestiona el “problema de acceso” al concurso oficial de carnaval y la posición de este concurso centralizado en Montevideo y generalmente considerado como el “carnaval del Uruguay” o “su primera división”, que excluye a determinadas personas y limita la variedad de presentaciones.

La autora señala que la idea de que para “el goce de unos” es necesario “el dolor o sufrimiento de otros” no es excluyente del carnaval, sino que es propio del entramado de las relaciones sociales y de poder propias del sistema capitalista y machista, que se esparcen en todos los entornos de la sociedad.

Entre las páginas del libro, las autoras subrayan que existen “muchos otros carnavales” además del concurso oficial; tanto en cada departamento del país como dentro de Montevideo. Existen los corsos barriales, el Carnaval de las Promesas -en el que participan niñas, niños y adolescentes-, el EMJ -integrado por personas de hasta 35 años-, y propuestas alternativas fuera de las lógicas que rigen el concurso oficial como Más Carnaval -que plantea la organización de un carnaval sin concurso con la participación de vecinos, carnavaleras y carnavaleros, que se concretó en 2020- y el Encuentro de Feministas Murguistas, en el que participan de forma no competitiva murgas integradas por mujeres y disidencias.

“Hay una idea instalada de que el concurso oficial es la única chance y no era así en el origen del carnaval. ¿No puede haber un concurso en el que nadie quede afuera? Concursemos igual, pero que haya lugar para todo el mundo”, comentó Lazaroff durante la presentación y se preguntó cuál es el miedo detrás de transformar las prácticas actuales y dar “libertad” al carnaval y la presencia de cuerpos e identidades no hegemónicas en el escenario. “¿Por qué no podemos romper un poco las reglas y ser benevolentes entre nosotres? Dejémonos gozar un poco y poder mirar el arte del otre con cariño y amor, dejarlo ser”, manifestó.  

El carnaval que soñamos

Las autoras del libro, mujeres feministas e identidades disidentes que han seguido el ciclo de actividades El carnaval que soñamos, imaginan y creen firmemente que otro carnaval libre de violencia y más igualitario es posible, e incluso consideran que ya sucede en algunos espacios. Pero, al mismo tiempo, reconocen que el esquema actual requiere un “trabajo profundo”, no sólo en el cambio de las prácticas puntuales en el ámbito de la cultura, sino un cambio de pensamiento entre carnavaleras y carnavaleros, espectadoras y espectadores y las instituciones vinculadas a las expresiones culturales.

Es imperioso realizar un “cuestionamiento honesto y específico acerca de la estructura de exclusión en la que se sostienen su logística y funcionamiento” e impulsar iniciativas en la esfera pública que apuesten a la reflexión, plantean las escritoras. A su vez, recuerdan la necesidad de estudios que permitan contar con datos e información de calidad en términos cuantitativos y cualitativos como punto de partida para la reflexión e insumos para las y los tomadores de decisiones. 

“Es claro que un carnaval para el cambio cultural, para el goce de todos los cuerpos; un carnaval de los sueños cumplidos, igualitario, paritario y abierto a las transformaciones éticas y estéticas de su tiempo; un carnaval de libre acceso, que no excluya, que no eduque más en la violencia, necesita de un enorme compromiso político, tanto de las instituciones y autoridades como del movimiento social uruguayo”, plantea Lazaroff en el texto.