“¿Por qué me tengo que bancar esto?” es una de las preguntas que marcan la tesis de maestría en estudios de género de Mercedes Oyhantcabal, titulada Resistir y transformar guiones sexuales: cuerpo, emociones y negociaciones del placer y del deseo en el encuentro heterosexual. Ella es antropóloga social, joven y feminista. Habla rápido para cuestionar el “guion sexual patriarcal” y para avanzar con convicción hacia la “justicia erótica”.

Cursó la carrera de grado en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República, y la maestría en estudios de género en la Universidad de Granada (España) y en la Universidad de Bologna (Italia). Pero la investigación de campo la hizo en Montevideo, en 2019, cuando entrevistó a mujeres heterosexuales de entre 25 y 35 años y participó en talleres de sexualidad y erotismo. En la tesis deja bien claro que el perfil de las entrevistadas es el de mujeres “blancas, profesionales, trabajadoras o estudiantes, [...] de clase media”.

Oyhantcabal conversó con la diaria sobre cómo negocian las mujeres su placer y sus deseos cuando tienen sexo con varones. Porque en el sexo, y como todo en esta vida, asumís el guion o te rebelás.

¿Por qué elegiste como objeto de estudio las relaciones heterosexuales?

Por varias razones. Últimamente, se ha estado investigando muy poco la heterosexualidad. Hay antropología de la sexualidad, pero siempre enfocada en las disidencias sexuales, y me quedaba la duda de ver qué pasa con las personas que estamos en lo hegemónico y que queremos transformar esta lógica, aunque seamos parte de ella. Como soy heterosexual, también me interesa revisar las prácticas propias; siempre hay un disparador que es interno, y que tiene que ver con tu realidad. Decir que las preguntas son totalmente descontextualizadas es una mentira. Por otro lado, hice una recapitulación de charlas históricas con amigas y pensé lo fuerte que es que siempre aparezcan las mismas cuestiones: “Este pibe que me dio de bomba” o “tuve que fingir un orgasmo”. Situaciones en las que aparece mucha incomodidad de parte nuestra y sobre las cuales no podemos dar una descripción muy certera de lo que nos pasa. Ahí fue cuando me pregunté: ¿qué nos pasa a las mujeres cuando nos encontramos con varones? ¿Por qué nos sentimos de esa forma? ¿Por qué callamos tanto?

“La generación de mi vieja no estaba tan cercana a tener un orgasmo. Hoy sí y, sin embargo, muchas veces lo seguimos fingiendo. Ahora que tenemos todo un terreno habilitado, ¿qué pasa cuando nos encontramos con un tipo y nos volvemos a ubicar en el mismo lugar de antes?”.

¿En qué ámbitos decís que la heterosexualidad no ha sido tan estudiada?

La heterosexualidad ha sido históricamente muy estudiada. Sin embargo, últimamente se puso mucho el foco en las disidencias sexuales. Y si bien en las últimas décadas ha habido un montón de elementos muy liberadores para la sexualidad de las mujeres (como la pastilla anticonceptiva), hay cosas que se siguen repitiendo de la misma forma. La generación de mi vieja no estaba tan cercana a tener un orgasmo. Hoy sí y, sin embargo, muchas veces lo seguimos fingiendo. Ahora que tenemos todo un terreno habilitado, ¿qué pasa cuando nos encontramos con un tipo y nos volvemos a ubicar en el mismo lugar de antes?

¿Por qué es importante estudiar la sexualidad desde la antropología?

La sexualidad es un tema súper complejo de abordar; siempre se ha hecho desde los discursos médicos y biologizantes, quedando desplazada de lo social, del cuerpo, de las emociones. Lo que venimos a traer desde la antropología es que la sexualidad nos dice muchísimo de la sociedad en la que vivimos. En general, se la piensa como algo privado e íntimo, descontextualizado de lo social. Debemos enfatizar esta idea de que la sexualidad es una construcción social y que no hay absolutamente nada natural en ella.

¿Qué trabas encontraste a la hora de investigar sobre sexualidad?

Cuando me propuse hacer las entrevistas acá en Uruguay, recibí muchos “no” como respuesta. Hay gente que sigue pensando que no es un tema válido para conversar, porque sigue aferrada a la idea de que pertenece al mundo de lo privado. Romper con esta barrera, animarnos a hablar, es un hecho político muy fuerte. Es reconocer que esto no tiene que ver sólo conmigo, tiene que ver con todas; es sacarlo de lo privado y biológico, y volverlo social. Si es social, es político, y se puede transformar. Si nosotras no hablamos, justificamos cualquier cosa que pase en la cama. En la sexualidad nos pueden hacer lo que sea porque no vamos a hablar de eso. Así, los varones gozan del privilegio y de la complicidad de nuestro silencio. También hubo muchas mujeres a las que les llegó la invitación y me escribieron para charlarlo, pero siempre mujeres del mismo sector social. Entrevisté una sola mujer que tenía otro capital social, cultural y económico. Esto es un debe para seguir investigando, porque sus experiencias de vida son muy distintas. Aunque en la tesis encuentro resultados bastante homogéneos, no los generalizo a toda la sociedad uruguaya.

A lo largo de la tesis desarrollás el concepto de “guion sexual patriarcal”. ¿Cómo lo definirías?

El guion sexual es como el guion de una obra de teatro que indica cómo se tiene que actuar. Lo interesante es que da la posibilidad de jugar con lo que ya viene prescrito socialmente y, cuando lo ponemos en práctica, lo podemos transformar. No somos víctimas de este guion sexual, somos agentes y podemos ir transformándolo. El guion sexual apareció mucho en las entrevistas con mujeres, con roles muy marcados de mujer pasiva y hombre activo. Para rastrear el concepto tomé el libro del sexólogo estadounidense Thomas Laqueur La construcción del sexo: cuerpo y género desde los griegos hasta Freud. Allí plantea un momento clave para la sexualidad de las mujeres a través de un relato muy potente. La hija de unos posaderos, supuestamente muerta, es violada por un monje mientras la está velando. Cuando ella despierta se encuentra con que está embarazada. A través del relato, Laqueur plantea que la mujer no tiene que hacer nada en el encuentro sexual para que se dé la reproducción. Y en una sexualidad que está formateada para la reproducción y no para el disfrute, el goce y el placer, el varón tiene que llevar adelante la práctica sexual, y la mujer estar quieta, desconectada emocional y mentalmente. Con que sea un agujero penetrable es suficiente. Además, está la idea de que la sexualidad se reduce al coito, a la introducción del pene en la vagina. Ahí se inaugura algo muy fuerte. Las bases de este guion sexual patriarcal son el coito, la eyaculación masculina, y el centro está dado en el placer masculino para llegar a esta eyaculación. Estos mandatos aparecen cada vez que nos acostamos con alguien.

Los feminismos y la liberación sexual han permitido muchos avances para las mujeres, pero estas creencias y prácticas aún siguen muy fuertes. ¿Cómo se siguen manifestando las relaciones de poder entre varones y mujeres en la sexualidad?

La sexualidad siempre está muy vinculada al género y las relaciones de poder donde los varones son los sujetos que tienen la voz habilitada y las mujeres no. Así es como la sexualidad de la mujer queda deslegitimada, como un sujeto subalternizado en lo que tiene que ver con su placer, su cuerpo y su deseo. Sí nos vinculamos mucho con nuestro cuerpo a través de que somos cuerpos gestantes, pero no desde la concepción de que somos cuerpos eróticos y deseantes. Esto en la sexualidad masculina está más que aceptado, pero la sexualidad femenina sólo por placer sigue siendo bastante juzgada. Cuando hacés las trayectorias afectivo-sexuales de adolescentes, queda expuesto el varón que está con mil mujeres como el popular y la piba que está con muchos varones sigue siendo juzgada. Son lógicas que se van reproduciendo todo el tiempo y que responden a lo mismo. Las mismas relaciones de poder que se dan en cualquier espacio se dan en la sexualidad.

En la investigación identificás que las mujeres hemos forjado ciertas resistencias frente al guion sexual patriarcal en el sexo con varones. ¿Las entrevistadas las ven como resistencias?

No, ellas no hablan de resistencias. Yo elijo hablar de resistencias para volverlas activas y devolverles la agencia. Todas estas prácticas que identifican las mujeres, y por las que se sienten culpables muchas veces, son una forma de reacción, de actuar frente a algo que de otra forma sería mucho peor. Como cuando dicen: “El otro día estuve con un tipo y no me estaba gustando, pero no le pude decir que no”. Un montón de mujeres hemos fingido un orgasmo para finalizar el acto sexual y que el varón piense que acabamos, así se termina. Eso es un acto de resistencia, es una forma de tornarnos activas sin exponernos y sin quedar tan vulnerables a ciertos riesgos, peligros e incomodidades. Fingir un orgasmo es político. Estamos transmitiendo un mensaje muy claro y con un sentido muy fuerte: “De esta forma la sexualidad no la disfruto. No quiero coger porque te genera placer a vos y a mí no, y no te puedo decir que no porque no me considerás una sujeta válida de enunciación”. Entonces digo que me duele la cabeza, que estoy cansada o que tengo sueño.

“Si durante el encuentro sexual todas las personas tienen derecho al placer y a enunciar lo que les pasa, y no están sometidas a daños o peligros, estamos frente a la justicia erótica”.

¿A qué peligros considerás que estamos expuestas las mujeres en ciertos contextos si le decimos a un varón que no queremos tener sexo?

Una de las entrevistadas me contó que una vez su pareja estaba borracho queriendo tener sexo y ella le dijo que no quería. Se animó a enunciarlo explícitamente y el tipo se la metió igual. Cuando me lo contaba, me dijo: “Fue medio como una violación”. No: si no quisiste tener sexo y el tipo te la metió a la fuerza, fue una violación. Todavía nos sigue dando culpa decir “me violó mi pareja” o “tuve esta instancia violenta con mi pareja”. Llamala como quieras. Pero la violación dentro de la pareja sigue siendo muy común y eso genera que después te bloquees, que asocies a la sexualidad con la violencia y el no disfrute. Es muy peligroso. Hay un concepto muy interesante que plantea Gayle Rubin [antropóloga cultural estadounidense] que es el de la justicia erótica. Si durante el encuentro sexual todas las personas tienen derecho al placer y a enunciar lo que les pasa, y no están sometidas a daños o peligros, estamos frente a la justicia erótica.

En la investigación también identificás grietas y fisuras en el guion sexual patriarcal. ¿Cuáles son?

Hay un montón. La más clara y visible es sacar la sexualidad del ámbito de lo íntimo y privado, empezar a conversar sobre estos temas, politizarla. Si entre amigas nos ponemos a conversar, estamos habilitando a compartir experiencias y saber que no nos pasa sólo a nosotras. Así generamos grietas. Como la famosa frase del feminismo “lo personal es político”, lo que pasa en la cama también es político. Identificar los elementos en común de este guion patriarcal, ver cómo otras compañeras solucionan determinadas situaciones. Otra grieta es el feminismo, pero es más que una grieta, es romper con un montón de cuestiones. Otra de las grietas que identifico son los espacios de formación en los que aparecen instancias de revalorizar el cuerpo, apostar por el autoerotismo, y otro montón de herramientas. El autoerotismo es un elemento que nos permite ir transformando la sexualidad. La autoexploración del cuerpo, reconocer dónde sentís placer y dónde no. ¿Cuántas veces nos ha pasado que un pibe no tiene ni idea de cómo tocarnos? Si vos no sabés cómo tocarte, no podés pretender que el otro pueda saber dónde te tiene que tocar para que sientas placer. Descubrir dónde están nuestros placeres es una forma de animarnos a enunciarlos, de darles valor. Después hay otra grieta en identificar lo que no me gusta y enunciarlo. Si nos sentimos incómodas con lo que nos está pasando es porque no queremos que siga siendo natural.

“Hay ciertas sensibilidades que los varones tienen que empezar a tener para escucharnos y registrarnos en los encuentros sexuales”.

Muchos de los relatos que compartís en la tesis muestran a varones teniendo sexo prácticamente solos en el encuentro con mujeres. ¿Cómo creés que se puede mejorar este diálogo entre varones y mujeres?

Es muy difícil y no hay una receta. Las reacciones de los varones pueden ser muy distintas: de negación, de enfrentamiento, de violencia o de aceptación. Hay ciertas sensibilidades que los varones tienen que empezar a tener para escucharnos y registrarnos en los encuentros sexuales. Empezar a registrar las manifestaciones de placer o no placer que les estamos dando. No les vamos a decir lo que tienen que hacer, pero que nos presten atención un segundo. Que nos pregunten si nos gusta o no nos gusta. Y también bajar a los varones de ese lugar de que lo saben todo, porque no, no lo saben todo. Esto es una forma sutil. Algunas mujeres prefieren estar una vez con un varón y, si no les gustó, no verlo nunca más y que se dé cuenta de que no les gustó como cogía. Cada quien toma la postura que quiere, y los varones se enfrentarán a distintas situaciones y las resolverán como puedan. Pero si como varón apostás a construir, el eje está en registrar y reconocer a la persona que tenés enfrente como una sujeta legítima.

¿El sexo entre mujeres habilita a romper el guion sexual patriarcal?

Sí. Te habilita a visualizar otras formas de placer y a descentralizar la genitalidad. No todo es que te la metan, y no sé si muchas mujeres lo tienen claro.

¿Qué opinás sobre la denuncias y escraches por abusos que se hicieron el año pasado de forma masiva a varones de diferentes ámbitos? ¿También son formas de abrir grietas?

Sí. El feminismo tiene estas posturas políticas que son híper necesarias y que tienen sus secuelas, porque muchas veces quedan como actos individualizados en el mundo de lo privado, como si no fueran prácticas generalizadas. Lo otro es cómo hacen los varones para gestionar todo esto si fueron escrachados. Igualmente, los escraches demuestran que las mujeres no queremos vincularnos más desde ahí, no van más estas prácticas violentas, las queremos fuera. En ese sentido, es también una lucha por justicia erótica, por buscar otras formas de vincularnos.

¿Creés que las mujeres estamos logrando renegociar nuestros deseos y placeres en la sexualidad?

Yo creo que la renegociación es eterna. Hay momentos en que se avanza más rápido, cuando los contextos lo habilitan, y hay momentos en que no. Con los nuevos discursos de la derecha nos toca resistir y defender los avances que ya hemos logrado para no retroceder. Estos discursos moralizan la sexualidad de las mujeres poniéndole una cara positiva y una negativa: está todo bien con la sexualidad si se aplica desde un lugar virginal y con fines reproductivos, pero no desde el libertinaje, el amor libre y la promiscuidad. Creo que lo rico de las sociedades y de la humanidad es que nos vamos renovando y que vamos generando nuevas conquistas.