Que una mujer conduzca un taxi, un Uber o un ómnibus en la ciudad de Montevideo, y en las ciudades de América Latina, es una rareza. Siendo optimistas, está sucediendo cada vez más, porque cada vez hay menos restricciones legales, morales y sociales para que lo hagan. Así y todo, la presencia de mujeres en el transporte, como en los oficios históricamente masculinizados, sigue siendo una excepcionalidad.
Ahora, en países como Argentina o Estados Unidos, las aplicaciones que ofrecen servicios de traslados conducidos por mujeres y para mujeres están creciendo. Cada vez más, las grandes usuarias del transporte público demandan mujeres al volante porque se sienten más seguras, más cómodas y más tranquilas.
En Uruguay, quizás de forma incipiente aún, hay mujeres que prefieren y demandan transporte público conducido por mujeres. Victoria es usuaria de taxis en Montevideo y dice sentirse “más distendida” si va con una choferesa: “La corporalidad de mujer hace que no tenga que estar pispiando, o que me vaya a llevar por un trayecto que no corresponde, o que me manque con algunas fichas de más. Me genera confianza”. Lo mismo le ocurre a Ela, que cuando le ha tocado que la lleve una taxista mujer se sintió “mucho más segura” y pudo “disfrutar del viaje”.
“Cuando te subís a un taxi o un Uber vos al conductor lo mirás, tenés una instancia de evaluar si es un espacio seguro o no. Esto no es porque nacimos con un chip de cuidado con el señor del taxi, es porque a vos o a tus amigas, en algún momento, algo las hizo sentirse expuestas o vulneradas en ese espacio”. Sofía Cardozo (socióloga)
Las usuarias concuerdan en que cuando se suben a un taxi conducido por un hombre, que son una mayoría abrumadora, van muy pendientes del recorrido, enviando ubicación a una amiga, hablando por celular para sentirse acompañadas o fingiendo una llamada, y sienten miedo ante la posibilidad de ser acosadas por el conductor.
“Cuando te subís a un taxi o un Uber vos al conductor lo mirás, tenés una instancia de evaluar si es un espacio seguro o no. Esto no es porque nacimos con un chip de cuidado con el señor del taxi, es porque a vos o a tus amigas, en algún momento, algo las hizo sentirse expuestas o vulneradas en ese espacio, por eso prendés las señales de alerta. Y las señales de alerta no son caprichosas, responden a cómo hemos vivido la ciudad”, explica a la diaria Sofía Cardozo, socióloga especializada en urbanismo feminista e integrante del Área de Sociología Urbana de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.
Hace ya algunos años que Cardozo, junto con otras colegas, hace una “lectura feminista de la cuidad y de los espacios públicos”, y para eso recaba “lo cotidiano de la experiencia, de cómo perciben las personas el espacio y de cómo lo cargan de significación, que no es por miedo o prejuicios, sino en base a las experiencias que tenemos”, explica.
Según el Diagnóstico sobre la violencia hacia las mujeres en espacios públicos en Montevideo (2018), 46,8% de las mujeres mayores de 15 años dijo haber sufrido acoso sexual callejero alguna vez en su vida, mientras que 35% dijo haber experimentado muchas veces ofensas verbales en la calle durante los 12 meses previos a la encuesta. “Es muy claro cómo las mujeres entienden su cotidianidad a través de esta violencia, y todo pasa a estar configurado a través de cómo me condiciono para habitar el espacio. Un espacio que me es ajeno y violento, donde mi cuerpo no es tan mío. Siempre decimos que los hombres se pronuncian sobre los cuerpos de las mujeres porque pueden hacerlo. Simplemente. En ese derecho que tienen es que se despoja totalmente la mujer de su cuerpo, quien entiende que tiene que habitar la ciudad conviviendo con eso”, explica Cardozo.
A pesar de la violencia cotidiana, es claro que las mujeres, aunque algunas veces con muchos recaudos, no dejan de caminar por la calle, de tomar un ómnibus o subirse a un taxi, de salir de noche, de usar los espacios públicos, en fin, de transitar la ciudad. Y esto, para Cardozo, implica una carga mental, un pienso de cómo habitar la ciudad: “Tenés que generar distintas estrategias para usar la ciudad. La mujer tiene muy incorporado eso de saber si el camino de la parada a la casa es oscuro o no, y si son las 11 de la noche vas a otra parada que esté más iluminada”.
En este sentido, el diagnóstico arrojó que 90% de las mujeres consultadas desarrolla estrategias para usar la ciudad de forma más segura. Algunas de estas estrategias son no caminar solas en la noche, usar auriculares para no escuchar lo que les dicen cuando caminan por la calle, elegir la ropa según los lugares y/o traslados que deban hacer. Pero también están el utilizar la bicicleta como un medio de transporte seguro, usar recorridos más largos pero más iluminados, dejar de pasar por los lugares donde las violentaron, cruzar de vereda si un peatón les genera desconfianza, llevar la llave en la mano, hablar por celular con una conocida/amiga, avisar que llegaron a casa a salvo, compartir ubicación en tiempo real por Whatsapp, acercarse en la calle a otra mujer (aunque sea desconocida) si sienten miedo, entre otras.
Para Cardozo, “las estrategias que las mujeres usan para transitar la ciudad son infinitas. Es horrible y hermoso ver lo compartido de esas estrategias, cómo las tenemos tan incorporadas. Hay cosas que creemos que son parte de nuestra agencia solas, y cuando hablás con otras mujeres te das cuenta de que hacen lo mismo”.
Una de las grandes estrategias es tomar taxis, Uber u ómnibus. El diagnóstico muestra que los servicios de taxi son más usados por mujeres (81%) que por hombres (19%), y según un estudio del PNUD Uruguay (2013), las mujeres usan más ómnibus y realizan más viajes a pie de diez cuadras o menos. De todas formas, estos espacios aún no son del todo seguros para las mujeres y, además, implican un costo económico que no todas pueden abordar: “Son cargas económicas para que las mujeres tengan el mismo derecho al ocio o a la movilidad nocturna que los varones”, explica la socióloga. Entonces, para ella, si las mujeres están siendo acosadas por los varones en la cotidianidad (90% de los agresores son identificados como varones, según el diagnóstico), tiene sentido que estén empezando a demandar transportes conducidos por mujeres.
“Pedirse un taxi o un Uber e ir con la ubicación, hablando por teléfono y controlando las calles, con tremendo miedo, es algo que deseo que podamos dejar atrás, y la forma es con más mujeres al volante”. Ela (usuaria)
Las choferesas
“Pedirse un taxi o un Uber e ir con la ubicación, hablando por teléfono y controlando las calles, con tremendo miedo, es algo que deseo que podamos dejar atrás, y la forma es con más mujeres al volante”, cuenta Ela. Ella, como otras 7.500 mujeres, integra la Mercada Feminista Uruguay, el grupo de Facebook que funciona como una bolsa de trabajo feminista. Allí hay una demanda y oferta importante de traslados y fletes particulares conducidos por mujeres.
Stephanie Orles, Luciana Baldi, Mildred Jordan y Carolina Malnatti tienen entre 35 y 38 años y ofrecen sus servicios de traslados y/o fletes particulares en la Mercada. Las cuatro, junto con Vivian Calvo (30), que es ex choferesa de Uber, empezaron en el transporte de forma casual, porque se quedaron sin trabajo, por recomendación de otra persona o como complemento a su trabajo principal. Para algunas de ellas, como Baldi, esta pasó a ser su única entrada de dinero. “Arrancó como una necesidad y terminó siendo una pasión. Siempre me gustó el trato con la gente y hablar”, cuenta a la diaria.
“En más de una ocasión, agradecí ser la chofer de una gurisa de 15 años en muy mal estado después de un baile”. Vivian Calvo (exconductora de Uber)
Sobre si existe una mayor demanda de conductoras mujeres en el transporte montevideano, las entrevistadas coinciden en que sí. Según Borges, “esto surge de la mala experiencia. Es buscar a alguien que te genere confianza, y si es de tu mismo sexo sabés que va a tener empatía y cuidado, que desde el otro lugar no siempre se da así”. Y agrega: “A mí no me da confianza que mi hija de 17 años pueda parar a cualquier hora un taxi en la calle para volver a casa, porque siempre te enterás de una experiencia desagradable”. Por eso, Calvo, que trabajó para Uber hasta el año pasado, considera que son necesarias más choferesas: “En más de una ocasión, agradecí ser la chofer de una gurisa de 15 años en muy mal estado después de un baile”.
En su caso, Calvo empezó a manejar Uber en agosto de 2017, cuando aún no estaba regularizado. “El taxi era muy machista en esa época; ahora les choca ver a una mujer en el taxi, imaginate lo que fue en ese momento. Mientras Uber era clandestino, los taxis te perseguían, se te tiraban encima, si te veían con pasajeros te insultaban, te cerraban en las principales entre uno o dos taxis. Y por ser mujer era peor: no te respetaban por ningún lado”. Ella hacía el turno de la noche, porque en el día tenía otro trabajo, y reconoce que era un “apoyo para las mujeres”. Muchas de las usuarias le dijeron que tenían preferencia por una choferesa, que se sentían “más cómodas”.
Calvo dice que con los usuarios varones “pasó por todo”, “desde el que se sorprendía para bien porque más mujeres estuvieran al volante, el típico machista que se sentaba y le faltaba criticarte por cómo manejabas y te ponía nerviosa, hasta el acosador que tuve que denunciar a Uber”. Por eso, manejando en la noche, muchas veces sintió el riesgo: “Hay hombres a los que no les gustaba ver una mujer manejando; te sentías observada. A veces me daba temor estar exponiéndome demasiado por llevar personas desconocidas”.
Por eso, Borges elige llevar sólo a mujeres, y prefiere que sean de la Mercada: “Empecé llevando a una señora y me sentí segura. Con varones no me sentiría tan confiada; el auto es un ámbito de intimidad. Dentro de la Mercada se generan vínculos re lindos y súper cuidados; eso te da cierta garantía. Ahí nos recomendamos entre nosotras, es una red que está salvaguardándote de alguna forma; eso no quita que no tengas alguna mala experiencia, pero a mí no me ha pasado”. Tal es así, que las conductoras tienen una tarifa más accesible que un Uber o un taxi para las integrantes de la Mercada.
Otra de las estrategias que usan las conductoras para “empoderarse entre sí” y trabajar más “seguras” es contratar a otras mujeres. Para los fletes, en general, Jordan trabaja sola, pero cuando precisa “un peón busco chicas que conozco para dar la oportunidad de que otra mujer pueda ganar algo”. Aunque, para algunos, sea un riesgo –“pueden llegar a pensar que no vamos a poder por ser mujeres”–, para otros es una ventaja: “Se siente más confiable cuando ven mujeres”. En su caso, cuando Malnatti hace fletes, también intenta llevar sólo mujeres, pero cuando no es así, “decido ir acompañada con una amiga o no estar sola cuando no sé la referencia o no conozco tan de cerca a la persona”.
Ella empezó con los traslados y fletes particulares hace cuatro años, cuando se quedó sin trabajo en un ente público, y al principio se “sentía un poco insegura”, pero con el paso de los años dice que es “una más en el tránsito”. También dice que cuando ha hecho fletes para varones le ha pasado que “nos ven descargando y nos dicen ‘¿te ayudamos?’. No, estamos descargando una heladera entre tres mujeres y lo hacemos bien. Siempre existe eso de querer invadirte el lugar. El flete es mío, es mi seguridad, y sé cómo trasladarlo porque he adquirido un montón de conocimientos”.
De ser choferesa, a Baldi le encanta “conocer otros modos de vida y estar en situaciones importantes de las personas”. Como con los clientes que lleva al tratamiento con quimioterapia y los espera para llevarlos a su casa, o cuando hace un flete para una persona recién desalojada, o para una mujer que se va de su casa por sufrir violencia de género. “Descubrí otro mundo del que no era partícipe”, dice con entusiasmo. Y agrega: “A veces te piden que no las dejes solas, y yo encantada, porque estamos a la par. Va más allá de un flete: te terminás involucrando con la persona, le hacés de sostén. De mujer a mujer, empatizás con la situación y con la persona”.