Durante muchos años, en el feminismo casi no se habló de amor: había otras cosas que parecían más urgentes y prioritarias en la vida de las mujeres, y lo eran, como hacerle frente a la violencia de género o conquistar derechos políticos, económicos, sexuales, reproductivos. Hoy en día, esas luchas siguen siendo prioritarias y centrales en la agenda, aunque al mismo tiempo los feminismos empiezan a decir en voz alta que las formas de vincularnos afectivamente también tienen que cambiar. Porque, como dice la escritora feminista española Brigitte Vasallo, “una revolución que deje fuera los afectos será una revolución a trozos”.

Esta revolución de los afectos tiene características específicas cuando hablamos de vínculos de pareja heterosexuales, porque en esa relación varón/mujer se juegan otras lógicas de poder, ya que es donde aparece de forma más clara la asimetría, donde el mito del “amor romántico” encuentra su hábitat más natural para acomodarse y actuar.

Las mujeres somos socializadas desde niñas en esa idea del amor romántico, que tiene como pilares principales la heterosexualidad, la monogamia y la procreación. Que los príncipes azules, que la media naranja, que “el amor todo lo puede” o, incluso, que “el amor duele”. A medida que crecemos, nos dicen que el objetivo de la vida adulta es encontrar el amor en un hombre que va a venir a salvarnos y a completarnos, con quien vamos a casarnos y formar una familia. Según esta concepción, que tiene sus bases bien arraigadas en los estereotipos de género, las mujeres están relegadas al ámbito doméstico y a las tareas de cuidado, mientras los hombres trabajan, se desarrollan, salen al ámbito público. En este ideal, no hay tensión: ellas hacen lo que hacen por amor. También es en nombre del amor que muchas dejan de lado su bienestar personal, abandonan sus ambiciones profesionales o incluso soportan situaciones de violencia.

En el fondo, ese “amor” no es más que un mecanismo de poder y subordinación. Ya lo decía bien claro la escritora feminista estadounidense Kate Millet en 1984: “El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban”.

La antropóloga mexicana Marcela Lagarde aseguraba casi dos décadas después en sus Claves feministas para la negociación en el amor (2001) que “las mujeres vivimos el amor como un mandato”, entre otras cosas porque “hemos sido construidas por una cultura que coloca el amor en el centro de nuestra identidad”. Esto tiene varias consecuencias. Una es que, a fin de cuentas, lo que termina definiendo a las mujeres es la relación con otro (un otro con el que hay un vínculo de pareja). Pero, además, cuando no existe ese otro, muchas lo viven como una falta, una desventaja o una frustración.

Hay que ser claras: lo que propone el feminismo no es una embestida contra el amor. Queremos y reivindicamos el amor, pero no el que nos enseñaron. Como sentencia la periodista feminista argentina Luciana Peker en Sexteame. Amor y sexo en la era de las mujeres deseantes (2020): “En realidad, lo que está en jaque no es el amor romántico, sino el amor violento. Lo que entendemos por romanticismo –cariñoso, atento, cortés, gentil, mimoso, regalón, goloso, empalagoso– no es lo que se critica, sino lo que se puede elegir”. Lo que queremos, dice, es “querernos de un modo nuevo”.

El amor que nos impusieron

Antes de pensar en el amor que queremos, sería bueno desentrañar por qué las formas tradicionales que nos han vendido históricamente no nos benefician e incluso, muchas veces, nos causan sufrimiento.

Para la antropóloga social feminista Mercedes Oyhantcabal, que centró su tesis de maestría en las negociaciones del placer y del deseo en los encuentros heterosexuales, lo primero a tener en cuenta es que, “ya de por sí, hay una desigualdad que es propia del vínculo entre un varón y una mujer”. “En una sociedad donde tenemos un ordenamiento por género que es jerárquico, en el vínculo entre un varón y una mujer no hay igualdad, porque se construyen roles específicos, se esperan funciones distintas, se valora distinto lo femenino y lo masculino”, profundizó la especialista en diálogo con la diaria.

A la vez –y siempre en términos estructurales– el amor romántico del hombre es “posesivo”, frente al de la mujer que es “un amor que se entrega” y “mucho más altruista”. Según Oyhantcabal, en esta estructura que sostiene el tipo de vínculo del amor romántico “hay una violencia que está naturalizada, que parece que no existiera, pero que está puesta en que el vínculo es jerárquicamente desigual, donde hay una entrega y una posesión; una individualidad y una persona que es de otra persona”.

La psicóloga feminista Victoria Marichal, especializada en sexualidad y violencia de género, también cuestiona lo nocivo de este concepto de entrega. “Esa socialización diferencial de género, donde a las mujeres se les enseña a ser para otres y a los varones se les refuerza ser para ellos mismos, es sobre la que se sustenta el mito del amor romántico y también, en muchos casos, la violencia basada en género”, señaló a la diaria.

Las dos expertas coinciden en que el amor romántico naturaliza o puede habilitar formas de violencia de género. De hecho, no es casual que el contexto de la pareja o expareja siga siendo el lugar más común en el que se ejerce violencia contra las mujeres, según reveló la última Encuesta Nacional de Prevalencia sobre Violencia Basada en Género y Generaciones de 2019. Tampoco es casual que la enorme mayoría de los femicidios sean cometidos por parte de un varón con el que la mujer mantenía un vínculo de pareja, expareja o sexoafectivo. “La maté por amor”, dijo más de un femicida, ilustrando la forma más extrema a la que puede llegar el amor romántico.

Otro de los principales problemas que presenta esta concepción es que instala la idea de que, cuando las mujeres no tienen pareja, entonces están solas o incompletas. Como si siempre se estuviera a la espera de esa otra persona que viene a llenar un vacío. Y aunque la sociedad se empeña en intentar convencernos de que quedó obsoleto el cuento del príncipe azul que nos salva la vida con un beso, las mujeres que no tienen pareja estable se enfrentan a diario a comentarios del estilo “¿y el novio para cuándo?”. No importa si tienen una carrera exitosa, mantienen una vida sexoafectiva placentera que no implica tener pareja estable o simplemente están eligiendo poner el centro de su existencia en otro lado.

“Cuando hablo de amor romántico en mis talleres, escucho esto de ‘estoy sola’ y, cuando empezás a indagar, en realidad no estás sola; tenés un montón de redes, afectos y cuestiones que definen tu identidad por fuera de eso”, puntualizó Marichal. “No estás sola: no tenés pareja, y son conceptos distintos. Y me puede angustiar no tener pareja por un montón de motivos y es válido, pero eso no hace que esté sola”, insistió. La psicóloga aseguró que “está la idea de que, si no tenemos pareja, perdemos nuestro valor, se nos está yendo la vida o no estamos cumpliendo con el mandato principal de la feminidad, que es formar una pareja estable y tener una familia”, y eso “dispara mucho la sintomatología ansiosa”.

En la misma línea reflexionó Oyhantcabal: “A veces todos los modelos y referentes que vos ves tienen una pareja, están súper enamorados, van a tener hijos. Entonces, claro, hay algo que a vos te falta como mujer y te hace vivir una falta que genera mucho sufrimiento”. La antropóloga reconoció que esto, además, “nos pasa a todas, por más emancipadas que estemos, por más que tengamos trabajados ciertos temas, por más que nos lo hayamos cuestionado mil veces; aparece muy presente este mandato y la pregunta de quién soy cuando no tengo a una persona al lado que me da valor”.

El amor que queremos

Contra ese amor patriarcal, la propuesta feminista apunta a construir relaciones amorosas más justas, igualitarias, cuidadosas, compañeras y libres. Elegidas. Deseosas. Y deseadas: que se erijan desde el deseo de estar con la otra persona.

Para Marichal, “sin dudas se requiere de dos personas que tengan ganas de cambiar lo aprendido o lo previamente establecido y mucha apertura al diálogo, tanto con la otra persona como con una misma o uno mismo, porque también tenemos que animarnos a decir: ¿Yo qué quiero de esta relación de pareja? ¿Qué es lo que espero? ¿Qué es lo que necesito para mí, más allá de lo que a la otra persona le pueda parecer importante?”.

“No queremos más el amor que nos han enseñado. No queremos un amor patriarcal que responde a los mitos del amor romántico, queremos un amor compañero”, afirmó la psicóloga. Esto implica “reivindicar el compañerismo, el acompañarnos porque elegimos acompañarnos y que formar esa pareja sea una decisión voluntaria, y no porque es lo que tiene que pasar o es lo que tiene que ser”.

La experta plantea que “el amor lo podemos encontrar de muchísimas formas: en nuestras amigas, en nuestras redes de afecto. Entonces, si conocemos que hay formas de amar diferentes y que nos generan mucho más bienestar, ¿por qué no poner en práctica esas mismas formas de amor también en los vínculos de pareja o sexoafectivos?”.

Por su parte, Oyhantcabal se refirió a lo que algunos autores llaman “justicia erótica” para ampliarlo y reivindicar una “justicia amorosa”, que describió como la posibilidad de “construir vínculos donde, por un lado, estemos protegidos del daño y de la violencia, y por otro, tengamos el derecho al placer, a disfrutar de ese vínculo, a elegirlo activamente, a construirlo de la forma que deseamos”. En la misma línea que Marichal, la antropóloga consideró que “hay que apostar a que los vínculos amorosos sean mucho más amistades, en este sentido de lo construido y lo elegido”.

“Justicia” es un concepto que ponen arriba de la mesa muchas autoras a la hora de pensar cómo resignificar los vínculos amorosos en clave feminista. Según Lagarde, “para negociar en el amor necesitamos ser equitativas” y esto significa “actuar con criterios de justicia”, es decir, “hacer justas las relaciones”. La antropóloga mexicana dice en ese sentido que “el amor es libre, porque el objetivo del pacto amoroso es preservar la libertad de cada uno”. Para ella, “el amor consiste en cuidar: cuidar tu propia libertad y cuidar la libertad de la otra persona”.

También lo proponía la escritora y activista feminista estadounidense bell hooks en El feminismo es para todo el mundo (2000): “Cuando admitamos que el amor verdadero se basa en el reconocimiento y la aceptación, que ese amor se construye sobre la gratitud, el cuidado, la responsabilidad, el compromiso y el conocimiento mutuo, entenderemos que no puede haber amor sin justicia”.

Transformar los vínculos amorosos heterosexuales en estos términos requiere, además, un rol activo por parte de los varones. “Tienen que empezar a replantearse sus masculinidades, para que se puedan generar vínculos de compañerismo, equitativos, recíprocos, donde las cosas se decidan y no se hagan por inercia”, propuso Marichal.

La psicóloga dijo que en los talleres que imparte, así como en el consultorio, nota que las adolescentes “están replanteando lo que quieren y lo que necesitan para los vínculos”, pero muchas veces no hay respuesta del otro lado, y eso genera “mucho sufrimiento” y “angustia”. A su entender, esta es “una de las grandes dificultades” hoy, “porque más allá de que las mujeres dejemos todo en la cancha planteando, cuestionando, poniendo arriba de la mesa opciones donde nos sentimos mejor, que sean más saludables, que se acerquen más a lo que nosotras queremos para nuestras vidas, del otro lado hay barreras, porque no hay un replanteamiento de los vínculos y del amor en general y no se logra ver que un amor más equitativo y más recíproco es un beneficio para todas las personas”. Esto se debe en parte a que hacerlo implica para los varones “renunciar a algunos privilegios”. “Obviamente hay varones cis que lo están haciendo, pero hay muchos que no están pudiendo soltar eso”, afirmó Marichal.

Para Oyhantcabal, no se trata únicamente de que los varones cedan espacios, sino que además hagan “un ejercicio muy potente de comprender ciertas cosas que han afectado a las mujeres”. Ser más empáticos.

Hay algo que dice la filósofa argentina Tamara Tenenbaum en su libro El fin del amor (2019) que quizás resume un poco todo: “En el siglo XXI nuestras ambiciones amorosas son intrépidas. No nos alcanza con casarnos con una persona buena, un tipo que traiga el pan a la mesa; tampoco con una relación que de afuera se vea correcta y puertas adentro nos haga sentir miserables. Queremos vínculos igualitarios y honestos, y estamos ansiosas por tratar de entender qué significa eso. También queremos enamorarnos, queremos coger y queremos que nos quieran; queremos estabilidad y queremos adrenalina, el bote salvavidas y el oleaje, todo al mismo tiempo”.