En Uruguay, la población trans atraviesa múltiples situaciones de vulneración de derechos, producto de la discriminación estructural y la marginalización que viven en todo ámbito social, incluidos los centros educativos de todos los niveles, que cumplen un rol central en el desarrollo de las personas en varios aspectos. Entre ellos, la adquisición de conocimientos para una futura profesionalización e inserción en el mercado laboral, que puede asegurar un ingreso económico para sostener la vida. Además, durante la niñez y la adolescencia constituyen un espacio de construcción de la personalidad y socialización importante.
El Censo Nacional de Personas Trans de 2016 –el único que se hizo en el país hasta la fecha– revela que, de las 937 personas censadas, 61,2% no completó la enseñanza media básica (tercero de liceo o UTU) y la edad promedio de deserción se sitúa en los 14 años. El máximo nivel alcanzado varía entre primaria incompleta (11,9%), primaria completa (24,8%) y ciclo básico incompleto (24,4%). Sólo 2,9% tiene como máximo nivel educativo alcanzado el bachillerato completo, y 1,1% la universidad completa.
A su vez, tres de cada cuatro personas (75%) dijeron haber sido discriminadas por sus compañeros en la escuela y 72% en el liceo. El censo también identificó “un nivel alto de discriminación proveniente de las y los profesores”: 19% en educación primaria y 20% en educación media. De acuerdo con el informe, las situaciones de violencia vividas tienen como consecuencia el abandono de los estudios y hacen que “en muchos relatos” de personas trans aparezca “la idea del suicidio, la necesidad de aislarse por largos períodos y asumir conductas de riesgo como el uso de sustancias psicoactivas”.
Desde que se realizó el censo, hubo algunos avances para la población trans en materia de derechos, entre los que se destaca la Ley Integral para Personas Trans, aprobada en octubre de 2018 y reglamentada en 2019. Respecto de la educación, la norma establece que las instituciones y organismos involucrados en el sistema educativo deben “asegurar” la permanencia de las personas trans. Para eso, deben prestar apoyo psicológico, pedagógico, social y económico, en caso de que sea necesario, e incorporar a la población trans a los programas destinados a culminar los estudios facilitando cupos y becas en los casos pertinentes.
La ley significó una conquista histórica. Sin embargo, a tres años de su aplicación, los cambios han sido pocos en varias áreas, entre estas, en la educación. En ese contexto, la diaria conversó con adolescentes trans que concurren a liceos públicos y privados para conocer su experiencia educativa. Este medio intentó comunicarse en reiteradas oportunidades con autoridades de la Administración Nacional de Educación Pública para conocer la postura institucional y el abordaje que realiza sobre el tema, pero no obtuvo respuesta.
Vivencias diversas
Romina tiene 15 años y realizó su transición cuando tenía 13 y cursaba segundo de liceo. Por situaciones de discriminación y estigmatización en espacios educativos, prefirió no dar su nombre real ni nombrar el instituto privado al que concurre. La adolescente relató a la diaria que, luego de su transición, los docentes “aceptaron rápidamente” su identidad, pero no ocurrió lo mismo con sus compañeras y compañeros de curso. “Me hacían mucho bullying. Me insultaban. Cualquier cosa me decían. Hasta el punto que no quise ir más al liceo y mi madre me cambió de colegio”, contó. “Fue una época difícil. Lo aguanté sólo unos meses. Mi madre se dio cuenta, porque ya no quería ir a estudiar y estaba depresiva”, agregó.
A su vez, la adolescente contó que, aunque sus profesores no la agredieron, tampoco tomaron acciones frente a las situaciones violentas que sufrió de parte de compañeras y compañeros, incluso dentro del salón de clase. Tampoco tuvieron efecto los planteos de Romina y de su madre frente a las autoridades de la institución.
En el liceo donde sufrió bullying, no recuerda que se haya hecho algún tipo de taller sobre sexualidad, orientación sexual e identidad de género. Lo que sí recuerda es la “ausencia” de personas referentes y formadas en el tema a quienes recurrir y que la acompañaran. La adolescente apuntó que en el nuevo liceo al que concurre “por ahora” las cosas van bien. “Al principio, a todas las personas les choca o te miran, pero eso me pasa en todos lados. Entonces, es como que lo dejo pasar”, expresó.
En tanto, para Irma Castro, de 14 años, su trayectoria educativa ha sido en mayor parte positiva. Su transición es bastante reciente: empezó este año, cuando ya había iniciado el año lectivo. “Por suerte”, sus docentes, compañeras y compañeros del liceo de Parque del Plata (Canelones) “reaccionaron bien”, dijo Castro a la diaria.
La adolescente contó que aún está en proceso de obtener su cédula con nombre y género adecuados a su identidad. Por eso, no han cambiado el nombre que figura en la lista de estudiantes del liceo. “Antes lo podían cambiar porque las listas estaban en papel, se podía tachar y listo, [pero] ahora son en formato digital, no pueden cambiarlo”, explicó. No obstante, aclaró que tanto los docentes como sus pares respetan su nombre y el pronombre con el que se identifica.
En el liceo, Castro se ha sentido “bastante cómoda”, aunque dice que “siempre hay gente más reticente a aceptar” a las demás personas. También recordó que se han hecho “algunos” talleres sobre identidad de género y orientación sexual. Además, destacó que no es la primera chica trans en esa institución y eso, de alguna manera, aportó a que su proceso sea aceptado con más naturalidad.
La mirada de docentes y pares
Nicolás Nieto tiene 13 años y cursa segundo año en el liceo San Francisco de Asís, en Montevideo. Realizó su transición durante el quinto año escolar. La maestra que tenía en ese entonces, además de conversar con sus colegas de la escuela, consideró oportuno hablar con los docentes del liceo que dos años después recibirían al estudiante. El objetivo era asegurar que el adolescente fuera bien recibido y lo acompañaran en su trayecto liceal. “Cuando empecé el liceo, ya habían hablado del tema. Los docentes se lo tomaron bien, siempre fui un alumno más”, contó a la diaria.
Asimismo, el adolescente relató que sus docentes, compañeras y compañeros de clase respetaron su cambio de nombre desde el primer momento, incluso cuando no había realizado el trámite administrativo. Pese a todo esto, su ingreso al liceo no estuvo exento de situaciones violentas. “El primer día de clases todos [mis compañeras y compañeros] hablaban entre ellos de mi transición de forma despectiva”, recordó. De todas formas, Nieto señaló que intentó no dejar que esa situación le afectara.
Con el tiempo, algunas cosas cambiaron y otras no. El adolescente sostuvo que a sus compañeros varones todavía “les choca” verlo entrar al baño de varones. Por eso, consideró que tener baños mixtos podría ayudarlo a sentirse más cómodo en las instalaciones educativas. Situaciones como esa hacen que Nieto se sienta “más discriminado” por parte de sus pares que desde el cuerpo docente y autoridades de la institución.
Aunque calificó su experiencia de forma positiva, el adolescente sostuvo que ni durante la escuela ni en el liceo se realizó ningún tipo de taller, charla o instancia en la que se hablara con las y los estudiantes sobre género e identidades sexogenéricas. Tampoco hubo ni hay una persona encargada de acompañarlo en su trayectoria educativa.
La experiencia de Oliver Giménez, de 17 años y estudiante de quinto año artístico del liceo No 1 de Trinidad, Flores, tuvo algunas diferencias. “Salí del clóset a finales del año pasado, cerca de diciembre, y este año empecé el liceo como Oliver”, contó a la diaria. “Con mis compañeras y compañeros me fue bien. La primera semana de clases algunos estaban confundidos, pero después les dio bastante igual”, señaló, y añadió: “Les da igual, están al margen del tema. Creo que está más normalizado en gente de mi edad y más en artístico, que es un grupo que generalmente tiene más personas LGBTI”.
Si bien con sus pares se sintió más cómodo, con las y los docentes no fue igual. “Hubo un profesor al que le tuve que hablar mínimo tres veces por separado para que me dejara de decir mi nombre anterior. Hasta el día de hoy me llama por mi apellido y al resto los llama por su nombre, y eso a pesar de que ya tengo el cambio de cédula”, contó Giménez. También dijo que hay profesores que aún le dicen “alumna” y otros que “lo único que hicieron” fue cambiar su nombre en la lista.
Aunque para algunos docentes no había sido la primera persona trans que tuvieron como estudiante, Giménez consideró que “los profesores no tienen mucha idea” sobre temas como la identidad de género y tampoco “tienen mucho filtro”, dijo. “Hay profesores que son más conservadores y tienden a ser menos empáticos. Siento que me tienen más en la mira que a otros alumnos. Hay un profesor en específico que espera que sepa menos que los demás, siempre está buscando algo que no sepa o me pregunta cosas de la nada”, contó.
El adolescente señaló que en el liceo No 1 de Trinidad no se han hecho talleres o alguna instancia de formación y diálogo con las y los estudiantes, así como tampoco ha sido acompañado en su trayectoria educativa por una persona de la institución. “La psicóloga del liceo me llamó para hablar de la vida, pero sólo unas veces. Igual hace tres o cuatro meses que eso no pasa. Así que ni idea”, sostuvo. En esa línea, destacó que el apoyo que ha recibido ha sido, fundamentalmente, de su familia, amigas y amigos. “El centro educativo fue más neutral o más bien un poco negativo”, apuntó.
Qué necesitan las adolescencias trans
Las y los adolescentes consultados coincidieron en que para mejorar su pasaje por la secundaria es importante la formación en sexualidad, género e identidad de género de parte de docentes y para que estos, desde su rol, puedan transmitir información al respecto.
Giménez dijo que intenta que las situaciones que atraviesa con sus docentes no le “afecten mucho”. “El liceo lo tengo que pasar y el profesor es el profesor, pero no está bueno”, expresó. En ese sentido, manifestó que es importante apostar a la formación de las y los docentes para que “por lo menos” los centros educativos sean un “ambiente positivo” para las personas trans. “Es importante que se conozca sobre el tema porque la educación es una gran parte de la vida de los adolescentes. Sobre todo, en los casos en los que no hay apoyo de la familia. Que la pasen mal en su casa porque no respetan su identidad y que en el liceo pase lo mismo es complicado”, agregó.
“La gente que se forma es porque quiere y porque busca información. Yo, en todo mi transcurso educativo, nunca escuché la palabra trans salir de la boca de alguien que me esté enseñando. Si fuera sólo por la escuela y el liceo, no sabría que existen las personas trans”, manifestó Giménez. También consideró que la identidad de género “tendría que estar en la formación desde la escuela”, porque, “si desde niños se aprende de diversidad, después no es necesario hacer esfuerzo por incluir [el tema], sino que se produce de forma natural”.
En la misma línea, para Nieto, la formación en el tema de las y los docentes, las autoridades de los centros educativos, así como de las y los estudiantes es un aspecto fundamental para que las personas trans tengan una trayectoria educativa en armonía y respeto de su identidad, pero también para asegurar su permanencia dentro del sistema educativo.