El 1º de enero de 2020, Claudia López se convirtió en la primera mujer en asumir como alcaldesa de Bogotá. Unos meses antes, todavía como candidata, había hecho un pacto con el movimiento de mujeres para construir un sistema de cuidados, en respuesta a una demanda que los feminismos sostenían desde hacía años. Al llegar a la alcaldía, incluyó la iniciativa en el Plan de Desarrollo y, unas semanas después, empezó a ponerse en marcha.
Así nació el Sistema de Cuidado de Bogotá, el primero de América Latina que se implementa en una ciudad y que pone el acento en el cuidado de las cuidadoras. El proyecto forma parte de las principales líneas de trabajo de la Secretaría de la Mujer de la capital colombiana, junto con el fortalecimiento de los servicios de prevención y atención de la violencia machista, y la transversalización de la perspectiva de género dentro de la alcaldía.
La secretaria de la Mujer de Bogotá, Diana Rodríguez Franco, visitó Montevideo esta semana para intercambiar con organizaciones, académicas feministas y organismos del Estado sobre esta experiencia, que tuvo como una de sus inspiraciones al Sistema Nacional Integrado de Cuidados (SNIC) de Uruguay. En entrevista con la diaria, la jerarca –que es doctora en Sociología, abogada y economista– explicó qué servicios incluye el sistema, por qué el énfasis está puesto específicamente en las cuidadoras y cuáles ideas de nuestro país se lleva para adoptar en Bogotá.
Para Rodríguez Franco, es fundamental que un país o una ciudad cuente con un sistema de cuidados porque es una tarea que “necesitamos todos” pero que se ha erigido históricamente “a costa de la pobreza de tiempo y monetaria de las mujeres”.
¿Qué objetivos persigue el Sistema de Cuidado de Bogotá?
El Sistema de Cuidado busca articular servicios existentes y nuevos para atender las altas demandas del cuidado y para liberarles tiempo a las mujeres que tienen la sobrecarga de cuidado, para que en ese tiempo puedan dedicarse al autocuidado, a su formación, a la participación en política, a descansar. La realidad es que, en Bogotá, una ciudad de ocho millones de habitantes, hay 1,2 millones de mujeres que se dedican al trabajo de cuidado no remunerado a tiempo completo. Es el 30% de las mujeres que habitan en Bogotá. Esa pobreza de tiempo es uno de los principales factores de desigualdad, porque hace que las mujeres no participen en política o participen menos, tengan que abandonar sus estudios o sus trabajos remunerados por dedicarse a cuidar. Lo que busca el Sistema de Cuidado es que las mujeres puedan tener la formación, el espacio de ocio y la generación de ingresos que tuvieron que sacrificar para cuidar. Entonces, les brindamos la oportunidad de poder terminar el bachillerato, tomar cursos técnicos y tecnológicos, aprender a montar en bicicleta, cursos de yoga, atención psicosocial y jurídica. Pero, al mismo tiempo, les brindamos servicios de cuidado a las personas que ellas cuidan, porque las mujeres nunca van a esos servicios porque tienen que ejercer el cuidado.
¿Qué servicios incluye?
Nuestro Sistema de Cuidado es una mezcla de cosas que hemos aprendido de otras partes y cosas creadas propias. Uruguay ha sido un referente; hemos contado desde el principio con la participación y asesoría de, por ejemplo, Julio Bango, el exdirector de Sistema Nacional de Cuidados de Uruguay. Pero también hemos diseñado cosas propias; un ejemplo es la idea de las “manzanas del cuidado”, que son espacios físicos con un radio de unos 800 metros a la redonda, donde integramos los servicios para las personas que requieren cuidado y para las familias. Las manzanas surgen en respuesta a la pregunta de qué solución concreta, territorial y en el terreno le podíamos dar a la gente. Ya vamos nueve manzanas del cuidado en Bogotá, vamos a dejar 20 antes de irnos de esta administración, que es al final de 2023, pero también las metimos en el Plan de Ordenamiento Territorial que acaba de adoptar la ciudad, para tener 45 manzanas al final de 2035. Las manzanas están fijas, las cuidadoras van con las personas a las que cuidan y reciben los servicios ahí, pero hay zonas de la ciudad que están muy desprovistas de infraestructura y servicios, por eso también creamos unidades móviles. Son buses que adaptamos por dentro: tienen un aula de clase con computadoras, un consultorio de prevención y promoción en salud, atención jurídica para las personas que se montan. Alrededor tenemos unas carpas inflables donde están los niños, las personas con discapacidad, las personas mayores. Es decir, cuidamos de quienes ellas cuidan para que ellas tengan su tiempo y puedan disfrutarlo. Lo tercero es el programa de relevos en casa, porque dentro de esas 1,2 millones de mujeres que se dedican de tiempo completo al cuidado no remunerado, 14% –un poco más de 6.000– prácticamente no salen de sus casas debido a la condición permanente de la persona que cuidan. El programa de relevos casa a casa implica que, mientras cuidamos un rato a la persona que requiere cuidado, la mujer está en un programa de formación o de certificación de sus saberes.
“Las mujeres no nacimos con un manual del cuidado debajo del brazo [...]. Lo aprendimos. Si las mujeres aprendimos, todo el mundo puede aprender. Sin esta apuesta fuerte a una transformación cultural, no vamos a cambiar la división sexual del trabajo”.
Si lo comparamos con el SNIC de Uruguay, el de Bogotá parece estar más centrado en el cuidado de las cuidadoras. De hecho, desde la secretaría reivindican la consigna “Cuidamos a las que cuidan”. ¿Por qué este énfasis particular?
Porque es un sistema de cuidado con enfoque feminista. Porque la sobrecarga de cuidado ha estado histórica y desproporcionadamente en hombros de las mujeres. Porque las mujeres hemos sido la seguridad social de los países de América Latina y de la mayoría del mundo, y ha sido a costa de la pobreza de las mujeres que se ha podido brindar el cuidado. Las mujeres han abandonado los estudios, no tienen tiempo para su salud, su recreación, su deporte, su participación política, porque están cuidando, y el cuidado no es el problema, el problema es la sobrecarga de cuidado en hombros de las mujeres. Por eso, quisimos hacer un sistema de cuidado que se enfoque en las personas cuidadoras, que en su mayoría son mujeres: que los servicios sean a la hora que les sirva a ellas, que estén las cosas que ellas necesiten para cuidar a quienes nos cuidan. El énfasis en el sistema de Uruguay es más en la persona que requiere cuidado. Las cifras en Bogotá muestran que, si el cuidado no remunerado fuera pago, equivaldría a 13% del PIB de la ciudad y sería 20% del PIB del país. Es un sector enorme y por eso la importancia en las personas cuidadoras, por entender que han sido el soporte de la sociedad. Por eso, hay servicios de formación, que es lo que han dejado de lado; servicios de respiro, porque nunca han tenido tiempo ni para ir a una clase de yoga o a una atención médica; y servicios de generación de ingresos, porque la pandemia pegó muy duro. Pero, además, porque les queremos liberar el tiempo. Entonces, por ejemplo, las manzanas del cuidado tienen lavanderías públicas para que las mujeres no tengan que seguir lavando a mano. En vez de gastar una o dos horas lavando, dejan la ropa lavando y secando mientras pueden, por ejemplo, tomar una clase de bicicleta. Entonces, ¿quiénes son los beneficiarios del sistema? Las personas cuidadoras, las personas que requieren cuidado, los hombres y la familia. Hay una apuesta fuerte por la transformación cultural, por reconocer los cuidados y redistribuirlos. Por eso, el otro eslogan es “A cuidar se aprende”, porque las mujeres no nacimos con un manual del cuidado debajo del brazo, sabiendo cocinar, lavar, planchar, cuidar a un niño, cuidar a una persona con discapacidad severa. Lo aprendimos. Entonces, si las mujeres aprendimos, todo el mundo puede aprender. Sin esta apuesta fuerte a una transformación cultural, no vamos a cambiar la división sexual del trabajo.
De hecho, el sistema también incluye una serie de talleres para que hombres “aprendan sobre masculinidades cuidadoras” y hay una “Escuela Hombres al Cuidado”. ¿En qué consisten estas iniciativas y cómo ha sido la respuesta de los varones hasta ahora?
Han accedido. Es de los programas más nuevos del sistema y, de hecho, estamos buscando recursos para expandirlo, pero ha tenido algo positivo y es que se ve de una forma amable, es decir, no sancionadora, no en plan “tú que nunca has ayudado”, sino “ven, todos podemos aprender”.
¿Qué evaluación hacen del funcionamiento y el alcance del sistema en estos primeros años?
Esto empezó hace poco: entramos en enero de 2020, el Plan de Desarrollo se aprobó en junio y en octubre abrimos nuestra primera manzana del cuidado. En un año y medio, vamos nueve manzanas del cuidado y ya cumplimos más de 100.000 atenciones entre las manzanas, las dos unidades móviles y el programa de relevos.
“La división sexual del trabajo y la pobreza de tiempo derivada de las sobrecargas de cuidado siguen siendo el principal lastre de las mujeres”.
¿Por qué es importante que un país o una ciudad tenga un sistema de cuidados?
La pobreza de tiempo es uno de los principales factores de desigualdad y de brechas de género históricas. La división sexual del trabajo y esa pobreza de tiempo derivada de las sobrecargas de cuidado siguen siendo el principal lastre de las mujeres. Además, los cuidados los necesitamos todos, pero ha sido a costa de la pobreza de tiempo y monetaria de las mujeres. No puede ser que nuestras fallas en seguridad social y en cuidados sigan siendo a costa de la pobreza de tiempo y la pobreza monetaria de las mujeres. Entonces, hay un tema ético, porque esa sobrecarga no puede seguir implicando mujeres que tienen que abandonar sus estudios, más propensas a ser víctimas de violencia, sin tiempo libre. Eso no puede seguir pasando. La pobreza de las mujeres no puede seguir siendo el subsidio de la seguridad social en América Latina. Por otro lado, porque el cuidado es riesgo. Es decir, al igual que cubrimos riesgos como la vejez, la invalidez o la muerte, también está el cuidado, pero si lo cubrimos como salud, que es lo que pasa hoy, es muy costoso para los estados. Hay personas que no necesitan los servicios de salud, necesitan una cuidadora o un cuidador. No significa un detrimento en las condiciones, sino un enfoque distinto. Pensarlo como cuidado y no como atención en salud es mucho más eficiente en materia de costos para un Estado.
Uno de los objetivos de los encuentros agendados durante esta visita a Montevideo es fortalecer el Sistema de Cuidado de Bogotá en base a la experiencia uruguaya, que en su momento fue pionero en la región. ¿Qué las inspira o qué creen que podrían tomar de ejemplo del sistema uruguayo?
Las expertas en cuidado en Bogotá, las economistas feministas, la academia, las organizaciones de mujeres, llevaban mucho tiempo deseando cuidados. Natalia Moreno, que es la directora de nuestro Sistema de Cuidado, había hecho su tesis sobre cuidados en Bogotá, tenía cifras, y así había otras colegas. Entonces, cuando llegamos había una gran riqueza, sabíamos que Uruguay era un referente y ONU Mujeres nos apoyó para hacer contacto con Bango y su equipo, y empezamos a pensar ideas. Una de las cosas concretas que salen de la experiencia uruguaya es la Junta Nacional de Cuidados, integrada por todos los ministerios que brindan servicios en el sistema nacional. Eso mismo hicimos nosotras; lo llamamos Comisión Intersectorial, pero es pensada en Uruguay, es un mecanismo de gobernanza donde se toman las decisiones políticas. Está integrado por la alcaldesa, por las secretarias y los secretarios de los otros sectores, y lo preside la Secretaría de la Mujer. Otra inspiración fue pensar y aclarar quiénes son las poblaciones que más requieren cuidado. También la corresponsabilidad, ese principio que en Uruguay es muy fuerte, y la importancia de que esto no sea sólo del sector público, sino también del sector privado y el sector comunitario. Uruguay ahí ha hecho un gran avance, por ejemplo, con los centros Siempre, donde la empresa pone en sitio la infraestructura, los sindicatos los manejan y el sistema pone plata y servicio; esa es una forma tripartita de manejar el cuidado y la corresponsabilidad. Eso no lo tenemos y con esa idea en concreto me voy para ver cómo montamos algo parecido en Bogotá. También los bonos de integración socioeconómica son un complemento, porque es un subsidio para quien no tiene espacio ni en el centro Siempre ni en el CAIF, y me parece que es una forma de integrar al sector privado al sistema, porque son bonos para que puedan recibir servicios del sector privado. Una tercera idea que va directo de Uruguay es el Comité Consultivo, integrado por la academia, organizaciones de base, organizaciones de mujeres, lo cual es muy importante porque es dar un espacio formal de participación y toma de decisiones a los movimientos y a las mujeres.