Teodora Vásquez es un símbolo de la mayor crueldad a la que fueron sometidas las mujeres latinoamericanas: penalizadas por ser madres, por no ser madres, por parir, por abortar, por embarazarse, por perder un embarazo, por ser mujeres, por la capacidad de gestar, por ser ellas las que portan cuerpos en donde la sangre corre. Teodora fue presa por una emergencia obstétrica en El Salvador y ahora quiere platicar –con la dulzura de la lengua que habla en América Central– para dar a conocer la historia de las mujeres salvadoreñas. Ella es un símbolo del extremo hasta el que puede llegar la penalización por el aborto, aunque no se trate de una mujer que buscó abortar, sino que tuvo un parto sola y soportó la pérdida de su bebé con la guillotina de la cárcel.

No son historias apartadas de la demonización de las mujeres que abortan, sino que demuestran el filo de la sospecha permanente sobre todas las mujeres que, cuando están desamparadas, si sufren una tragedia o su parto sale mal, son castigadas, como si tuvieran que arreglárselas solas y pagar por su desamparo con su vida, su libertad, su cuerpo y sus duelos.

En 2008, Teodora fue condenada en El Salvador a 30 años de prisión por homicidio agravado después de parir en medio de la noche –acorralada por la precarización laboral– y que su bebé naciera muerto. Ella tuvo que trabajar hasta último momento por falta de derechos y de dinero. Parió sola en la escuela en donde trabajaba y pidió ayuda. Nadie la socorrió. En cambio, cuando llegó la Policía, la esposó por asesina, sin ni siquiera llevarla al hospital antes de juzgarla.

Estuvo diez años presa y logró recuperar la libertad gracias a un movimiento internacional de solidaridad que generó Morena Herrera, al que se sumaron el Centro por los Derechos Reproductivos y Amnistía Internacional. El caso de Teodora es emblemático y contó con el apoyo de 250.000 firmas recolectadas en 2016 por Amnistía Internacional, que definía su situación como “una tragedia”. La hiperpenalización del aborto y la criminalización de las mujeres llevó a la persecución de todas las que tuvieron un aborto (espontáneo o provocado) o tuvieron una emergencia obstétrica en la que el bebé perdía la vida.

El Salvador es el país más extremo en la prohibición, la persecución y el encarcelamiento de las mujeres. Son historias de vida marcadas por una injusticia inconcebible pero que abren los ojos sobre las consecuencias de las restricciones y los retrocesos impuestos en Estados Unidos. No se trata sólo de que algunas mujeres puedan abortar en su casa con pastillas o tomarse un colectivo a otro estado en un crucigrama de derechos cruzados, se trata de la cacería desatada contra las que tienen sexo, quieren ser madres o no quieren, pierden un embarazo buscado o no quieren continuar con su embarazo. La reacción conservadora impone el castigo, el control y la castración deliberada de los cuerpos con capacidad de gestar. El odio es a esa posibilidad y recae –más– sobre quienes menos posibilidades tienen.

El 28 de setiembre, Día de Acción Global por el Acceso al Aborto Legal y Seguro, en el que América Latina se muestra a la vanguardia –con Uruguay, Argentina, México y Colombia con el aborto despenalizado– y se profundiza el retroceso de Estados Unidos, en donde la Corte Suprema de Justicia dio vía libre a que los estados vuelvan a prohibir la interrupción voluntaria del embarazo, es más importante que nunca entender hasta dónde puede llegar la crueldad política contra las personas gestantes y por qué es importante mirar globalmente la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito y las maternidades respetadas y acompañadas.

Teodora se juntó con 16 ex presas por abortar o pasar por un parto traumático que fueron condenadas como asesinas y pudieron lograr la libertad gracias a la movilización internacional, y formó la agrupación Mujeres Libres El Salvador. Ellas no sólo necesitan acompañamiento para lograr recuperar la vida que les fue arrancada, también son un faro para que la vida de las mujeres no sea nuevamente penalizada en la región.

¿Cómo era tu vida en El Salvador?

Yo nací y crecí en El Salvador y tenía una vida normal como cualquier otra persona. Lamentablemente, la vulnerabilidad que sufrimos las mujeres al momento de estar embarazadas, de entrar al proceso de parto y de estar solas, como muchas mujeres de bajos recursos económicos y de zonas rurales, hizo que a los nueves meses de embarazo me encontrara trabajando en el centro de la ciudad de San Salvador porque tenía un hijo –que en ese momento tenía tres años– y debía trabajar para sostenerlo.

¿Por qué tenías que dormir en el trabajo con un embarazo muy avanzado?

Yo trabajaba en un cafetín y en un colegio del centro de San Salvador. Me faltaban unos días para el tiempo que me habían dicho los médicos para que diera a luz. Yo estaba planificando mi salida del trabajo para irme a dar a luz en mi casa. Pero, lamentablemente, las cosas no salieron como las pensaba. Se adelantó el proceso, el 13 de julio de 2007, y yo estaba sola, en la noche, en el colegio. Yo me quedaba a dormir ahí porque mi casa, en una zona rural, está a cinco horas de viaje de la ciudad de San Salvador. No podía irme a la noche a mi casa y volver a la mañana siguiente al trabajo.

Qué pasó esa noche?

Estaba descansando cuando empecé a sentir dolores de espalda y, después, de parto. Empecé a llamar al 911 porque fue el único número que se me ocurrió. Pedí una ambulancia y no llegaron. Yo tenía ilusión de irme al médico, preparé mi maleta y tenía dinero. Sólo estaba esperando que me llegaran a traer y no llegaron. Era un proceso difícil y repentino. Ya no me podía ir porque los dolores no me dejaban caminar. Tenía que esperar allí a ver si llegaban a auxiliarme. No llegaron y, a la hora, mi bebé ya estaba muerto.

¿Estabas sola, pasando la noche lejos de tu casa, sin que llegara la ambulancia y sin poder movilizarte por las contracciones a un hospital, y el parto se desencadenó en ese desamparo?

Así es. Cuando llegaron a auxiliarme en la misma ambulancia que yo había llamado me encontraron en muy mal estado y a mi hijo fallecido. Ahí fue donde me acusaron de haber matado a mi hijo recién nacido. En el momento me capturan, me dicen que me van a llevar a la cárcel y me increpan que por qué lo maté. Yo estaba en estado crítico, no podía ni contestar, aunque sabía que no había matado a nadie. Me empezaron a acusar desde ese momento y, después, se complicó todo, cuando me llevaron a un puesto de policía.

Es como una inquisición contra las mujeres por no ser la máquina que ellos pretenden o por echarte la culpa de la soledad en la que te dejaron. ¿Cómo afrontás que, en ese momento, que estabas esperando un nacimiento, te empiecen a llamar asesina y te encierren?

El 13 de julio de este año mi hija hubiera cumplido 15 años. No logro asimilar la pérdida porque no me dejaron verla. Yo estaba muy ilusionada con tener a mi bebé. Había preparado todo para esperarla y llevar a mi familia a la recién nacida. Pero, aunque una haga preparativos, no se puede saber qué va a pasar a último momento. El tiempo pasa y a mí todavía me duele. Además, en los 11 años que estuve presa nunca tuve asistencia psicológica, recién pude comenzar el duelo cuando recuperé mi libertad, porque no había podido llorar a mi hija. Incluso, a mi hijo le duele mucho haberla perdido porque, aunque estaba muy pequeño, sabía de mi embarazo. Los dos lloramos la pérdida: él de la hermanita y yo de mi hija. Es muy difícil enfrentar esta situación. El Estado salvadoreño ha marcado la vida de las mujeres criminalizadas por emergencias obstétricas para siempre.

¿Cómo llega tu condena?

A mí me condenaron sin tener pruebas suficientes porque, para el Estado, mi hija murió por asfixia mecánica o por sumersión, pero no fueron comprobadas. No hay una prueba que justifique la condena de 30 años que me pusieron. Además de la condena, tuve que afrontar el abandono de mi familia –hay una parte que sabía que era inocente y otra que se ponía en contra mío–, separarme de mi hijo y ya no velar por él, y la discriminación de las otras presas. Hace cuatro años que recuperé mi libertad y no hay nada que logre sanar ese dolor.

¿Cómo fue tu vida en la cárcel?

Me propuse entrar a la cárcel, pero no permitir que la cárcel entrara en mí. Yo peleé para que la libertad permaneciera dentro de mí, porque no importa si todo el mundo está en contra, una conoce su realidad y mi realidad era que no cometí delitos y tenía la esperanza de que en algún momento iba a recuperar mi libertad.

Vos fuiste condenada a 30 años de prisión, por homicidio agravado, y a los diez años fuiste liberada. ¿Sabías, cuando estabas presa, que Morena Herrera, el Centro de Derechos Reproductivos y Amnistía Internacional pedían por tu libertad?

En las cárceles no hay una forma de tener un televisor, un teléfono, y no se conoce mucho. Pero sí sabía del movimiento que se estaba haciendo porque llegaban los abogados a visitarnos. Yo agradezco todo el apoyo que he recibido porque, gracias a esta lucha, tengo mi libertad y las 65 mujeres que ya recuperaron su libertad también. Si no hubiera sido por esta lucha, todavía estaría adentro de la cárcel. A mí me dijeron que me ponían en libertad por buena conducta, por el tiempo que llevaba y porque había cumplido con todos mis talleres, pero sé que hubo un movimiento bien fuerte para que yo lograra recuperar mi libertad.

En el documental de Mariana Carbajal Cuerpos juzgados se ve que también, en la cárcel salvadoreña, las otras presas juzgan a las internas por emergencias obstétricas. ¿Saber que te acompañaban mujeres de América Latina te hizo más fuerte?

Sí, la verdad es que sí. Sentirme apoyada y acompañada por este grupo de mujeres enmendó un poco la situación, me consoló y me generó el deseo de seguir adelante. En la prisión pasan cosas muy feas y una decae. Pero saber que otras personas han sido la voz de una afuera ayuda.

¿Qué hacés ahora para ayudar a otras mujeres en El Salvador?

Es un gran reto, porque en El Salvador no tenemos apoyo gubernamental y el proceso de reinserción es lo más difícil. Es otro camino al que nos enfrentamos al momento de salir, porque cuando ya estamos afuera nos tenemos que enfrentar a la vida solas. Si ya entraste pobre a la cárcel, cuando salís es aún peor: estás más pobre todavía y has perdido a la familia. Ahí te das cuenta de que tenés que reinventarte para poder salir adelante. Yo salí en libertad el 15 de febrero de 2018 y había mucha gente esperándome en la calle, pero el desafío es al otro día. La gente celebra y aplaude mi libertad. Pero ¿luego qué pasa con Teodora Vásquez? Es una realidad que nos toca vivir a todas las mujeres que recuperamos la libertad.

Por eso 2018 fue el año del enamoramiento: busqué a todas las mujeres que habían recuperado la libertad para que hiciéramos algo juntas. Las mujeres estaban sin empleo, sin oportunidades y desconsoladas. El 1º de setiembre de 2018 ya habíamos recuperado a 16 mujeres y nos sentimos fortalecidas. Es cierto que hay organizaciones que nos apoyan, pero nadie ha vivido la situación como nosotras. Nadie se puede poner a decir que sabe lo que nosotras hemos vivido porque las que lo vivimos somos nosotras. Ahora hay personas universitarias y emprendedoras. Estamos encontrando el camino. A pesar de que vivimos una situación muy difícil, estamos en el momento más bonito de nuestras vidas porque ya no estamos solas, estamos juntas y juntas somos fuertes. Ahora nos llamamos Mujeres Libres El Salvador. A pesar de tener un pasado duro, doloroso y oscuro, hay esperanza de poder salir adelante.

Las Bravas es un nuevo espacio de la diaria Feminismos que busca amplificar las voces y experiencias de mujeres feministas que están cambiando la historia en América Latina. Está a cargo de Luciana Peker, periodista argentina especializada en género y autora de Sexteame: amor y sexo en la era de las mujeres deseantes (2020), La revolución de las hijas (2019) y Putita golosa, por un feminismo del goce (2018), entre otros libros.