Todas tienen más de 60 años y de alguna manera, desde sus distintas trayectorias, profesiones y militancias, están vinculadas al feminismo. Puede ser, incluso, que muchas de ellas formen parte de esa primera generación de mujeres uruguayas que se definieron feministas. Algunas son referentes en la lucha contra la violencia de género, otras fueron precursoras en la promoción de los derechos sexuales y reproductivos, y muchas promovieron la igualdad de género en las diversas áreas en las que trabajaron. Todas son, sobre todo, pioneras. Y ahora, tras varias décadas de activismo feminista, apuestan a seguir rompiendo barreras con la propuesta de crear el primer proyecto de vivienda colaborativa feminista para personas adultas mayores en nuestro país. El objetivo central: transitar esta etapa de la vida de forma autónoma y activa, pero juntas, acompañadas y en comunidad.
Una de las principales impulsoras fue la médica y activista por los derechos sexuales y reproductivos Cristina Grela. Ella fue designada como directora del Programa Nacional de Salud de la Mujer y Género del Ministerio de Salud Pública en 2005 y desde ese rol no sólo llevó adelante las primeras reglamentaciones, decretos y guías sobre salud sexual y reproductiva, anticoncepción y aborto, sino que también estuvo detrás de la creación del Sistema Nacional de Cuidados. La referente contó a la diaria que, en este último proceso, notó que el foco estaba puesto sobre todo en el cuidado de “las personas más carenciadas” en situación de dependencia y no tanto en las personas adultas mayores. Entonces, ella, que “ya estaba entrando en esa etapa”, se preguntó “qué pasaba” con esa población en particular.
“¿Qué va a pasar con nosotras? ¿Cómo nos vamos a cuidar? Vamos a estar dependiendo de nuestros hijos o viendo cómo encontrar amigas para vivir”, recordó Grela que se preguntó en aquel momento. La inquietud la llevó a estudiar qué se hacía en otros países. “Ahí me enteré de que en Europa la situación era que sí se han juntado las mujeres [...] y empecé a pensar que no había nada de esto en Uruguay y que era importante empezar a crearlo”, dijo la activista, que hoy tiene 78 años.
Primero se juntó con “algunas amigas que podían estar pensando” en esto, y en algún momento entre 2016 y 2017 empezaron a reunirse de manera más “orgánica” para ver qué podían impulsar en Uruguay. En diciembre de 2018 se constituyeron como asociación civil sin fines de lucro y pasaron a llamarse Mujeres con Historias. Aunque resulta evidente por qué eligieron ese nombre, Grela lo explicó así: “Le teníamos que poner un nombre y todas somos feministas, todas hemos trabajado para la comunidad en diferentes áreas, todas somos comprometidas, entonces cada una tiene su historia. Por eso, elegimos Mujeres con Historias”.
Después de recabar información sobre experiencias de viviendas colaborativas en otros países y de recibir la visita de “algunas mujeres que eran parte de esos grupos en Europa”, llegaron a Silvana Pissano, la actual alcaldesa del Municipio B, que por ese entonces era directora del departamento de Desarrollo Urbano de la Intendencia de Montevideo (IM). Grela contó que le plantearon la propuesta, “le gustó muchísimo” y desde ese momento empezaron a trabajar “con la idea de que esto fuera un proyecto piloto”. La iniciativa se enmarca en el proyecto Fincas Abandonadas de la IM, orientado a la rehabilitación de inmuebles para uso con función social.
Para entender un poco más: la vivienda colaborativa o cohousing es una modalidad residencial que consiste en generar un complejo habitacional en el que las personas conviven en espacios comunes pero cada una tiene además su propia vivienda o espacio privado. En Uruguay existe el antecedente de Carpe Diem, una cooperativa de consumo de cuidados y cohabitación que, inspirada en los modelos europeos de cohousing senior, inició el proceso hace siete años y busca abrir sus puertas en 2026.
El de Mujeres con Historias sería el primer proyecto expresamente feminista de este tipo en el país. El plan de las activistas es encontrar una casa donde “cada una tenga un lugarcito para dormir, un baño y una pequeña kitchenette”, y que además haya “un salón grande, para espectáculos y para capacitaciones, una cocina comunitaria, un lugar de gimnasia abierto al barrio y otros espacios comunitarios”, describió Grela, “como un aporte a la comunidad: a la comunidad del grupo y a la comunidad del barrio”.
Cohousing feminista y “polo cultural”
Hoy en día, el colectivo tiene 27 integrantes que se reúnen al menos una vez por mes, según contó a la diaria la actual presidenta de Mujeres con Historias, la trabajadora social e investigadora Clara Píriz. Todas tienen más de 60 años y la mayor es la partera, educadora sexual y referente en la lucha por los derechos sexuales y reproductivos Elvira Lutz, que tiene 87. Algunas cosas de la organización están encaminadas pero todavía no se cerraron, como el reglamento interno de convivencia, los requisitos para entrar a la casa o la lista de espera.
Por ahora, la prioridad es conseguir una casa para lograr los dos objetivos principales: solventar de forma autónoma su situación habitacional y funcionar como un espacio que pueda brindar un aporte al barrio y a la comunidad.
“El objetivo general es promover otras alternativas para transitar esta etapa de la vida”, resumió Grela. “Que la gente sienta que puede vivir así y no estar dependiente, pagar una cosa que es imposible de pagar, que no la manejás vos, porque en realidad las casas de cuidado pueden ser bárbaras, pero disponen de tu vida, de tu comida, de tus cosas. Con este modelo, vos seguís siendo la misma, teniendo la misma autonomía y viviendo en grupo, generando acciones y hechos en común”, puntualizó, y marcó así las diferencias entre el cohousing y los residenciales para personas adultas mayores.
Pero, además, las mujeres tienen la intención de que en esa casa se genere “una especie de polo cultural”, apuntó Píriz. “Está la idea de armar este centro cultural, de poder tener un lugar donde las mujeres, niñas, niños o adolescentes de la zona puedan venir y pedir asesoramiento, y capaz que nosotras podemos resolver algunas cosas y otras derivarlas”, explicó. Al mismo tiempo, dijo que también les interesa que pueda “circular gente joven por la casa” y que se generen diálogos intergeneracionales, para “que no sea solamente ‘la casa de las viejas’ –aunque a mucha honra–”. También pretenden que sirva como lugar de encuentro y de hospedaje para que “mujeres del movimiento feminista de otros países que visiten Uruguay puedan pasar y quedarse por ahí”.
“Hay que equipar la casa para que sea un lugar de vida y de estudio. Para nosotras no va a ser lo mismo transportarnos a quién sabe dónde a hacer un taller, a que vengan a hacer un taller o atender la biblioteca o conversar con alguien o hacer una entrevista. Va a ser un centro donde, además, vive gente”, comentó Grela, que admitió que “cuanto más habla del tema”, más se “sigue entusiasmando”.
Para la referente, el proyecto es “importantísimo” porque plantea una “forma de vida” basada en “la autonomía y la sociedad al mismo tiempo”, lo cual a su entender “sirve mucho” para “la salud mental y la salud corporal”, “con derechos humanos y con tus compañeras”. “Es una manera muy distinta de pensar la vida que viviendo sola”, porque “la soledad no es una buena cosa para la tercera edad, siempre estás dependiendo de alguien”, agregó Grela. “Aunque vengan a visitarte tus hijos, aunque vengan a visitarte tus amigas, con visitas no se arregla, el tema es la vida cotidiana”, apuntó.
Las dos entrevistadas coincidieron en que el funcionamiento estará “sin dudas” atravesado por el feminismo. Para Grela, estará impregnado “tanto por la manera de vida” que proponen como “por las capacitaciones que vamos a hacer, las ayudas; todo tiene que ver con el feminismo”. “Es que nosotras lo portamos; ninguna de nosotras tiene la posibilidad de vivir fuera del feminismo”, especificó por su parte Píriz.
Hacia una política pública
El colectivo persigue otro objetivo, quizás más ambicioso, que tiene que ver con que su experiencia, una vez que se concrete, sirva de base para impulsar una política pública. “Lo concebimos como un proyecto piloto porque el objetivo más importante es el de impulsar una política pública en este sentido. Es decir, que no seamos sólo nosotras, sino que después de nosotras vengan otras”, explicó Píriz.
La presidenta de Mujeres con Historias aseguró que esto ya sucede en otros países como en España, donde se desarrolla “porque además hay una estructura gubernamental que apoya y que hace que esto funcione”. La idea es “que esto florezca, que no seamos una sola margarita en el campo, sino que seamos muchas”, insistió, y agregó que “el proyecto piloto es la mejor manera de demostrar que se puede”.
En el mismo sentido, Grela señaló que serán además “pioneras de esta forma de vida, que ya existe en otras partes del mundo pero que queremos que Uruguay asuma como una realidad” para que “sea mejor la vida para las personas adultas mayores”. “Esperamos que la idea se conozca para que surjan nuevas experiencias, nuevas ideas y nuevas maneras de que las personas armen lo suyo”, sentenció. Y pidió un deseo: “Que nos dé la vida para llegar”.
En trámite
La pandemia implicó cierta “parálisis” del grupo, reconoció Grela, pero ahora están “retomando” las riendas para ver cómo acelerar el proceso. Píriz contó que la IM, “en principio”, está dispuesta a otorgarles en comodato una finca que está ubicada en las calles Buenos Aires y Brecha, en la Ciudad Vieja, pero que se están “asesorando en términos tanto arquitectónicos como económicos para no tomar decisiones apresuradas”. Por eso, consideró que hoy se encuentran “en una etapa de decisiones que son muy desafiantes”.
En ese sentido, dijo que el colectivo generó “un ámbito de evaluación y de discusión” con distintos actores involucrados e interesados en la temática. “Armamos una mesa donde estaban participando la Sociedad Uruguaya de Arquitectos, la IM, la Facultad de Arquitectura [de la Universidad de la República], el Municipio B y nosotras, y nos juntábamos a ver cómo podemos seguir adelante con esto, qué desafíos nos genera y cómo lo podemos armar, para ir pisando sobre lo más seguro posible”, detalló Píriz.
Esto último, sobre todo porque la casa “es fantástica” pero “está abandonada desde hace mucho tiempo” y “tiene una historia compleja, porque estuvo ocupada, tuvieron que sacar de allí una boca de drogas” y “quedó muy derruida”. “Todo eso implica una evaluación que tiene que ver con lo arquitectónico, con lo económico, con lo legal, y estamos en eso”, afirmó la presidenta de Mujeres con Historias.
Consultada sobre posibles plazos, Píriz respondió que “lo primero” tendría que ser la eventual firma del comodato y después hay que armar “todo el sistema económico”, que implica conseguir fondos. “Todavía falta para empezar”, acotó la referente, y dijo que, si bien al principio el tema de los tiempos las “desmoralizaba mucho”, hoy ya no las asusta. Esto, en parte, se debe a que la experiencia de otros países revela que “desde que se empieza la idea hasta que la gente realmente logra irse a vivir ahí pasa un promedio de 14 años”, según les aseguró un español que se dedica a asesorar proyectos de vivienda colaborativa. “Y eso en España, donde existe el sistema, tiene apoyo gubernamental y hay recursos para eso. Acá no hay nada. Estamos empezando de cero, entonces no nos asusta”, aclaró. “El único susto que tenemos”, reconoció, “es que necesitamos un recambio generacional, porque muchas no vamos a llegar”.