“La frase ‘violencia dirigida contra las mujeres por el hecho de ser mujeres’ no termina diciendo nada”, dice Victoria Gambetta. La socióloga, que investiga el femicidio desde hace más de cinco años, hace un esfuerzo para explicar por qué es importante volver a revisar ciertos conceptos e ideas que se pueden estar vaciando de sentido en torno a este fenómeno.
En 2018 publicó su tesis de maestría sobre los femicidios íntimos en Uruguay y, a fines del año pasado, un artículo en la Revista Latinoamericana de Metodología de las Ciencias Sociales que tituló “Dificultades y desafíos para investigar el femicidio en Latinoamérica”.
En entrevista con la diaria, la académica repasa algunos de esos desafíos, como “el dilema de la despolitización del concepto femicidio”, las múltiples definiciones y clasificaciones que existen para el mismo delito, y la baja calidad de las estadísticas que se generan en los países latinoamericanos. Gambetta habla desde los problemas y reflexiones que le han surgido mientras desarrolla su investigación.
América Latina es una región líder en la legalización del femicidio. ¿Cómo repercute este hecho en la investigación regional del fenómeno?
El femicidio es un concepto que nació en Estados Unidos y se adoptó en América Latina a raíz de los crímenes de Ciudad Juárez, en México. Entró en las demandas del movimiento feminista por temas de justicia en relación con la violencia, y es el único lugar en el mundo donde los delitos con ese nombre existen. Por eso es difícil cuando te preguntan cómo estamos en relación con España o Inglaterra. A veces no sé, porque no puedo buscar estadísticas de femicidio en Europa. El femicidio como concepto hace mucho menos tiempo que está entrando en esa región y, en el resto de las regiones del mundo, mucho menos. En la literatura criminológica de Europa se los estudiaba como homicidios de pareja íntima. Se comenzó a investigar sobre ese asunto mucho antes que en América Latina, pero no hay un componente feminista en esa manera de denominarlo. Hay todo un trabajo de ir encontrando qué términos tienen ciertas equivalencias semánticas para darte cuenta de si están hablando de femicidios y si se puede comparar o tener una idea de lo que está sucediendo.
En el artículo mencionás que en América Latina las tasas de femicidio son elevadas, pero la violencia contra las mujeres no es tan alta. ¿Cómo lo explicas?
Lo que quiero decir es que en América Latina hay menos violencia que no mata, pero la violencia que mata es mayor, tanto si miramos la violencia contra las mujeres como si miramos los homicidios en general. No sabría decirte qué está por detrás de ese asunto, para mí es algo interesante. Solemos pensar los femicidios asociados a la violencia de género, como el desenlace final de una violencia que va escalando y creciendo en intencionalidad, pero no siempre es así. Las investigaciones que he leído muestran que no hay un consenso en torno a eso, lo que no quiere decir que no sea importante la violencia previa para entender un femicidio. A veces hay otros factores que están en juego, que tienen que ver más con lo permitido socialmente para las mujeres, como pasar ciertos límites que luego se sancionan con la muerte.
También hay que entenderlos, sobre todo pensando en política pública y prevención, como homicidios. Es una manera extrema de resolver conflictos que está afectada, entre otras cosas, por la disponibilidad de armas de fuego y su circulación. Medidas que se enfoquen en ese asunto derramarían cosas positivas para los homicidios en general y para los femicidios. Si pudiéramos captar a todos los varones que son violentos con sus parejas y aislarlos, eso no sería una solución, porque los femicidios seguirían sucediendo. Esas medidas no agotan la prevención de un problema, es mucho más amplio.
¿Cuáles son los principales desafíos a la hora de investigar los femicidios en América Latina?
Los desafíos que describo en el artículo parten de mis reflexiones sobre cómo llevar a la práctica lo que estaba leyendo cuando hice la tesis de maestría sobre femicidios íntimos en Uruguay. Dentro de la investigación están los desafíos de llevar a la práctica lo que es teórico y abstracto, y cómo recopilar información para investigar ese fenómeno.
El primer desafío tiene que ver con el aspecto teórico, con qué conceptos elegir a la hora de investigar. Porque existen conceptos múltiples sobre qué son los femicidios, y hay que ver qué incidencias entran en cada definición. En este sentido, uno de los aspectos es el de la intencionalidad. Hay autoras que plantean que, cuando un homicidio se da en un contexto de violencia de género, aunque no haya intencionalidad de matar a la mujer, igualmente tiene que ser clasificado de esa manera. Y eso no es lo que se recoge de la definición oficial de femicidio o de las tipificaciones del delito. Esto tiene que ver con ser conscientes del lugar donde nos estamos parando para investigar. No importar una categoría de femicidio para investigar algo que está de moda o tener algo para decir, [sino] ver cuáles son las múltiples conceptualizaciones, a qué se refieren, y elegir desde qué punto de vista queremos partir.
“Más allá de que en América Latina el femicidio es reconocido como un delito en casi todos los países, debido a los bajos niveles de desarrollo económico y la violencia generalizada, las cifras sobre violencia y criminalidad tienen carencias de regularidad, actualización y control”.
Otro de los desafíos es el dilema de la despolitización del concepto femicidio. Hay que ser prolijos con los casos que se analizan y prestarles atención sólo a los que tienen que ver con la violencia de género o con las motivaciones sexistas. Las motivaciones de género, que según organismos internacionales son las que definen a un femicidio, lo diferencian del resto de la violencia homicida. Hay que tener cuidado con usar una categoría más amplia en pos de presentar un dato, investigar y publicar; no está mal, pero vi una postura poco crítica en ese sentido.
El otro desafío tiene que ver con la calidad de las estadísticas. Más allá de que en América Latina el femicidio es reconocido como un delito en casi todos los países, debido a los bajos niveles de desarrollo económico y la violencia generalizada, las cifras sobre violencia y criminalidad tienen carencias de regularidad, actualización y control. Además, hacer comparación entre países es complicado. Mientras hacía la tesis, la Cepal [Comisión Económica para América Latina y el Caribe de la Organización de las Naciones Unidas] publicó que los homicidios en Uruguay tienen una tasa altísima, y eso alarma porque va en contra de la idea de que somos un país tranquilo que tiene niveles de conflicto bajos. Y hay otros países con una conflictividad interna mayor que tienen unos indicadores parecidos a los nuestros. Pero son países donde hay una violencia estructural más instalada, la gente tiene más armas en sus casas, y en la comparación no salíamos tan distintos. Me puse a leer para entender ese fenómeno y una de las ideas con las que di es que el nivel de desarrollo económico de un país repercute en la calidad de sus estadísticas.
Si tengo un país con un índice de desarrollo humano alto, hay dinero para invertir en el desarrollo institucional, y eso redunda en contratar gente capacitada para construir estadísticas, tener sistemas de información acorde para llevar los registros, el trabajo necesario para producir el dato. Otra cosa es qué tan presente está el Estado en el territorio para controlar la criminalidad. Nosotros somos un país pequeño y hay mucha cobertura en ese sentido. Pensemos en Brasil, donde hay selva, matan a alguien y dejan el cuerpo donde nadie pueda encontrarlo. Hay muchos homicidios y femicidios que nunca se llegan a conocer. Ahí tenés una gran invisibilización del fenómeno que no es captada por las estadísticas.
Además, América Latina es un continente culturalmente muy diverso. En el artículo describís que en Uruguay el femicidio sucede principalmente en el marco de la pareja o expareja, mientras que en El Salvador estos incidentes representan menos de la cuarta parte.
En un seminario al que asistí, un forense que viaja por todo el mundo contaba que en un país centroamericano había “casas de corte”, lugares donde se desmiembran cuerpos. Mataban a las mujeres, les cortaban partes del cuerpo y dejaban las partes en casas de familiares de la víctima. Estas prácticas tienen que ver con cómo se manifiesta la violencia hacia las mujeres en esos territorios, tienen que ver con la violencia machista que sufren siendo miembros del crimen organizado y las pandillas. Para nosotros, por el momento, esto es extraterrestre, pero son caras de una misma moneda.
Las diferencias en cómo se manifiesta el femicidio en los diferentes países son muy culturales. En Uruguay, la mayoría de los femicidas son parejas o exparejas de las víctimas, que luego de asesinarlas se suicidan (aproximadamente la mitad de los femicidas en el país se suicidan luego de cometer el crimen). Es que Uruguay es re suicida y el Estado está muy presente. Se suicidan por lo que les pueda llegar a pasar, por miedo al castigo, que está más presente que en otras sociedades. Acá hay gente que no entiende lo que es un femicidio o que lo asocia sólo a la violencia doméstica. Todos los padres, en algún momento, tienen miedo de que su hija termine tirada en una zanja. Eso es un femicidio sexual y tiene que ver con los riesgos que corrés siendo mujer y habitando el espacio público. Es más viejo que el agujero del mate, pero ahora le ponemos un nombre.
¿Cuáles son los indicadores de las motivaciones por razones de género en los femicidios?
Hay expertos que se han sentado a pensar cómo podemos darnos cuenta de que tal femicidio fue un femicidio sin que el autor nos diga que mató a su pareja porque le puso los cuernos. Es un desafío muy grande porque lo que hay que probar es que existieron motivos de género para ese caso. La palabra motivos puede engañar o confundir, porque no son necesariamente los motivos que la persona da sobre por qué lo hizo, más bien son las circunstancias en las que se cometió el crimen. Circunstancias que tienen que ver con conductas socialmente inaceptables para las mujeres. Mujeres que trascienden los estereotipos y son sancionadas por eso. Sanciones de poder. Esta mirada enriquece la perspectiva, pero requiere dar unos cuantos pasos para atrás y ver la foto un poco más grande.
Lo que se ha intentado hacer es definir una serie de indicadores, ciertas características que si están presentes en los hechos hay una probabilidad muy alta de que indiquen motivaciones por razón de género. Un documento publicado en 2022 por las Naciones Unidas reúne estos indicadores: antecedentes de violencia o acoso, secuestro o privación de la libertad, uso de fuerza o mutilación, cuerpo desechado en el espacio público, crimen de odio, si se cometió violencia sexual previa, si la víctima trabajaba en la industria del sexo o si era víctima de formas de explotación ilegal. Estos motivos no están en lo que dicen las personas que las cometen, sino en la antesala de lo que sucede. Por ejemplo, el caso de un padre que asesina a su hija lesbiana. Quizás ese padre nunca le dijo “te voy a matar por lesbiana”, pero cuando ampliás la mirada te das cuenta de que hay una cantidad de nociones de cómo las mujeres tienen que vivir su sexualidad que detonan esa violencia. Y no la vas a recoger preguntándole si la mató porque le gustaban las mujeres.
¿Cuál es la importancia de tener sistematizados los motivos de género detrás de un femicidio a la hora de investigar el fenómeno?
Es importante para entender que la frase que escuchamos a menudo, “violencia dirigida contra las mujeres por el hecho de ser mujeres”, termina no diciendo nada. Me parece que está bueno hacer un esfuerzo por traducir eso. Ese malentendido puede llevar a la reducción de que siempre que se asesina a una mujer es un femicidio, porque muere por ser mujer. No se refiere a eso. Se refiere a que hay que pensar que si un hombre es asesinado en esas circunstancias no tiene las mismas consecuencias. Hay que hacer un esfuerzo grande por esa traducción, porque ya son conceptos que usa la ciudadanía en general, no sólo los expertos.