El último femicidio seguido de suicidio en Uruguay fue en el departamento de Artigas, en mayo de este año, cuando un hombre mató a su pareja y a su hijo y se tiró de un puente. Dos semanas antes, en Durazno, un hombre asesinó a su expareja y se suicidó con un arma de fuego. Antes de esto, un subcomisario de Rivera le disparó a su expareja –con la que estuvo casado 20 años– con el arma de reglamento y luego se pegó un tiro en la cabeza.

Exactamente un mes antes, un hombre de 73 años de Las Piedras asesinó en su casa a su pareja con un arma de fuego y se suicidó. Cuando recién comenzaba el año, el 3 de enero, Elson del Valle se atrincheró en su casa de Bella Unión y se ahorcó. No le permitió el ingreso a la Policía porque había apuñalado a su expareja hasta la muerte.

Los femicidios ocurren en todo el país y durante todo el año. En 2021, hubo un total de 25 casos y 43% de los femicidas se suicidó. Esta cifra corresponde a los meses de enero a octubre, según los datos revelados por el Ministerio del Interior (MI). Pero la cifra asciende a 50% si se contempla el año completo, según dijo a la diaria July Zabaleta, exdirectora de la entonces División de Políticas de Género del MI. Entre enero y octubre de 2020 hubo un pico de femicidios seguidos de suicidios: 58% de los hombres se suicidó. Entre 2019 y 2017, las cifras nunca bajaron de 30%.

Una de las particularidades de los femicidios íntimos es que son los únicos homicidios en los que el autor se suicida. Este es un tipo especial de suicidio masculino, el más frecuente dentro de los suicidios de homicidas en las 24 horas posteriores al crimen. Un fenómeno que se repite en todo el mundo.

¿Por qué?

Para la socióloga Victoria Gambetta, investigar el suicidio tiene sus limitaciones, sobre todo una, que es que la persona ya está muerta, por lo que no se puede acceder a su relato, a su versión de los hechos. La investigadora igualmente le dedicó un subapartado a los femicidas-suicidas en su tesis de maestría “El femicidio íntimo en Uruguay”, publicada en 2018. La investigación le requirió estudiar todos los casos de femicidios consumados y tentativas ocurridos entre 2002 y 2015. Sin embargo, asegura que no puede brindar explicaciones de por qué los hombres se suicidan después de que matan a sus parejas mujeres. Tampoco conoce estudios empíricos, ni en Uruguay ni en el mundo, que lo hagan.

Pero, para Gambetta, sí se pueden manejar algunas hipótesis. A una le llama “suicidio extendido”, lo que sería un suicidio que se cobra la vida de otra persona. “El autor tiene planificado su suicidio y se lleva consigo a la mujer con la que está o con la que estuvo. La hipótesis plantea que esto ocurre porque hay una simbiosis muy fuerte de los femicidas con las víctimas, podría ser una dependencia emocional. El objeto de deseo tiene una fuerza tan grande que cuando te dice que no quiere ser más tu pareja, encontrás que te engaña con otra persona o no te necesita para autorrealizarse, te genera un montón de emociones negativas, decidís quitarte la vida y llevarte esa persona contigo”, explica a la diaria.

La socióloga argentina María Alejandra Otamendi lo llama “suicidio machista” porque se origina en una relación de dominación y dependencia entre la víctima y el victimario. En su trabajo Suicidios, femicidios-suicidios y armas de fuego en Argentina (2020) explica que el femicidio ocurre como una forma de “negar la pérdida” de esa pareja que decidió cortar con el vínculo. Pero, paradójicamente, “el sentido de la vida del agresor estaba dado por la dominación traumática de la mujer, y al matarla desaparece el centro de su vida”. Luego viene el suicidio.

La otra hipótesis de Gambetta explica que el suicidio del femicida es en sí un homicidio, por lo que el suicidio sería una “consecuencia inesperada, algo que no estaba planeado después del femicidio”. Debido al “alto grado de integración social” de ciertos hombres, tienen más posibilidades de cometer suicidio. Es posible que luego del femicidio dimensionen el alto daño que cometieron, que van a ir a prisión, la sanción social, y se quiten la vida para no afrontar las consecuencias. Este podría ser el caso de hombres de clase social alta y de adultos mayores. A estas hipótesis, la socióloga agrega que algunos autores “tienen una explicación más romántica”, que es que este tipo de suicidio es “una forma de reunirse con la víctima en otro plano”.

Pero el de los femicidas-suicidas es un fenómeno complejo, y es posible que haya casos que no se encasillen en una u otra hipótesis, sino que sean explicados por las dos. A medida que Gambetta desarrolló su investigación, se fue encontrando con casos de femicidas-suicidas cuyas características eran muy diferentes de la idea que tenía al comienzo. Según ella, estos suicidios ocurren principalmente “en parejas que están casadas o que vivían juntas, con hombres mayores o no tan jóvenes, son más frecuentes cuando hay un arma de fuego en el hogar, y no presentan indicios de violencia previa”. Aquí Gambetta vuelve a poner el freno, porque estos pueden ser “datos de la realidad” o una lectura muy pobre debido a la “ausencia de datos” que hay sobre estos casos.

Más allá de las hipótesis, el accionar de los femicidas y los suicidas-femicidas se construye en base a la violencia estructural, esa que está arraigada a los cimientos de la sociedad. Son fenómenos atravesados por los mandatos tradicionales y los roles estereotipados que existen alrededor del ser mujer y del ser hombre. También por la violencia machista y las relaciones de poder que rigen cada vínculo íntimo heterosexual. Porque no es lo mismo cuando un hombre mata a su pareja que cuando lo hace una mujer.

Las cifras muestran que el suicidio del autor posterior al femicidio es esencialmente masculino. Primero porque, estadísticamente, son muchas menos las mujeres que matan a sus parejas que los hombres que lo hacen. Pero, además, son muy diferentes las características de estos homicidios porque se experimentan sentimientos diferentes. Cuando una mujer mata a una pareja, generalmente porque esta persona era violenta con ella, se le llama “homicidio liberador”. Lo mata como una salida a la violencia que vive. Al contrario, cuando un hombre mata a su pareja mujer experimenta “remordimiento, arrepentimiento, angustia o tristeza”, dice Gambetta.

La cuestión es que no todos los hombres resuelven los conflictos de pareja o una separación asesinando a la mujer. Cabe preguntarse por qué tantos hombres terminan cometiendo un femicidio y, en última instancia, se suicidan.

El hombre vacío

No ser bebé, no ser mujer y no ser homosexual: los tres pilares en los que se construye y reafirma la masculinidad tradicional, esa del macho proveedor y protector. La filósofa francesa Elisabeth Badinter lo dice desde hace tres décadas, y el psicólogo y sexólogo Ruben Campero lo retoma para explicar, según su criterio, por qué un hombre deviene femicida. El autor del libro A lo macho. Sexo, deseo y masculinidad asegura que “los hombres violentos y femicidas no caen del cielo”.

Campero relata que, desde pequeño, el varón va constituyendo su masculinidad en base a ese “no soy” que detectó Badinter, lo que lo lleva a centrarse más en lo que no es que en lo que sí es: “qué me gusta, qué siento”. Como tampoco se lo habilita a conectar y habitar sus emociones y sensibilidad, esta identidad se vuelve un tanto frágil. Por eso “el niño va hacia afuera a buscarse. Genera vínculos de orden corporativo, crea un cuerpo común tipo ejército. Ahí tenés a la barra brava del fútbol y al club de Toby”, dice Campero a la diaria. Es en el afuera donde el hombre expresa de alguna forma lo que siente. El mecanismo llamado “acting out” en psicoanálisis es una puesta en actos del varón: si se enoja, le pega a la pared; si se frustra, consume un videojuego. “No lo pongas en el adentro, adentro no hay nada”, dice el psicólogo.

Hay otra ruta que toma el especialista para explicar la construcción de esta masculinidad hegemónica, que tiene que ver con el binarismo. Para él, la masculinidad, como un conjunto de prácticas, “toma sentido cuando interactúa con lo femenino”; sin embargo, es clave para el varón pensarse como un sujeto que no depende de nadie, que se autoabastece y autodefine. Para mantener esa independencia busca a alguien que dependa de él, alguien “donde volcar todo lo que yo no soy”. Campero agrega una frase típica del varón violento para ilustrarlo: “vos sin mí no sos nada” o “no valés nada”.

Entonces: la puesta en actos, el no ser, no llorar, no sentir, junto con la necesidad de independencia y proyectar la dependencia en otros, hacen que el varón no aprenda a manejar muchas variaciones de sus emociones. Principalmente, las que tienen que ver con el sentimiento de vulnerabilidad. Campero dice que, en general, cuando los hombres se enfrentan a situaciones complejas de la vida emocional, no se saben manejar. Cuando surge la amenaza de que la mujer lo deje, aparece en el hombre la percepción de la vulnerabilidad. No sabe cómo gestionarla, golpea, violenta y, en algunos casos, mata.

Ahora, ¿por qué se suicidan luego? Campero responde desde el psicoanálisis: “Cuando la persona dimensiona que mató, el psiquismo no tiene forma de recuperarse. Utilizó su último cartucho para sobrevivir. Lo cual es paradójico: el último cartucho que utilizó para no caer en la ruindad o no ser devorado por la propia existencia lo mata. Cuando él mata se está matando a sí mismo. No puede soportar el hecho de que es un sujeto vulnerable. Lo que quiere cuando mata es que desaparezca esa tensión que tanto lo angustia y que amenaza su independencia; vehiculizado por la misoginia, siente todo el odio hacia la mujer. Una vez que la otra vida desaparece, el sujeto queda solo y, sin ningún entrenamiento emocional, vuelve a sí mismo. Se encuentra con la absoluta nada, con el mismo infierno donde conecta con lo que negó todo el tiempo: que sí necesitaba de esa mujer. El psiquismo no puede con esto, colapsa y se suicida”.

Ruben Campero.

Ruben Campero.

Foto: Alessandro Maradei

Una extensión fálica

Hasta 2021, los femicidas eligieron como medio principal para asesinar el arma de fuego. Un método letal y efectivo. Según datos del MI, fue el año pasado que cambió esta tendencia, y el arma cortopunzante (48%) pasó a usarse más que la de fuego (29%). Para Zabaleta, este cambio se basa en la reducción de la movilidad fuera de casa por la pandemia y la crisis económica, aunque la normativa que introdujo el gobierno de Luis Lacalle Pou a partir de 2020 para regular la tenencia de armas es más laxa que la que existía antes.

De todas formas, a través de su investigación, Gambetta asegura que uno de los factores que asocia más fuertemente al suicidio de los femicidas es la presencia de armas de fuego en el hogar. Esto, según ella, se aplica para los homicidios domésticos en general y tiene una ecuación simple: “Hay un conflicto en el hogar y para dirimirlo hay un arma de fuego que tiene mucha más letalidad que cualquier otro medio. Incrementa la probabilidad de que alguno de los integrantes del hogar sea asesinado”.

El resultado de las investigaciones de Otamendi va en la misma línea. La socióloga le dedica un paper a este tema (Suicidios, femicidios-suicidios...), donde escribe que la mayoría de los femicidios-suicidios en Argentina se explican por el mayor uso de armas de fuego por parte de los femicidas. Asegura que esta preferencia tiene que ver con la construcción de la masculinidad hegemónica. Para ella, “las armas de fuego son símbolos de virilidad asociados al poder, la fuerza y la agresividad”, ayudan a “reforzar masculinidades frágiles” y a “mantener el estatus de buen padre y esposo que protege a su familia”. En resumen: las armas sirven para “facilitar la dominación masculina”, en este caso, sobre el cuerpo femenino.

Desde el punto de vista de Campero, para los hombres las armas son “como una extensión fálica”. Saber lo que un arma puede generar en los demás aumenta su “fantasía loca de poder”, es como una “piña mortal”.

Según datos del estudio internacional Small Arms Survey, de 2017, Uruguay es el país con la proporción de armas por habitante más alta de América Latina. Hay un promedio de 34,7 armas cada 100 habitantes, lo que correspondería a 1,04 armas por hogar. Si se repartieran todas las armas de civiles –por lo menos las registradas– que existen en el país, a cada hogar le tocaría una.

La última palabra

Como se dijo al comienzo de este artículo, investigar el suicidio es bien complejo. La persona desapareció; no se puede acceder a su versión de los hechos, a una declaración judicial o a una pericia psicológica, lo cual es fundamental para entender el fenómeno de los femicidas-suicidas. Estos hombres no sólo deciden terminar con la vida de su pareja mujer, sino que ellos mismos desaparecen sin dejar rastros, aportar explicaciones ni acatar una pena por lo que hicieron. Se llevan toda la información a la tumba.

Cuando un femicida se suicida no hay justicia. Como la persona ya no existe, el caso no se investiga; se documenta y se archiva. Para las especialistas, podría ser una forma de “blindar el caso a la hora de conseguir información”. O de tener la última palabra, controlar la situación hasta el último momento.

Reconocer los fascismos propios y el desarme de la masculinidad hegemónica

“Me preguntan cómo se puede bajar los femicidios íntimos, y hay que entender que son violencia de género en el marco de la pareja, pero que también son homicidios. Para bajar los homicidios hay que controlar la cantidad de armas de fuego que hay en circulación y el mercado negro de armas”, plantea Gambetta. Para la académica, esto es fundamental y debe ser una de las principales acciones para sugerir políticas públicas.

La socióloga Otamendi explica en su paper que el arma de fuego también es un factor de riesgo en los suicidios porque su mayor letalidad limita el arrepentimiento, la detección y la intervención de terceros. Agrega que el primer Plan de Acción en Salud Mental de la Organización Mundial de la Salud plantea como estrategia para prevenir los suicidios limitar el acceso a los medios para llevarlos a cabo, entre ellos las armas de fuego. La experta argentina hace referencia a esta acción como “el desarme de la masculinidad hegemónica”.

Otro aspecto a tener en cuenta, según Gambetta, es la forma en la que la Policía recaba la información, ya que es una institución que lleva un proceso de sensibilización con perspectiva de género muy reciente. A lo largo de los últimos años, ella ha visto cómo empezó a aparecer nueva información para los casos de femicidio íntimo. Por ejemplo, es muy importante saber si previo al femicidio hubo violencia doméstica, si los testigos dieron información sobre el conflicto en el marco de la pareja, o si la mujer había dado indicios de terminar con la relación. Cuanta más información, se puede hacer un mejor estudio de los casos, y generar acciones de prevención más ajustadas a la realidad.

Zabaleta hace hincapié en el trabajo de las comisarías que reciben denuncias por violencia de género. Para ella es importante “prestar atención a la población y asegurar que los mecanismos de denuncia y detección sean realmente accesibles, cercanos. Que se derive y oriente responsablemente a las víctimas de violencia de género que quieren denunciar”. En resumen, hay que “tener empatía y estar al servicio”.

Para Campero, es importante trabajar en prevención con hombres violentos y en la aplicación de la educación sexual integral. El sexólogo entiende que, como sociedad, debemos “aceptar nuestra violencia, reconocer nuestros propios fascismos cotidianos, pero no de forma escandalosa. Decir ‘los tipos son una mierda’ es una negación, es que sigo apegado a un ideal de cómo debemos ser. Tenemos que reconocer lo que estamos haciendo, no negarlo”.