Ana Chacha de León y Victoria Bonanata son amigas hace años. Amigas de la comparsa, de la música, de la vida. En 2005, fueron parte de un grupo de 80 mujeres que el 8 de marzo se juntó en la avenida 18 de Julio para marcar el ritmo de la marcha del Día de la Mujer. De ese encuentro, nació la comparsa de mujeres La Melaza. Ambas son percusionistas y talleristas, por lo que les han transmitido a muchas otras el gusto por tocar el tambor. Bonanata también es estudiante avanzada de antropología y De León especialista en gestión cultural. Desde 2015, fusionan su pasión por el candombe a través de un proyecto que investiga a las mujeres tamborileras de Uruguay.

tamborileras.uy nació como un trabajo de De León para la diplomatura en Gestión Cultural de la Universidad de la República. A ella le encanta la historia y el candombe, por lo que se propuso investigar el rol de las mujeres en ese ámbito cultural y artístico. Sus tutores la alentaron con ese objetivo porque reconocieron que no había investigación al respecto y le propusieron que uniera esfuerzos con una antropóloga. De León invitó a Bonanata, con quien decidieron investigar y difundir la historia y evolución de las mujeres tamborileras en Uruguay.

“Conocemos a las más veteranas, algunas aún están vivas, hagámoslo. Es importante contarle a la gente estas historias”, rememora Bonanata, que está sentada en el living de su casa en Palermo un domingo a la noche. Mientras afuera rugen los tambores, sigue contando otra de sus motivaciones fundamentales: “Conocemos los nombres de los tamborileros hombres más destacados pero no el de las mujeres. Muchas de ellas han permanecido en la sombra todos estos años”.

Desde un comienzo se propusieron investigar la historia de “las mujeres que colgaron tambor en el desfile de Llamadas en la ciudad de Montevideo”, cuenta De León. Así es como surgen en la entrevista con la diaria los nombres de las que han identificado hasta ahora como las pioneras del toque del tambor en el país. “De lo que sabemos, Luquita Fargas es la primera”, dicen. Esa mujer que con 14 años fue un suceso en el desfile de Llamadas de 1965 cuando desfiló con Morenada colgando el tambor y que la prensa de la época apodó “la novia del tamboril”.

A Fargas le dedican un primer minidocumental, que luego presentaron con su presencia a través de un vivo en redes sociales. En setiembre del año pasado Fargas falleció y se le hicieron varios homenajes en las calles de Montevideo.

Luego surge el nombre de la ineludible Chabela Ramírez. Del barrio Palermo, la candombera y activista afro aprendió a cantar y a bailar candombe desde niña, siendo una reconocida figura del Carnaval. Si bien “Chabela Ramírez no colgó tambor en las Llamadas, fue pionera en fundar una cuerda de tambores de mujeres llamada Nosotras y en tocar junto con compañeras de esa cuerda en el concurso oficial de Carnaval para la comparsa Concierto Lubolo 1988, en sus presentaciones en el Teatro de Verano”, explica De León para dar cuenta de que el objetivo de la investigación se amplió. El segundo minidocumental es sobre su historia.

A medida que fueron presentando los documentales, la gente comenzó a recordar. Les comentaron que, previo a Fargas, ya salía en comparsas María Alba Silva Núñez, alias Chela, de la familia de los Catatumba de Ansina, quien hoy tendría casi 90 años. “Fueron apareciendo nuevos nombres. Había que empezar a visibilizar a las pioneras para agilizar la memoria de la gente. Hay muchas más y todavía no sabemos nada de las del interior del país”, cuenta De León. Así y todo, son conscientes de que identificarlas no es tarea sencilla, como explica Bonanata: “Nos dijeron que al estar los integrantes de las comparsas vestidos de lubolos, algunas eran mujeres que no se reconocían” por las vestimentas.

Para la realización de los minidocumentales sobre Luquita Fargas y Chabela Ramírez contaron con la financiación de la Comisión Interministerial de Apoyo al Tango y al Candombe y esperan conseguir más financiación para contar la historia de Chela y otras pioneras del tambor. Igualmente, están dando los últimos esfuerzos para terminar un tercer minidocumental. En este caso, la protagonista es Berta Pereira, la percusionista especializada en música afrouruguaya y fundadora del grupo de danza, percusión y canto Berta Pereira y las Comadres.

Las reinas del tamboril

A Gladys Esther Fargas la llamaban Luquita por ser nieta del abuelo Lucas. Nació el 14 de mayo de 1950, oriunda del barrio Colón. Al comienzo del minidocumental, donde se la ve y escucha tocar el tambor con destreza, cuenta sobre sus primeros pasos en la música. Unos tíos por parte de madre, que venían de Brasil, tocaban la guitarra. Cuando ella era niña, cada vez que ensayaban se les acercaba con la intención de aprender. A su madre no le gustaba que se juntara con varones, pero ella insistía.

“A mí fue un don que Dios me dio, yo retenía [la música] y después lo hacía”, cuenta Fargas. Y dice que salía todos los domingos a las calles del barrio a acompañar el desfile de candombe, hasta que un día le preguntaron si quería tocar y agarró. En ese tiempo, le gustaba el piano. Aun siendo adolescente, su padre la llevó a hacer la prueba con Morenada. Unos días después, colgó el tambor con la comparsa por 18 de Julio. Esa Fargas adolescente era una novedad; “la novia del tamboril”, publicaba la prensa de la época y la mostraba en la primera fila de la comparsa.

“Muchos me querían tirar hasta con una silla. Decían ‘esta negra qué se cree, qué va a tocar’”, relata Fargas sobre sus comienzos en el candombe. Les tuvo que demostrar a “los muchachos” que sabía tocar. Luego se unió como percusionista a dos orquestas que iban a los bailes todos los fines de semana. Su padre siempre la acompañaba. Ella no había cumplido los 18 años cuando su padre se enfermó y ya no la pudo acompañar. Él insistió en que siguiera, que era buena en lo que hacía, ella pensó en abandonar.

Desde tamborileras.uy sostienen que Fargas debe de ser la primera mujer que trabajó profesionalmente como percusionista en Uruguay. “Luquita trabajó unos ocho años como percusionista, pero, cuando su padre enfermó, su actividad fue mermando. Incluso le salió un viaje al extranjero [por trabajo], pero no fue porque su padre ya estaba mal”, cuenta Bonanata sobre los desafíos a los que se enfrentó Fargas a fines de la década del 60 en un ámbito de hombres.

La historia de Isabel Chabela Ramírez es otra. Esta artista, que se define en sus redes sociales como cantante y afrofeminista, nació en 1958 en Montevideo. En el minidocumental se la ve paseando por las calles de Palermo, mientras va contando sus comienzos en el candombe. El tambor llegó a su vida desde pequeña, cuando su madre la llevaba, junto con sus hermanos, a los tambores. “Ese sonido me asustaba y me atraía poderosamente”, relata.

Avanzada la década del 70 la invitaron a una comida en un club de fútbol del barrio, el Tacuarí. Allí se celebraban regularmente comidas entre hombres, pero esta vez las mujeres del barrio pidieron el local. Ramírez recuerda que en esa ocasión las más veteranas les dijeron a las jóvenes: “Chiquilinas, ustedes tienen que tocar el tambor”. Luego, ese día, salieron las veteranas a tocarlo.

Para Bonanata, “es difícil que las mujeres [afrouruguayas] no supieran tocar el tambor. Capaz que no tenían el expertise, pero sí debían de tener el patrón rítmico en la cabeza, la ancestralidad en el alma y la sensibilidad en las manos. Ellas cuentan que tocaban sobre las mesas”. Y hace la comparación a la inversa: “Como es bastante improbable que los hombres no supieran bailar candombe”.

A fines de la década del 80, Ramírez se une a la comparsa Concierto Lubolo. Ella cuenta que Eduardo Da Luz hacía las letras y ella le pidió cantar una canción para la mujer. “Ahí vinieron los problemas, no con Eduardo, que hizo la canción “Le canto a usted”. La cuestión fue cómo se ejecutaba esa canción. En aquel momento, el mundo del arte y el candombe era absolutamente masculino”, relata Ramírez en el minidocumental.

En esa misma época, Ramírez y otras cuatro mujeres afro crearon la cuerda de tambores Nosotras, que era parte de la organización de la sociedad civil Amandla. Ellas salían a tocar a manifestaciones antirracistas, antiapartheid, y reivindicaban: “Queremos tener nuestra propia voz”. “Fue necesario crear un grupo de mujeres que cantara, bailara e hiciera teatro para poder fortalecernos”, recuerda la artista.

El camino de las pioneras no ha sido fácil ni ha estado exento de obstáculos. “A Luquita le pincharon el bongó antes de subir al escenario para un espectáculo en el Teatro de Verano. Ella subió igual, hizo la mímica de que estaba tocando con toda la fuerza”, relata De León. Algo parecido le sucedió a Ramírez, que previo a un espectáculo en el que iba a tocar la canción dedicada a la mujer, le robaron el vestuario.

Incluso, más cerca en el tiempo, en marzo de 2022, Ramírez denunció una “agresión racista” contra ella luego de participar con la comparsa Valores Ansina en el Teatro de Verano.

Caminar juntas

Las investigaciones que desarrollan en tamborileras.uy tienen como centro visibilizar a las mujeres tamborileras, y quienes más aparecen como invisibilizadas son las mujeres afro. Debido a la situación de opresión causada por el racismo, la mujer afro tuvo menos habilitado salir a bailar y a tocar en las comparsas que la mujer blanca. “Bailarinas del viejo Ansina cuentan que era mal visto bailar, no en el barrio, pero salir en los desfiles con la comparsa sí era polémico”, relata Bonanata.

Comparten el ejemplo de Linda Suárez, una “excelente tamborilera”, que a los 16 años sus padres no la dejaron subir al Teatro de Verano a tocar con sus compañeras de la cuerda Nosotras para el concierto Lubolo 1988. O el caso de la bailarina Isabel Correa, que cuando eran adolescentes con su hermana se escapaban de su casa para ir a bailar al Teatro de Verano y volver sin que sus padres se enteraran. “Debido al prejuicio y la estigmatización los padres intentaban cuidar a sus hijas”, dice Bonanata. Y agrega: “Otro tema es el socioeconómico; la población afro sigue bajo la línea de pobreza. Para muchas mujeres afro es más difícil acceder a un instrumento como el tambor”.

Para Bonanata, es muy importante tener siempre presente el origen del candombe y el contexto de racismo en el que vive la comunidad afrouruguaya. Por eso reflexiona: “¿Estamos atentas al racismo? ¿A tener respeto por la cultura afro, por las referentas, por la ancestralidad? Estamos gozando de una expresión cultural por la que los afro han resistido y sufrido muchísimo. Si no lo vivimos de forma consciente, se pueden seguir cometiendo injusticias y generando rispideces con las compañeras afro, que con su militancia cada día levantan su voz con más fuerza. Se hace imperioso caminar juntas”.

60 cuerdas de tambores de mujeres y disidencias en el mundo

Desde tamborileras.uy hicieron un relevamiento sobre las comparsas y cuerdas de tambores organizadas e integradas por mujeres y disidencias en Uruguay y el mundo. La evolución de la mujer como tamborilera en el candombe es imponente. Actualmente, en Uruguay existen 25 comparsas y cuerdas de este tipo y en Argentina 31. También hay una en Brasil, dos en Colombia, una en Chile y una en Barcelona (España), que se llama Luquita Candombe en honor a Luquita Fargas. Y aunque algunas ya no están activas, de ellas se han ido originando nuevas agrupaciones y colectivos.

De León considera que “el candombe está siendo la cortina musical del feminismo en el Río de la Plata. Es el ritmo que acompaña en las marchas en Uruguay y en Argentina”. Y agrega: “El candombe siempre ocupó un lugar de resistencia y de lucha, y eso los feminismos lo han tomado. Tiene una profunda fuerza y simbología, no es algo para banalizar”.