La noticia de un femicidio siempre impacta, indigna y duele. Es la ratificación de que falló todo. Un recordatorio de que el sistema que tiene que proteger a las mujeres que atraviesan situaciones de violencia de género sigue llegando tarde, incluso cuando denuncian. De que hay algo que, como sociedad, no pudimos ver. De que ninguna está completamente a salvo.

Esa fue también la sensación que provocó la noticia del femicidio de Valentina Cancela, la adolescente de 17 años que fue asesinada en Punta del Este por su exnovio, que tiene la misma edad. A medida que se dieron a conocer los detalles del caso, trascendió que ella ya lo había denunciado y que a fines de junio su mamá llegó a pedir una orden de prohibición de acercamiento, según informó El País. Esa orden se llegó a expedir, aunque al agresor no se le colocó tobillera ni se tomaron otras medidas preventivas. De hecho, este viernes se supo que la jueza que abordó el caso se limitó a dictar una resolución judicial en la que dispuso “intimar a los menores a un buen relacionamiento”, así como “intimar a todos los progenitores al estricto cumplimiento de los deberes inherentes a la patria potestad”.

Una primera pregunta que surge es por qué, ante reiteradas denuncias, la Justicia no tomó otras medidas para proteger la vida de Valentina. Lo mismo le pasó unos días antes a Natalia Lagos y a tantas otras. ¿Por qué siguen siendo asesinadas mujeres que habían denunciado a su agresor? ¿En qué falla el sistema? ¿Quién se hace responsable?

Pero el caso de Valentina nos pone frente a frente con otra cuestión: ¿en qué estamos fallando para llegar al punto en el que un adolescente se convierte en femicida? ¿Qué estamos haciendo para criar masculinidades no violentas?

la diaria conversó al respecto con dos especialistas en temas de género, masculinidades y adolescencias, que apuntaron a la importancia de promover más y mejor educación sexual integral (ESI), que explore el universo de los vínculos, de las emociones y la afectividad, y eduque en igualdad. En esa línea, reflexionaron en torno a qué rol tiene que ocupar el Estado y qué podemos hacer, en el día a día, como sociedad.

Educar para transformar: el papel de la ESI

Construir nuevas masculinidades y promover adolescencias libres de violencia es un compromiso de “todas y todos”, pero “quien tiene mayor responsabilidad es el Estado”, dijo a la diaria Andrea Tuana, trabajadora social, directora de la asociación civil El Paso e integrante de la Intersocial Feminista. Sin embargo, consideró que “desde las políticas de Estado no estamos haciendo nada para que mañana no haya otro femicida”.

La experta reconoció que en los últimos 20 años Uruguay “avanzó en institucionalidad, en respuestas, en recursos, en leyes”, pero no en términos de reconocer que “la violencia tiene que ver con las desigualdades de género y generacionales”, lo que tiene como consecuencia que “no se ha avanzado en incorporar una política para transformar las desigualdades de género que hoy tenemos”. Ese es el problema de raíz. En este punto, dijo que hay una “responsabilidad muy grande de las autoridades educativas”, que “no están pensando este problema como un problema de desigualdad, que tiene que ser abordado desde las aulas, y, por lo tanto, no les están dando herramientas a los chiquilines y a las chiquilinas para poder tener vínculos libres de violencia”.

En este marco es que aparece la ESI, como una herramienta que aporta a la prevención de la violencia de género en tanto “le da visibilidad a cómo se establecen las relaciones y los roles de género en esta sociedad”, explicó Tuana. Porque no hay que olvidar que la mayoría de las situaciones de violencia de género en Uruguay ocurre en el contexto de la pareja o expareja, según los resultados de la última encuesta nacional sobre el tema, y es también el ámbito en el que se registra la mayor parte de los femicidios.

“Lo que muestra la ESI es que hay un modelo de socialización en el que nos van enseñando cómo ser y crecer como niñas y niños, y a vincularnos, y que ese modelo es ‘violentogénico’, como dice Rita Segato; es un modelo que está basado en relaciones de jerarquía, de abuso de poder y de dominación en general de los varones hacia las mujeres”, ahondó la trabajadora social. Así, promueve a la vez “modelos hacia la igualdad, que busquen romper esos estereotipos que abonan a una sociedad machista y violenta”, sentenció.

Nicolás Sosa, profesor de Filosofía y educador sexual especializado en estudios sobre masculinidades y disidencias, afirmó que la ESI es fundamental para trabajar la violencia porque, además de proponer “una revisión sobre sí”, aborda dimensiones de la vida como la “vincularidad, el cuerpo, el relacionamiento con pares y con el mundo adulto”. “La idea es que pueda orientar y contactar con lo que sentimos, con lo que nos pasa. Es un laburo que tiene que ver con el encuentro de esa vincularidad y la gestión de las emociones”, enfatizó en diálogo con la diaria. El docente puntualizó que “no hay ninguna otra asignatura ni en la escuela ni en el liceo cuya temática sean las emociones” y que “en eso estamos fallando”. “Los varones no hablan de lo que sienten, hablan de lo que tienen que hacer y cumplir, y ahí hay un problema muy grave”, agregó.

Sosa valoró que, pese a esto, la situación de la ESI en Uruguay hoy “es endeble y muy precaria, por lo menos en el contexto de educación secundaria pública”. Uno de los problemas que acarrea es que “hay una o un referente de educación sexual por liceo, que tiene una carga de diez horas de 45 minutos, o sea que son siete horas y media reloj por semana para el abordaje de toda la institución”. El resultado es que, “en cuanto al abordaje pedagógico y didáctico, no alcanzan los equipos multidisciplinarios que hay para el desborde emocional que existe en las instituciones”. A esto se suma que el cargo no cuenta con la posibilidad de efectivización, por lo que la continuidad se va viendo “año a año”.

“Algo tan central en la vida de los seres humanos, como son los vínculos en igualdad, no puede depender de la buena voluntad del docente, de una organización que va y hace un taller, o de una campaña que una vez por año se replica”, apuntó por su parte Tuana, esto último en referencia a la campaña “Noviazgos libres de violencia”, que lidera el Instituto Nacional de las Mujeres desde 2016. “Es una preciosa campaña que hace el gobierno, pero que rasca donde no pica”, porque este tema no se resuelve con una acción puntual, sino que “tiene que transversalizar todo”, opinó la activista. Sin embargo, dijo, “no hay ni voluntad política ni una jerarquización de esta temática”.

La igualdad se aprende en casa

A las mujeres nos educan desde niñas para cuidarnos, pero a los varones no les enseñan a no violentar. Este mensaje aparece de forma recurrente en pancartas feministas y también lo replicó este viernes Isabel, amiga de Valentina, en una de las movilizaciones que se hicieron en Maldonado para exigir justicia y recordar a la adolescente.

Más allá de las responsabilidades que tiene que asumir el Estado, ¿qué podemos hacer en el día a día para contribuir a masculinidades no violentas? Tuana dijo que la familia puede aportar “en una educación en igualdad, en la que se fortalezca a las personas como sujetos de derechos, se hable con los hijos e hijas sobre las desigualdades, sobre el machismo, en la que se enseñe a un hijo que ser varón no implica seguir este modelo hegemónico que es machista y violento”.

Por su parte, Sosa planteó la importancia de hablar, pero no necesariamente sobre la violencia de género –eso es algo que “lo ven, lo perciben”, dijo–, sino para empezar a resignificar “una pregunta tan sencilla que es qué nos pasa, y poder contactar con esas sensaciones más primarias”. Pero, para eso, tiene que haber una relación comunicativa que lo habilite. “Si yo como adulto estoy constantemente peleando con el mundo adolescente y estoy en puja, es muy difícil que se generen esas aperturas”, señaló en esa línea, y sugirió que si percibimos que no tenemos las herramientas para habilitar esa instancia se puede “delegar” a otra figura que sea referente para ese o esa adolescente.

El educador sexual también cuestionó la idea misma de construir nuevas masculinidades. “¿Por qué no construimos otra cosa? Porque las masculinidades tienen una simiente y una historia de violencia muy arraigada a los distintos contextos y a los distintos devenires históricos, entonces vamos a pensar, antes de construir nuevas masculinidades, para no reincidir en las formas educativas, proyectivas de composición psíquica, del mismo modo que lo que ya se venía dando antes. ¿Qué tendrían de distinto estas nuevas masculinidades y qué guardarían de igual –porque se seguirían llamando ‘masculinidades’–?”, invitó a preguntarse. “Es cierto que en modo automático exigimos nuevas masculinidades, y yo no sé si quiero nuevas masculinidades”, planteó; “yo lo que no quiero es más violencia de género”.