Las infancias trans exigen del psicoanálisis una óptica que sea “interdisciplinar y contemporánea”; una “problematización de los recursos técnicos”; una “no patologización per se”; y una “revisión de conceptos psicoanalíticos fundamentales”. Estas son algunas de las conclusiones a las que llegó Mauricio Clavero, doctor en psicoanálisis y magíster en Psicología Clínica especializado en disidencias, después de una investigación de casi cinco años que plasmó en su tesis doctoral, defendida este año.
Su trabajo indagó en cuáles son los puntos de vista que poseen las y los psicoanalistas clínicos en torno a las infancias trans y qué posibles interrogantes, interpelaciones y revisiones podrían realizar a sus marcos teóricos interpretativos y prácticas. Pero los hallazgos constituyen más que sólo un aporte a las prácticas psicoanalíticas y sirven también como una herramienta para un trato cotidiano de las infancias trans libre de discriminaciones y violencias.
En entrevista con la diaria, el experto profundizó en los principales resultados.
¿Por qué el interés en investigar las perspectivas de las y los psicoanalistas específicamente sobre las infancias trans?
Podría decir que el interés es múltiple, pero surge sobre todo porque existe una vacancia a nivel académico sobre las perspectivas de los psicoanalistas en relación con el universo trans y particularmente las infancias trans. Frente a la vacancia, uno puede sentirse convocado a producir conocimiento. Ahí es que yo me propongo una tesis doctoral de carácter cualitativo. Entiendo que las diversidades sexuales llevan consigo presentaciones subjetivas que, de alguna manera, propician la discusión de conceptualizaciones psicoanalíticas relativas a lo que es nuestra fuente de trabajo, que es la sexualidad, los géneros, los sexos, y sobre todo la psicosexualidad, que es lo propiamente psicoanalítico. Y, particularmente, me parece que lo que denominamos transidentidades interpelan la relación entre el sexo y el género y se evidencia allí un carácter disidente con relación a lo que es la cisheteronorma. Entonces, para mí, reconocer la existencia de niñeces trans* –con asterisco, porque es un gran paraguas– desde una identidad de género autopercibida, pone de manifiesto subjetividades sexuadas y emplazamientos deseantes identitarios que alteran el régimen instituido de la sexualidad. El psicoanálisis, como disciplina que aborda la psicosexualidad, puede sentirse convocado a poner un posicionamiento frente a esta realidad, tanto desde los aportes teóricos como clínicos. El otro gran desafío es la posibilidad de interpelar la metapsicología. Ni que hablar que me parece un tema de relevancia para la población trans en sí misma, históricamente atravesada por transodio y exclusiones múltiples. La idea es, sin caer en un extractivismo académico, poder brindar un conocimiento sobre el gran universo trans.
¿Tiene también que ver con cómo podría incidir una intervención desde la infancia en esas trayectorias de vida?
Me parece que si bien el origen del posicionamiento psicoanalítico estuvo de frente a lo social, algunas veces le ha dado la espalda. Entonces, acá lo que rescato es esto de “deconstruir inconscientes”, por decirlo de alguna manera, y de un psicoanálisis extramuros, que vaya más allá de nuestros consultorios y de nuestras instituciones psicoanalíticas. Creo que tenemos un debe con la población trans y con el universo trans. Pienso que, así como en otro momento tuvimos un fuerte posicionamiento frente a las sexualidades que hacían ruido y que eran disruptivas por la orientación sexual, hoy persiste un ruido, a veces un poco camuflado bajo la corrección política institucional o porque sabemos que ahora hay marcos jurídicos que regulan estas realidades, pero que es de discriminación, donde rápidamente apareció la psicopatologización y la psicopatologización per se. Cuando digo per se es “de antemano a”: cualquier paciente que tenga una identidad de género sexogenérica disidente, sea en la niñez o en la adultez, puede estar cargado de un orden psicopatológico, por lo cual hay que revalorizar el diagnóstico, pero de la misma manera que una persona cis. Durante un buen tiempo se antepuso el orden psicopatológico denigrando los aportes, por ejemplo, que tienen que ver con la identidad sexogenérica. Escuchabas discursos de personas, algunas muy renombradas, que decían “bueno, pero si este paciente quiere ser un elefante, ¿vamos a decir que es un elefante?”, no conociendo los aportes de lo que hoy ya denominamos psicoanálisis de género.
Acá revalorizo los aportes foucaultianos de poder pensar de otro modo y de cómo es clave, para un psicoanálisis contemporáneo, la posibilidad del trabajo desde la interdisciplina. Cuando digo interdisciplina no me refiero sólo a que yo me tenga que comunicar con la maestra o con la trabajadora social, por ejemplo, sino a la formación interdisciplinar, a poder conocer qué escribieron estas biografías de vida. Algo que me parece clave es que, para poder trabajar con esta realidad, no tenemos que hacer una clínica o una teoría especial para los especiales, sino una clínica y una teoría de la especificidad, así como hay otras clínicas que necesitan formaciones específicas como puede ser la clínica de las violencias, por ejemplo. Entonces, sin incurrir en un extractivismo académico, leer y escuchar historias de vida de las personas trans y, a partir de eso, hacer algo. Porque la realidad es que lo que se ha producido desde el psicoanálisis lo hemos producido personas cis. Las personas trans no han alcanzado estos lugares por las trayectorias de vida que implican la exclusión temprana. Por suerte están llegando a la academia y están produciendo en primera voz.
A nivel personal, a mí me han interesado siempre estos temas, entonces fui creando líneas de investigación, porque entiendo que la academia y las organizaciones científicas tienen que poder decir algo sobre esto. Y algo de lo que yo estoy diciendo hoy es: tengamos especial cuidado con no repetir lo que hicimos con la homosexualidad en los 80 –que hoy está más “saldado”, entre comillas, porque las discriminaciones siguen–, y que las personas trans o las identidades disidentes no se conviertan en esos conejillos de indias que fueron las homosexualidades en su momento.
Lo mencionabas recién y hacés referencia en tu tesis a la patologización de las infancias trans por parte del psicoanálisis. ¿Qué prácticas hacen a esa patologización?
El mayor debate que se pone sobre la mesa para poder pensar la psicopatologización es el que tiene un marco psicoanalítico definido por la diferencia sexual, mientras que acá estamos planteando la diversidad sexual. La diferencia sexual está atravesada por un paradigma de época totalmente binario, jerárquico, falocéntrico. En tanto, la diversidad sexual abre un abanico de posibilidades que de alguna manera interpela todas esas resoluciones binarias (homo/hetero, activo/pasivo) y sacude la teoría desde la realidad. Hoy hay gurises que llegan al consultorio y se presentan como asexuales, no binaries. Es riquísimo hacer el ejercicio de empatizar y poder pensar todo esto no rotulándolo rápidamente como “esto es una psicopatología” porque no va por la vía que tiene que ir o porque no tiene la resolución que tiene que tener. Eso nos invita a pensar: de estas teorías y paradigmas, ¿qué se tiene que sostener y de qué lastre nos tenemos que desprender?
Por otro lado, me parece clave decir que las infancias trans son infancias posibles, de las cuales sabemos poco aún; poco desde nuestra disciplina, pero bastante, por ejemplo, desde el transfeminismo, el transconocimiento, los estudios cuir –y lo digo con c y no con q, en una cosa decolonial– y desde las propias comunidades. Lo cierto es que estas corposubjetividades trans –utilizo este término porque están atravesadas por la interseccionalidad, por el pensamiento situado, y tienen sus propias coordenadas más allá de lo común con otres– vienen a interpelar nuestro aquí y ahora, nuestras nociones de niñeces y de infancias. Hoy, además, bajo marcos jurídicos regulatorios que, como la teoría crítica dice, se convierten en marcos de oportunidades. Argentina y Uruguay son referentes para el mundo por estas leyes de avanzada, aunque una cosa es la ley y otra cosa es lo que realmente se está aplicando.
¿Qué procesos particulares se dan en las infancias trans que tienen que ser contemplados a la hora de pensar en la intervención desde el psicoanálisis?
Como cualquier otra infancia, el sufrimiento que puede haber. Si hay un particular sufrimiento en lo que tiene que ver con lo trans se abordará, pero me refiero al sufrimiento en el sentido amplio. Prestar atención al pedido de ayuda –más o menos manifiesto– y, como cualquier intervención con niñeces, a las figuras de cuidado que los rodeen. Las familias llegan a veces con una postura no tanto desde el orden de la responsabilidad sino desde tirarse las culpas porque el proyecto identitario sobre ese hijo o hija se ve interpelado y, por lo tanto, el proyecto parental también, y produce una herida narcisista importante. Ahí se trabaja con los recursos psíquicos que nos encontremos de cada red familiar y cada red vincular. Después vamos ampliando con los recursos que tiene la escuela, el sistema de salud. Por lo tanto, trabajar con el narcisismo, con cómo se mira a ese niñe y cómo se le devuelve un “esto es posible y te vamos a estar acompañando en todo, construyendo un saber juntos”. Eso es clave, porque la exclusión del seno familiar es muy temprana. A mí me gusta mucho Paul B Preciado cuando en Un apartamento en Urano transmite esto de que la transición no tiene que ver sólo con quien transita, sino con la población que lo aloja, y se va haciendo en la medida en que se va transitando. Entonces, si nos convocan a acompañar, los psicoanalistas después podremos teorizar o podremos ir construyendo algo allí. Pero me parece que acompañar es clave, y acompañar a veces no es sólo desde una clínica o desde el juego (como acceso a lo simbólico), sino también con intervenciones. Ir a la escuela e intervenir; ir al médico si es necesario e intervenir. Otorgar y coconstruir herramientas con los padres para que ellos intervengan pero, si no alcanza, poder ir como técnico.
En tu trabajo decís que uno de los aportes de la investigación es haber generado pautas de “qué caminos evitar para no reproducir en acto posiciones de exclusión y discriminación hacia las infancias trans”. ¿Cuáles son esos caminos a evitar?
Es eso: no reproducir en acto. No reproducir en acto es no poner en acción, sin un pienso previo, una expulsión que las disidencias ya han atravesado. Que las transidentidades y las transidentidades en la infancia no se conviertan en lo que pudo ser la homosexualidad en otros tiempos. Por otro lado, una de las posiciones que en la investigación suele surgir es: hay que dar tiempo. Ni que hablar que hay que cuidar el tiempo personal, intrapsíquico, intersubjetivo de cada niñe. Pero que no se convierta eso en una defensa de que no intervenimos, porque intervenir también puede ser “no hago nada con esto”, entonces me quedo en una posición muy cercana a lo que en otros momentos llamábamos “neutralidad”. Estas cosas interpelan a nivel técnico a los psicoanalistas, que quedamos entre la neutralidad y la abstinencia. La abstinencia es decir “no voy a poner de mí para este niño porque me tengo que regular y pensar qué me mueve a mí”. Pero la neutralidad se ve muy interpelada: nadie es neutral cuando recibe a un otro. Entonces, acompañar estas niñeces desde una perspectiva de derechos me parece que es clave.
¿Estas pautas también pueden servir para las familias de esas infancias trans?
Las pautas y criterios que construya cada familia, como todo lo que trabaja con la subjetividad, tienen que ser artesanales, una suerte de “traje a medida”, que no implica el “vale todo”, pero sí las consideraciones de lo singular. Creo que las familias tienen mucho más para decirnos a nosotros de lo que los psicoanalistas tenemos para decirles a ellas. Lo que nosotros podemos prestar es un dispositivo que dispone a escuchar, a acompañar las angustias inherentes a cada situación, los posibles duelos que haya que elaborar, los posibles movimientos como, por ejemplo, un cambio de nombre y lo que eso implica en la construcción identitaria familiar, en ese proyecto familiar.
También decís que es importante escuchar a estas infancias en primera persona. ¿Qué temas suelen plantear en la consulta?
Vamos a pensarlo con el niño inserto en la familia. Ahí hay elementos que son claves: la angustia de esa familia de cómo puede ser discriminado, cómo puede ser objeto de transodio y de exclusión, cómo no repetir o no poner en actos exclusiones desde el núcleo familiar, y cómo albergar esto de la forma más cuidadosa. Tenemos un gran camino cuando una familia consulta porque, en algún punto, está pidiendo ayuda. Después hay otras cuestiones, como que no es lo mismo una transición transmasculina que una transfemenina. El momento en el que se pide, por ejemplo, un corte de cabello, es muy significativo. Cuando el niñe pide jugar a juegos tradicionalmente adjudicados desde el binarismo al “sexo opuesto” al otorgado al nacer, es un momento que genera mucha angustia. A la vez, tenemos otro desafío como psicoanalistas que es a nivel de la prevención: cómo ir a una escuela a hablar de esto, cómo hablar con colegas, cómo publicar o cómo difundir en medios masivos, como puede ser una entrevista como esta.