Si hay algo que a Luan Olivera le apasiona es nadar. Este varón trans de 29 años, licenciado en Psicología, empezó con el deporte acuático en la niñez y se dedicó al nado de alto rendimiento. Podía pasar una hora nadando sin parar. Llegó a entrenar al menos cuatro veces a la semana en varios clubes de Montevideo. Lo que Olivera no imaginaba antes de transicionar era que los clubes y vestuarios no están preparados para lo que sería su nuevo cuerpo e identidad.

Para quienes no conocen un vestuario masculino, las duchas están dispuestas en círculo y no tienen cerramientos o divisiones entre una y otra. Tampoco una mampara o cortina. Al contrario de los vestuarios para mujeres, los cuerpos de los varones se exponen entre sí mientras se higienizan. Así están dispuestas las duchas de los cinco clubes privados y uno público que visitó Olivera el año pasado en Montevideo y la Costa de Oro, Canelones.

Esa es la gira de club en club que hizo buscando un vestuario donde poder cambiarse, cómodo, sin la mirada inquisidora de los demás. “El deporte acuático es el más heavy en relación a la exposición del cuerpo. Por orden institucional, te tenés que bañar desnudo, sin la malla, antes de entrar a la piscina. En el resto de los deportes te duchás en tu casa, pero acá no. Y yo no tengo la operación de los senos”, cuenta a la diaria. Olivera se refiere a la mastectomía, una cirugía muy común entre los varones trans, en la que se extirpan los senos.

Como no quería dejar de nadar, consultó a cada una de las directivas de los clubes por una solución, pero dice que las respuestas fueron “horribles”: “Andá al baño de las administrativas”, “andá a los vestuarios femeninos”, “andá a ese vestuario que está en construcción y que aún no está habilitado”, o directamente “acá no vengas”. Algunos le dijeron que sí, que tenían cortinas, pero llegado el momento de cambiarse antes de entrar a la piscina no era así. Otra vez las miradas incómodas sobre su cuerpo desnudo.

Olivera dice que el vestuario femenino no es una opción: “Yo con esta cara no puedo entrar al baño de las mujeres”. Para las instituciones deportivas, según el relato del nadador, la opción para los cuerpos trans parece ser “ocultate lo más que puedas” o “hacete invisible” o “mejor no vengas”. “Tenés que poner el cuerpo constantemente y no te entienden. Es muy difícil porque es una institución contra vos. El deporte no está hecho para mí, como no está hecha la salud, ni la educación ni nada. Te sentís muy solo”, reflexiona.

El acceso al deporte es un derecho fundamental para cualquier persona. Leyes como la 19.828, de fomento y protección del sistema deportivo, obligan al Estado a proveer las condiciones para que las personas accedan al deporte, y eso implica instalaciones adecuadas. En el país en el que rige la Ley de Matrimonio Igualitario desde 2013 y la Ley Integral para Personas Trans desde 2018, no se debería estar escribiendo un artículo sobre la imposibilidad de las personas trans para acceder a los vestuarios y baños de los clubes deportivos y, por ende, para practicar un deporte.

“Yo lo único que quiero es ir a nadar”, dice Olivera. “Quiero hacer el deporte que hago, que me hace bien y que necesito. Además de ser un derecho, el deporte para la salud mental de las personas trans es esencial. El estrés que vivimos cotidianamente por la discriminación continua a la que estamos expuestos tiene que tener una salida, hay que poder canalizarlo de alguna manera”.

En Uruguay, la esperanza de vida de las personas trans es menor a 40 años, y son expulsadas del hogar y del sistema educativo a muy temprana edad debido a su identidad de género. Por eso, Olivera explica: “Ir a un club te lleva cierto poder adquisitivo, y las personas trans por lo general no llegan. No terminan el ciclo básico; no tienen un trabajo con el que se sientan cómodas y poder ir a un club. Es a lo que te resignás”.

“Bastiones del cisexismo”

Al lado de Olivera está sentado Andrés Rodríguez Pereyra, quien escucha atentamente una historia que conoce muy bien porque lo acompañó a consultar a los diferentes clubes. Él trabaja en la Secretaría de la Diversidad de la Intendencia de Montevideo y es el autor del preproyecto de investigación para su trabajo final de grado de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, titulado Habitar desde la disidencia. Identidades de género trans en los vestuarios laborales.

En los vestuarios, uno de los lugares públicos donde la desnudez tiene un rol central en la convivencia entre personas, Pereyra considera que es donde más se violenta a las personas trans: “Son lugares públicos diseñados por personas cis-hetero para que vayan personas cis-hetero. Como dependen de lógicas binarias, la corporalidad trans viene a cuestionar esta construcción de género clásica”. Olivera asiente, y agrega: “La discriminación se da en la exclusión”.

Si bien al nadador nunca lo insultaron o agredieron, sí ha escuchado risas mientras se cambia en los vestuarios: “Algunas veces escuché risas, porque no se animan a decirte algo, lo dicen por atrás”. Una sola vez una chica con la que compartía andarivel en la piscina le pidió a la profesora que cambiara a Olivera a otro andarivel, y la profesora se negó. “Cada cosita se va sumando y sumando, y es así como terminás expulsado de los lugares. Es resistir o renunciar. Estás siempre bajo la observación de las otras personas, todo el tiempo”, agrega.

Andrés Rodríguez y Luan Olivera

Andrés Rodríguez y Luan Olivera

Foto: Camilo dos Santos

Pereyra asegura que los vestuarios son los “bastiones del cisexismo”. Porque funcionan –tomando la definición del filósofo argentino Blas Radi– bajo una lógica de exclusiones y privilegios simbólicos y materiales que tienen como base el prejuicio de que las personas cis son mejores y más importantes que las personas trans. Los vestuarios son como los que se encontró Olivera en los seis clubes que recorrió, y no se los modifica.

“Acá no podés acceder; ese cuerpo no es aceptado”, explica Pereyra. Él, que también usa vestuarios para hombres, considera que “las lógicas con las que nos vinculamos en los vestuarios son bastantes violentas, se nota en los comentarios que se hacen y en cómo se habla dentro de un vestuario masculino. Una persona que no quiere mostrar su cuerpo, y no sólo las [personas] trans, lo tiene que mostrar igual”.

“La arquitectura funciona como una verdadera prótesis de género”, escribía en 2006 el filósofo español Paul B. Preciado. Pereyra lo retoma en su investigación para explicar cómo las ideas más tradicionales en torno al género son parte de los cimientos de los baños y vestuarios públicos. Por eso dice: “Históricamente el cuerpo masculino está dentro del orden de lo público, es el que puede sociabilizar, y los baños están diseñados a partir de ahí. Los mingitorios son una protuberancia de la pared para que el hombre pueda mear parado, sin embargo, las mujeres y las personas trans tienen que encerrarse”.

“La libertad de nadar tranquilamente”

Hace unos cuatro meses Olivera dio con “la opción más inclusiva” que pudo encontrar hasta el momento para practicar natación. Se unió a Uruguay Celeste, una organización que fomenta el acceso al deporte para las personas LGBTI+, y empezó a entrenar en la plaza pública Nº 7, ubicada en Paso Molino, junto con otros varones trans. En este caso, el objetivo de la organización es el de preparar a personas del colectivo LGBTI+ para participar en un campeonato de natación en la categoría 500 metros el año que viene. En el caso de ganar, sería la primera vez que una persona trans ostente ese título en Uruguay.

La opción que tiene en esta plaza pública es la de una ducha cerrada dentro del vestuario para hombres, lo que a Olivera le parece que está bueno porque no está apartado. Además, va a entrenar acompañado, no está solo. Así y todo, dice que es el único varón trans que tiene una ducha separada, porque los demás están mastectomizados. “Soy el único que no, y por el momento no pienso hacerlo. Entonces, es como ‘no muestres las tetas en el vestuario’. Yo lo haría, no tengo problema, pero la censura viene así”, dice.

Esta es una de las presiones que, según Olivera, se les exige a las transmasculinidades: “Si querés nadar o si querés ir a la playa, tenés que sacarte las tetas”. Lo que para él es una imposición violenta. De hecho, después de que transicionó, el verano dejó de ser su estación favorita del año. “Si querés ser hombre, tenés que parecerte a un hombre”, agrega Rodríguez. Él considera que la incomodidad es mayor para los varones trans por el hecho de ir a los vestuarios masculinos.

Será por eso que Olivera comenta que en varios clubes le dijeron que no se podía duchar en los vestuarios masculinos porque “los hombres te van a violentar, es un riesgo”. Entonces, “yo digo: si el hombre es un riesgo, ¿por qué está en ese vestuario? No deberían estar ahí. Y a mí me parece que no es así, no todos los hombres son potenciales violentos o victimarios”, reflexiona. Así y todo, el nadador asegura que “las mujeres trans tienen mayor dificultad de acceso al deporte y otros ámbitos, por lo que hay una gran ausencia de ellas en los vestuarios y en los clubes”. Por ejemplo, a pesar de que la plaza pública donde entrena está abierta al acceso de las mujeres trans, no asiste ninguna.

Antes de transicionar, Olivera hacía nado de alto rendimiento o nado continuo, por lo que nadaba por una hora sin parar e iba a entrenar como mínimo cuatro veces a la semana. En esta nueva modalidad va a entrenar dos veces por semana, y a veces comparte el andarivel con hasta seis personas, por lo que le es imposible volver a entrenar como antes. Lo que tiene a favor es que paga una cuota baja y, sin dudas, es la mejor opción que encontró hasta ahora.

Lo que extraña Olivera de su rutina anterior es “la libertad de nadar tranquilamente a la hora que quisiera y como quisiera; sin tener que estar preguntando dónde me puedo bañar o si puedo ir con la malla puesta. Es un montón; estás todo el tiempo a un paso de abandonar el deporte”. Y agrega: “Me encantaría volver a competir y poder ir a un club como cualquier persona”.

Los entrevistados coinciden en que es muy importante que las personas trans puedan empezar a hacer propuestas sobre cómo reconstruir los vestuarios y baños de los clubes y plazas públicas para que sean espacios habitables, seguros y disidentes. También dicen que es fundamental la sensibilización de las personas cis que trabajan y habitan esos lugares, y que el gobierno debe generar políticas públicas al respecto que se cumplan. Desde su experiencia personal, Olivera asegura que hay que “hacer alianzas con las personas que trabajan en esos espacios porque no todos te van a discriminar”.