Un simple sondeo en una juntada con amigas, una reunión familiar o una charla con compañeros de trabajo confirma que, por lo general, lo primero que se nos viene a la mente cuando pensamos en salud sexual y reproductiva tiene que ver con métodos anticonceptivos, cuestiones vinculadas con el embarazo, el parto o el aborto, o la prevención de enfermedades, es decir, temas vinculados a la vida reproductiva o a las patologías. Pero ¿qué tanto sabemos sobre la salud sexual? Y, sobre todo, ¿cuánto y cómo la atendemos?

La Organización Mundial de la Salud define la salud sexual como un “estado de bienestar físico, mental y social en relación con la sexualidad”, que no implica únicamente “la ausencia de enfermedad, disfunción o incapacidad”, sino que también tiene que ver con “un enfoque positivo y respetuoso de la sexualidad y de las relaciones sexuales, así como la posibilidad de tener experiencias sexuales placenteras y seguras, libres de toda coacción, discriminación y violencia”.

“Para tener salud sexual, tenemos que reconocer los derechos sexuales y hacer que se garanticen, que se respeten, que haya educación”, resume la médica sexóloga Vivián Dufau, presidenta de la Sociedad Uruguaya de Sexología y actual coordinadora del Servicio de Salud Sexual de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE). No alcanza con que “ande todo bien”, especifica la profesional, en entrevista con la diaria. “Yo puedo andar bárbara y tener mi presión y la diabetes bien, sin ningún trauma de la infancia ni mucho menos, y, sin embargo, desconozco mis derechos, no tengo educación sexual, entonces estoy cargada de mitos y tabúes, o mi sexualidad está coaccionada por un otro”, ilustra.

El servicio que encabeza Dufau funciona desde octubre de 2018 en el edificio anexo del hospital Pasteur, en Montevideo, y constituye la única policlínica de referencia en salud sexual en el sector público. Está en manos de un equipo multidisciplinario integrado por 12 personas, entre las que hay médicas sexólogas, psicosexólogas, psiquiatra y especialistas en endocrinología, cardiología, ginecología, urología y oncología.

Funciona de lunes a viernes, en el horario de 10.00 a 18.00. Puede atenderse “cualquier persona que se le ocurra y que tenga ganas, no necesariamente para algún tratamiento, simplemente porque quiere venir”, dice Dufau, y aclara que el foco está en la población adolescente y adulta. Cuenta que, si bien el “eje fuerte” del servicio es la disfunción sexual (en cualquiera de sus formas), también llegan muchas personas que, por ejemplo, quieren “innovar” en su vida sexual. A la vez, se ofrece asesoramiento sobre prevención en salud sexual y acompañamiento a personas trans durante sus procesos de transición –si bien esta “no es la principal función” del servicio, reconoce la profesional–.

La sexóloga asegura que para llegar al servicio sólo se necesita un pase de medicina general o “se acercan directamente al anexo y les hacemos la orden para que vayan a anotarse”.

Cuando recién se inauguró, el servicio recibía un promedio de 100 consultas mensuales. Hoy en día, y después del “parate” que significó la pandemia, reciben “casi 400” por mes.

Los motivos para consultar

“Que exista un servicio específico en salud sexual no sólo desde lo patológico sino, por ejemplo, desde el acompañamiento en transiciones, en la promoción y prevención en salud sexual, es fundamental”, resalta Dufau. Insiste en la importancia de que la atención sea integral y multidisciplinaria, porque los trastornos en la sexualidad son “la puntita del iceberg”, dice: “Muchas veces, que aparezca algo que no anda bien en tu sexualidad habla de que hay cosas por debajo que también tienen que trabajarse”. Menciona, por ejemplo, casos en los que la “clásica” disfunción eréctil en los varones ha permitido diagnosticar “diabetes, hipertensión o alteraciones cardíacas que pueden llegar a terminar en un infarto”. Muchas otras veces, esa disfunción tiene causas estrictamente “psicoemocionales”. “Por eso importa el encare holístico”, agrega.

Desde una perspectiva de género, el primer dato que destaca Dufau es que los varones consultan más que las mujeres. “Las mujeres piensan ‘¿no me lubrico? Bueno, meto gel, y llego [a la consulta] cuando ya no puedo’. Los varones vienen al toque. Si el pene no se para, ya están acá”, explica.

Los motivos de consulta más frecuentes entre los varones o “las personas peneportantes” son, “por lejos”, los trastornos eréctiles. También van a consultar por trastornos orgásmicos, “tanto por la eyaculación rápida como por dificultades en lograr orgasmos”, y hay además “un afluente muy grande de pacientes urológicos operados de la próstata”, con los que se intenta coordinar una consulta previa a la cirugía “para asesoramiento” y, después, “para poder rehabilitar su función sexual”.

En las mujeres, en cambio, los motivos más frecuentes tienen que ver con las “alteraciones del deseo y del orgasmo” y “dificultades en la excitación”. La mayoría de las veces, esta “baja de deseo” está estrictamente vinculada con cuestiones culturales. “Siempre tenemos que descartar lo orgánico, porque existen patologías orgánicas que van a alterar mi función sexual, pero la realidad es que la gran mayoría tiene factores psicoemocionales y ahí vamos a la educación, a los roles de género, a los vínculos de pareja, a las maternidades, al estrés, al rol de mujer hoy, que no es el mismo que antes”, remarca la sexóloga.

En ese sentido, recuerda que, desde el punto de vista fisiológico, la función sexual “es la misma para mujeres y para hombres”: todos los seres humanos tenemos una fase de excitación, de meseta, de orgasmo y de resolución. Sin embargo, “los roles de género, la educación, el disfrute de esa sexualidad, el deseo, las responsabilidades, la maternidad, los roles dentro de la casa, todo eso va a influir negativamente en la mujer mucho más que en el varón”.

Por otra parte, la especialista cuenta que han aparecido casos de mujeres y varones que se atienden por separado y, en determinado momento, el equipo se da cuenta de que son pareja. Por lo general, esos casos derivan en una terapia de pareja, algo que el servicio también ofrece, incluso cuando uno de los integrantes no es usuario o usuaria de ASSE. “Está bueno que haya terapias de pareja porque la pareja sexual puede ser un factor precipitante, mantenedor o predisponente de una alteración sexual, entonces los hacemos venir juntos para poner las cartas arriba de la mesa y ver qué pasa”, señala Dufau.

En cuanto a las personas trans que asisten al servicio, la sexóloga dice que fundamentalmente consultan por el proceso de transición y, en todo caso, en ese marco pueden ir “apareciendo” otras cuestiones vinculadas a su salud sexual, sobre todo cuando “las terapias de hormonización cruzadas o los bloqueadores puberales” pueden alterar la función sexual.

También destaca que reciben consultas de mujeres lesbianas y varones gays, así como de personas bisexuales, demisexuales y asexuales. “Tenemos una población toda diversa. Hay tantas sexualidades como seres humanos en el mundo”, apunta la coordinadora del servicio.

Dufau aclara que el equipo no está capacitado para atender situaciones de violencia sexual, pero que, si se detecta un caso, lo derivan a otros servicios especializados en el tema. La sexóloga dijo que “lamentablemente, se ven de forma muy frecuente” casos de mujeres que van a consultar por una disfunción sexual, específicamente porque no tienen ganas de tener relaciones sexuales, y cuando las profesionales empiezan a indagar “desde lo orgánico y desde lo psicoemocional” descubren que están viviendo un vínculo “que no es sano” o es violento. “Ahí nos vamos a abocar a lo que es el volver a recuperar o rehabilitar su función sexual o trabajar el empoderamiento, pero no en la situación de violencia; para eso necesitamos otros apoyos”, puntualiza.

Algo similar pasa con los casos de enfermedades de transmisión sexual: el servicio no realiza los tratamientos, pero algunas personas llegan a la consulta derivados por sus infectólogos, “porque muchas veces acarrean alguna disfunción sexual propia de un diagnóstico reciente o de los mismos tratamientos”.

En todas las etapas de la vida

Dufau cuenta que al servicio llegan desde adolescentes de 15 o 16 años al usuario “más veterano”, que tiene 98. ¿Cómo cambia el abordaje según cada etapa de la vida?

En la población más joven, uno de los motivos menos frecuentes de consulta son las causas orgánicas. En cambio, según la sexóloga, en esta población aparece mucho “lo que es la ansiedad anticipatoria, el miedo al desempeño, la demanda de ejecución o la necesidad de éxito, y ahí las que trabajan fuerte son las psicosexólogas y la psiquiatra en lo que es educación, mitos, tabúes”. Aclara que esto pasa tanto en mujeres como en varones adolescentes, “no importa el género”.

Otro grupo de usuarias y usuarios es el de la población “adulta joven”, esa que ronda entre los 30 y los 40 años. “Ahí tenemos población que ya viene en su crisis de los 40, que existe como tal, entonces surge esto de que dejo de ser joven para ir notando que esto [la vida sexual] se modifica”, señala Dufau. En ese sentido, recuerda que, en términos de las causas de las disfunciones sexuales, “el primer factor de riesgo es la edad mayor a 45 años, independientemente de tu sexo biológico”.

La especialista dice que algunos varones de esta franja etaria llegan con la preocupación de que “a los 20 tenían tres [encuentros sexuales] en una noche y ahora con uno no dan más”. Pero eso no califica de disfunción sexual –tranquiliza Dufau–, sino que “es propio de la vida”.

A medida que crecemos, “se va modificando la función sexual y las formas de vincularnos”, dice la sexóloga. “Se valoran otras cosas: la población adulta mayor valora mucho más la calidad del encuentro y no tanto la cantidad. A diferencia de este cuarentón joven que dice ‘antes tres y ahora uno’, ellos dicen ‘uno cada diez días, pero qué bueno que lo pasé’. Eso es lo que buscamos”, agrega.

Consultada sobre los efectos de la menopausia en la función sexual de las mujeres, en particular, Dufau dejó claro que altera las fases de excitación y orgasmo, pero no el deseo, “que es el motivo de consulta más frecuente”. “Lo que nos pasa es que nos bajan los estrógenos y nuestro ambiente vaginal se modifica, se nos reseca la piel, las mucosas, no lubricamos, una penetración puede ser dolorosa, y eso hace que no logre tener una buena excitación y una plataforma orgásmica”, por lo que el orgasmo va a ser “de menor intensidad, más flojito o menos frecuente”. Eso es lo que “te lleva a no tener ganas, porque me voy a involucrar en un encuentro en el que no la voy a terminar pasando bien”. Pero “el deseo, como tal, no está directamente relacionado con el tenor estrogénico que tengamos”.

Sea cual sea la edad, Dufau recuerda que no existe una “frecuencia normal” para tener relaciones sexuales y que sólo hay “disfunción”, “conflicto” o “problema” cuando en la otra persona aparecer el malestar. Por eso, hace un llamado a que “bajemos la pelota” con las exigencias: pensar menos en “si logré o no logré el orgasmo” y más en el disfrute y el placer.