En unos de los salones de la Asociación Idas y Vueltas un grupo de mujeres migrantes está planificando su participación en la marcha del 8M. Por primera vez van a marchar juntas. Es sábado al mediodía y afuera del edificio de la organización, que brinda apoyo y acompañamiento a personas migrantes en Montevideo, llueve torrencialmente.

El grupo Mujeres de Todos Lados está conformado por 35 mujeres migrantes que se reúnen cada sábado. A comienzos de 2023, un grupo de estudiantes de antropología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República, junto con usuarias de la asociación Idas y Vueltas, retomaron este grupo que había comenzado en 2017, pero que dejó de funcionar debido a la pandemia.

El perfil de las mujeres que lo componen es principalmente universitario, del área de las ciencias sociales; tienen entre 23 y 50 años y una fuerte presencia de migración latinoamericana. Cada sábado se reúnen a trabajar con barro, hacer recorridos para conocer la ciudad, dibujar mandalas o tomar talleres de educación sexual. Pero, principalmente, dicen que se reúnen para generar redes de amistad y contención.

Uno de los principales desafíos que enfrentan como migrantes es la soledad y entablar vínculos de amistad profundos. Llegan al grupo con una interrogante compartida: “¿cómo hago amigas uruguayas?”. Es que “el migrante no se satisface sólo con conseguir un trabajo y los documentos; la parte emocional y afectiva es muy importante”, dice una de ellas.

Dicen que el grupo les ayuda a comprender los códigos sociales de una sociedad en la que parece que “la gente se conoce de toda la vida” y donde “las redes de contactos son necesarias para conseguir trabajo remunerado”.

Pero, quizás, la principal razón por la que este grupo se reúne semanalmente desde hace un año es que “las mujeres migrantes enfrentan los mismos problemas de ser mujer, pero en otro país, sin redes de amistad y, muchas veces, sin la familia”, explica una de las integrantes de Mujeres de Todos Lados.

Las protagonistas de sus procesos migratorios

“Estoy convencida de que, ante la movilidad humana, las mujeres tenemos más dificultades que los hombres: corremos más riesgos y tenemos más responsabilidades, pero también tenemos fuerza”, dice Rinche Roodenburg en entrevista con la diaria. De origen neerlandés, es una de las fundadoras de Idas y Vueltas.

Actualmente, Roodenburg integra el Servicio Jesuita a Migrantes en Uruguay, que acompaña a personas migrantes, incluidas “mujeres solas, en pareja, madres, hijas”. Y cuando dice que las mujeres tienen mayores responsabilidades, se refiere a que muchas migran a Uruguay con sus hijos e hijas, sin otra compañía.

Ella pone como ejemplo las rutas migratorias que hacen las mujeres que salen de Cuba hacia Guyana, “y allí, en manos de coyotes, llegan a Uruguay. Solicitan refugio en la frontera y vienen a Montevideo”. “En las rutas hay muchas mujeres que van solas con hijos, corren el riesgo de ser violentadas, violadas, o que les roben”, agrega.

Para las mujeres que se instalan en el país con pocos recursos económicos y en una situación vulnerable, Roodenburg asegura que la situación es complicada. Por ejemplo, “en las pensiones tienen que acompañar al baño compartido a los hijos en la noche; no duermen bien porque están siempre con el ojo abierto para cuidarlos; muchas veces los hijos no tienen a nadie más, eso es una presión muy grande para ellas”.

De las mujeres migrantes que Roodenburg acompaña, la mayoría son cubanas, venezolanas y dominicanas (lo que coincide con las nacionalidades que más han solicitado refugio en Uruguay en los últimos años, según datos del Observatorio de Movilidad, Infancia y Familia). Ella dice que la mayoría migra a Uruguay buscando una mejor vida que en sus países de origen, y que muchas están en el país durante cuatro o cinco años para prepararse hacia la ruta a Estados Unidos.

“Se piensa que en Uruguay es muy fácil conseguir la identificación, pero cada vez es un trámite más lento y con más trabas. Aunque, comparativamente con otros países, estamos mejor. No sé si la recepción es mejor que en otros lados, porque acá también hay racismo y xenofobia”, explica Roodenburg. Sin mencionar la violencia que implica que las personas que adquieren la ciudadanía legal en Uruguay igualmente siguen siendo extranjeras.

Por su parte, Valeria España, abogada de origen mexicano y doctora en Derecho y Ciencias Sociales, ha investigado sobre la situación de las mujeres migrantes en Uruguay. En entrevista con la diaria, explica que “la feminización de la migración en la región se da no sólo por la cantidad de mujeres que migran a Uruguay, sino por las condiciones en que lo hacen”.

Según España, muchas mujeres migran de forma independiente y en soledad, y algunas dejan a sus hijos al cuidado de otras mujeres en su país de origen. Se genera así una “cadena global de cuidados en la que las mujeres que migran dependen de las que se quedan en el país de origen y ellas cuidan a los hijos de otras [en el país que se instalan]”, explica la abogada.

La experta asegura que no existen datos actualizados sobre migración desagregados por sexo hasta que no estén disponibles los del censo nacional de 2023. Sin embargo, un informe del Ministerio de Desarrollo Social de 2017 sobre las nuevas migraciones latinoamericanas en Uruguay explica que las mujeres migrantes son protagonistas de los procesos migratorios, “comandan la mayoría de los hogares monoparentales, tienen dos veces más riesgo que sus pares varones de estar sobrecalificadas para las tareas que desempeñan, y resisten las tasas más altas de desempleo”.

España coincide en que la inserción laboral de las mujeres migrantes se da principalmente en el sector de los servicios, sobre todo el trabajo de cuidados y el doméstico. Ella pone como ejemplo la migración peruana a Uruguay, que tuvo su mayor flujo en la década de 1990, y cuando la división del trabajo estaba muy definida: “Los varones en la pesca y las mujeres en lo doméstico”.

Desde el grupo Mujeres de Todos Lados aseguran que existe “una dificultad del Estado uruguayo en absorber el talento que viene del extranjero”. Una de sus integrantes migró a Uruguay desde El Salvador atraída por los avances en la agenda de derechos de las mujeres y con la expectativa de poder aportar con sus estudios en relaciones internacionales, pero dice que le ha sido difícil insertarse laboralmente.

La demanda en salud sexual y reproductiva

Uno de los principales retos para las mujeres migrantes en Uruguay es que no pueden acceder a un aborto seguro y legal si no tienen al menos un año de residencia en el país, tal como lo establece el artículo 13 de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE).

“Hemos denunciado que la ley incumple con la convención de los derechos de las personas migrantes que el Estado uruguayo ha asumido”, explica Lilián Abracinskas, directora de la organización Mujer y Salud en Uruguay (MYSU). Para ella, “plantear que las personas migran para abortar o que hay ‘turismo abortivo’ no funciona para ningún otro requerimiento de salud. Por ejemplo, hacemos colectas cuando la gente tiene que viajar para adquirir medicamentos o realizarse una operación que no se puede hacer en el país”.

En el caso del acceso al aborto, para la directora de MYSU sucede lo mismo, y la razón por la que viajan las personas es porque corren riesgo de vida al practicarse un aborto en países que tienen restricciones legales o falta de servicios. Sin embargo, el artículo 7 de la Ley 19.580 establece que las personas migrantes sin un año de residencia en el país pueden acceder a un aborto en caso de que hayan sufrido violencia de género, y sin la necesidad de presentar una denuncia penal.

Según Abracinskas, esta es “la lógica en la que entrás cuando hay una ley limitante; tenés que ir buscando subterfugios, lo que las pone en una condición de falsear un delito a la hora de adquirir un derecho. Muchas mujeres migrantes quedan embarazadas con la pareja con la que migraron o que formaron en el país, pero dicen: ‘no voy a denunciar a mi pareja o compañero para acceder al aborto’”.

A su vez, la directora de MYSU dice que es importante saber que “lo único que tienen restringido las mujeres migrantes con menos de un año de residencia en el país es la práctica del aborto, pero sí tienen acceso al resto de los servicios de salud sexual y reproductiva”. El sistema de salud tiene la obligación de prestarles servicios para detectar el embarazo y el tiempo de gestación, así como el asesoramiento y entrega de anticoncepción, y la detección de VIH.

En el caso de las mujeres migrantes que viven en condiciones precarias y con poca cobertura social, Abracinskas considera que son las que muchas veces no llegan al sistema de salud para practicarse un aborto seguro, debido a que la “ley IVE exige muchas salidas para seguir el procedimiento”.

Pone como ejemplo a las trabajadoras domésticas con poco acceso a derechos laborales que no pueden pedir el día para las consultas, lo que alarga los plazos. “En caso de migración en condiciones precarias de trabajo, esto también es una barrera, y el riesgo de exponerse a prácticas inseguras de aborto es enorme”, agrega.

Un 8M juntas

Las integrantes de Mujeres de Todos Lados miran con admiración el avance en la agenda de derechos y, particularmente, los derechos de las mujeres que se han conquistado en Uruguay. Ellas reconocen la lucha del movimiento social y quieren aprender de estos procesos.

Para la compañera de El Salvador, poder caminar con short en la calle sin ser señalada es una “alegría”, y para la de Cuba es impensado en su país recibir un fondo económico para fortalecer el trabajo que viene haciendo el grupo (recientemente ganaron el Fondo Fortalecidas y el Fondo Patrimonio en los Barrios, ambos de la Intendencia de Montevideo).

“Es importante no olvidar de dónde venimos y de qué estamos escapando”, dice una de ellas, para recordar las violencias a las que estaban expuestas en sus países. Una idea similar aporta Roodenburg cuando dice que en muchos de los países de donde vienen las mujeres migrantes que llegan a Uruguay “ni siquiera se habla de violencia de género. Es interesante porque cuando vienen a Uruguay es que toman conciencia de esa violencia”. Roodenburg recuerda cuando una mujer de origen dominicano le preguntó si era bueno que se les pegue a los chicos. Su marido lo hacía, pero ella lo empezó a cuestionar.

Para España, hay un reto a la hora de pensar el lugar que ocupan los reclamos de las mujeres migrantes en la agenda feminista uruguaya, ya que “por mucho tiempo” ellas “fueron las grandes olvidadas de los movimientos feministas”. Sin embargo, agrega que esto “ha ido cambiando con el tiempo” y que “ahora aparecen en las proclamas como una demanda”.

Que las integrantes del grupo Mujeres de Todos Lados marchen juntas (en “bloquecito”, como dicen) por primera vez en una marcha del 8M es una nueva forma de poner sus reclamos en el centro de la agenda feminista. Una nueva forma de seguir estando juntas y de marchar por las que no pueden, porque, como dice una de ellas, que una mujer vaya a marchar en algunos países de América Latina “es poner en riesgo la vida”.