En Maldonado, una estudiante le preguntó hace dos meses a Analía Cola: “Profe, ¿en qué quedó lo de Valentina Cancela? Todo el mundo se olvidó”. Pero la profesora de Historia, que también integra el colectivo Profas Feministas y trabaja en liceos públicos y privados, no se había olvidado.

La respuesta de Cola fue contundente: “Hagamos que no se olvide. Sí lo estamos hablando, no estamos eligiendo el olvido. Estamos eligiendo pensar y tratar de entender lo que pasó y cómo podemos hacer para que estas cosas no se repitan”, contó la docente a la diaria.

A un año del femicidio de Valentina Cancela, ¿cómo fue su impacto en la sociedad fernandina? ¿Qué alertas se prendieron en la comunidad educativa y sanitaria, en las y los adolescentes? ¿Cómo se hace un duelo colectivo? ¿Hubo algún cambio, o todo sigue igual?

El femicidio

El caso fue un cimbronazo a nivel local y nacional. El 15 de agosto de 2023 la comunidad local y los medios pusieron el foco en la desaparición, y el día después se confirmó el femicidio de la adolescente risueña, pelirroja y de ojos claros.

Valentina tenía 17 años cuando su exnovio, de la misma edad, la asfixió, la asesinó y la enterró en las dunas de la playa Brava de Punta del Este. Luego de una exhaustiva búsqueda por cielo, mar y tierra, el adolescente se confesó autor del crimen y guio a la Policía al lugar del hecho.

Mientras la búsqueda estaba activa, la madre de Valentina, Liliana Sarmoria, dijo en una rueda de prensa que su hija tenía una “relación violenta” con su exnovio, porque él le pegaba y la agredía verbalmente, que los padres de él estaban al tanto y que la familia de Valentina presentó denuncias por violencia de género contra el adolescente en tres ocasiones. Si bien la Policía expidió una orden de restricción contra el adolescente, nunca se le puso tobillera.

Finalmente, la Justicia lo imputó por el delito de homicidio muy especialmente agravado por femicidio y lo condenó a diez años de prisión, el máximo que exige la ley para un menor de edad. Así se convirtió en el femicida más joven del que se tenga registro en Uruguay.

Las relaciones “tóxicas”

En diálogo con la diaria, Catalina Skafar, psicóloga y coordinadora del equipo de referencia en violencia basada en género y generaciones de la Asistencial Médica de Maldonado, consideró que el impacto social y mediático de este femicidio tiene que ver con dos aspectos. Uno es la edad de los adolescentes; el otro, la clase social: clase media trabajadora, padres referentes de la comunidad y, en el caso de él, el hecho de que estudiaba en un instituto privado.

“Había un montón de posibilidades de detectar la situación, pero no sucedió. Ambos tenían intervenciones en salud mental y un recorrido en los servicios de salud. Él iba a una institución educativa privada que cuenta con un equipo psicológico, había posibilidades de haber dado un diagnóstico precoz”, se lamentó Skafar.

Si bien la psicóloga aseguró que la institución donde trabaja tiene un protocolo de actuación ante situaciones de violencia basada en género contra niñas, niños, adolescentes y mujeres, que está “aceitado y funciona bien”, aún falta “problematizar la perspectiva de las intervenciones” del personal de la salud.

“Todos conocemos las señales y los síntomas de la violencia en el noviazgo, pero a la hora de hacer los diagnósticos eso se desdibujó. Esto de las relaciones tóxicas, que los dos tenían elementos tóxicos, en los adolescentes es un tema y termina invisibilizando las lógicas de poder, porque ahí había una relación de dominio. Muchas cosas se pueden volver invisibles si uno no trabaja sus propios paradigmas”, explicó Skafar. Y destacó la importancia de la sensibilización sobre la violencia basada en género de los trabajadores de la salud.

Para la psicóloga, el femicidio de Valentina es tan grave y preocupó tanto que consideró que se generaron cambios en los especialistas en la salud mental. “Hay un miedo compartido a que no lo hicimos bien. Hay un repienso de las intervenciones, en la interna se generaron discusiones y otras prácticas. Se generó una problematización sobre situaciones de violencia en el noviazgo, sobre su diagnóstico, los síntomas y las señales”, dijo.

En este sentido, según Skafar, una de las prácticas que más se están discutiendo entre los especialistas de la salud mental es el secreto profesional. “¿Qué pasa si un adolescente me informa sobre una situación de riesgo y me solicita que no le comunique a sus padres? ¿Cuál es mi responsabilidad, mi alcance? Mi responsabilidad con ese adolescente es preservar su bienestar, si te parás desde ese marco hay cosas que no se pueden encuadrar en el secreto profesional”, cuestionó la psicóloga.

Ella aseguró que, en este caso, “falló todo el sistema de respuesta y toda la comunidad en cuanto a cómo acompañar a estos chiquilines. Ellos fueron la bomba que explotó de un montón de omisiones –del Estado, de la salud, de la Justicia, de las familias, de la comunidad– que terminan en esta tragedia”.

El comienzo de un diálogo

Cuando Analía Cola se enteró del femicidio de Valentina sintió culpa, impotencia y rabia. A pesar de que no fue su docente ni del agresor, de alguna forma, se sintió “responsable”.

“Lo vemos en el aula cuando hablan del tóxico o la tóxica: hablan de relaciones de mucha violencia, manipulación, control, sentimiento de propiedad, y lo tienen como algo naturalizado, que, en general, [los docentes] la dejamos pasar. No conversamos estas cuestiones con les chiquilines”, dijo la docente.

Ella aseguró que empezó a ponerle más atención: “Si en mi clase escucho algo que detrás parece haber algo violento o heavy, lo tenemos que hablar”. También dijo que busca estrategias para trabajar el tema de forma sostenida en el tiempo. Por ejemplo, como es docente de historia, con un grupo de sexto año comenzó a estudiar el libro Amor y transgresión en Montevideo (1919-1931), de José Pedro Barrán, y así conversar con los adolescentes sobre cómo se vinculan.

Unos meses después del femicidio de Valentina, frente al liceo 6 en el barrio San Martín de Maldonado (uno de los liceos donde trabaja Cola), la Policía asesinó al femicida de una mujer de 29 años que estuvo recluido en una finca todo un día. “Muchos chicos que viven en el barrio lo vieron [al femicida], fueron dos vivencias muy fuertes para ellos, que generaron impacto y con alguien lo tenían que hablar. Empezamos a conversar por qué se llega a un femicidio y qué podemos hacer desde nuestro lugar”, agregó la docente.

Las preocupaciones de las y los adolescentes, según ella, tienen que ver con el miedo al femicidio: “Hay muchos estudiantes que viven violencia intrafamiliar y están con el miedo latente de que les pase a ellos, a sus madres, a sus tías, a sus amigas”. Otra de las inquietudes que expresan es la de que el agresor de Valentina va a salir de la cárcel dentro de diez años y puede volver a cometer un femicidio, mientras que ella está muerta.

“Las chiquilinas traen esto de que él va a salir y puede hacer lo mismo, eso dicen desde su lugar. Ante eso me quedo más sin respuestas. El punitivimo no es la opción, y ¿cómo explicás algo que [a las feministas] nos llevó años entender? Es legítimo el miedo que tienen y es muy difícil cuando algo duele tanto. Es difícil procesar que tenés una amiga muerta y que él en diez años va a estar haciendo su vida”, explicó Cola.

No hay que olvidar

Después del femicidio de Valentina, las instituciones educativas en Maldonado generaron “talleres de violencia de género, y arréglense como puedan”, explicó Cola. Ella consideró que el trabajo sobre violencia de género, femicidios y educación sexual integral debería estar más instalado en la cotidianidad de los estudiantes. “Que no sea un taller de un día. Como tienen Historia o Matemática, que puedan conversar sobre esto”, agregó.

Si bien la docente dijo que los liceos deberían tener diez horas de educación sexual por semana para que los estudiantes hagan sus consultas, no sabe si todos los liceos de Maldonado lo tienen. A su vez, aseguró que muchas veces son los profesores de Biología quienes se encargan de esta área, pero que no siempre están formados con perspectiva de género.

Violeta Ovelar, vocera del gremio estudiantil del liceo 1 de Maldonado, contó a la diaria que tras el femicidio de Valentina, desde el gremio, tenían planeado organizar talleres de violencia en el noviazgo. “Nos dijeron que desde el mismo liceo estaban organizando los talleres y lo dejamos en sus manos. Al final no hubo tantos talleres, no se dieron a todas las clases, [la iniciativa] quedó a medio camino”, dijo.

Igualmente, reconoció que el liceo implementó, a partir de 2024, un grupo referente integrado por una psicopedagoga, una psicóloga y una educadora sexual. “Creo que funciona, es algo que se viene pidiendo hace mucho tiempo, este equipo es un tremendo avance. Estaría bueno que tengan más horario”, agregó.

La estudiante de 17 años aseguró que el femicidio de Valentina es “un hecho importante en la vida de todos” y reflexionó: “Somos muy jóvenes. Es impensado que alguien que la quería le haya hecho eso”. También recordó que el día que se confirmó el femicidio hicieron una “sentada” en el hall del liceo. “Eso fue la mañana del 16 de agosto y participaron todos los turnos del liceo, profesores, dirección y funcionarios. Vino gente del Colegio Maldonado, del gremio del liceo de Punta del Este. Leímos una proclama en nombre de Valentina y de los femicidios. Recuerdo la angustia total y el silencio de no saber qué decir”, contó Ovelar.

A su vez, la integrante del gremio dijo que “el femicidio de Valentina fue muy cercano a todos” y que hizo que no se normalizara tanto la violencia en los noviazgos. Ella consideró que ahora se habla más del tema y que, si bien las mujeres ya lo hablaban, le sorprendió que los varones de su edad estén interesados. “En la sentada había muchos varones, muchos conocían al asesino de Valentina, eso les afectó y ahora lo hablan con más naturalidad”, aseguró.

Desde su rol, Ovelar intenta recordarles a las generaciones más chicas lo que sucedió con Valentina: “Les muestro las imágenes de lo que pasó, les hablo de por qué es importante, de que no hay que olvidar”.