Tiene tres hijas. No aguanta que se peleen. Les enseña a pelear por sus derechos. Las peina. Las disfraza para Halloween. No hace croquetas caseras que es como traicionar a la madre patria en un sentido literal. Corre. Corrección. Huye. Huye para correr. Corre para llegar a todo. No quiere tener que correr para llegar a todo. Quiere conciliar. No la dejaron. Renunció a su trabajo. No quiere renunciar. No quiere hacer malabares. Quiere que ser madre no sea un trabajo tan solitario que no se pueda trabajar y que los trabajos acepten que la maternidad es un trabajo difícil que requiere tiempo. Lo quiere. Lo pide. Lo convoca. Lo organiza. Laura Baena Fernández se pone la camiseta y las vende.

Sabe recaudar fondos para que las buenas intenciones no se vayan al fondo por no tener fondos para hablar, convencer, contener. Pero dice mucho más no que sí a propuestas que no le interesan, que no está de acuerdo o que no van con sus ideales. Interpela y enseña. Se muestra y escucha a otras. Hace tribu y presencia. Es una de las más reconocidas y convocantes luchadoras por una maternidad sin culpas y por políticas de cuidados que sean efectivas para que criar no sea una hazaña solitaria o implique un surmenage para la salud mental.

Son tiempos de polarización: influencers vs colectivos, feminismo vs pinkwashing, familias tradicionales vs señoras con gatos, pragmáticas vs idealistas, aggiornadas vs nostálgicas. Y en esa pulseada por definirse y quedarse afuera o entrar a un juego con reglas filosas, Laura Baena Fernández también muestra otra virtud. La posibilidad de entrar en las pantallas y no salirse de los ideales, hablar con todos pero no callar y conciliar –en todos los sentidos de la palabra– sin ceder en la necesidad de que la palabra de las mujeres valga, el placer no se quede frizado y los sueños –por empezar con el sueño– no se terminen con la reproducción sino que se reproduzcan mientras se cría, se mima, se peina, se cocina (o no) porque ser madre también tiene un menú a elección. Y una app que creó que es un Tinder para madres, una forma de ligar intereses, desafíos, necesidades, desahogos y comunidad. Preside la Asociación Yo No Renuncio, con sede en Málaga, que cuenta con socias que ayudan a sostener el proyecto, tiene merchandising propio, organiza charlas, “el teléfono amarillo de la conciliación” y el servicio de atención psicológica “Yo me cuido”.

Escribió el libro Yo no renuncio (mi historia de no conciliación), de Editorial Lunwerg. Es creativa publicitaria y comunicadora. A los 29 años se embarazó y repitió la proeza por tres. A los 44 años se define madre de tres BuenasHijas. Fundó el Club de Malasmadres en 2014. Su vida pública nació cuando nació su primera hija hace 14 años. Su comunidad tiene más de un millón de seguidoras. Está en el top 100 de Mujeres Líderes de España honoríficas (porque lo ganó tres años seguidos) y se muestra de manera real (en todos los sentidos) en Instagram.

“No distorsionemos la realidad con filtros, no mostremos algo que no somos, no nos ocultemos detrás de una mentira, démonos la oportunidad de sentirnos, querernos, respetarnos y gustarnos como somos. Y no solo me refiero a nuestro físico, sino también a nuestra vida. Seamos compasivas con nosotras para disfrutar más de lo que tenemos y de lo que somos. Porque desde este lugar empezarás a quererte más como madre, empezarás a escucharte de otra manera y acompañarte para dar la mejor versión de ti a tus hijas e hijos”, proclamó.

¿Cómo empezó tu camino de malamadre?

Yo siempre quise ser madre. Habría que indagar por qué quise ser madre. Fui educada en que ese era el camino. Pero tenía instinto maternal y a la vez trabajaba en publicidad, en un sector muy complicado para compaginar los horarios con la maternidad. Finalmente sucede y me cuestiono cosas tan básicas como “nadie me ha dicho que esto de estar embarazada no es tan bonito como me habían pintado. Ni me siento más guapa, ni me siento mejor, ni me parece que sea el momento vital emocional más importante de mi vida”. También cuestionaba el modelo de madre abnegada o sacrificada que había sido mi madre. Pero la crisis empezó cuando la que era mi jefa, que era madre, me dice “esta no es una empresa para mamis y bebés”. Eso fue un detonante. Ahí me di cuenta de que iba a ser más difícil todavía de lo que yo creía. Renuncié casi tres años más tarde, pero, en realidad, internamente, renuncié en ese momento.

Ser mujer no es fácil, pero ser madre y trabajadora es otra liga…

Claro, yo me creí el espejismo de la igualdad. Y una de las cosas por las que más me autofustigo es haber llegado al feminismo tan tarde. Yo me quedé embarazada con 29 años y, hasta ese momento, sentía que podía llegar a donde quisiera llegar y que sería quien quisiera ser porque nos habían metido a fuego ese mensaje.

Hubo un momento con un fuerte discurso de empoderamiento y de poder ocuparse de todo. ¿Cómo te impactó en la vida real?

Creía que iba a poder con todo, que era Superwoman, y el topetazo y el choque de realidad fue muy duro. Fui madre y volví a la empresa. Era supervisora creativa en una agencia de publicidad y pacté un horario que se fue dilatando. Tuve que contratar a otra mujer para que cuidara a mi hija. Cada vez se me hacía más complicado porque me sentía mala profesional, mala madre, mala esposa. Todo mal. Hasta que llegó un momento que renuncié a mi carrera profesional. No me echaron sino que fui la que dio el paso porque mi vida personal y el coste emocional que eso estaba teniendo era muy grande. Había sido madre para poder ver a mi hija y no la veía. Eso no era normal para mí, yo quería poder tener mi carrera profesional pero estar presente como madre. Entonces renuncié porque era insostenible económicamente, emocionalmente y personalmente. Pero antes de esa renuncia lo que me salvó de no caer en la locura total fue el Club de MalasMadres.

¿Cómo surgió el Club de MalasMadres?

A finales de 2013 abro la cuenta de Twitter y empiezo a preguntar: “¿Cuál es tu mérito de mala madre?”. Y ahí empezaron las madres a desahogarse diciendo cosas muy políticamente incorrectas como el deseo de salir a malamadrear. No estaba en la sociedad española interiorizado para nada que las mujeres tenían su identidad, su deseo, más allá de la maternidad. Nadie lo hablaba. Abrimos la conversación y destapamos un melón. Empezaron a salir las malas madres del armario, desde el anonimato, a decir barbaridades pero con mucho humor, mucha risa, mucha sororidad y se fue construyendo una comunidad emocional y un movimiento social.

¿Qué pasó a partir de tu renuncia?

Yo renuncié porque no podía más. Quería tener un año sabático. Me voy queriendo no hacer nada por el privilegio de tener una pareja con un sueldecito medio. Él tenía un trabajo y nos compensaba más vivir con menos y no perder mi salud mental. Por el peso de la maternidad tuve que renunciar. Yo viví el agotamiento que te lleva a perder la salud mental. Y me daba miedo renunciar a un sueldo que necesitaba para sacar a mi hija adelante. Sentía una frustración tremenda de sentir que no era capaz. Me creía insuficiente. Después me di cuenta que no era yo, sino el sistema, pero en ese momento, todavía, confiaba en el espejismo que nos habían contado. Creía que había renunciado y, en realidad, me habían expulsado.

¿Cómo es una relación de pareja igualitaria para poder trabajar, decidir renunciar y encarar un proyecto con tanto impacto como MalasMadres?

En mi caso somos una pareja corresponsable, que hemos aprendido juntos porque llevamos media vida juntos. Yo estoy aquí contigo en la entrevista porque tengo una pareja corresponsable, sino no sería posible.

¿Cómo es combinar la lucha por una maternidad respaldada con un emprendimiento social?

Tengo muchas líneas rojas. No puedo trabajar con muchísimos proyectos y con muchísimas empresas. Tengo una marca propia de camisetas, que son mensajes que identifican una generación, que me da los recursos. Tengo la conciencia social de que tiene que ser sostenible, que tiene que producirse en España y en Portugal, y me enfrento a muchos obstáculos en esa producción, por los costos altísimos para sacar adelante un proyecto de estas características. Me cuestiono muchísimo y, seguramente, me equivoco.

¿Hay muchas cosas a las que les decís que no?

Hay muchas cosas a las que les digo que no. El mayor valor de este proyecto es que seamos sostenibles con todo lo que decimos que no. Es muy complicado decir que sí.

¿Cuál es tu camino en el feminismo?

Me he construido como mujer feminista y estoy en el camino porque me queda tanto por aprender.

Un tema polémico es si hay que hacer pedagogía con los hombres para enseñarles a que tienen responsabilidad en el cuidado o si, además, hay que hacerse cargo de la pedagogía masculina. ¿Cuál es tu posición?

Hay una parte del feminismo que dice “si los hombres no se enteran y no vienen y no se responsabilizan no vamos a estar también nosotras con la mochila de lo que tienen que hacer”. Yo hago pedagogía, pero hago pedagogía con mi pareja, hago pedagogía con mis hijas, hago pedagogía con el equipo, hago pedagogía con las empresas que quieren trabajar con nosotras, hago pedagogía con el medio de comunicación que viene. ¿Es posible no hacerlo?

¿Qué se hace con los hombres a los que les incomoda que se apele a la corresponsabilidad en los cuidados?

Hay hombres que ya tienen otro nivel de conciencia. Pero me impactó mucho que, en una charla, un hombre me dijo que lo había incomodado y me gustó, a la vez, porque dije “ojo, en esa incomodidad está el camino”. Pero claro, en esa incomodidad está el camino siempre y cuando podamos hablar y que haya hombres que estén dispuestos a transformar esa incomodidad y a transitar lo sucio, lo invisible, lo difícil, lo duro de la paternidad y de los cuidados. Hay que educar a los hombres en soltar los privilegios y ser capaces de conectar con el disfrute de ser cuidadores. Soy una firme defensora de aliarme con esos hombres. No soy solo yo, los padres comprometidos incomodan a otros hombres. Necesitamos que ellos den un paso y rompan el silencio cómplice.

Hoy uno de los mayores ataques de la extrema derecha mundial es criticar la baja de la tasa de natalidad y querer que las mujeres vuelvan a ser madres, pero sin apoyar a las madres. ¿Cómo valoras la demanda de que las mujeres tengan más hijos sin respaldar a las que sí quieren ser madres?

Mi línea roja declarada es esa derecha evidentemente. No podríamos ser feministas si estuviéramos hablando con ellos. A mí me importa hacer entender a los gobiernos que los problemas de la maternidad generan consecuencias a futuro: siete de cada diez mujeres tendrían más hijos e hijas si contaran con políticas de conciliación. Hay mujeres que no quieren ser madres y las aplaudo y, a lo mejor, en otra vida, seré ellas. No es justo que aquellas que quieren serlo tengan que renunciar porque el sistema las expulsa. Pero que no me vendan la moto porque siempre que termino una mesa de debate tengo a alguna política de Vox contándome las políticas de familia y diciéndome “estamos contigo”. No, no estás conmigo. Queréis que volvamos a casa, queréis que realmente sigamos en un modelo que va contra la independencia económica de las mujeres. Ahí es verdad que todavía no sé cómo, pero tenemos que hacer ver que no estamos hablando de lo mismo. Hemos luchado muchísimo para ocupar espacios, para que nuestra voz se escuche y no queremos volver atrás. Pero lo estoy viendo tanto en la gente joven y en muchísimas mujeres.

Hay una diferencia entre pregonar la vuelta al hogar y pedir protección para la maternidad…

No queremos renunciar a nuestra carrera profesional, nuestra vida laboral, a nuestros sueños, a nuestras metas, ni a los cuidados con calidad y con dignidad. Nos va a tocar dar esa pelea y vamos a tener que ser más fuertes para dar esa lucha.

Las Bravas es un espacio de la diaria Feminismos que busca amplificar las voces y las experiencias de mujeres feministas que están cambiando la historia en América Latina y el mundo. Está a cargo de Luciana Peker, periodista argentina especializada en género y autora de ¿El amor es o se hace? (2023), Sexteame: amor y sexo en la era de las mujeres deseantes (2020), La revolución de las hijas (2019) y Putita golosa, por un feminismo del goce (2018), entre otros libros.