Si bien el interés por los mercados y las criptomonedas viene acuñando un público deseoso de información desde hace ya varios años, lo cierto es que para quienes vivimos en el hemisferio sur (acostumbrados a crisis constantes, devaluaciones y un nivel de inflación que pondría colorado a cualquier europeo o norteamericano), la sed por contenidos de finanzas ha crecido desproporcionadamente. No sorprende tampoco que al mismo ritmo se encuentren más gurús o influencers, al tiempo que las billeteras virtuales y fondos de inversión se vuelven ubicuos y el modelo del millonario self-made atrae públicos cada vez más jóvenes.

Pareciera que hoy todos saben y opinan de finanzas, pero no sólo eso, sino que la fórmula es una y es simple, y si no podés lograrlo, el problema no es un sistema estructural de desigualdades –que afecta especialmente a mujeres y grupos minoritarios–, sino vos. Vos que debiste poner más atención, más empeño, invertir más. En este contexto, que también da lugar a escándalos cripto como el que hace unas semanas arrastró en Argentina a varios miles de jóvenes (en su mayoría varones) a la ruina, resulta acertada y necesaria la propuesta de “Amiga, hablemos de plata” (AHP), una comunidad de mujeres que discuten sobre plata, se autoeducan e invitan a pensar sobre aquellos temas estructurales que hacen a esta desigualdad histórica.

“Mi tía fue la primera mujer autosuficiente que conocí. Una docente de esas que todas las alumnas aman, soltera, sin hijos, que manejaba su vida con una convicción que desentonaba en una familia donde la norma era depender de un varón: del marido, del padre, del hermano. Ella me enseñó que tener tus propios ingresos no era sólo una cuestión de dinero, sino de libertad. De poder decir que sí o que no sin pedir permiso. Su casa era chiquita, pero su mundo era enorme. Tuvo una influencia gigante en mi vida, a pesar de que falleció cuando yo tenía sólo 16 años”, cuenta Laura Visco, creadora de AHP.

Luego de una carrera de casi dos décadas trabajando en publicidad internacional, con premios y reconocimientos varios (en 2019 fue incorporada a la lista de “Women Trailblazers”), y como CCO en agencias de Ámsterdam y Londres, donde vivió hasta hace poco, Visco dijo “no va más”. Su trabajo la posicionó como una voz influyente dentro de la industria, no sólo por su mirada creativa, sino por su compromiso con impulsar una agenda de género en un entorno históricamente masculinizado y machista como la publicidad. Así, luego de alcanzar su libertad financiera y buscando nuevas aventuras profesionales, nació “Amiga”, una comunidad que busca democratizar el acceso al conocimiento financiero.

Sin embargo, Visco no se presenta como una “influencer financiera” en un sentido estricto de la palabra –y tampoco busca serlo–, no vende cursos de finanzas, no está vinculada a ninguna marca o billetera virtual, y quizás lo más refrescante sea que tiene un enfoque accesible, local –sin repetir fórmulas de afuera que no aplican a la realidad latinoamericana–, y además con la perspectiva de género y la conciencia de clase que suele faltar en estos casos.

Sin modelos a seguir ni educación financiera adecuada, muchas terminan sintiéndose perdidas o dependiendo de terceros para tomar decisiones clave. Ahí entra a jugar esta comunidad, que hoy acumula casi 15.000 seguidores en Instagram, que también organiza encuentros y posee una newsletter. “El problema no es que las mujeres no sepan lo que valen, sino que el sistema está diseñado para que duden de ello. Y ahí está la deuda pendiente: ¿cómo transformar esta relación para que el feminismo no sólo pelee por la igualdad, sino también por autonomía financiera real?”, se pregunta Visco.

La fundadora de AHP está por estrenarse como autora cuando a fines de mayo publique su libro, que llevará el mismo nombre del proyecto y que también tendrá su presentación en Montevideo. En él aborda tópicos como la brecha financiera histórica entre varones y mujeres, la descapitalización en la pareja, el impuesto menstrual, menopausia y trabajo, maternidad y conciliación, negociación de sueldos, entre otros.  Con un tono que oscila entre la ironía, la bronca y el dato, Visco convierte lo que podría haber sido un manual de autoayuda en un manifiesto. No propone soluciones fáciles al tema de la exclusión financiera, pero sí sugiere algunos pasos para empezar a invertir y construir un patrimonio, siempre con el objetivo de llevar la discusión a otras esferas y entendiendo que el conocimiento no sirve de nada si se queda encapsulado en círculos intelectuales.

¿Qué te llevó a escribir Amiga, hablemos de plata?

No sé si hubo un único momento en el que empecé a escribir este libro. Fueron varios. Cuando me enfrenté a una demanda por brecha salarial y entendí, con el cuerpo, que no era una estadística ajena: era yo. Cuando vi que, en pleno debate presidencial, se negaba la existencia de la brecha salarial como si fuera un mito urbano. Cuando me retiré y, aun con patrimonio y libertad financiera, me descubrí sintiéndome completamente vacía, por alcanzar algo que muy pocas mujeres pueden alcanzar. Ahí supe que tenía que escribir. Porque más allá de los números, lo que tenemos es una herida colectiva. Una desconexión histórica. Un silencio heredado. Un vacío que no se llena sólo con educación financiera. Y sentí que había que ponerle palabras a eso.

En un capítulo del libro hablás de “la difícil tarea de ponernos precio”. ¿A qué te referís?

Ponernos precio es una de las cosas más incómodas que nos puede tocar hacer. No porque no sepamos lo que valemos, sino porque nos enseñaron a no decirlo en voz alta. A las mujeres no se nos mide por lo que aportamos, sino por lo que estamos dispuestas a ceder. Se celebra nuestra entrega, nuestra capacidad de renuncia, nuestro sacrificio silencioso. Y así, nuestro valor queda completamente desdibujado, incluso para nosotras mismas. Por eso tantas veces aceptamos menos. No porque no sepamos negociar, sino porque sabemos lo que se nos juega en esa negociación: el juicio, el rechazo, la penalización. Para nosotras, ponerle precio a nuestro trabajo no es sólo una transacción económica. Es una batalla cultural.

Foto del artículo 'Una deuda pendiente del feminismo: la relación de las mujeres y el dinero'

Una de mis anécdotas favoritas es la de las 500 libras de Virginia Woolf.

Sí, muchos no lo saben, pero Virginia Woolf dijo que para escribir necesitás “dinero y una habitación propia”. Es más, después, en el capítulo de ese mismo libro [Una habitación propia, publicado en 1929], dice la cifra exacta: 500 libras. Esa frase que parece tan simple es en realidad una bomba: está hablando de independencia económica como base para la libertad creativa. ¿Cuántas voces femeninas se apagaron por no tener ese mínimo de seguridad? La historia de la literatura, y de casi cualquier ámbito, está llena de silencios que son pura falta de recursos. Esas 500 libras eran la diferencia entre vivir bajo tus propias ideas o vivir bajo las ideas de otros; significaban no tener que casarse por necesidad, no tener que agradar para sobrevivir, no tener que pedir permiso para pensar.

¿Y qué pensás que viene a decirnos eso hoy a nosotras?

Un siglo después, muchas mujeres todavía viven atadas a decisiones que no tomarían si tuviesen seguridad económica. Siguen postergando proyectos, callando opiniones, aceptando vínculos, trabajos o entornos que no las representan, sólo porque no tienen otra opción. La gran enseñanza de Woolf es profundamente económica: sin recursos, incluso la imaginación queda limitada. Y, sin libertad económica, no hay verdadera libertad.

Los capítulos finales del libro giran en torno a entender lo que pasa en materia de desigualdad laboral, desde el costo oculto de emprender a cómo somos ninguneadas en ámbitos profesionales constantemente.

Los últimos capítulos del libro son como un zoom a la trinchera. Ahí, en ese espacio donde las mujeres vivimos las desigualdades en carne propia, el panorama se vuelve crudo y directo. Emprender, por ejemplo, es un costo oculto que rara vez se menciona. Muchas de nosotras nos lanzamos al ruedo no por vocación o privilegio, sino por pura necesidad. Emprendemos sin una red de seguridad, sin capital inicial, empujadas por un sistema que no nos incluye, que no nos da opción más que la de salir a sobrevivir. Las barreras estructurales son otro monstruo al que nos enfrentamos a diario. Y no es sólo el “techo de cristal”; el edificio entero necesita reformas, y no de las superficiales. No es cuestión de trepar, sino de entender quién tiene la escalera. Por eso, por más que nos esforcemos, siempre estamos bajo ese techo invisible que nos limita, no sólo en lo profesional, sino en lo personal. Y ni hablar de la evaluación desigual. Hacemos las mismas tareas que nuestros compañeros, pero el reconocimiento nunca es el mismo. Lo que para ellos es visto como liderazgo, en nosotras es ser “mandona”. Nuestras evaluaciones son siempre en lo personal, no en lo profesional.

Y luego está la brecha de autoridad, esa constante sensación de que lo que decimos no cuenta. Nos interrumpen más, dudan más de nosotras, necesitamos repetirnos una y otra vez para que nos escuchen. Como si lo que proponemos, por el simple hecho de venir de nosotras, careciera de valor. Esto tiene un nombre: brecha de autoridad, y [la autora inglesa] Mary Ann Sieghart ha hecho un trabajo fenomenal desmenuzando este tema. Es una brecha en cómo se recibe y se responde a las ideas dependiendo de quién las propone. No importa que tu idea esté bien fundamentada o sea brillante; si sos mujer, es como si pasara por un filtro que le quita peso.

Incluso contás cómo se nos penaliza por no ser “corruptas” o tener menor tolerancia a la corrupción. Por otro lado, esto de las penalizaciones es un elemento recurrente en el libro, en el sentido de que sufrimos pérdidas o descapitalización económica no sólo por todo aquello que somos o hacemos, sino también por aquello que elegimos no hacer.

El sistema, como está construido, premia la transgresión. Los que juegan sucio, los que están dispuestos a torcer las reglas son los que ascienden. Y nosotras, las mujeres, muchas veces no encajamos en ese esquema. No es que no sepamos jugar, es que simplemente no queremos jugar de esa manera. La mayoría de las veces, nuestra tolerancia a la corrupción es baja. Preferimos quedarnos al margen de esos juegos sucios, aunque eso signifique perder oportunidades. En lo personal, fui muy penalizada por no acceder a situaciones de corrupción, especialmente en un mundo como el de la publicidad, donde los “vueltos” vuelan. Es una lección dura, pero es la que nos da este sistema: ser honesta te descapitaliza.  

Y, claro, la penalización de la maternidad. Si decidís ser madre, el mercado te castiga. Si no lo hacés, también, por las dudas que algún día decidas serlo. No hay forma de ganar. La maternidad es vista como un freno para el progreso profesional, como un retiro adelantado de la ambición.

Hablemos también de algo clave en relación a las mujeres, el trabajo y el dinero: lo poco pensados o adaptados que están los espacios laborales y las organizaciones a la realidad cotidiana de casi cualquier mujer, desde la menstruación, la maternidad y crianza si se elige, hasta la menopausia.

El mundo laboral fue diseñado para cuerpos lineales, sin ciclos, sin interrupciones, sin pausas. Pero las mujeres tenemos miles. El ciclo menstrual, la maternidad, la menopausia. Todo eso existe, nos atraviesa y, sin embargo, sigue siendo un tabú en la mayoría de los espacios de trabajo.  La estructura del trabajo es vertical, rígida, inflexible. No contempla el tiempo no lineal, ni los cuidados, ni las curvas vitales. [La economista y premio Nobel 2023] Claudia Goldin lo dice claro: el trabajo fue pensado para quien puede estar siempre disponible. Por eso no sólo excluye a las mujeres. Excluye a cualquiera que tenga una vida fuera del Excel. ¿Cuántas mujeres quedan afuera del sistema por no haber llegado con los aportes mínimos? ¿Cuántas son directamente invisibilizadas después de los 50? ¿Cuántas no pueden sostener el ritmo y cargan con la culpa de sentir que el problema son ellas? El problema no somos nosotras. El problema es que todo esto fue construido sin nosotras. Y repensar el trabajo no es un beneficio sólo para las mujeres: es una puerta que puede abrir otra forma de vivir para todos.

Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en 2020 hubo una salida laboral de mujeres madres tan grande que “supuso 18 años de retroceso en los avances de inserción en la materia”. ¿Qué pasa en la pospandemia?

El dato de la Cepal es demoledor: la pandemia nos hizo retroceder 18 años en participación laboral de mujeres madres. No 18 meses. 18 años. Casi dos décadas perdidas en apenas dos. Y no porque las mujeres hayan decidido “volver al hogar” en masa, sino porque el sistema las expulsó. Las dejó sin opciones. Las eligió como variable de ajuste cuando todo lo demás colapsaba. La conciliación fue una ficción. Lo que hubo fue sobrecarga, colapso, agotamiento. Y una rejerarquización del trabajo femenino, como sucede con cualquier crisis social o económica, en este nuevo orden mundial que estamos viviendo pospandemia.

No es una “sensación”, estamos retrocediendo en materia de inclusión. Esto sucede porque se suele presentar la igualdad de género como un lujo que las economías no siempre pueden permitirse, especialmente en tiempos de crisis. Esa narrativa no sólo es peligrosa: es profundamente falsa. Ese es uno de los grandes engaños del momento: plantear la igualdad como una amenaza para el crecimiento, cuando en realidad es condición para que ese crecimiento sea sostenible y justo. 

Hablamos mucho de la carga mental que implican las tareas domésticas y de cuidado, no remuneradas, que muchas mujeres realizan, pero lo cierto es que pensar y hablar de la desigualdad también agota.

La desigualdad cansa. No sólo por lo que implica en términos prácticos –hacer más con menos, estirar el tiempo, sostener a otros, hacer malabares–, sino porque es un cansancio mental, invisible. Explicar una y otra vez por qué algo es injusto, justificar nuestra presencia en ciertos espacios, argumentar lo obvio. Vivir esas diferencias todos los días, con la carga emocional, el peso invisible de las barreras que nunca dejan de ser te consume. Te cansa. La desigualdad no sólo se mide en dinero, sino también en la energía que nos roba a diario.

Amiga, Hablemos de Plata estará disponible a fines de mayo en Amazon, Mercado Libre y algunas librerías, en formato papel y digital.