¿Existe el feminismo sin democracia? Para Sonia Correa, coordinadora del Observatorio en Sexualidad y Política –Sexuality Policy Watch–, “esa es la pregunta que las feministas tienen que hacer”. Es que, de acuerdo con la investigadora, los actuales sectores ultraconservadores y de extrema derecha “toman el poder para desgastar las democracias”, lo que hace que la principal reivindicación de los feminismos, justamente, deba ser “defender la democracia”.

Desde finales de la década del 70, Correa se ha vuelto una de las grandes estudiosas y militantes feministas brasileñas, con un trabajo que ha puesto el foco en la promoción de la igualdad de género, la sexualidad, la salud y los derechos humanos.

Es arquitecta y tiene un posgrado en Antropología, fue cocoordinadora del grupo de trabajo que elaboró los Principios de Yogyakarta para la aplicación de la ley internacional de derechos humanos en relación con la orientación sexual y la identidad de género, y desde 2018 estudia las políticas antigénero en América Latina, además de ser coeditora de la serie de libros Global Queer Politics.

A 30 años de la conferencia que culminó con la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, uno de los mayores acuerdos internacionales de la historia para la igualdad de género, a la que Correa asistió, la investigadora dialogó con la diaria y aseguró que lo que queda de aquel entonces, cuando comenzaba a consolidarse “la posibilidad de la democracia de género y sexualidad”, es la resistencia. Señaló que a partir de 2012 comenzó a surgir “una cosa nueva, una dinámica de insurgencia permanente, de movilización, una acción coordinada y muy feroz” contra los temas de género, lo que más tarde Pablo Stefanoni, periodista argentino, llamaría “la ultraderecha callejera”.

En este escenario, para Correa, “Uruguay es muy singular” y, posiblemente, sea uno de los pocos países en los que aún “pueda haber avances en muchas direcciones, incluso en las demandas feministas”.

¿De qué manera se vincula la “ultraderecha callejera” con quienes empezaban a ser líderes políticos? ¿Cuál es el huevo y cuál la gallina?

Son parte del mismo ecosistema. No hay huevo y gallina. La inquietud con los temas de género y sexualidad están presentes en un largo proceso de reconfiguración de las fuerzas ultraconservadoras y de la ultraderecha. No lo veíamos en América Latina porque nosotros estábamos haciendo el revés, democratizando contextos nacionales después de las dictaduras, mientras que esas fuerzas en Europa y Estados Unidos, pero con conexiones con América Latina, estaban en un proceso de reconfiguración y reorganización, que siempre ha tenido los temas de género y sexualidad en el corazón de su proyecto.

Es en parte reactivo, pero es más que simplemente reaccionar: han dejado de lado su posición clásica reaccionaria de defender el orden para ir a lo que hoy llamamos “el giro gramsciano de la ultraderecha”.

¿Qué implica exactamente el término?

Han leído a los teóricos marxistas, han leído a [Antonio] Gramsci y han pasado a disputar sus propuestas, decisiones y proyectos en las sociedades mismas, disputando conciencias. Son giros a la ultraderecha que ya no se hacen por la vía del golpe de Estado, sino por la vía democrática.

Este año en Uruguay se realizó la Derecha Fest, en la que llamaron a dar “la batalla cultural”. Además, surgió recientemente el Partido Libertario Uruguayo y la Plataforma por la Libertad, con ideas similares a las del presidente argentino, Javier Milei. ¿Qué relación tienen estos surgimientos de acciones y pensamientos con los giros a la ultraderecha por la vía democrática que mencionás?

El término batalla cultural no fue creado por la ultraderecha, sino que es la creación de un sociólogo norteamericano que, observando la escena americana al comienzo de los años 90, creó esa terminología para hacer la descripción de esas disputas que se daban en Estados Unidos. A mí no me gusta el término, porque creo que es simple, la gente lo comprende, pero hay que entender que eso no es sólo una batalla cultural: es una disputa ideológica, política, profunda, sobre proyectos de sociedad. Cuando le dicen “batalla cultural”, parece que estamos discutiendo sólo esas “cositas”, como si fueran “sólo temas de género, de feminismo”. Eso vacía mucho el sentido de largo plazo, que es ese proyecto de la ultraderecha y de la extrema derecha, que se viene construyendo, amplificando y ahora sedimentado, con sesgos fascistas más que abiertos.

¿Cómo se ve, en términos prácticos, ese proyecto de sociedad de la ultraderecha?

En Estados Unidos está la conformación de un régimen autoritario, autocrático, cuya manera de moverse políticamente es de destrucción de las instituciones existentes, incluso de los parámetros políticos. Hay un conjunto vastísimo de autores y analistas, incluso gente conservadora, que dice que en Estados Unidos ya no hay más rule of law [imperio de la ley], que está deshecho. Otra característica del régimen es la producción de enemigos, que es un sesgo característico de esa reconfiguración larga de la derecha en los últimos 50 años y tiene a las feministas, los activistas antirracistas, los defensores de los migrantes, los defensores de los derechos homosexuales y las personas que defienden los controles ambientales. Esos enemigos están hoy en el blanco de las políticas del gobierno de [Donald] Trump, que tiene todo lo que estaba en el marxismo cultural, pero con el género, la temática transgénero, la interseccionalidad, perspectivas decoloniales, antisemitismo, bajo esa cáscara. Ahora es usado abiertamente por figuras del gobierno norteamericano y dicen que eso tiene que ser destruido porque está propagando “ideología woke”. Es una lucha contra el Estado de bienestar cotidiano.

A pesar de estar muy anclado en Estados Unidos, ¿qué incidencia tiene en América Latina?

Está pasando en todos lados. Estados Unidos es como una combinación, pero tuvimos a [Jair] Bolsonaro y ustedes tuvieron a Cabildo Abierto. Lo que pasa en Estados Unidos, por su escala y su poder, cataliza esas dinámicas que ya estaban. Lo que intento explicar desde hace años es que no podemos ser presentistas, esto viene desde hace años. Estamos viendo manifestaciones tardías y muy maduras de procesos que han venido desde muy lejos. Las dichas “nuevas derechas” tienen trazos del pasado en su reaccionarismo y enemigos comunes, como el comunismo, los feminismos, pero hay formas muy nuevas de hacer política, porque son transnacionales, locales y revolucionarias.

Se está estudiando la existencia de una tendencia de que las mujeres van corriéndose más a la izquierda y los varones más hacia la derecha. ¿Le encontrás una explicación?

Hay un montón de datos que muestran que el gender gap, en términos de concepciones de proyectos de mundo y de ideología, crece en todas partes. Pero, al mismo tiempo, eso coexiste con una presencia cada vez mayor de mujeres jóvenes en la ultraderecha. Un dato del Vaticano informa que los miembros del Opus Dei son hoy, en el mundo, 93.000 personas, de las cuales 57% son mujeres. Si miras la composición de MAGA [Make America Great Again] en Estados Unidos, 60% de la base son mujeres. En Brasil, en las elecciones de 2018, 50% de las mujeres votaron a Bolsonaro y 30% de las personas se definen LGBT. Entonces, sí hay efectivamente una reacción de hombres jóvenes a los cambios producidos por las transformaciones de las razones de género, pero también hay una creciente adhesión de las mujeres a los discursos y la concepción de la ley. Y no sólo en la base, porque eso pasó en el fascismo: todos nuestros fascismos regionales de España, Portugal e Italia tenían bases masivas de mujeres. La diferencia ahora es que esas mujeres están en el poder.

¿Por qué no se llega con los feminismos a esas mujeres?

Hay que reconocer que hay mujeres de derecha. Hay mujeres que están llegando al poder con un proyecto conservador, de ultraderecha. ¿Qué vamos a hacer con eso? La categoría mujer no puede ser el único principio organizador del feminismo, porque eso nos está poniendo en unos impases muy complicados. ¿Para qué mujeres estamos hablando? Porque el feminismo tiene que ser un proyecto del mundo, no sólo un proyecto para, sobre, contra. Y eso es difícil, porque es deshacer toda una construcción que se ha más o menos sedimentado.

Entonces, es verdad que hay esa reacción de los hombres más jóvenes, pero yo también quiero problematizar eso. Porque parece que la reacción de los hombres más jóvenes es del orden de la naturaleza, que se han puesto furiosos con el feminismo y por eso están adhiriendo a la ultraderecha, pero no: hay una cantidad inmensa de acusaciones al feminismo que nutren el efecto en esos hombres jóvenes. No es que se ponen así simplemente por sí mismos, hay toda una producción discursiva, ideológica y de imágenes que lo está incitando, y creo que es un elemento muy importante para comprender cómo la ultraderecha es un modelo horroroso que opera con una capacidad inmensa de producir discursos sencillos que llegan a las personas, que incitan miedo, rabia, el repudio a determinadas ideas, personajes, figuras. Los feminismos cuestionan mandatos y estructuras de organización del sistema sexogenérico y desestabilizan la posición masculina, pero eso podría pasar sin que ocurra una reacción.

¿Cómo pueden los feminismos hoy, al mismo tiempo, resistir y atacar este avance progresivo?

Los feminismos tienen que comprender la complejidad de que están en el ojo del huracán y que son un blanco importante de las ultraderechas y del neofascismo, así como también las limitaciones. La gente sigue hablando de eso como fundamentalismo y se queda corta: las políticas antigénero son como un animal de muchas cabezas, que camina en una dirección pero tiene cabezas que miran a varios lugares y se nutren de fuentes ideológicas muy distintas. Tienes personas antigénero que se nutren de la religión ortodoxa, otras del neoliberalismo y del libertarianismo. Las cabezas nos confunden, pero efectivamente el animal va en una misma dirección aun cuando las cabezas se puedan pelear. Creo que el feminismo tiene una cierta dificultad de comprender las categorías que están siendo usadas. El fundamentalismo explica parte, pero no explica todo. ¿Patriarcado? Sí, son fuerzas con sesgos patriarcales y androcéntricos evidentes, pero eso no explica a las mujeres adheridas a las ideologías de ultraderecha.

¿Y qué es lo que está faltando en la lucha, en la organización, para que estos cuestionamientos se pongan sobre la mesa y se accione considerándolos?

Se necesitan más conversaciones como estas que estamos teniendo. Que más gente pueda hablar y que los feminismos también dialoguen con los campos que se han dedicado a comprender qué es lo que está pasando con los modos de hacer política de los sectores ultraconservadores y de extrema derecha, [que] toman el poder para desgastar las democracias.

Más allá de las faltas de conversaciones en esta línea, ¿pensás que la respuesta son los feminismos?

No solos. Ese es otro problema: los feminismos solos nunca van a conseguir responder a estos desafíos aisladamente. Es crucial la articulación con otros sectores, es crucial ser interseccional, en el análisis y en la respuesta.

¿Que se entrecruce más con las izquierdas?

Que se entrecruce con todas las fuerzas de defensa de la democracia.

¿Cuáles creés que son los ejes reivindicativos principales en este momento coyuntural?

Defender la democracia. ¿Existe el feminismo sin democracia? Esa es la pregunta que las feministas tienen que hacer. Eso no significa abandonar las tareas que tenemos, como el derecho al aborto, pero hay que comprender que estamos frente a una circunstancia muy drástica de amenaza a la coexistencia democrática, en países hacia adentro y en un sentido amplio transnacional. Se están rompiendo barreras y reglas básicas de una lógica multilateral del funcionamiento del mundo, y los feminismos tienen que estar atentos a eso. Una parte del feminismo latinoamericano dejó de mirar el escenario grande.

Hay una discusión también en torno a que siempre se pregunta “¿dónde están las feministas?”, como si tuviéramos que cargarnos todas las luchas al hombro. ¿Dónde tiene que estar el foco? Porque es amplio pensar en la defensa democrática.

La pregunta para los feminismos es: ¿hay horizonte para el feminismo si no hay democracia? Esa pregunta tiene que ser respondida. Mirá la situación americana sobre México. ¿Se trata de que las feministas van solamente a defender a las mujeres migrantes? ¿O se trata de que las feministas tienen que defender a las mujeres migrantes de tener una posición muy firme sobre el horror que el gobierno de Trump está haciendo con los migrantes en general? Esa deshumanización de los migrantes es un tema del feminismo. Gaza: ¿se trata de que las feministas están en contra del genocidio de las mujeres en Gaza? ¿O tienen una posición contra el genocidio en Gaza?

¿Encontrás en el horizonte de los movimientos feministas de hoy algo del panorama alentador posdictatorial, cuando comenzaban a poner en agenda y sedimentarse ciertos derechos?

Siempre hay luces en las sombras. Está habiendo dinámicas de resistencia importantes, pero en condiciones que son muy difíciles. Creo que no deberíamos tener ilusión. Son dinámicas de resistencia.

¿Es resistencia y no es avance de derechos?

No. Si conseguimos mantener lo que tenemos, y si conseguimos mantener la democracia, yo pienso que ya va a ser un suceso. La perspectiva de avance de derechos es muy muy restringida. Hay una caída de dominó. Uruguay es muy singular, porque en un contexto de derecha ha conseguido elegir un gobierno de izquierda, y eso tiene que ser muy valorado, además de que debe comprenderse cómo fue posible. Acá hay un lugar protegido donde posiblemente pueda haber avances en muchas direcciones, incluso en las demandas feministas, que van a ser muy importantes en este contexto tan sombrío. Pero es la excepción. Ustedes tienen una tarea muy importante en este sentido, como isla, de mantener viva la agenda, pero no en una perspectiva estrecha, no sólo en los derechos de las mujeres, sino de género en un sentido amplio y pensando en términos de defensa de democracia sustantiva, con mejoría de los patrones de desigualdad.