Hay momentos en que Álvaro González Márquez habla riendo. Se tira para atrás sobre la silla y vuelve como un tentempié haciendo gestos con las manos para que la descripción de la anécdota no se le escape. Arquea las cejas como en una cancha que es el mundo de las palabras y sigue relatando la vida como si fuera un partido, yendo de una actividad a la otra vestido de sí mismo, de la espontaneidad, del humor. En la iglesia como en la cancha, en el relato como en el vestuario, en la previa como en el escritorio de turno, en el interior como en Montevideo. La pasión se la trajo una neblina o el asiento de al lado en el 2 desde Villa Colón. Entendió que en la vida la radio es fundamental. Entonces la radio es constantemente. El relato lo concibió en un cable de 200 metros enchufado al teléfono de un vecino. Lo trituró en la garganta, lo sigue transformando. Dice: “Ese es el principal cambio que se tiene que dar en el relato, tenemos que ir un poquito más allá de la pelota, porque la gente ya la tiene a la pelota, la tiene en la televisión, en el celular, en la computadora”. Álvaro González Márquez conversó con Garra sobre todo lo que involucra mirar fútbol y contar lo que se ve.

¿Tenés referencia de los orígenes de la pasión?

Hay un día que lo tengo grabado que fue la final Boca-Cruzeiro en el setenta y pico, yo tenía ocho o nueve años. Estábamos en la Olímpica y había una neblina que no se veía la América. Era la final de la Copa Libertadores, que jugaban uno de ida, uno de vuelta, y si ganaban uno cada uno se jugaba en cancha neutral, y lo jugaron acá. Yo vivía en Villa Colón. Nos tomábamos el 2 con mi hermano hasta el estadio. Debe haber sido la primera vez que fui al estadio. Era una noche de invierno, y le pregunté a mi hermano que estaba con la radio: “¿Dónde están los que hablan?”. “Enfrente”, me contestó. Y yo miraba y buscaba, pero lo único que veía eran las luces de la torre, y me imaginaba que estaban allá arriba.

¿Y cómo empezaste a relatar?

Empecé a relatar en el interior, en Continental de Pando. El primer partido que relaté fue de básquetbol. El relator que iba a transmitir no llegó. Trabajaba en la radio cubriendo canchas, no sabían qué hacer y me dijeron: “¿Te animás?”. Nunca había pensado en relatar básquetbol. Fútbol sí, porque de niño jugaba con el futbolito de cartones y relataba toda la tarde los partidos que iba jugando. Horas, horas, horas. Tres baldosas de ancho por ocho de largo, tenía todos los cuadros. Mi abuela me gritaba: “¡Callate que estoy durmiendo la siesta!”. A veces me tenían que mandar a dormir porque no paraba. Hice todo un año el campeonato de tercera de ascenso de básquetbol en Continental. Después hice todo un año de fútbol de salón. Tac, tac, tac, tac, ¿cómo se transmite eso por radio? Después recién tuve la posibilidad de relatar fútbol, en el interior, primero los juveniles del campeonato del Este, después primera. Había partidos que había que tirar 200 metros de cable y pedir prestado el teléfono a un vecino para poder hacer la transmisión. Si no tenías línea tenías que ir hasta la sede corriendo a relatar el gol y volver. Una vez fuimos a transmitir Treinta y Tres-Canelones en el Centro Empleados de Comercio y había paro de guardahilos. La única que nos quedaba era escuchar otra radio en algún lado donde tuviéramos teléfono. Hice todo el partido sin verlo, escuchando al relator de la radio de Treinta y Tres, en el estudio de la radio de Treinta y Tres, pero saliendo por teléfono para la radio de Pando. No conozco el estadio Centro Empleados de Comercio.

¿Cómo siguió la carrera?

Con esa gente de Pando armamos un equipo acá en Montevideo y me vine a hacer la previa, relataba Fernando Martínez Casella. Eso fue en el 94. En el 95 arrancó en El Espectador Humberto de Vargas con Amadeo Ottati. Me fui a hacer vestuario. Amadeo se fue, en algún momento comenté, en algún momento relaté, porque Humberto no estaba. Un día Humberto llegó 15 minutos después de empezado el partido, entonces empecé a relatar yo. Relaté un gol de Paolo Montero en la Colombes, llegó Humberto y siguió él. Al tiempo llegó el Profe [Ricardo Piñeyrúa] a El Espectador. Ahí me sumé como segundo comentarista, relataba Néstor Moreno. En la Liguilla de 2001 se jugaban fechas triples en el estadio. El Profe me comentó que la idea era transmitir varios partidos y de la nada se me ocurrió preguntarle: “¿Puedo relatar?”. Todavía estoy por saber por qué le pregunté eso, porque ni siquiera lo había pensado. Relaté un partido por fecha. Cuando terminó la Liguilla Néstor se fue y me preguntaron si me animaba a quedarme.

¿Entonces la pasión es por el fútbol, por el relato o por la radio?

Vos me preguntabas si me apasionaba relatar antes y te digo que no; lo que sí siempre me apasionó es la radio. Yo estoy acá y escucho radio, estoy en el auto y escucho radio, si puedo escuchar un partido que estoy mirando por televisión lo hago. Me da algo más de lo que me da simplemente verlo en la televisión. La pasión es por la radio. En el relato no me hice una estructura, no pensé “voy a parecerme a tal”. Obviamente me gustaba Víctor Hugo [Morales], me parece extraordinario, pero durante mucho tiempo escuché a [Máximo] Goñi, durante mucho tiempo escuché a [Alberto] Kesman, durante mucho tiempo escuché a [Carlos] Muñoz. Cuando puedo escucho los otros relatores, los botijas jóvenes, a ver si alguien plantea algo distinto desde otro lugar. Me interesa saber y escuchar qué hacen los otros, no para tomar cosas, pero sí para darme cuenta de errores propios. El Profe me lo ha dicho muchas veces: “Tenés que decir más el tiempo y cómo va el partido”. Yo me cuelgo a relatar y pierdo la perspectiva. Entonces me doy cuenta cuando soy el que escucha.

Álvaro González Márquez.

Álvaro González Márquez.

Foto: Alessandro Maradei

Ese bagaje desde el básquetbol al fútbol sala, de hacer vestuario a hacer previa, del interior a Montevideo, ¿ha hecho que la forma del relato vaya mutando?

Hay colegas que se anotan frases o piensan el partido. Yo, salvo la preocupación de los nombres y de algunos aspectos básicos, dejo que el partido me lleve. Entre otras cosas porque tengo la idea, que capaz que está equivocada, de que lo que nosotros hacemos no es relatar un partido. Lo que nosotros hacemos es un programa, donde uno de los puntos es un partido que se está jugando y un tipo que va contando lo que va sucediendo. Pero no es el centro, el centro puede estar en cualquier lado. En la tribuna, en estudios, en otra cancha. Así concibo el relato. Por eso a veces nos divagamos y se siente por abajo la tribuna gritando. Estamos conversando, estamos haciendo el programa. En la construcción del relato lo que sí trato es de que tenga cierta dinámica, más allá de la dinámica propia del fútbol. Si hay que meter un chiste metemos un chiste, si hay que desbarrancar desbarrancamos, y si me la dejás picando te meto con pelota y todo.

¿Llevás adelante una preparación especial para los partidos?

Lo único es la garganta, se ríen porque antes del partido empiezo “rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr” y estoy rato. Pero no tengo una preparación expresa. No estoy pensando si es un clásico, por ejemplo. Me tiene más preocupado cómo vamos a transmitir cosas que la gente en la televisión no va a encontrar que lo que pasa adentro de la cancha. El gran diferencial que la radio tiene es captar los sonidos de la tribuna, por ejemplo. En un momento en 13 a 0 habíamos logrado que uno se fuera a la Olímpica y desde ahí se contara, a través de un personaje, cómo vivía el partido. Si yo tengo que dejar de relatar para que el que está en la Olímpica me cuente cómo ese personaje vive el partido, dejo que pase. Ese es el principal cambio que se tiene que dar en el relato, tenemos que ir un poquito más allá de la pelota, porque la gente ya la tiene a la pelota, la tiene en la televisión, en el celular, en la computadora.

¿Hay algo que leas o que hayas leído que te ayude para construir la forma de transmitir?

Hay cosas que te enseñan en la escuela que parece que no te van a servir para ser periodista deportivo o relator de fútbol, pero cuanto uno más maneja un lenguaje tiene más capacidad para, a través de las palabras, poder describir las cosas que suceden. Con un lenguaje restringido lo único que puedo decir es que esto es una hoja. Ahora, si sabés cuál es el proceso, si sabés cuáles son las dimensiones, estás hablando de lo mismo, pero estás dando otras herramientas. Entonces sí, trato de leer cosas, de escuchar a los otros, de escuchar gente de afuera. De nutrirme de muchos cuentos de fútbol, incorporarlos de alguna manera. Trato de ser lo más espontáneo posible, no sé si está bien o está mal. El día que Fénix le ganó a Cruz Azul 6-1 por la Copa Libertadores, en el último gol me fui cantando “siga el baile, siga el baile”, apagué el micrófono y me fui. Eso lo hice sin pensar, o cuando el juez nos cobró aquel penal contra Ghana, después de que lo erró le gritaba: “Ladrón, hacelo patear de nuevo”. Es que así es como vivo el fútbol. Por eso no tengo una ceremonia: voy, me siento, miro fútbol y cuento lo que veo.

¿De qué manera influye ser pastor, tiene que ver una cosa con la otra?

Ahora no estoy en la actividad ministerial, estuve mucho tiempo en la triple actividad. Uno tiene que tratar de vivir de acuerdo a lo que predica. Tratar. Cuando vi que las cosas no estaban bien, di un paso al costado para no contaminar con mis pensamientos. Di un paso al costado de la actividad ministerial, no en la participación en la iglesia. Muchas veces me preguntan cómo hago para no confundirme, para no gritar un gol en la iglesia o para no decir “hermanos” en el medio del relato o “no lo eches, perdónalo”. Hay límites que los tengo claros, después soy yo, y eso es lo que me facilita cambiar el chip de un lugar a otro. En la iglesia si tenía que hacer un chiste lo hacía, es la impronta, yo vivo las cosas de esa manera, hasta en las situaciones más dolorosas te puedo salir con algo, aunque esté llorando por lo que fuera, en el mismo llanto me puedo empezar a reír. Así lo vivo y así vivo el relato. El Profesor se agarra la cabeza porque he dicho cada disparate, pero ese soy yo. Un día en la iglesia les dije: “Si ustedes pretenden que yo sea otro voy y me siento en el banco. No me pidan que sea otro”. Un día, una señora me mandó una carta diciéndome que yo era irrespetuoso con Dios por esta forma de ser. Y que los antepasados que habían llevado adelante muchas cosas sentirían vergüenza. Yo le dije: “Si la ofendo le pido disculpas, pero no me arrepiento de ser el que soy, usted se tendría que decepcionar si yo le mintiera, si yo le mostrara otra persona”. Uno hace cosas y hay gente que le gusta y gente que no. Nunca tuve de parte de la iglesia un pero por la actividad, al contrario. En algún momento pensé en dejar la radio para poder hacer la tarea de la mejor manera y dentro de la iglesia mismo me decían: “El mejor testimonio que podemos dar es que nos vean tal cual somos”.