Con un gol de Leandro Fernández en el minuto 93, Nacional derrotó 1-0 a Cerrito, que desde la media hora del primer tiempo jugó con diez jugadores por la expulsión de Julián Perujo.

Los tricolores volvieron a sumar de a tres y, cuando aún no se han disputado el partido de Peñarol frente a Cerro Largo del lunes y el de Plaza ante Boston River, se ubicaron en el segundo lugar del Clausura junto a los arachanes y en el segundo puesto de la Anual junto a los colonienses.

Destino

Era una de las últimas jugadas del partido. La angustia y la tensión oprimían el ambiente colmado por seguidores de Nacional. Si el equipo de Martín Ligüera no ganaba, casi seguro se despedía de mayores posibilidades de pelear algún campeonato. El desgaste sordo y punzante de un juego sin claridad, sumado a la derrota en Maldonado y a estar jugando con uno más por más de una hora, además del embudo dramático de juego irresoluto y caída al vacío del campeonato, dejaban a Nacional como la pelota que baila en la red de tenis en la película de Woody Allen Match Point. ¿Para qué lado caería?

En el arco de la tribuna Héctor Scarone, donde está la hinchada de Cerrito, su arquero, sus defensas, sus mediocampistas y su delantero, Nacional tiene la penúltima o la última. Le cometieron una falta a Brian Ocampo, cuyo juego, que oscilaba entre la genialidad y la intrascendencia, regulado por el sostén emocional que seguramente le están brindando reforzado, fue importante desde que entró al campo. El floridense fue el encargado de levantar el centro, que como si estuviéramos mirando cuadro por cuadro la película del gol, pasa de lado a lado por 15 o 16 futbolistas, y tiene en esos segundos no menos de seis toques, casi como un angustiante cocacola sobre brasas, hasta que, cuando todo parece quemado, Felipe Carballo la pelea casi desde el piso y la pelota rebota y corre en dirección contraria a la línea de gol. Ahí, con la pelota bailando en la red, viene un futbolista de Nacional, forzado él y su futuro remate de pierna izquierda que hace explotar la pelota contra las redes, que hace explotar al estadio, que hace explotar al goleador y al colectivo que lo acompaña.

La pelotita ha caído en campo contrario, y el tanto y la prolongación de la expectativa, la no muerte, es para Nacional, que seguirá a tiro de Peñarol en el Clausura y en la Anual, las únicas vías de escape posibles para poder llegar a la definición del Uruguayo.

Lento, entreverado, frenado

Todo empezó muy trabado y trancado. La propuesta de Nacional de presionar la salida de Cerrito no siempre daba el resultado esperado, por más que se jugaba en campo amarillo. Cerrito buscó desplegar su juego de contraataque y a los 14 minutos, en un pase largo para Esteban da Silva, este desbordó a velocidad por izquierda y puso un centro medido para Juan Manuel Ortiz, que definió por encima del travesaño.

El modelo de juego fue casi permanente: Nacional intentando presionar en campo contrario y jugar por afuera para las apariciones en velocidad de Leandro Fernández jugando por detrás de Gonzalo Bergessio, y Cerrito buscando contener y salir. Así fue hasta la expulsión de Perujo por una fuerte infracción sobre Fernández. El árbitro en principio mostró amarilla y desde la cabina del VAR lo invitaron a revisarla, porque se podía entender que era una jugada factible de roja. Así lo hizo y finalmente el lateral derecho se fue expulsado, lo que de alguna manera modificó las expectativas de contragolpear de los de Roland Marcenaro, que terminaron bajando a la línea de cuatro a Yonatan Rodríguez.

Se incrementó el juego en campo de Cerrito, y hasta llegó un gol de Santiago Ramírez que finalmente no subió al marcador por un fuera de juego ratificado por el VAR.

Buscando

Ligüera buscó mejorar a su equipo, su prestación, su posicionamiento, sus individualidades, y colocó a Carballo y al juvenil Franco Fagúndez, que hizo su debut en primera, en lugar de Matías Zunino -algo sentido- y Joaquín Trasante, que tenía amarilla. No funcionó, porque ningún intento de juego llegaba en posición de poner en definición a Bergessio, y el juego, siempre en campo de Cerrito, era un deambular detrás de las intenciones de combinar en progresión ofensiva que nunca se concretaba.

Eran 11 contra 10 desde hacía rato. Era la necesidad de convertir para ganar o empezar a despedirse. Pero nada.

A los 20 minutos entraron Ocampo y Andrés D’Alessandro, y el floridense empezó a ser factor de desequilibrio por la punta derecha. De todas maneras, Cerrito seguía compacto en su defensa y Nacional no conseguía aciertos significativos cerca del arco contrario.

El tiempo pasó, la angustia creció y la inestabilidad se sentía en un indefinido rumor que entrevera expectativas y decepciones, aliento y recriminaciones, fe y descalificaciones. Todavía lo está gritando Leo Fernández, colgado del alambrado y festejando el 1-0 con el que ganó Nacional y sigue mirando la hasta ahora esquiva y tal vez lejana posibilidad de pelear por el campeonato. A los tricolores, que ya no dependen de sí mismos, les quedan seis puntos por jugar y habrá que ver qué pasa con los que están por encima.