La escalada de sanciones se está dando a un ritmo vertiginoso. En el mundo fútbol las cosas tuvieron el siguiente orden: primero, la federación polaca de fútbol anunció que se negaba a jugar el play off clasificatorio para el Mundial de Catar en marzo contra Rusia en suelo ruso. Robert Lewandoswki lo explicaba así: “Los futbolistas y aficionados rusos no son responsables de esto, pero no podemos fingir que no pasa nada”.
A ese pedido se sumaron Suecia y República Checa, rivales de esa misma llave clasificatoria. La FIFA respondió diciendo, por un lado, que debía jugarse en terreno neutral y, por otro, que Rusia no podría lucir su bandera, su escudo ni entonar el himno y debía jugar bajo el nombre de Federación Rusa de Fútbol. Esta medida no era ninguna novedad, fue la impuesta por el Comité Olímpico Internacional en los últimos Juegos Olímpicos como sanción por la trama de dopaje estatal. La FIFA también la había adoptado, incluso sucedió un hecho que pasó bastante desapercibido: Rusia organizó el último Mundial de fútbol playa en agosto pasado. Rusia jugaba en Rusia sin poder entonar su himno, pero se cantaba igual en las tribunas. Lo organizó y lo ganó, la Federación Rusa de Fútbol salió campeona del mundo, pero no se podía decirle Rusia.
Luego de esta primera sanción, el presidente de la federación polaca de fútbol volvió a declarar: “La decisión es totalmente inaceptable. Polonia no jugará contra Rusia en el play off del Mundial. No importa cómo se llame el equipo, no estamos interesados en este juego de apariencias”.
Today’s FIFA decision is totally unacceptable. We are not interested in participating in this game of appearances. Our stance remains intact: Polish National Team will NOT PLAY with Russia, no matter what the name of the team is.
— Cezary Kulesza (@Czarek_Kulesza) February 27, 2022
Lo siguiente fue la sanción dada a conocer ayer por la FIFA, la UEFA y la FIBA, por la que se excluye a los equipos rusos de las competencias continentales y se elimina a la selección de Rusia de su camino al Mundial de Catar. El máximo órgano del fútbol mundial no se tomó muchas molestias para explicar en qué se basa la decisión, apenas dice que es en “total solidaridad con todas las personas afectadas en Ucrania”.
Es la primera vez que la FIFA suspende a un miembro asociado por invadir a otro. No lo hizo con Estados Unidos cuando invadió Irak en 2003, ni con Irak cuando invadió Kuwait en 1990. Por nombrar dos ejemplos claros de invasiones, sin tener en cuenta que en la actualidad hay varios conflictos internacionales aún no resueltos que involucran invasiones: la propia Rusia en Georgia o armenios y azeríes en Nagorno Karabaj. ¿Qué es lo novedoso en esta ocasión? Que es un conflicto occidental, entre dos países europeos.
Más grande que la ONU
La FIFA tiene una cocarda que luce cada vez que puede. Con sus 211 federaciones asociadas tiene más miembros que la ONU. Eso se basa en muchos casos en aceptar territorios que en realidad son miembros de un Estado más grande. El Caribe está plagado de ejemplos: Islas Vírgenes Británicas, Anguila y Montserrat son parte de Reino Unido, así como Irlanda, Escocia y Gales, pero cada una tiene una federación de fútbol asociada a la FIFA. Pero también hay otro motivo para explicarlo: la FIFA ha sido extremadamente celosa de dejar al fútbol por fuera de los conflictos políticos y, al contrario de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cada voto vale lo mismo. Eso explica, por ejemplo, que Kosovo sea parte de la FIFA pero en la ONU encuentre el veto ruso para ingresar.
Por lo antedicho, la actual decisión de la FIFA sienta un precedente y deja varias preguntas flotando. Una que se repite en las redes es por qué no actúa en otros conflictos actuales. La respuesta quizá la tenga Aristóteles (hincha de Palmeiras, no como Sócrates, que todos sabemos que jugaba en Corinthians). El filósofo griego, al analizar el género tragedia, hablaba de dos elementos clave: temor y compasión (mediante los cuales se generaba la Katharsis). Pero advertía que no se temen todos los males ni se tiene compasión de cualquier situación, sino más bien de aquellas que nos pueden parecer cercanas y que involucran gente parecida a nosotros. Que el distante no sea distinto.
La cobertura de la invasión rusa a Ucrania ha dado muchos ejemplos de periodistas y políticos tratando de explicar estos asuntos. A veces más torpemente que otras. A veces con más mala intención que otras. Un conflicto europeo, con rostros europeos y refugiados europeos (católicos, ortodoxos o judíos) sin dudas llama más la atención, afecta de manera diferente a las potencias occidentales. Esto podría explicar por qué la FIFA se involucra de lleno con sanciones inéditas.
Pero también ocurre que Rusia tiene una implicancia en el mundo fútbol que no tienen otras federaciones cuyos países están envueltos en conflictos. Gazprom como principal patrocinador de la Champions League, el último Mundial de fútbol, el de fútbol playa, el dinero de los oligarcas rusos en equipos europeos. Esto es de ser y parecer, y la sanción parece tener mucho de mensaje, en ese sentido.
Entre el Chelsea y el Kremlin
Roman Abramovich era (¿era?) el dueño del Chelsea hasta hace unos días. Horas antes de jugar la final de la Copa de la Liga se conoció la noticia de que el magnate ruso dejaba la gestión del club londinense en manos de la fundación benéfica del club. De esta manera evitaba escapar a las sanciones que comenzó a aplicar Reino Unido a los oligarcas rusos con negocios en suelo británico. La BBC lo considera un hombre cercano a Putin, hay quienes incluso lo llaman “la billetera de Putin”, o por lo menos una de las tantas billeteras. Abramovich, ruso de origen judío, con pasado político como miembro de la Duma y gobernador de la provinica de Chukotka, fue parte de la delegación rusa que en Bielorrusia se reunió con sus pares ucranianos. Abramovich estaba allí a pedido de Ucrania. En una nota de El País de Madrid se establece que “miembros del gobierno ucraniano contactaron a Abramovich a través de sus contactos con la comunidad judía rusoparlante del país”.
El deporte en general, pero el fútbol en particular puede ser capaz de llegar a lugares donde la política no lo hace, o conquistar simpatías donde la oratoria no alcanza. Lo sabe Putin, que fue judoca, pero que ha hecho de la organización de eventos deportivos una manera de mostrar Rusia al mundo y un reservorio de popularidad a la que acudir en tiempos complicados. Lo demuestran los números posteriores a Sochi en 2014. Esos juegos fueron una apuesta personal del presidente ruso, como resultado pasó de 54% de aprobación a fines de 2013 a 89% en junio de 2014; Crimea y Juegos Olímpicos en el medio.
Según Gary Kasparov, múltiple campeón del mundo en ajedrez y devenido activista político por los derechos humanos, las sanciones deportivas pueden tener un “tremendo impacto en la mente de muchos rusos”. Que hayan expulsado a tu equipo de un torneo, que no se permita a tu selección jugar al fútbol, puede hacer que algunos se pregunten dentro de Rusia si la narrativa de la guerra es tal cual como la venden sus principales políticos.
La cuestión es que si la FIFA pretende seguir siendo un organismo global no puede medir sanciones dependiendo del color de los ojos de las víctimas. Tampoco queda claro por qué la FIFA debería ser más ecuánime que la propia ONU.