A Líber Martín Correa le decían el Bomba; hay quienes aún lo reconocen por ese apodo, sobre todo en los costados de Uruguay, contra la frontera del Chuy, donde nació y desde donde viene. Dice que en realidad no se dio cuenta ni cuándo ni cómo decidió ser director técnico, porque desde gurí jugaba con muñecos de cartón que tiraban paredes, desbordaban, buscaban el centro, volvían a empezar. Jugó en las inferiores del Rocha Fútbol Club después de que salió del baby fronterizo que lo contuvo. Pero no alcanzó a jugar en la primera división que en aquel entonces dirigía el mentado Juan Ramón Carrasco. Un encuentro inesperado con el Boniato Pablo Forlán en un free shop donde trabajaba lo terminó por orientar sobre la carrera que quería seguir, la de director técnico de fútbol. Aquella ilusión lo llevó indefectiblemente a la capital.
Durante dos años estudiar fue una hidalguía: trabajar de sol a sol de jueves a lunes, viajar en la madrugada en un camión, en un ómnibus de turismo o en un bondi parado, y estudiar e ir a clase mientras dormía en casas de amigos. Fue dura la tenida, pero la vida fue premiando. El fútbol siempre está por dejarte a la vez que hay cosas, hechos y gente que no dejan de aferrarte al mundo de la gallina. Fue quizás Pablo Peirano en su momento, compañero de clase que se inspiraba en los viajes de Líber para cumplir con las clases, y quizás fue Ana Gómez, la coordinadora de Defensor Sporting que lo llamó para dirigir a la primera luego de que el fútbol, o todo lo que se teje alrededor, le haya dado una bofetada de esas que te giran el cogote. Líber entendió entonces que había cosas que dependían de las transformaciones propias y se animó a correrse del ego, e invitó a los suyos a hacer lo mismo. Desde ahí construyeron lo que se forjó como el Defensor Sporting campeón del fútbol femenino por primera vez en la historia, rompiendo con la hegemonía establecida. Líber se paró en la escucha, ese ejercicio que tanto nos cuesta, y entendió en la calma que un abrazo sana. El penal en la hora del partido final lo encontró mirando hacia otro lado, tan sólo esperando el grito de la tribuna.
¿Cuándo o cómo empezó la idea de ser director técnico?
Desde chico jugaba con muñequitos de papel, los movía; mis padres me miraban como si estuviera loco y a mí me daba vergüenza. Entonces cuando los veía venir escondía todos los papeles, esperaba a que se fueran y seguía con mi locura. Les ponía números, armaba jugadas, por ejemplo, el lateral izquierdo que se va por la punta, el otro definía, y los iba moviendo y hasta relataba las jugadas. Me divertía mucho, aunque era un juego muy solitario, como la vida del entrenador, como dicen, que a mí a veces me parece que sí, pero a veces me parece que no. En realidad la soledad no sé si existe, porque si tú sabes estar contigo no estás solo, estás acompañado, y es todo un aprendizaje saber estar con uno mismo. En un momento de mi vida no sabía muy bien qué hacer. Siempre está esa estructura de que tienes que hacer algo. Y yo lo único que sabía era que me gustaba el fútbol y que ser entrenador estaría de más, pero seguro me tenía que ir a Montevideo. En Uruguay es medio así. Trabajaba todo el día pensando en cómo ser técnico. Un día apareció el Boniato Forlán en el free shop donde trabajaba, me le acerqué y le dije que quería ser entrenador, a ver si él sabía de algo. Le pasé mi número, y pensé que no me iba a averiguar nada. A los dos días me llamó y me dijo que el curso empezaba el 11 de marzo.
Fueron tiempos duros los de ir y venir hasta la frontera.
Fue una locura durante dos años, Chuy-Montevideo, Montevideo-Chuy. No sé ni cómo lo hice. Llegué a venir en camiones, en ómnibus de turismo. A veces salía a la una de la mañana y estaba hasta las cinco buscando la forma más barata para venir a Montevideo, porque era mucha plata mantenerme, viajar, me quedaba en Montevideo en casa de amigos. Venía los lunes en la madrugada, tenía clase los martes, los miércoles hacía las prácticas en los clubes, los jueves clase, me iba en la madrugada y entraba a trabajar de mañana. Trabajaba en el free shop viernes, sábado, domingo y lunes. Muchas veces estuve a punto de dejar, pero en ese momento se acercaron compañeros como Pablo Peirano, que me dijo que no dejara, pero yo sentía que mi cuerpo no daba más. Me dijo que él cuando tenía ganas de dejar de ir pensaba en mí, en que me venía del Chuy a hacer el curso, y le daba vergüenza y salía para la clase. Y yo siempre estaba primero ahí esperando que abran con el bolsito. Después se sumaron otros compañeros, como Alfredo Arias, y me terminaron convenciendo.
¿Cómo fue la carrera previo a este campeonato?
Tuve muchas experiencias en el fútbol femenino, en la selección uruguaya vicecampeona sudamericana, después el Mundial, dos años y medio trabajando en Liverpool. Hace un tiempo hicimos una gran campaña en sub 19 de Defensor y me tocó irme a Peñarol, de donde me habían llamado. Les mostré un proyecto que nunca miraron, me dijeron que me sienta libre y a los 17 días me dijeron que nos les gustaba mi metodología de trabajo, aunque en realidad no la habían visto. No me atendían el teléfono. Hasta ahora no sé qué pasó. Pero ahí me desilusionó el fútbol.
¿Ahí te alejaste un tiempo?
Ahí me alejé, estuve como un año sin fútbol. Hasta que me llamó Ana Gómez un día cuando, me estaba por ir a nadar. Porque para mí el agua es como una medicina. Ana me ofreció entrenar la primera de Defensor. Quedé en offside unos segundos y le dije que sí. Arranqué el 11 de enero y no llegaban todas las jugadoras al mismo tiempo. Lo fuimos armando. En total, con todas y con todo el cuerpo técnico habremos trabajado tres meses: Juan Saralegui, que es el ayudante; Crizia Romero y Vanessa Fernández, que son las profes; Joaquín Ferro, que era el técnico anterior y siempre da una mano, ayuda, está con nosotros; Carlos Macek, que es entrenador de arqueros; Lucas Manganelli y Nicolás Antuña, que son los fisioterapeutas; Gonzalo Manassi, que es el psicólogo, y Andrés Trullen, que es el entrenador mental. Creo que algo importante fue que trabajamos con la premisa de no hacerlo desde el ego. Fue un desafío. Pero desde el primer día sentí que algo bueno podía pasar.
¿Qué significa no hacer las cosas desde el ego?
Lo primero que entendí es que tenía que integrarlos a todos y a todas. Que participen en la charla, que tengan su lugar. Es que para lograr algo colectivo una de las primeras cosas que hay que dejar es el ego. Estoy convencido. El ego nos da vuelta como una media, nos confunde, nos distrae. Sentí que pude darle lugar a todo el mundo. Tuvimos tormentas, pero sabíamos qué queríamos construir, entonces nos podemos equivocar y podemos acertar, pero siempre desde ahí, y desde que el sistema de juego es mutable fue que nos fuimos encontrando. Lo importante fue aprender a escuchar a las jugadoras. Hay momentos en que el ego te visita y no toca la puerta. Uno de esos momentos fue el que tuvimos con Juliana Castro. Ella pensaba que no nos daba la fuerza con la formación que teníamos para enfrentar a Peñarol, y pude entender lo que ella quería. Y me tomé el tiempo de poder explicar que el 1-4-3-1-2 iba a ser mejor que el 1-4-2-3-1. Ella sentía que tenía que jugar con más gente cerca, yo le decía que las formaciones son móviles. Creo en eso.
¿De qué manera se manifiestan los cambios en tu rol como entrenador?
En el partido final con las gurisas yo sentía que podía ser un cable a tierra. Y eso antes no me pasaba, me volvía un poco loco. Pero en ese momento estaba tranquilo. Les dije a las gurisas en el entretiempo que iban a sacar algo que ni idea tenían. Apenas empezó el segundo tiempo expulsaron a una jugadora nuestra, y en otra época yo podría haber hecho algún ademán o algo así, pero esa vez atiné a abrazarla. Porque la gurisa no quiere ser expulsada, no quiere errar un gol, no quiere errar una jugada. Ahí es cuando aparece la máquina de picar carne, la de buscar un culpable, que es lo que nos enseña el sistema. Alguien que pueda tapar nuestras frustraciones. Le di un abrazo y me quedé tranquilo. Al rato vino el gol desde el tiro de esquina. Con el ayudante nos mirábamos y sabíamos que iba a pasar. Llegó el penal. Me quedé quietito y miré para otro lado. Respiraba, me relajaba y confiaba. Sólo quería escuchar el gol.
¿Cómo funcionan los liderazgos en el equipo y dónde están paradas hoy en día desde lo deportivo?
Juliana es una líder futbolística, y por ejemplo [María] Córdoba o Magdalena Olivera, o Paz Vila, que fue la expulsada en la final, son líderes más emocionales. Incluso había algunas jugadoras que no venían siendo citadas y por la fuerza que tenían terminaron del lado de adentro. En los primeros partidos las escuchaba atrás mío en la tribuna. No paraban. Y cuando hay demasiado ego las jugadoras están pensando que están afuera, o que las dejaste afuera o que tienen que jugar ellas, pero en este caso no, era al revés. Y una ayudó a fortalecer a la otra. Ahora ya estamos pensando en el campeonato 2022 y en la Libertadores en Ecuador. La vida nos ha llevado por ahí. Hoy en día las jugadoras tienen un viático, un lugar donde entrenar, las mismas comodidades que tienen los varones, los gimnasios, las canchas, los materiales. Pero sin dudas se debería pagar lo mismo a las mujeres que a los hombres, tendría que haber contratos, porque profesionales ya son, dejan muchas cosas de lado por estar, hacen un esfuerzo tremendo. Pero hasta el día de hoy sigue siendo un gasto y no una inversión para los clubes.